Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Apreciar y cuidar a los niños es una de las señas de identidad de una sociedad civilizada
Joan Ganz Cooney
Si, como me gustaría creer, la cita anterior se refiere a todos los niños, y no únicamente a los nacidos en las [llamadas] democracias occidentales, no me siento nada seguro de estar viviendo en una sociedad civilizada.
No es un fenómeno nuevo que las mujeres y los niños son los que más sufren durante épocas de guerra. Es una realidad tan vieja como la misma guerra. Lo que Rumsfeld, Rice y otros criminales de guerra de la Administración Cheney prefieren llamar «daños colaterales» es la traducción al inglés del asesinato inexcusable y otros daños irreparables infligidos a mujeres, niños y ancianos durante cualquier ofensiva militar.
La política exterior de EEUU en Oriente Medio se manifiesta de la forma más cruda en su impacto sobre los niños iraquíes. Son ellos quienes continúan pagando con sus vidas, con su futuro, las locuras bestiales de nuestra administración. Hambre bajo las sanciones, y muerte y sufrimiento durante la guerra y la ocupación, han sido y son su destino. Desde el comienzo de la ocupación, los niños iraquíes han sido los más afectados por la violencia generada por las fuerzas ocupantes y los combatientes por la libertad.
Aunque durante mi primer viaje a Iraq, en noviembre de 2003, tuve ya oportunidad de presenciar diversas manifestaciones de esa realidad, en noviembre de 2004, transcurrido un año, volví a sentirme conmocionado al encontrarme de nuevo con ella, frente a frente.
En un hospital importante de Bagdad, Fatima Harouz, de 12 años de edad, yacía en su cama, aturdida, en medio de una atestada sala del hospital. Movía débilmente su brazo herido para espantar las moscas que zumbaban sobre ella. Sus tobillos, destrozados por las balas que los soldados estadounidenses dispararon contra la puerta de entrada de su hogar, estaban ambos cubiertos con moldes de escayola. Pequeñas bolsas de drenaje llenas de fluido rojo salían de su abdomen, donde tenía alojada metralla proveniente de otro proyectil.
Era de Latifiya, una ciudad que se encuentra exactamente al sur de Bagdad. Tres días antes de encontrarme con ella, los soldados habían atacado su casa. Su madre, de pie junto a nosotros en el hospital, dijo: «Atacaron nuestra casa a pesar de que en nuestra zona no había ningún combatiente de la resistencia». Habían disparado y matado a su hermano, herido a su mujer y su hogar había sido saqueado por los soldados. «Antes de irse, mataron a todos nuestros pollos», añadió la madre de Fátima, con una mirada donde se podía leer el miedo, la conmoción, la rabia. Un doctor que estaba junto a nosotros mientras la madre de Fátima narraba su historia me miró y preguntó de forma severa: «¿Es esto la libertad…; en su Disneylandia, los niños son tratados así?».
El enfado del doctor era leve si consideramos la magnitud del sufrimiento que ha sobrevenido sobre los niños de Iraq como resultado directo, en primer lugar, de los años de sanciones promovidas por EEUU y, después, de la ruina causada por la ocupación estadounidense.
En un informe publicado el 2 de mayo de este año por el Fondo para la Infancia de Naciones Unidas (UNICEF), podemos leer que uno de cada tres niños iraquíes está desnutrido y por debajo del peso normal para su edad.
El informe señala que el 25% de los niños iraquíes de entre seis meses y cinco años de edad sufren desnutrición crónica o aguda. Además, la Red de Información Regional Integrada (IRIN, en sus siglas en inglés) añadía, en una publicación en prensa que trataba del problema: «Una investigación llevada a cabo en 2004 sobre las condiciones de vida halló una disminución de las tasas de mortalidad entre los niños menores de cinco años desde 1999. Sin embargo, los resultados de un Análisis sobre Vulnerabilidad y Seguridad Alimentaria -comisionado por la Organización Central Iraquí de Estadística e Información Tecnológica, el Programa Alimentario Mundial y UNICEF- mostraban un empeoramiento de la situación desde que, en el 2003, se produjo la invasión estadounidense del país».
