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Mi santuario

Fuentes: An Arab Woman Blues

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Cuadro del artista iraquí Salman Shalhub

Al mirar fijamente hacia el exterior de la ventana, pude percibir que había luna llena.

Recuerdo cuando era una niña y asociaba la luna llena con el amor que sentía por mi abuela. Solía decirle: «Bibi, cada vez que miro la luna llena, te veo a tí. Tu eres mi luna».

Adoraba completamente a mi abuela. Ella me amaba cálida y amablemente, sin lazos que me sujetaran… De forma tan benevolente y gentil como la luz de la luna.

Por eso, de forma natural, cuando hay luna llena, me acuerdo de ella.

Así es, recuerdo a todos los que ya me dejaron, a los miembros de mi familia, a mis abuelos, a mis ancestros… A todos de los que he oído hablar, aunque sea remotamente.

Recordarles me da un sentido de continuidad… Un sentido de pertenencia.

Y ahora que Iraq está hecho pedazos, recordarles es aún más prioritario para mí.

En efecto, sueño con ellos a menudo, como si me visitaran en sueños… demasiado a menudo estos días.

Y siguiendo nuestras tradiciones, cada vez que me visitan en mis sueños, hago un alto para ofrecer alimentos o limosnas en cualquier lugar de culto (una mezquita o una iglesia) en honor de sus almas.

Otra cosa que me recuerda mucho a quienes ya me dejaron es la mezquita y el santuario del Sheij Al Gaylani, en las afueras de Bagdad.

El Sheij AbdelKader Al Gaylani era de confesión sufí y buen número de mis familiares seguían sus enseñanzas. Algunos incluso decían que éramos parientes suyos y podían retrotraer nuestras raíces hasta el siglo XIII en Bagdad a través de la escuela Gaylani.

Por eso, cuando escuché que la mezquita y el santuario Gaylani habían sido bombardeados, algo se rompió dentro de mí.

Lo sentí físicamente, algo alrededor de mi corazón…

He visitado a menudo esa mezquita junto a los miembros de mi familia, uno de los cuales era mi abuela.

Algunas veces íbamos por la mañana y otras por la tarde.

Por las mañanas, las mujeres (sunníes y chiíes, nunca hablábamos en esos términos antes de la ocupación) se congregaban, oraban y rendían sus homenajes.

Algunas repartían caramelos para que un deseo o voto secreto se hiciera realidad.

Y mientras rezaban, los dulces caían alrededor de mí y eso siempre representaba un buen augurio.

Por las tardes, tras la llamada al rezo del muecín podías escuchar el canto –Dhikr- de los divinos y sagrados nombres, repetidos una y otra vez hasta que se mezclaban con el atardecer y se convertían en Uno.

Ese santuario es más que un lugar de culto para mí.

Cada vez que iba allí, respiraba fuerza, y sentía como impregnaba mis raíces un nuevo aliento…

Cada vez que me sentaba allí, conectaba con todos los que se habían sentado antes que yo, y así hasta llegar al siglo XIII…

Ese lugar simbolizaba para mí mi sentido de pertenencia, el sentido de mi existencia.

En mi mente, ese sitio era mi punto de referencia, un lugar que mi brújula interior reconocía, hacia el que gravitaba, con el que se unía y se identificaba…

Un apego más allá del tiempo, del espacio y de la geografía. Un apego como un hilo invisible legado a través de generaciones de devotos y contempladores. Todo un camino de retorno…

Cuando fue bombardeado, le pregunté a Aziz, que conoce esa mezquita mejor que nadie, que quién estaba tras los hechos. Contestó de manera casual como si fuera algo que hubiera sabido siempre: «El Mahdi de Irán, el Mossad y los estadounidenses»… Y yo creo a Aziz porque él sabe…

Y en lugar de caramelos cayendo como buen augurio, cayeron los escombros enterrando a los heridos… Y en lugar de cantos sagrados fundiéndose al atardecer, se escucharon los llantos de los moribundos…

¿Qué habéis hecho?

No sólo habéis desgarrado en pedacitos mi país.

No sólo habéis masacrado a mi gente.

No sólo me habéis arrebatado a mis seres queridos, mi familia, mis amigos, llevándolos lejos de mí.

No sólo habéis destruido nuestros hogares.

No sólo nos habéis obligado a exiliarnos a cientos de miles.

También os las habéis arreglado para hacer añicos mis recuerdos, para arrancarlos de sus raíces, como si fueran malas yerbas.

Habéis conseguido alcanzar el único lugar sagrado que me quedaba.

El único lugar que había celosamente salvaguardado y mantenido secretamente en silencio, para que no pudierais averiguarlo.

Pero habéis conseguido también violentarlo.

Dejándome sin nada…

Dejándome sin absolutamente nada más que este lápiz y este papel y una luna llena que me contempla con absoluta frialdad.

Fuente:

http://arabwomanblues.blogspot.com/2007/06/my-shrine.html

Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate.