Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Cuando volví de la guerra en Vietnam, escribí un guión cinematográfico como antídoto para el mito de que la guerra había sido una noble causa destinada al fracaso. El productor David Puttnam llevó el borrador a Hollywood y lo ofreció a los principales estudios, cuyas reacciones fueron favorables – bueno, casi favorables. Cada uno hizo una tarjeta de informe en la cual la categoría final, «política,» incluía comentarios como: «Es algo real, pero ¿está preparado para ello el pueblo estadounidense? Tal vez nunca lo esté.»
A fines de los años setenta, Hollywood juzgó que los estadounidenses estaban listos para un tipo diferente de guerra de Vietnam. La primera fue «The Deer Hunter» [El francotirador en Argentina y México y El cazador en España] que, según Time, «articula el nuevo patriotismo.» La cinta celebraba a EE.UU. inmigrante, con Robert de Niro como héroe de clase trabajadora («progresista por instinto») y a los vietnamitas como bárbaros orientales subhumanos e idiotas, o «gooks«. El clímax dramático es alcanzado durante repetidas escenas orgiásticas en las cuales los soldados estadounidenses son obligados a jugar a la ruleta rusa por sus captores vietnamitas. Eso fue inventado por el director Michael Cimino, quien también inventó la historia de que había servido en Vietnam. «Tengo ese sentimiento insano de que estuve allí,» dijo. «De alguna manera… se ha borrado la línea entre la realidad y la ficción.»
The Deer Hunter fue considerado virtualmente como documental por críticos extáticos. «¡La cinta que podría purgar la culpa de una nación!» dijo el Daily Mail. Dicen que el presidente Jimmy Carter se emocionó por su «genuino mensaje estadounidense.» La catarsis estaba cerca. Las películas sobre Vietnam se convirtieron en una historia popular revisionista del gran crimen en Indochina. Que hayan muerto terrible e innecesariamente más de cuatro millones de personas y que su país haya sido envenenado hasta convertirlo en un páramo no preocupaba a estas cintas. Más bien, Vietnam era una «tragedia estadounidense», en la cual había que compadecerse del invasor en una mezcla de falsa baladronada y angustia: a veces obscena (las películas Rambo) y a veces sutil (Platoon de Oliver Stone). Lo que importaba era la fuerza del purgativo.
Nada de esto, claro está, era nuevo; era cómo Hollywood creó el mito del Lejano Oeste, que era suficientemente inofensivo a menos que hayas sido un americano nativo; y cómo la Segunda Guerra Mundial ha sido incansablemente glorificada, lo que puede ser suficientemente inofensivo a menos que hayas sido uno de los innumerables seres humanos, desde Serbia a Iraq, cuyas muertes o desposeimiento son justificados por referencias moralizadores a 1939-1945. Los gooks de Hollywood, sus Untermenschen [seres infrahumanos], son esenciales para esta cruzada, los somalíes liquidados en «Black Hawk Down» [Black Hawk derribado] de Ridley Scott y los siniestros árabes en cintas como «Rendition» [Expediente Anwar] en la que la CIA torturadora es absuelta por el bueno de Jake Gyllenhal. Como señalaran Robbie Graham y Mark Alford en su investigación en New Statesman sobre el control corporativo del cine (2 de febrero), en 167 minutos de Munich de Steven Spielberg la causa palestina se limita a sólo dos minutos y medio. «Lejos de ser un ‘grito ecuánime por la paz’, como afirmó un crítico,» escribieron, «Munich es más fácilmente interpretada como un apoyo respaldado por las corporaciones a la política israelí.»
Con honorables excepciones, los críticos de cine raramente cuestionan e identifican el verdadero poder detrás de la pantalla. Obsesionados por celebridades y por narrativas vacías, son los corresponsales del lobby del cine, su dócil cuerpo de prensa. Emitiendo críticas y burlas seguras, promueven un sistema profundamente político que domina la mayor parte de lo que pagamos por ver, sin saber lo que se nos niega. La película «Redacted» de Brian de Palma de 2007 muestra un Iraq del que no hablan los medios. Muestra los homicidios y violaciones en pandilla que nunca son investigadas y que son la esencia de toda conquista colonial. En New York Village Voice, el crítico Anthony Kaufman, atacando al «divisivo» De Palma por «sus perversas historias de voyerismo y violencia,» hizo lo posible por mancillar la película como una especie de herejía y por enterrarla.
De esta manera, la «guerra contra el terror» – la conquista y subversión de regiones ricas en recursos del mundo, cuyas ramificaciones y opresiones tocan todas nuestras vidas – es casi excluida del cine popular. La extraordinaria «Fahrenheir 911» de Michael Moore fue un fenómeno; la fama de la prohibición de su distribución por la Walt Disney Company ayudó a imponer su camino a los cines. Mi propia cinta de 2007
«The War on Democracy,» que invirtió la «guerra contra el terror» en Latinoamérica, fue distribuida en Gran Bretaña, Australia y otros países, pero no en EE.UU. «Tendrá que hacer cambios estructurales y políticos,» dijo un importante distribuidor neoyorquino. «Tal vez tenga que conseguir a una estrella como Sean Penn para que la auspicie – le gustan las causas liberales – y amansar esas secuencias contra Bush.»
Durante la guerra fría, la propaganda estatal de Hollywood fue desenfadada. La clásica película de danza de 1957, «Silk Stockings,» [Muñeca de seda] fue una diatriba antisoviética interrumpida por el fabuloso juego de piernas de Cyd Charisse y Fred Astaire. En esos días, había dos tipos de censura. La primera es mediante basura introspectiva. Traicionando su prolongada tradición de producir joyas, Hollywood escapista es consumido por la fórmula corporativa: hazlas largas y estúpidas y espera que la novedad dé resultados.
Ricky Gervais es su propio personaje cómico y avispado en «Ghost Town» [¡Me ha caído el muerto!] mientras a su alrededor, personajes rancios, formulistas, sentimentalizan el humor hasta la muerte.
Vivimos tiempos extraordinarios. Crueles guerras coloniales, y corrupción política, económica y medioambiental claman por un sitio en la gran pantalla. Pero, tratad de nombrar una cinta reciente que haya tratado esos temas honrada y poderosamente, para no hablar de satíricamente… La censura por omisión es virulenta. Necesitamos otro «Wall Street», otro «Last Hurrah,» otro «Dr. Strangelove.» Los guerrilleros que salen por un túnel de su prisión en Gaza, y llevan alimentos, ropa, medicinas y armas con las cuales defenderse, no son menos heroicos que los prisioneros de guerra honorados por el celuloide y los partisanos de los años cuarenta. Ellos, y el resto de nosotros, merecemos el respeto del principal medio popular.