Traducido del francés para Rebelión por Germán Leyens
Nir Rosen es un periodista estadounidense, nacido en Nueva York, donde vive y trabaja como investigador en la New America Foundation. También es corresponsal especializado en los problemas relacionados con la presencia estadounidense en Iraq y en Afganistán y autor de numerosos artículos, publicados en el New York Times y en el Washington Post, sobre la ocupación, las relaciones entre estadounidenses e iraquíes y el desarrollo de los movimientos políticos y religiosos iraquíes en la guerra y en las luchas entre confesiones. En sus artículos, Rosen se interés de modo muy especial por la resistencia y los combatientes islamistas.
En su libro «En el vientre del pájaro verde: El triunfo de los mártires en Iraq» que ha tenido un éxito mundial, Rosen estima que después de su victoria fácil sobre el ejército iraquí, el gobierno Bush ha perdido la guerra en Iraq y que su derrota resulta del vacío político que ha causado y que ha sido rápidamente colmado por los grupos armados, las milicias, las bandas armadas y los extremistas religiosos.
USA ha ido así de derrota en derrota desde abril de 2003 e incluso desde antes de la guerra, porque el discurso político estadounidense, igual que los cálculos estratégicos eran inadecuados en el mejor de los casos, y en el peor falsos y conducentes a errores. Esto ha perjudicado a la democracia en el propio USA.
Nir Rosen vivió 3 años en Iraq, ayudado por su apariencia oriental, heredada de un padre iraní, así como por su dominio del árabe con acento iraquí. También ha podido realizar su trabajo sin gran dificultad. Publicó, en el mes de junio de 2006, un artículo intitulado «ganar el corazón y el espíritu de los iraquíes,» en el que describe la vida en Iraq bajo el reino de «gente cruel y a veces criminal» que ocupa el país. «La ocupación es un crimen grave,» escribe, del que numerosos detalles siguen sin ser conocidos por el pueblo estadounidense y los medios.» Reproducimos a continuación algunos párrafos de ese artículo cuyo título podría conducir a error a los lectores: En efecto, no se trata en este caso de tentativas de los estadounidenses de conquistar el corazón y el espíritu de los iraquíes, sino más bien de niveles extremos de odio y de rencor que la ocupación y la dominación estadounidenses han causado en los corazones.
Rosen habla de la masacre de Hadita (http://tunisitri.net/actualites/actu31.htm/) que causó 24 víctimas inocentes y de la manera como las informaciones llegaron al mundo. La compara con la masacre de My Lai, cometida por los conquistadores estadounidenses en Vietnam.
Y hay que agregar que «en realidad los escándalos de Abu Ghraib y de Haditha no son otra cosa que ilustraciones de lo que la ocupación estadounidense comete en Iraq todos los días y lo que los puso en evidencia no es tanto su nivel de horror o su impacto, sino que hayan logrado llegar a los medios a pesar de las tentativas de encubrimiento.»
El autor cuenta como él mismo fue frecuentemente humillado por soldados estadounidenses que lo tomaban por iraquí y que una vez casi lo habrían matado si no hubiera mostrado rápidamente su pasaporte estadounidense. «La mayoría de los iraquíes no tiene la misma suerte que yo, porque no hablan inglés y no tienen, como yo, un pasaporte estadounidense. Así ha sucedido que los estadounidenses han matado a numerosos inocentes, incluyendo a familias enteras que estaban en sus vehículos.»
«Todavía me siento culpable de haber sido cómplice de los crímenes de la ocupación cuando acompañé, una sola vez y durante dos semanas, a fines de 2003, a tropas de la 3ª compañía de Caballería instalada en Hassiba, cerca de la frontera siria, considerada como un punto de paso de combatientes extranjeros.»
«Normalmente, cuando asisto a una agresión contra gente débil o ancianos, intervengo y trato de ponerle fin. Lo que me ha llevado a este oficio es mi inclinación por la justicia.»
«Al cabo de una semana de estadía en esa base del desierto, la unidad con la que vivía inició una operación contra presuntas células de Al Qaeda. En realidad, el objetivo eran «residencias apacibles,» con listas de oficiales superiores de unidades especiales del antiguo ejército iraquí y de personas que los financian. Había 62 nombres sobre las listas y los objetivos eran 29.»
