Para algunos analistas los nombramientos del chiita Ibrahim Yafari como primer ministro y del kurdo Jalal Talabani como presidente de Iraq suponen innegables pasos en la intrincada normalización de esa lacerada nación mesooriental. La designación de aquél, aducen, resulta la más importante, porque responde a la mayoría demográfica que su adscripción religiosa ostenta: alrededor del […]
Para algunos analistas los nombramientos del chiita Ibrahim Yafari como primer ministro y del kurdo Jalal Talabani como presidente de Iraq suponen innegables pasos en la intrincada normalización de esa lacerada nación mesooriental. La designación de aquél, aducen, resulta la más importante, porque responde a la mayoría demográfica que su adscripción religiosa ostenta: alrededor del 60 por ciento de la población profesa el chiismo.
Pero donde el optimismo resuena con vigor es en el caso del ex guerrillero Talabani, enemigo jurado, y conjurado, del depuesto gobernante Saddam Hussein, al que combatió desde el exilio durante más de 20 años. ¿Que por qué esta algaraza con el hombre? Pues porque, convertido en el primer jefe de Estado no árabe de un país árabe, se erige en garantía contra la posible secesión kurda. Al menos, así lo estiman observadores diversos. Y así se desprende de una lógica por cierto nerviosa ante los imponderables de la vida, ya que -las señales están a la mano; solo hay que asirlas y descifrarlas- muy sintomático resultó el hecho de que la designación de Jalal fuera saludada allá en el norte, en el emplazamiento de la etnia otrora reprimida, hoy vindicada, con banderas… kurdas, no precisamente iraquíes.
Entonces, ¿se logrará con este reparto de poder conjurar el fantasma de la partición de la vetusta Mesopotamia en una entidad kurda y una árabe; o en una kurda, una chiita y una sunnita? Bueno, si de mera voluntad política dependiera, ello podría evitarse perfectamente, habida cuenta el deseo manifiesto del flamante presidente, para quien los kurdos, «como cualquier otro pueblo, quieren el derecho a la autodeterminación»; pero «un Kurdistán independiente no puede sobrevivir». El mandatario ha recalcado al diario francés Liberation: «Confrontados a la realidad, saben que no es posible, porque incluso si nuestros vecinos no nos atacan, y se contentan con cerrar nuestras fronteras, un Kurdistán independiente no puede sobrevivir».
El líder de la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), aliado del Partido Democrático del Kurdistán (PDK) en los pasados comicios, ha aclarado que su pueblo reclama una federación, y no la independencia. Aseveración con la que podría zanjarse la cuestión, si la realidad no pecara de tozuda, pues la intríngulis iraquí no se aplacaría, por ejemplo, ni con la solución de un reto tan grande como el de hacer participar a la minoría sunnita (20 por ciento de la población) en tareas de Gobierno y de administración. (Un editorial de un influyente diario barcelonés recuerda que, tras el boicot de las elecciones del 30 de enero por ese sector, máximo regidor de los destinos del país en época de Saddam, solo hay 17 diputados sunnitas en un parlamento de 275 miembros, «muy por debajo, por tanto, de su peso demográfico».)
De manera que el problema pasa, sigue pasando, por el explosivo tema de aquellos que ocupan el segundo lugar, tras los chiitas, como fuerza política, con 75 escaños en el órgano legislativo: los irredentos kurdos. El historiador hebreo Amatzia Baram nos alerta de que, a pesar de la seguridad que Talabani trata de insuflar, «el distanciamiento de los kurdos, de los árabes en Iraq era (es) mucho mayor de lo esperado. Las generaciones jóvenes kurdas ya no hablan árabe e insisten en obtener la independencia con todas las de la ley. Asimismo, la presión para expulsar a gran parte de los árabes de la zona de Kirkuk, de mayoría kurda en el pasado, es mayor de lo que muchos esperaban. Esto crea unas perspectivas peligrosas para la secesión kurda del Estado iraquí o, como mínimo, para la anexión de facto de Kirkuk a la autonomía kurda».
