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Mientras esperaban a Petraeus

Fuentes: La Jornada

¿Quién debe ser el responsable de la política exterior de Estados Unidos: un civil o un militar? La respuesta no es fácil, a pesar de las apariencias. Parece que la contestación debiera ser inmediata: la política exterior es competencia del Departamento de Estado, cuyo líder debe ser un civil. Sería lo más lógico y reafirmaría […]

¿Quién debe ser el responsable de la política exterior de Estados Unidos: un civil o un militar? La respuesta no es fácil, a pesar de las apariencias. Parece que la contestación debiera ser inmediata: la política exterior es competencia del Departamento de Estado, cuyo líder debe ser un civil. Sería lo más lógico y reafirmaría la subordinación de los mandos militares al liderazgo civil en una democracia madura. Además, sería lo normal en un país en el que tradicionalmente el secretario de la defensa ha sido un civil. (Por cierto, eso es algo a lo que no podemos aspirar en México. El gobierno de Fox no sólo perdió la oportunidad de designar un civil como secretario de Defensa, sino que nombró a un militar de carrera como procurador general de la República. Pero me estoy desviando.)

Durante la primera mitad de este año los medios repitieron una frase en Estados Unidos: hay que esperar el informe Petraeus. Se referían al general David Petraeus, comandante supremo de las fuerzas armadas en Irak, y al informe que debía rendir ante el Congreso sobre el aumento de tropas para Irak decretado hace un año. El militar respondería a las preguntas sobre la efectividad al respecto y, de manera más amplia, sobre la orientación de la guerra. Todos decían lo mismo: hay que aguardar a ver qué dice Petraeus.

La realidad es que toda la clase política se benefició con la espera. Los halcones en la Casa Blanca y los republicanos en el Congreso ganaron varios meses para consolidar su estrategia en Irak que hoy recoge los viejos planes de fragmentar en tres secciones al torturado país. También ganaron tiempo preparando a la opinión pública para lanzar ataques contra Irán, argumentando que Teherán es responsable de las fuertes bajas sufridas por las tropas estadunidenses.

A los demócratas, marcados por el síndrome de no criticar la guerra para no aparecer como traidores, esperar a Petraeus les permitió un respiro durante el verano. Votaron la aprobación del financiamiento de la guerra sin imponer calendario al regreso de las tropas, todo bajo la cobertura de la espera del informe Petraeus.

En una bien armada estrategia de medios, la administración de Bush infló la imagen del militar, hasta hacerlo parecer un súper héroe ante el gran público que toma su información de FOX y CNN. Según Cheney, Petraeus es «el mejor comandante que he conocido», y para no quedarse atrás John McCain afirmó que se trataba de un comandante con determinación, recursos y audacia. George W. Bush había comenzado la carrera de elogios, señalando que Petraeus era un experto en contrainsurgencia.

Lo cierto es que nadie ha leído la obra magna escrita por este militar sobre el tema: el nuevo manual de contrainsurgencia del ejército estadunidense (joya disponible en www.fas.org/irp/doddir/army/ fm3-24.pdf), donde el general recomienda que para «mantener la seguridad» la relación de tropas a población civil es 25 soldados por cada mil habitantes en un conflicto como el de Irak. Si se quisiera ser consistente con su análisis, se necesitarían por lo menos 120 mil soldados para controlar Bagdad. Y para todo el país de la antigua Mesopotamia, con 26 millones de personas, Washington necesitaría 650 mil soldados.

Aún con el aumento de tropas estadunidenses, Petraeus tiene hoy en Bagdad unos 85 mil soldados, de los cuales 15 mil son fuerzas iraquíes que Washington considera poco confiables. En todo Irak hay alrededor de 150 mil soldados de Estados Unidos. Pero si bien los políticos no leen los manuales de contrainsurgencia del general, éste debiera decirles lo que piensa. En lugar de hacerlo, prefiere arropar sus ambiciones políticas detrás de la canción que él piensa quieren escuchar en la Casa Blanca.

Por fin, el 11 de septiembre, el general y sus cuatro estrellas se presentaron ante el Congreso para rendir su testimonio sobre el estado que guarda la guerra en Irak. En realidad, no se trataba de un «informe», sino algo más cercano a lo que aquí llamamos una comparecencia. Después de la larga espera, el testimonio fue un anticlímax. Todo marcha bien, dijo, Estados Unidos está «ganando la guerra al terrorismo», el aumento de tropas ha permitido reducir la violencia (tanto en Bagdad como en la turbulenta provincia de Anbar). Todo marcha sobre ruedas. Sobre la aritmética contenida en el manual de contrainsurgencia, guardó un frío silencio. La política que asegura la permanencia de las tropas estadunidenses en Irak, y la política exterior que le acompaña, fueron consolidadas con las tersas palabras del militar.

Las ambiciones políticas de David Petraeus han sido la comidilla en Wa-shington desde que Patrick Cockburn reveló en The Independent (13 de septiembre) que el general consideraba postularse como candidato a la presidencia en 2012. No es la primera vez que alguien entra a la Casa Blanca sobre un tapete de cuatro estrellas. Pero entre Eisenhower, quien denunció el complejo militar-industrial, y Petraeus, el jilguero que calla lo que escribe, hay una gran distancia.