También durante el presente mes, concretamente el día 15 de mayo, una historia aparecida en las noticias sobre la misma investigación realizada por el gobierno, con apoyo de Naciones Unidas, destacaba que «la gente está intentando sobrevivir como puede en los tres años transcurridos desde el derrocamiento de Saddam Hussein por las fuerzas estadounidenses». El informe añadía que los «niños eran… las mayores víctimas de la inseguridad alimentaria», y describía la situación como «alarmante». La historia no paraba ahí: «La muestra efectuada en más de 20.000 hogares iraquíes halló que un total de cuatro millones de iraquíes, aproximadamente el 15% de la población, necesitaba desesperadamente ayuda humanitaria, incluidos alimentos; el porcentaje era de un 11% en un informe del año 2003… Décadas de conflictos y sanciones económicas han tenido graves efectos sobre los iraquíes. Como consecuencia, ha ido aumentando el desempleo, el analfabetismo y algunas familias han perdido a quienes se encargaban de conseguir el sustento».
Pero los corazones de los niños pequeños son órganos delicados. Un comienzo cruel por este mundo puede inundarles de sombras extrañas.
Carson McCullers
Los ministerios iraquíes de Sanidad y Planificación llevaron a cabo el estudio con el apoyo del Programa Alimentario Mundial de Naciones Unidas y UNICEF. David Singh, portavoz del Centro de Apoyo a Iraq de UNICEF en Ammán, Jordania, dijo a Reuters que el número de niños que sufrían desnutrición aguda en Iraq se había más que duplicado, desde el 4% durante el último año de gobierno de Saddam hasta por lo menos el 9% en 2005. También manifestó: «Hasta que no haya un período de relativa estabilidad en Iraq vamos a seguir enfrentando este tipo de problemas». El representante especial para Iraq de UNICEF, Roger Wright, comentando los terribles efectos de la situación, dijo: «Todo esto puede afectar de forma irreversible no sólo al desarrollo físico sino también al adecuado desarrollo mental y cognitivo de los niños pequeños».
El pasado marzo, un artículo titulado «Vertederos de Basura: el Segundo Hogar de los Niños Iraquíes» trataba de la atroz situación en el norte, en Suleimaniya, ciudad iraquí bajo control kurdo, donde niños pequeños ayudan a sus familias buscando en los vertederos de la ciudad. Se decía que niños hasta de siete años acompañaban a menudo a sus padres a los vertederos antes de ir al colegio para buscar objetos reutilizables como zapatos, ropa y material eléctrico, que es después revendido para intentar aumentar los ingresos familiares.
Estas inquietantes noticias no son noticia ya en Bagdad. Volviendo a diciembre de 2004, pude ver niños con sus familias viviendo en el vertedero principal de la capital.
En Iraq, la pobreza se ha disparado durante la invasión y ocupación. Quienes ya sobrevivían de forma marginal debido a los años de privaciones, se han hundido en la miseria aún más, y los niños de estas familias no cuentan con recursos para alimentarse, para recibir asistencia sanitaria ni educación: no tienen presente ni futuro. Aquellos que pertenecen a orígenes menos desafortunados están ahora sufriendo ya que la persona que conseguía el salario familiar ha sido asesinada, detenida o ha perdido su empleo. O bien la fuente de ingresos familiares, una tienda, una industria o una granja han sido destruidas, o, sencillamente, porque resulta imposible en Iraq alimentar a una familia con las condiciones económicas existentes de carestía de vida y bajos o nulos ingresos a cambio.
Con todo lo execrable que es la situación actual para los niños iraquíes, deplorablemente, no se contempla como algo que deba ser cubierto por los medios. En noviembre de 2004, las investigaciones dirigidas por Naciones Unidas, las agencias de ayuda y el gobierno interino iraquí mostraban ya que la desnutrición aguda entre los niños más pequeños se había casi duplicado desde que la invasión dirigida por EEUU se convirtió en un hecho incontestable en la primavera de 2004.
En una historia del Washington Post, «Los Niños Pagan el Coste del Caos Iraquí«, se leía: «Aunque la tasa de desnutrición aguda entre los niños menores de cinco años había bajado con rapidez hace dos años, hasta situarse en el 4%, este año se ha disparado hasta el 7,7%, según un estudio dirigido por el Ministerio iraquí de Sanidad, en cooperación con Instituto noruego de Estudios Internacionales Aplicados y el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas. Los datos elevan a casi 400.000 la cifra de niños iraquíes que sufren «enfermedades consuntivas, una situación a la que se llega tras largos períodos sufriendo diarrea crónica y peligrosas deficiencias proteínicas».