«Los ataques comenzaron de noche. Al cabo de una hora, nuestra caravana llegó al lugar. Los vehículos se detuvieron y apagaron los focos. Un tanque avanzó para destruir el muro exterior de piedra. Un sargento expresó a gritos su alegría: «¡Querida, llegué a casa!» mientras los otros soldados le pisaban los talones, escalaban los montículos de escombros del muro y demolían la puerta con un inmenso martillo. Volvieron pronto, llevando a un cierto número de hombres. Los pobres, alelados, caminaban con los pies desnudos sobre las piedras y los escombros. Entre ellos había un hombre pequeño, de mediana edad, que estaba herido y caminaba con dificultad, por los dolores que sentía. Un soldado lo empujó violentamente y le dijo «camina, hijo de…. ¡Te voy a enseñar a caminar!»
«Le preguntaron su nombre a cada uno. Resultó que ninguno de ellos estaba en la lista. Un soldado interrogó a uno sobre un nombre que aparecía en la lista. «Es más lejos, al final del camino,» le respondió. «Ven a mostrárnoslo,» le ordenó un soldado y lo empujaron por delante. El hombre estaba aterrorizado de que sus vecinos lo vieran y sospecharan que servía de informante, pero también de irse con ellos. El hombre se detuvo delante de la casa, pero un sargento gritó «No, no es por acá». Los soldados volvieron entonces hacia una casa vecina, rompieron la puerta y se precipitaron al interior. La casa era en realidad una gran villa en la que el corredor de acceso estaba bordeado de viñas. Los soldados llevaron a todos los hombres, los pusieron cabeza abajo en el corredor y les preguntaron sus nombres. Uno de ellos era considerado un objetivo importante. El hijo suplicó y pidió que se le llevaran en lugar de su padre y lo encarcelaran durante 10 años si era necesario, pero «¡por compasión dejen a mi padre!», rogó. Desde el interior de la casa llegaban los gritos de los niños: «¡Papá! ¡papá!»
«Arrestaron tanto al padre como al hijo. Entregaron un papel a las mujeres explicando, en árabe, que los hombres estaban en estado de arresto.»
Lo mismo se repitió de casa en casa, pero no había más que mujeres. Pero igual devastaron las casas, destruyeron las estanterías, tiraron los cajones al suelo, dispersaron su contenido y destriparon los colchones. Los soldados tiraban a los hombres por los pies para encadenarlos afuera. Un hombre, muy delgado que era jefe de la tribu, salió lentamente de su casa, pero los soldados lo tiraron a tierra. El hombre forcejeó mucho y largo, tanto que los soldados no pudieron encadenarlo. Entonces el comandante lo agarró con fuerza, lo encadenó y lo tiró hacia arriba. El anciano cayó a tierra y se quebró sus dos brazos frágiles.
Cuando los soldados tomaron a uno de los hombres, su mujer gritó varias veces: «¡Perros! ¡Sionistas!»
Mientras los soldados abandonaban una casa, su oficial les palmoteaba la espalda como un entrenador que felicita a sus jugadores a mitad de tiempo después de haber metido goles.
En un complejo habitacional, los soldados detuvieron a todos los hombres, estuvieran o no sus nombres sobre la lista. Los hombres se lamentaban y suplicaban, gritando que sus niños estaban solos en las casas.
Al final de cada operación de allanamiento, los soldados se relajaban contando anécdotas y riéndose, haciendo como si ignoraran la presencia de las mujeres espantadas, en cuclillas al pie del muro.»
La historia de Ayub
Nir Rosen cuenta: «Vendan los ojos de los prisioneros, encadenan sus manos tras la espalda con una tira de plástico. Los mantienen sentados en la parte trasera de un camión durante horas sin agua. Todos daban vuelta la cabeza en la dirección de las voces, atemorizados, quebrantados y tratando de comprender lo que pasaba a su alrededor. Cada vez que un prisionero se movía y hacía un movimiento, un soldado le grita, furioso, y lo cubre de injurias.
