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Cronopiando

Los restos del Fucú

Fuentes: Rebelión

Créanme si les digo que puedo seguir viviendo lo que me quede de vida en la incertidumbre de saber cuántas cabezas, troncos y extremidades tenía el pirata de Colón como para que sus venerables restos se hallen esparcidos actualmente por innumerables criptas, tumbas, nichos, cofres, fosas, sepulcros y panteones de aquí, de allá y acullá. […]

Créanme si les digo que puedo seguir viviendo lo que me quede de vida en la incertidumbre de saber cuántas cabezas, troncos y extremidades tenía el pirata de Colón como para que sus venerables restos se hallen esparcidos actualmente por innumerables criptas, tumbas, nichos, cofres, fosas, sepulcros y panteones de aquí, de allá y acullá.

Y es que me importa un bledo que semejante proliferación de despojos, distribuidos tan generosamente, haga del almirante un insólito caso de reproducción post morten hasta el punto de que no hay muerto en la historia de la humanidad que haya dispuesto de tantos cadáveres, por supuesto, todos debidamente homologados, con sus correspondientes sellos de garantía y el aval de brillantes forenses, historiadores y gusanos.

A riesgo de quedar en evidencia y delatar mi supina ignorancia, confieso que sigo sin entender la trascendental importancia que para el género humano tiene conocer, ahora como entonces, qué tibia pertenecía a Don Cristóbal, qué peroné era de su hermano Diego y qué costillas de su hijo Hernando; cuántas de sus fosas nasales descansan en Pontevedra y cuántos metatarsos en Burkina Faso.

Si aparece quien subvencione investigaciones semejantes, un servidor nada tiene que objetar al científico despilfarro y me parece loable que se practique la prueba del ADN no sólo a los innumerables restos de Colón sino, incluso, a todos sus supuestos descendientes.

Todo sea por determinar, sin asomo de duda, si los restos del almirante que reposan en Santo Domingo son más genuinos que los que se hallan en Sevilla y éstos más auténticos que los descubiertos en Génova y casi tanto como los encontrados en Tanganica, mientras seguimos a la espera de un nuevo hallazgo de genuinos restos en Kuala Lumpur.

Lo que a uno deja estupefacto, aunque no sé ni cómo me sorprendo con tanta agua que ha pasado por debajo del puente, es que, al margen de tanta exagerada malversación de recursos para confirmar lo que a nadie le importa, se haya hecho del enigma un asunto de primer orden por la repercusión turística que supondría para la ciudad que atestigüe tener la genuina vesícula del almirante Fucú.

Y me sorprende porque, si los verdaderos restos del pirata aparecieran realmente en la Polinesia, habría un millón de turistas volando para esas islas todos los años, tirándose fotografías junto al busto de Colón y llevándose reproducciones en corcho de la carabela en que consumó el crimen, lo que me confirma la pésima opinión que tengo de los turistas que pudiendo encontrar en las vacaciones verdaderos motivos de felicidad embarcan su cretinismo en aventuras como la descrita.

Y es lamentable que la búsqueda de los verdaderos restos del filibustero ande un año sí y otro también en las primeras páginas del mundo; y penoso que uno venga a criticarlo y a volver a prodigarle titulares, pero lo peor es que, 500 años después, siga Colón desembarcando en playas extranjeras y comprometiendo externas deudas por cuentas de colores y espejitos.

Y si al menos de esos restos saliera un buen caldo…pero ni eso.

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