Empero, los kurdos conocen el riesgo de una ingente crisis internacional, que sobrepase en violencia incluso la causada por la invasión de Iraq, en el criterio de entendidos como Bernard Cassen, director general de Le Monde Diplomatique. Ocurre que si desde 1991, cuando empezaron a estar protegidos por las falanges aéreas estadounidenses y británicas, «disponían de una total autonomía con respecto al régimen de Saddam Hussein», esta «no comprendía la totalidad de las zonas de población kurda, y sobre todo excluía a Kirkuk, donde se concentra el 40 por ciento de las reservas petrolíferas iraquíes». Por ello, en sus reclamos andan en puntillas, cautos.
Y Talabani representa la máxima expresión de la cautela al abordar la imperiosa cuestión de la inclusión de Kirkuk en las tres provincias que configuran el Kurdistán autónomo. Cuestión que, asegura, «será examinada cuando la situación vuelva a la normalidad conforme al artículo 58 de la Constitución provisional», para seguidamente apostillar con una afirmación que suscita desasosiego entre quienes se oponen a un Estado kurdo en la zona: «Estamos convencidos de que primero los habitantes (kurdos) expulsados por el régimen (de Saddam Hussein) retornarán a sus hogares».
¿Quiénes son contrarios al referido Estado, y hasta a la inclusión de Kirkuk en una futura provincia kurda de Iraq? En relevante sitio Turquía, que todavía considera parte integrante de su territorio nacional a una ciudad desgajada de ella por el tratado de Lausana de 1923. Los turcos rumian el despecho mientras sostienen que, con los campos petrolíferos de Kirkuk, esa región dispondría de sobrados recursos para transformarse en un Estado poderoso y competidor, que atraería a los kurdos del otrora imperio Otomano (el 20 por ciento de la población), y a los de Irán y Siria.
Sí, muy cautos han de andar los kurdos de Iraq, si anhelan impedir la consiguiente intervención militar de Ankara. Y sumo cuidado han de estarles exigiendo los nuevos padrinos -norteamericanos y británicos- si verdaderamente ansían evitar el caos de una caja abierta. La de Pandora.
No sólo Turquía
El interés de los kurdos en crear su propio Estado, o al menos un ente autónomo dentro de una federación iraquí en la cual controlarían el petróleo de Kirkuk y de Mosul, choca frontalmente con los intereses no solo de países vecinos como Irán, Turquía, Siria, Georgia, Armenia y Azerbaiyán, donde también están diseminados, sino con los de chiitas y sunnitas… Hasta con los de los turcomanos de la vetusta Mesopotamia.
A estas alturas, nos preguntamos: ¿Quiénes son estos seres desde antaño preteridos y confinados a sitios montañosos, áridos, reducidos? Un enjundioso artículo del especialista cubano Miguel Porto Vargas se sitúa por derecho propio entre las fuentes más útiles para discernir en este asunto, de suyo espinoso y complejo.
Los kurdos -pueblo milenario, indoeuropeo, descendiente directo de los medos y asentado en el espacio que hoy ocupa hace unos cinco mil años- constituyen la minoría étnica más numerosa del mundo. Con 12 millones de hijos en Turquía, nueve millones en Irán, seis millones en Iraq, dos millones en Siria, y decenas de miles en otros países (en Moscú y Alemania cuentan significativas colonias), el Kurdistán posee lengua propia y una cultura que lo diferencia de otras naciones de la Tierra; de ahí su afán por un Estado y el consiguiente potencial para hacerse de él. Algo que lograrían, claro, si los países donde están ubicados, Turquía el primero, no les negaran radicalmente esa demanda.
Y se les niega por la «sencilla» razón de que Iraq, Irán, Siria y Turquía se verían privados de una importante fuente de recursos hídricos en zona sobradamente sedienta. La mayoría de los ríos y arroyos de los contornos nacen en los montes del Kurdistán. Y si solamente fuera este el obstáculo. Allí se encuentran dos de las más propicias rutas que llevan el crudo desde Rusia hasta Europa.
«El momento histórico donde los kurdos estuvieron más cerca de alcanzar la independencia -afirma Porto- fue sin dudas después de la Primera Guerra Mundial. El tratado de Sévres reconocía la autonomía del pueblo kurdo y la posibilidad de acceder a la independencia deseada; pero el tratado reducía el territorio del Kurdistán a las provincias más pobres, dejando el resto en manos de ingleses y franceses. Con la paz de Lausana entre Inglaterra, Francia y Turquía se disiparon todas las esperanzas por establecer un Estado kurdo independiente. La comunidad kurda fue repartida, lo que puso en peligro la supervivencia de su lengua y costumbres, aunque la población kurda nunca se resignó a esta realidad.»
