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El cineasta cree que la globalización ha uniformizado las ciudades

Madrid, según Ken Loach

Fuentes: Rebelión

«Ser del Real Madrid es como animar a Coca-Cola. Apoyo a los equipos modestos»·

El director británico Ken Loach se siente en Madrid como en casa. A ver sus películas acuden más personas que en Londres, adora su gastronomía -asegura que las suculentas comilonas a las tres de la tarde casi arruinan el rodaje en España de Tierra y Libertad– y con entusiasmo le reciben sus amigos españoles. Pero eso no le hace perder perspectiva. Dice que los problemas y las ciudades europeas se han uniformizado con el paso del tiempo a consecuencia de la globalización. No importa estar en Londres, donde él vive, París o Madrid. Las preocupaciones son compartidas -«inmigración, drogas, pobreza, seguridad, terrorismo…»- y casi los escenarios.

En It’s a free world, que llegará a las pantallas madrileñas en otoño, Loach (Warwickshire, 1936) cuenta la historia de dos mujeres con una agencia para trabajo de inmigrantes que no chirriaría en Lavapiés. Hasta el punto de que no se sorprende de que en Madrid los extranjeros representen ya un 17% del censo. «En Londres estamos recibiendo mucha gente de Europa del Este».

La ciudad del Támesis, piensa, no debería ser un referente para Madrid, aunque la prensa se deshaga en halagos de la reforma que ha sufrido la urbe bajo el Gobierno del «despreciable» Blair: «No es el punto más excitante del mundo. Lo asombroso es cómo los inmigrantes viven de maneras diferentes. Londres es sucia, demasiado grande, con tráfico, los transportes son muy caros… Si eres pobre, es difícil sobrevivir».

Su relación con Madrid es casi diaria y obligatoria si no quiere desprenderse del guionista de sus películas desde hace 11 años: Paul Laverty. Al escocés le retiene en la capital la directora Icíar Bollaín, con la que tiene tres hijos, así que el tándem cinematográfico mantiene un continuo contacto telefónico y cibernético.

El director de Lloviendo piedras aterrizó el lunes en el nuevo Barajas -«el aeropuerto es gigante, demasiado. Hay que andar mucho. Yo, donde me siento cómodo es en las estaciones de tren», asegura- y apenas una hora después atiende a EL PAÍS con calidez. Son las cinco en punto, tea-time. «No, no tomo té. Soy británico para casi todo, pero para esto no», ironiza el muchas veces tachado de «antibritánico» por ser un azote de los conservadores.

No sabe aún de qué va a hablar a los presentes en su conferencia del ciclo Los retos del siglo XXI, del centro cultural La Casa Encendida. que pronunciará al día siguiente de su llegada. Su charla inaugura las transmisiones en la Isla Encendida, el mundo virtual que esta institución acaba de abrir en la web Second Life. «En un momento tan peligroso como éste hay mucho que decir. Son problemas universales. Lo que los americanos hacen nos afecta a todos», comenta. Aunque intenta huir del predicamento: «El cine tiene que reflejar lo que está pasando, pero no decir lo que hay que hacer. Los únicos que prescriben son los grandes estudios que deciden por dónde va a ir el cine».

Le han acomodado en un hotel de cinco estrellas frente al Retiro, y se mueve con maneras de quien no está habituado a desenvolverse en exclusivos ambientes. «Paul vivía en Lavapiés, pero se han tenido que mudar». Laverty no le ha propuesto un guión que se desarrolla en Madrid, pero dudaría mucho pese a haber rodado en España Tierra y libertad. «Mi problema es el español. Lo aprendí para el rodaje, pero lo he olvidado y ya soy demasiado mayor», subraya. No le consuela pensar que Woody Allen tampoco chapurree palabra y esté localizando en Barcelona. «Depende del tipo de película que quieras hacer. Te pierdes a las personas si no compartes el idioma». Futbolero, se interesa por la celebración del título del Real Madrid, festejado horas antes. «Apoyo a los equipos pequeños. Animar a uno grande, como el Real Madrid, es como animar a Coca-Cola».

Llega el martes, ayer, y tras una intensa jornada de trabajo con Laverty se reúne con la prensa. El plantel es claramente femenino y no sale de su asombro: «Cuando vine a España hace 13 o 14 años sólo preguntaban hombres. ¡Ahora es increíble! ¡Hasta el traductor es una mujer!». A su lado le sonríe Ángeles González Sinde, presidenta de la Academia de Cine, que va a actuar de moderadora en la charla. La echa un cable en medio del terremoto de la controvertida ley del cine: «Tiene que haber cines en los que se exhiban nuestras películas. No sólo las americanas. Me ha llegado un rumor de que algo va a cambiar en España».

Mientras habla, cientos de personas hacen cola para asistir al coloquio. Pronto las 170 butacas del auditorio se quedan cortas, también las instaladas frente a una pantalla en el patio de La Casa Encendida, la sala de prensa… Un colapso que sólo sufre cada año cuando quien toma la palabra es Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique.

Comienza su intervención y no se mueve ni una mosca. Se le venera como un gurí de las causas perdidas. Las primeras sonrisas: «Esta semana ustedes han perdido a un gran inglés. Soy un mal sustituto de Beckham, pero aquí estoy». Los primeros sarcasmos: «En mi país estamos de enhorabuena. El valiente príncipe Harry no va a la guerra de Irak porque es demasiado peligrosa. ¿Y para el resto?». Y, cómo no, las primeras críticas: «Los americanos están destrozando el idioma. Por qué hablan delibertad’ cuando lo que quieren decir es ‘libertad para hacer negocios». Algún incondicional no puede contenerse y se oyen aplausos muy bajitos mientras Loach sigue denunciando «el terrorismo aplicado por Estados Unidos».