Traducido para Sleepwalkings por Ariel Millahüel. Revisado para el Tribunal BRussells por Paloma Valverde
«No está escrito en nuestros corazones, está tallado en nuestros corazones.» Me desperté esta mañana con estas palabras todavía agitándose en mi cabeza.
Ayer estuve en Ramadi y Faluya. En lugar de llevar un mensaje de cariño y empatía hacia su sufrimiento y un deseo de paz, mi presencia como estadounidense pareció abrir heridas que son inefablemente profundas.
Asistí a una conferencia, pronunciada en inglés, junto con más de cincuenta jóvenes en una Facultad en Ramadi. Los jóvenes tenían entre 22 y 23 años y estaban en 5º, el último año de su carrera. Eso quiere decir que cuando empezó la ocupación y la invasión estadounidense tenían unos 13 o 14 años.
Después de la conferencia el Decano me invitó a tomar la palabra como «invitada de honor». Para mi vergüenza, el profesor amablemente aceleró su ponencia para darme más tiempo. Capté la atención de todos. Para mí fue complejo. Después de presentarme dije que me agradaría mucho escucharlos a ellos. Se produjo un silencio. Estoy segura de que mis palabras sonaron vacías, trilladas y artificiales.
Entonces un joven de la primera fila, sentado a menos de dos metros de mí, dijo en voz baja: «No tenemos nada que decir. Los últimos años han únicamente tristes» De nuevo se hizo el silencio.
Sami, mi anfitrión de Nayaf y componente del grupo musulmán Acción por la Paz, se levantó y nos hizo partícipes de su experiencia. Contó cómo, después de los bombardeos estadounidenses sobre Faluya, él y otras personas llegaron [a Faluya] provenientes de las ciudades shiíes de Najaf y Kerbala para llevar a cabo un acto simbólico de desescombrar y recoger la basura las calles de Faluya. Este gesto, dijo, ablandó los corazones y calmó algo la ruptura entre sunníes y shiíes. Habló de la delegación de pacifistas de Estados Unidos, que estuvieron sólo en Nayaf durante doce días, para tender puentes y buscar la reconciliación.
Una joven vehemente, que estaba en mitad de la sala de conferencias, habló. Era evidente que para ella no resultaba fácil. «No se trata» dijo, «de la falta de agua y electricidad [algo que yo había mencionado]. «Ustedes lo han destruido todo: han destruido nuestro país; ¡han destruido lo que hay dentro de nosotros!; han destruido nuestra antigua civilización; ustedes nos han robado nuestra sonrisa; ¡nos han robado nuestros sueños!»
Otra persona preguntó: «¿Por qué lo hicieron? ¿Qué les habíamos hecho para que ustedes nos hicieran esto?»
«Los iraquíes no pueden olvidar lo que los estadounidenses han hecho aquí», dijo otra persona. «Han destruido la infancia. Ustedes no pueden destruirlo todo y luego decir ‘Lo sentimos.» No pueden cometer crímenes y luego decir ‘Lo siento’.» Bombardearnos y luego enviarnos equipos para realizar investigaciones sobre los efectos de las bombas… No, esto no lo vamos a olvidar. No está escrito en nuestros corazones, está tallado en nuestros corazones. «
«[…] Estamos contentos de tender puentes entre las personas», dijo el decano de la Facultad, «[…] pero no olvidaremos. ¿Qué pueden hacer ustedes? En Faluya, el 30% de los bebés nacen deformes. «¿Qué pueden hacer ustedes?»
[Sami] Habló de cómo había conocido a un soldado estadounidense en el aeropuerto. Formaba parte de las fuerzas especiales en Iraq. El soldado le dijo: «La Biblia nos dice no matarás, pero nos enseñan a matar, a matar por nada. Sólo matar. Lo siento mucho «.
«¿Construir puentes?» Replicó el decano «¿Pedir disculpas?» dijo. ¿Qué puede hacer usted?» En su tono y en su actitud, no había rencor, sino rabia y un profundo dolor.
Un joven dijo: «EEUU sigue aquí todavía: en la Embajada de EEUU en Bagdad hay quince mil personas (y 5.000 empleados de seguridad para protegerlos) y tienen sus colaboradores. La guerra no ha terminado.»
Después visitamos a un jeque en Faluya, en su casa. Él y Sami se abrazaron calurosamente y nos dieron la bienvenida en la sala de estar. Durante nuestra charla hablamos de nuestra visita a la cercana Ramadi, de lo que allí se dijo. «En la guerra siempre hay dos perdedores», dijo con tristeza.
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Cathy Breen trabaja con Voices for Creative Non-Violence y es ua trabajadora católica en Mary House en Nueva York. Vivió en Irak antes de la invasión de EE.UU. en 2003 y durante la ocupación.