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Los iraquíes pagan el precio

Los títeres de Estados Unidos: Maliki, Allawi y la búsqueda del poder

Fuentes: Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

«Los pasos del poder son a menudo pasos sobre la arena»

(Maxims, Edward Counsel)

El inextricable estancamiento político que los ciudadanos iraquíes han tenido que soportar a lo largo de los últimos ocho meses, en que parecía imposible decidir quién iba a ser el próximo Primer Ministro del país, puede estar llegando a su fin, pero ha sido el pueblo iraquí quien ha tenido que pagar un duro peaje por tantas dilaciones.

Las elecciones parlamentarias celebradas el 7 de marzo vieron como el ex Primer Ministro y perenne favorito de Estados Unidos, Iyad Allawi, y su coalición Iraqiya derrotaban por un margen muy estrecho al Primer Ministro Nuri al-Maliki, titular del bloque del Estado de la Ley.

Como ya la mayoría sabemos, las elecciones de marzo dieron 91 escaños parlamentarios a la lista laica Iraqiya, de mayoría sunní, mientras el Estado de la Ley de Maliki quedaba en segundo lugar con 89 escaños (Tras las protestas de Maliki alegando irregularidades electorales y manipulación de votos, un tribunal ordenó un recuento de votos en Bagdad que no alteró el resultado final).

En un distante tercer puesto quedó la Alianza Nacional Iraquí (ANI, anteriormente conocida como la Alianza Unida Iraqui), un grupo compuesto predominantemente por partidos chiíes, especialmente por el Consejo Supremo Islámico Iraquí, encabezado por Ammar al-Hakim, y el movimiento denominado con el mismo nombre de Muqtada al-Sadr. Los sadristas ganaron rotundamente 40 escaños de los 70 de la ANI, triunfando sobre sus rivales políticos y religiosos de la familia Hakim, permitiendo que el joven clérigo, por vez primera, se convierta en la voz más importante de la ANI.

Sin embargo, ninguna coalición logró recoger los 163 escaños necesarios para obtener la mayoría absoluta en un parlamento de 325 escaños y así formar gobierno unilateralmente. El Tribunal Supremo iraquí dictaminó que la prerrogativa de formar gobierno no debería recaer en quien había ganado el mayor número de escaños (Iraqiya) sino en quien pudiera reunir una mayoría para cuando el parlamento tuviera que empezar su andadura.

Y así fue como se inició el toma y daca, entre y dentro de las alianzas. Por ejemplo, se asumió que la ANI se uniría a Maliki, cuyo propio partido, Dawa, formó parte en otro tiempo, en las elecciones de 2005, de la Alianza Unida Iraquí.

Pero Sadr recordaba bien el baño de sangre que Maliki desató en 2008 contra su Ejército del Mahdi en Basora y Ciudad Sadr -el depauperado barrio de Bagdad de dos millones de seres-, por lo que se apresuró a declarar que no pensaba apoyar a Maliki como Primer Ministro e incluso celebró un referéndum no oficial entre los residentes en Ciudad Sadr para que votaran por su candidato preferido (ganó el ex Primer Ministro Ibrahim al-Yafari).

Irán (¿o fueron los Guardias Revolucionarios?) presionó a Muqtada, que se encuentra actualmente estudiando en Qom, para que el establishment clerical gobernante aceptara a Maliki como Primer Ministro, aunque Muqtada exigió como condición previa que se liberara a los miembros de su milicia del Ejército del Mahdi detenidos en las prisiones de Bagdad.

El lunes -por vez primera desde las elecciones de marzo-, dirigentes de los principales bloques políticos se reunieron en la norteña ciudad de Irbil bajo los auspicios del Presidente del Gobierno Regional del Kurdistán, Massoud Barzani, para celebrar conversaciones y repartirse el poder con la esperanza de llegar a un gobierno de unidad nacional que pudiera mantenerse unido mal que bien antes de que el Parlamento se reúna el próximo martes. En el momento de escribir estas líneas, parece que finalmente lo han conseguido.

El esquema del acuerdo es el siguiente: Maliki seguirá como Primer Ministro, Talabani como Presidente y la elección del portavoz parlamentario recaerá en Iraqiya. Allawi dirigirá una nueva entidad denominada «Consejo Nacional para la Política de Seguridad» con poderes ostensiblemente iguales a los del Primer Ministro, aunque esto no parece haber quedado del todo muy claro.

A la par que la reunión de Irbil, el país sufrió una renovada violencia contra los musulmanes chiíes. En las ciudades-santuario de Kerbala y Nayaf, suicidas bomba atentaron tanto contra peregrinos iraníes como iraquíes, asesinando a docenas de personas. La semana anterior, poco después del ataque contra la iglesia católica de Nuestra Señora de la Salvación en Bagdad, que acabó con la vida de decenas de cristianos iraquíes, las bombas colocadas en numerosas barriadas chiíes de la capital iraquí provocaron 60 muertos y cientos de heridos.

Todo ello ha sido emblemático de lo ocurrido durante la mayor parte del año: vidas perdidas mientras los políticos no sabían bien qué hacer.

Maliki, desesperado por mantenerse en el poder, no estaba dispuesto a hacerse a un lado a favor de un candidato de consenso; una decisión que probablemente habría facilitado la formación de un gobierno de unidad hace mucho tiempo.

Mientras los miembros del Parlamento continuaban recibiendo estipendios, salarios y ventajas de escándalo por haberse reunido tan sólo una vez desde el mes marzo (y únicamente durante veinte minutos), los iraquíes normales y corrientes se tenían que contentar con poder llegar a sus hogares sanos y salvos por la noche. Sufrieron también lo indecible bajo el abrasador calor del verano pasado, con temperaturas que llegaron a 49º C, con sólo dos horas de electricidad al día para poder poner en marcha el aire acondicionado (en caso de que lo tuvieran).

La frustración y el malestar del ciudadano medio no se debe a las maquinaciones políticas de los dirigentes sino porque nadie se preocupa de resolver las graves situaciones que padecen ni de intentar satisfacer sus necesidades: electricidad, agua potable, educación, puestos de trabajo y seguridad.

En Iraq, los pasos por la senda del poder no son pasos sobre la arena sino sobre arenas movedizas. Ahora que su obstinada búsqueda del poder se ha visto satisfecha, Maliki y Allawi podrían ver cómo se hunden en ellas si continúan sin proporcionar al pueblo iraquí los servicios básicos que necesitan. Y la furia del pueblo iraquí será la arena movediza que los acabará tragando.

Rannie Amiri es un investigador independiente en temas de Oriente Medio y colaborador habitual de Global Research.

Fuente: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=21872

rCR