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Reseña de "Fusilados en Zaragoza. 1936-1939. Tres años de asistencia espiritual a los reos" de Gumersindo de Estella

Milagros de terror

Fuentes:

«Es cosa milagrosa», escribía Gumersindo de Estella ante los cambios que se producían en algunos de los que iban a fusilar. Continuaba: «Las preocupaciones ideológicas y los rencores no les hacen accesibles a cualquier intervención», luego sólo queda insistir y disfrazarse de pobre franciscano para que el «reo criminal», llega a denominarle, ante el garrote […]

«Es cosa milagrosa», escribía Gumersindo de Estella ante los cambios que se producían en algunos de los que iban a fusilar. Continuaba: «Las preocupaciones ideológicas y los rencores no les hacen accesibles a cualquier intervención», luego sólo queda insistir y disfrazarse de pobre franciscano para que el «reo criminal», llega a denominarle, ante el garrote vil o el fusilamiento, le vea como un alma caritativa, como un pobre que se asemeja a él, y en cuestión de horas se hunda y rinda su resistencia moral. El que a pesar de todo aguanta, no se confiesa, no comulga, no se «nos» entrega a las puertas de la muerte, es que es rencoroso, no salvará su alma, y aquí, en este mundo, su cuerpo quedará en cualquier lugar. El que se «nos» entrega puede que tenga una lápida y una cruz, puede que se avise a su familia y se la deje visitar su tumba, y hasta puede que se les dé el cadáver, la estampa que ha besado antes de que se le fusilase o alguna carta que les ha escrito.

Gumersindo de Estella era un fraile capuchino que permaneció junto a los fascistas durante toda la guerra y que escribió cosas así en su diario, mientras asistía a los republicanos condenados a muerte en Zaragoza entre 1936 y 1939. Cualquier lector de esas páginas podría creer que son pura ficción de terror, si no fuese porque le queda claro que es desde la superstición religiosa desde la que se asimila un crimen tras otro, sin ningún dolor. El único lamento lo expresa cuando percibe que se han equivocado y van a fusilar a algún católico convencido, o en menor medida cuando ve que el condenado que se resiste a confesarse acabaría haciéndolo si a él, sacerdote capuchino vestido pobremente, le diesen más de tiempo para aturdirlo.

Sólo lo que hacían los nazis alemanes en los campos de exterminio, lo que hacen los sionistas judíos con el pueblo palestino o libanés, lo que hacen estadounidenses e ingleses en las calles y cárceles de Irak o Afganistán, en Guantánamo,… se asemeja a lo que se nos cuenta que hicieron los fascistas en España durante la guerra y después de la guerra.

Y cómo no, también en algún momento se asquea por lo que ve, y llega a decir: «Cuánto más insensible y más cruel se mostraba uno, era considerado como más adicto a Franco.» Pero Gumersindo de Estella tiene el pulso cogido a los condenados, observa el efecto causado por la condena a muerte en la persona, normalmente deja pasar un tiempo mientras sigue con detenimiento la forma en que se comporta, y cuando es fácil ver el desamparo del reo, en su momento de mayor debilidad, entra en «capilla» y le habla de hermanamientos divinos, le llama a ser sumiso, le pregunta por su madre, por su hermana, le ofrece un cigarro, una taza de café, le pregunta por qué está allí, ¿?, si ha tenido defensor en el «juicio», ¿?;…, y cuando le ha hecho hablar, explicarse, sentirse sin salida, le ofrece la «salvación» sólo si se confiesa, se arrepiente, renuncia a sí mismo y comulga. Encuentra con cierta frecuencia republicanos, comunistas, socialistas, anarquistas, que no reniegan de sus principios. Entonces los califica de «rencorosos» y «volterianos» (el diccionario dice de «volteriano»: «Que manifiesta incredulidad o impiedad cínica y burlona»).

Asistiendo como asiste a fusilamientos y agarrotamientos, describe los primeros con cierta prisa, pero señala de ellos algún detalle sorprendente: «aquel día los soldados apuntaron bien», o «mal», «el cerebro quedó esparcido», «no le tocó ninguna bala y debieron disparar otra vez», y siempre añade «los tiros de gracia» y «las bendiciones». Pero cuando escribe sobre un «agarrotado» parece que tuviese cierta predilección por ese tipo de crimen, y dibuja con detalle minucioso cada paso que se sigue: la presencia de militares, sacerdotes y verdugo. Describe con delectación el cuerpo acalambrado, la lengua retorcida, morada y fuera de la boca, los ojos desorbitados, el cuello reducido a dos centímetros, puro pellejo. En fin, la situación en la que queda «el rojo criminal», «chusma», «fiera humana», y otras denominaciones que emplea. Todo sea por la salvación del alma.

Sus amigos y compañeros son los Honorabilísimos y Excelentísimos, Superiores, y todo aquel que dirige «una alocución vibrante, patriótica y pastoral».

Entre sus escritos encontramos algo que él mismo no llega a comprender: que estando en Jaca, en medio de la rebelión republicana, no le sucediese nada, o el trato de respeto que le dan los comunistas que salen de la cárcel tras el decreto de amnistía decretado por la República después de su triunfo electoral.

Son los escritos de un sacerdote católico que se mantuvo al lado del nacional-catolicismo. Después de leerlo no le quedarán dudas de la necesidad de anular los «juicios» a los republicanos. No le quedarán dudas de la necesidad de denunciar el franquismo como un régimen criminal.

Título: Fusilados en Zaragoza. 1936-1939. Tres años de asistencia espiritual a los reos.

Autor: Gumersindo de Estella.

Editorial: Mira.