No sólo la ocupación estadounidense está matando de hambre a los niños, sino que las fuerzas ocupantes también se dedican a detenerles de forma regular. Es de conocimiento común en Iraq que, desde los albores de la ocupación, ha habido niños prisioneros en las prisiones más odiosas, como la de Abu Ghraib. Aunque la mayoría de los medios dominantes en EEUU, cuando no todos, se han resistido a tocar el tema, el Sunday Herald de Escocia informaba en agosto de 2004 que «las fuerzas de la coalición mantienen a más de 100 niños en prisiones como la de Abu Ghraib. Hay testigos que han afirmado que los detenidos -algunos hasta de 10 años de edad- estaban siendo también sometidos a violaciones y torturas».
En la historia se leía: «Era a primeros del pasado mes de octubre cuando Kasim Mehaddi Hilas declaró que presenció la violación de un prisionero de unos 15 años de edad en la infame prisión iraquí de Abu Ghraib: ‘Entonces, cuando escuché los alaridos me subí a la puerta… y ví [el nombre del soldado está borrado] que llevaba un uniforme militar». Hilas, que fue también amenazado con ser sexualmente asalta en Abu Ghraib, describió entonces con escalofriantes detalles cómo el soldado violó ‘al niño'».
La investigación llevada a cabo por el periódico en aquella época concluía que había alrededor de unos 107 niños retenidos por las fuerzas ocupantes, aunque no se conocían sus nombres ni su localización ni la duración de su detención.
En junio de 2004, un informe interno de UNICEF, que no fue publicado, advertía sobre arrestos y detenciones extendidas de niños iraquíes llevados a cabo por las fuerzas estadounidenses y británicas. En un capítulo de este informe titulado «Niños en Conflicto con la Ley o con las Fuerzas de la Coalición«, afirmaba: «En junio y agosto de 2003 se celebraron varias reuniones con la Autoridad Provisional de la Coalición (APC)… y el Ministerio de Justicia para tratar cuestiones relativas a la justicia juvenil y a la situación de los niños detenidos por las fuerzas de la coalición… UNICEF está trabajando a través de varios canales para intentar averiguar más detalles de las condiciones en que se encuentran los niños hechos prisioneros o detenidos y asegurar que sus derechos son respetados».
Otra sección del informe añadía: «La información de que se dispone sobre el número, edad, género y condiciones de encarcelamiento es limitada. Se informa que en Basora y Kerbala los niños arrestados por supuestas actividades que tenían como objetivo atentar contra las fuerzas de la coalición son transferidos de forma rutinaria a un internado en Um Qasr. La categorización de estos niños como ‘internos’ es preocupante ya que implica una retención indefinida sin contacto con la familia, ni expectativa de juicio o proceso legal». El informe añadía: «Se ha establecido en Bagdad un centro de detención para niños, donde según el CICR (Comité Internacional de la Cruz Roja) una cifra significativa de niños estaban detenidos. UNICEF ha informado que las fuerzas de la coalición estaban planeando trasladar a todos los niños que estuvieran en instalaciones para adultos a este centro ‘especializado’ en niños detenidos. La nefasta situación de la seguridad en la zona del centro de detención ha impedido visitas de observadores independientes como el CICR desde el pasado diciembre [2003]».
Una parte de ese informe, que encontré muy ajustado a la realidad al haber ya presenciado esos sucesos en Iraq, afirmaba: «Las injustas detenciones de varones iraquíes, incluidos muchachos, por actividades sospechosas contra las fuerzas ocupantes se ha convertido en una de las causas principales de creciente frustración entre los jóvenes iraquíes y un potencial para que este grupo de población se radicalice».
El 17 de diciembre de 2003, en la escuela secundaria al-Shahid Adnan Kherala de Bagdad, presencié como las fuerzas estadounidenses detenían a 16 niños que habían llevado a cabo el día anterior un simulacro de manifestación, no violento, a favor de Saddam Hussein. Mientras las fuerzas de la Primera División Blindada cerraban el colegio con dos grandes tanques, helicópteros, varios vehículos de combate Bradley y al menos 10 vehículos multiruedas Humvee, los soldados cargaron a los niños en un camión cubierto y se los llevaron a su base. Mientras tanto, el resto de los estudiantes permaneció encerrado en el interior del colegio hasta que los militares estadounidenses empezaron a abandonar la zona.