Tan desesperados están que, en la búsqueda del Gran Kurdistán, un fragmento del cual ocuparía el 18 por ciento del territorio de Iraq, han cometido el error histórico, o el histórico error, de jugar la baza de los Estados Unidos, cuya invasión han apoyado a capa y espada, con la publicitada esperanza de obtener la añorada independencia, o en su defecto la autonomía, como premio otorgado por el Tío Sam. Al parecer no les ha asustado la tradición de promesas incumplidas, o quizás hayan apostado al posible respaldo ofrecido por las bases militares con las cuales los norteamericanos aspiran a un control acerado de los recursos naturales del Oriente Medio y a sostener la mejor de las posiciones geoestratégicas, dada la cercanía de Siria, Irán y Rusia.
Ahora, ¿los gringos apostarían por un Estado kurdo ante la adustez y el reconcomio de Turquía, su buen aliado? ¿Estaría la Casa Blanca dispuesta a ese tranco en medio de reconvenciones generalizadas en el mundo árabe? Reconvenciones estas alentadas por el rumor -tal vez infundado- de que el ejército y la inteligencia israelíes han enviado efectivos a las áreas kurdas de Irán, Siria e Iraq para, mediante el entrenamiento secreto de los grupos independentistas y el apoyo a estos, establecer enclaves castrenses que les permitan seguir enseñoreados de la región.
¿Apostarían los gringos? Ver para creer, dijo el apóstol Tomás.
Más allá de las promesas
Sunnitas, chiitas, turcomanos, cristianos y musulmanes, guerrilleros de la resistencia antiyanqui e islamistas… muchos han de andar con la suspicacia a toda asta en las calcinadas planicies iraquíes. Suspicacia porque habrán de recordar que los principales partidos kurdos, el UPK y el PDK, dejaron bien claro antes de las elecciones, en que se presentaron juntos, que no aceptarían un nivel de autogobierno inferior al sistema federal, reconocido en la actual Constitución, la nombrada Ley administrativa Transitoria. En caso contrario, han repetido, o frente a un Estado islámico impuesto por los chiitas, tomarían el camino de la independencia, que cuenta con amplio espaldarazo popular.
Y no debe de ser bravuconada esta afirmación. Como argumenta el colega español Manuel Martorell, «este Estado federal no haría más que reconocer una estructura orgánica e institucional que ya funciona como tal desde hace más de una década, semejante a la de cualquier nación independiente. El gobierno kurdo aspira, incluso, a tener competencia en sectores estratégicos que hasta ahora le habían sido vetados: el petróleo y las líneas aéreas». No en vano en el Kurdistán iraquí funciona con normalidad el sistema judicial, se ha restablecido la enseñanza general básica y se han puesto en marcha cuatro universidades. También las dos regiones administrativas, bajo el control efectivo de los dos principales partidos, disponen de policía municipal, de fronteras, rural, así como de servicios de inteligencia, los cuales, por cierto, desempeñaron un papel clave en la detención de Saddam Hussein. Como si fuera poco, está en formación un ejército regular, al que se suman las milicias de las diversas agrupaciones políticas: en total, más de cien mil hombres y mujeres sobre las armas.
Poderosos motivos, los enunciados, para que árabes y turcomanos teman y protesten, aunque algún que otro analista juzgue la designación de Jalal Talabani freno a la desintegración de Iraq, por obra y gracia de su ascendiente sobre unos compatriotas que, con un representante en el poder supremo, abandonarían sus sueños de casa propia y se contentarían con la autonomía de que disfrutan. O de una en un sistema federal.
De otro modo, la crisis latente entre sunnitas ahora preteridos y chiitas encumbrados sería pálido esbozo de aquella que brotaría con una Turquía a lo mejor respaldada por otros países en una arremetida colosal. Arremetida que se cierne sobre la zona como la posibilidad real de un caos aún a tiempo de conjurar.