Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Mientras el presidente Bush tomaba el podio para hacer su discurso sobre el Estado de la Unión el martes, cinco familias USamericanas recibían el tipo de noticias que se ha hecho demasiado común: Sus seres queridos habían sido muertos en Iraq. Pero en este caso, los muertos no eran ni «civiles,» como proclamaron las noticias, ni eran soldados de USA. Eran mercenarios altamente entrenados enviados a Iraq por una sigilosa compañía militar privada basada en Carolina del Norte: Blackwater USA.
La compañía llegó a los titulares a comienzos de 2004 cuando cuatro de sus soldados fueron emboscados y quemados en el centro suní de Faluya – cuatro cuerpos carbonizados, sin vida, que quedaron colgados durante horas de un puente. Ese incidente marcó un punto crucial en la guerra, provocó múltiples cercos USamericanos de Faluya y ayudó a estimular la resistencia iraquí que persigue a la ocupación hasta hoy.
Ahora Blackwater vuelve a hacer noticia, recordándonos lo privatizada que se ha vuelto la guerra. El martes, uno de los helicópteros de la compañía fue derribado en una de las áreas más violentas de Bagdad. Los hombres que murieron proveían seguridad diplomática bajo el contrato por 300 millones de dólares de Blackwater con el Departamento de Estado, que data de 2003 y el contrato inicial sin licitación de la compañía para proteger al administrador L. Paul Bremer III en Iraq. El actual embajador de USA, Zalmay Khalilzad, que también es protegido por Blackwater, dijo que había ido a la morgue a ver los cuerpos de los hombres, afirmando que las circunstancias de sus muertes no estaban claras debido a «la niebla de la guerra.»
Bush no mencionó el derribo del helicóptero durante su discurso sobre el Estado de la Unión. Pero encaró el tema mismo que ha convertido la privatización de la guerra en un eslabón central de su política en Iraq – la necesidad de más soldados. El presidente llamó al Congreso a autorizar un aumento de unos 92.000 soldados en servicio activo durante los próximos cinco años. Luego introdujo, a la ligera, la mención de una importante iniciativa que representaría un acontecimiento significativo en la maquinaria de reacción ante desastres/reconstrucción/guerra de USA: un Cuerpo de Reserva Civil.
«Un cuerpo semejante funcionaría de modo muy similar a nuestra Reserva militar. Reduciría la carga sobre las fuerzas armadas al permitir que contratemos a civiles con pericias esenciales para que sirvan en el exterior cuando USA los necesite,» declaró Bush. Es precisamente lo que el gobierno ya ha hecho, en gran parte tras las espaldas del pueblo USamericano y con poca participación del Congreso, con su revolución en los asuntos militares. Bush y sus aliados políticos utilizan dólares del contribuyente para operar un laboratorio de subcontratación. Iraq es su monstruo de Frankenstein.
Los contratistas privados ya constituyen la segunda «fuerza» por su tamaño en Iraq. Según las últimas cifras, había unos 100.000 contratistas en Iraq, de los cuales 48.000 trabajan como soldados privados, según un informe de la Oficina de Responsabilidad Gubernamental [GAO, por sus siglas en ingles]. Estos soldados han operado casi sin supervisión o restricciones legales efectivas y constituyen una expansión no declarada de la dimensión de la ocupación. Muchos de estos contratistas ganan hasta 1.000 dólares al día, mucho más que los soldados en servicio activo. Lo que es más, esas fuerzas son políticamente convenientes, ya que los contratistas muertos no son registrados en la cifra oficial.
La idea del Cuerpo de Reserva Civil propuesto por el presidente no fue sólo suya. Una versión privatizada del mismo fue lanzada hace dos años por Erik Prince, el sigiloso megamillonario conservador, propietario de Blackwater USA, que por años ha servido como el flautista de Hamelín de una campaña para reempacar a los mercenarios como fuerzas legítimas. A inicios del año 2006, Prince – un financista importante del presidente y de sus aliados – propugnó la idea de una conferencia militar de una «brigada contratista» para suplementar a las fuerzas armadas oficiales. «Existe consternación en el [Pentágono] sobre el aumento del tamaño permanente del Ejército,» declaró Prince. Los funcionarios «quieren agregar 30.000 personas, y hablan de costes de entre 3.600 y 4.000 millones de dólar para hacerlo. Bueno, según mis cuentas, eso sale a unos 135.000 dólares por soldado.» Agregó: «Ciertamente podemos hacerlo más barato.»
Y Prince no es sólo un hombre con una idea: es un hombre con su propio ejército. Blackwater comenzó en 1996 con un campo privado de entrenamiento militar «para cumplir con la demanda anticipada de subcontratación gubernamental.» En la actualidad, sus contactos van desde profundamente al interior de las fuerzas armadas y de las agencias de inteligencia a los niveles superiores de la Casa Blanca. Ha asegurado una condición de guardia pretoriana de la elite para la guerra global contra el terror, con la mayor base militar privada del mundo, una flota de 20 aviones y 20.000 soldados preparados.
Desde Iraq y Afganistán a las calles asoladas por el huracán de Nueva Orleans, a reuniones con el gobernador Arnold Schwarzenegger sobre la reacción ante desastres en California, Blackwater se ve ahora como el Federal Express de las operaciones interiores de seguridad. Un poder semejante en manos de una compañía, dirigida por un neo-cruzado financista del presidente, encarna el «complejo militar-industrial» contra el que advirtió el presidente Eisenhower en 1961.
Una ulterior privatización de la maquinaria bélica del país – o la invención de nuevas puertas traseras para la expansión militar con nombres de fantasía como Cuerpo Civil de Reserva – representará un golpe devastador para el futuro de la democracia USamericana.
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Jeremy Scahill es Miembro Escritor de la Fundación Puffin en el Instituto The Nation y autor de «Blackwater: The Rise of the World’s Most Powerful Mercenary Army.» que será publicado próximamente. Para contactos, escriba a: [email protected].