A partir de ese momento, fueron abriéndose las puertas, liberando a los aterrados estudiantes que las atravesaron en tropel. Los más jóvenes tenían 12 años y ninguno de los estudiantes era mayor de 18. Salieron corriendo, muchos llorando, mientras otros se enfurecían y pateaban y sacudían la puerta de entrada. Mi intérprete y yo fuimos rodeados por frenéticos estudiantes que gritaban: «¿Es esto democracia? ¿Es esto libertad? ¿Habéis visto lo que nos estaban haciendo los estadounidenses?».
Otro estudiante nos gritó: «¡Se han llevado a varios de mis amigos! ¿Por qué se los llevan a prisión? ¿Por tirar piedras?» Unas cuantas manzanas más allá hablamos con un grupo más reducido de estudiantes que habían salido llenos de pánico del colegio. Un estudiante que estaba llorando me gritó: «¿Por qué nos hacen esto? ¡Sólo somos niños!».
En el momento de abandonar la zona, los tanques y vehículos de combate Bradley que vigilaban el perímetro del colegio pasaron junto a nosotros ensordeciendo la calle. Varios muchachos, todavía con lágrimas deslizándose por sus rostros, cogieron piedras y las lanzaron contra los tanques cuando se iban. Imaginen mi horror al ver a los soldados estadounidenses en lo alto de los Bradley empezando a disparar sus M-16 sobre nuestras cabezas cuando corrimos a introducirnos en un taxi. Un soldado que iba en otro Bradley, a continuación del primero, pasó y disparó también indiscriminadamente sobre nuestras cabezas. Niños y peatones corrieron a protegerse en las tiendas o donde les fue posible.
Recuerdo un niño de no más de 13 años de edad, que sostenía una piedra y estaba al final de la calle mirando ferozmente hacia los Bradley según iban desapareciendo de su vista.
Uno de los estudiantes que estaba escondido detrás de nuestro taxi me dijo a gritos: «¿Quiénes son los terroristas ahora? ¡Con tus propios ojos has visto lo que ha pasado! ¡Somos escolares!».
En enero de 2004, exactamente al mes siguiente, me encontraba en una zona de las afueras de Bagdad que había sido pulverizada por la «Operación Puño de Hierro» y tuve ocasión de hablar con un hombre en su pequeña granja. Su hijo de tres años, Halaf Ziad Halaf, llegó corriendo hasta mí y me dijo con una mirada de preocupación en su carita: «He visto aquí a los estadounidenses con sus tanques. ¡Querían atacarnos!».
Su tío, que se había unido a nosotros para tomar un té, se inclinó sobre mí y me dijo: «Los estadounidenses son quienes están creando terroristas aquí al matar y herir a la gente y hacer que sus familiares tengan que luchar contra ellos. Incluso ese pequeño crecerá odiando a los estadounidense por lo que están haciendo».
El asesinato, inanición, detención, tortura y ataques sexuales a los niños iraquíes por los soldados estadounidenses, como consecuencia de la política exterior de EEUU, no es un fenómeno reciente. Es verdad que la actual administración ha ido más allá y ha sido desafiante y brutal en sus crímenes en Iraq, pero aquellos que estén dispuestos a recordar no debieran olvidar que Bill Clinton y sus subordinados actuaron de igual forma, y hasta es posible que jugaran un papel más devastador aún en los sufrimientos de los niños iraquíes.
El 12 de mayo de 1996, Lesley Stahl en el programa «60 Minutos» le preguntó a la Secretaria de Estado de Clinton, Madeleine Albright, por los efectos de las sanciones estadounidenses contra Iraq: «Nos han dicho que han muerto medio millón de niños. Bueno, son más niños que los que murieron en Hiroshima. Pero, Vd. comprenderá que el precio ha merecido la pena».
Somos culpables de muchos errores pero nuestro peor crimen es abandonar a los niños, ser negligentes con la fuente de vida. Muchas de las cosas que necesitamos pueden esperar. Los niños no pueden. Ahora es la etapa en que sus huesos se están formando, su sangre se está creando y sus sentidos se están desarrollando. A ellos no podemos decirles «Mañana». Su nombre es «Hoy».
Gabriela Mistral
Me gustaría decirles, a todos los estadounidenses que a pesar de las inmensas evidencias en sentido contrario continúan creyendo que están apoyando una guerra a favor de la democracia en Iraq, que el sendero por el que se está arrastrando a Iraq no tiene nada que ver ni con la democracia ni con la libertad. Tenemos que encontrar caminos para acabar con una ocupación repugnante, inmoral y desalmada si queremos que los niños iraquíes puedan entrever algún futuro.
Texto original en inglés: www.truthout.org/docs_2006/052206A.shtml