Por la mañana, los habitantes de la pequeña aldea, curiosos, llegan para observar a los prisioneros apiñados en el camión. Había dos hombres que iban tranquilamente a su trabajo, llevando serones con sus almuerzos. Los soldados los detuvieron y lanzaron por tierra el contenido de los serones. Comenzaron de inmediato con el interrogatorio y les preguntaban sobre todo si sabían dónde se encontraba uno de los hombres buscados.
El cordón estadounidense detuvo a un iraquí vestido de policía, con la placa Policía escrita sobre su traje. A pesar de ello le ordenaron que se colocara a un lado, que no se moviera ni hablara hasta el fin de la operación.
De los 34 nombres buscados que estaban en la lista, la unidad con la que iba logró arrestar a sólo 16. Pero anunció que había arrestado a 54 hombres: vecinos, parientes, e incluso a algunos que estaban allí por casualidad. A las 8.30, los estadounidenses iniciaron el camino de vuelta a la base. En ese momento, un vehículo de la acción psicológica comenzó a transmitir por megáfono música rock. Grupos de niños estaban sobre las aceras, sonriendo y haciendo señales a los soldados. Una niña pequeña abrazó los pies de su padre como para defenderlo de los estadounidenses.
Un portavoz de las fuerzas de la coalición anunció que 112 sospechosos fueron arrestados durante una gran operación en una zona cercana a la frontera siria. Entre los prisioneros estaba el llamado Abd Hamed Mouhouch Al Mahalaoui, que reconoció tener relaciones con Sadam Husein y que financiaba actividades hostiles a las tropas de la coalición.
Esa noche, los prisioneros durmieron al aire libre, en un campo pleno de inmundicias. Pudieron dormir a pesar del ruido ensordecedor de los generadores de electricidad muy cercanos. Uno de los sargentos «se sorprendió de la cantidad elevada de prisioneros y preguntó si habían detenido a todos los hombres encontrados. Agregó que todo lo que hemos hechos es sumar otras 300 personas a la prolongada lista de los que nos odian.»
A la mañana siguiente, 57 prisioneros fueron transportados a una base más importante para interrogatorios más estrictos. La mayor parte no eran sospechosos, sino solamente parientes de sospechosos o sospechosos de convertirse en sospechosos.»
Durante la noche siguiente, los soldados abandonaron su base a las 2 de la mañana esperando encontrar a los presuntos combatientes que no estaban en su casa en las operaciones precedentes. Los soldados irrumpieron en las casas de un gran edificio de habitaciones. Pisotearon con sus botas las camas en los dormitorios. No estaba ninguno de los hombres buscados. Trataron de presionar a los niños y a las mujeres para averiguar dónde se ocultaban los hombres. Arrestaron a numerosos parientes. Un soldado gritó colérico «que una de las mujeres se quejaba demasiado.» En efecto, ella se lamentaba mucho después de que arrestaron a su hijo. El sargento le preguntó furioso: «¿Qué haría tu madre si te llevaran lejos de ella»!»
En el tercer día de la operación, sacaron a un cierto número de prisioneros de sus calabozos para un paseo en un patio rodeado de alambrada de púas. Gritaban: «¡USA! ¡USA!» Uno de los guardianes, haciendo una mueca, dijo «¡Hablan cuando se les pide que no lo hagan, así que se les ordenó que gritaran alguna cosa que nos guste escuchar!»
Otro soldado levantó la mano para hacerlos gritar más fuerte. Un sargento dijo: «El que no haya cometido nada condenable, lo hará la próxima vez debido a este tratamiento. En primer lugar, incluso si hubieran hecho algo, no hay ninguna prueba contra ellos y los procedimientos no son justos. ¡Sólo convencemos a los iraquíes de que lo único irrefutable es nuestra propia culpabilidad!»
En el mes de noviembre de 2003, un alto funcionario adjunto a un responsable estadounidense por la organización de los tribunales iraquíes, me informó que las tropas estadounidenses tenían a por lo menos 7.000 detenidos iraquíes. La mayor parte de ellos terminaron en la prisión sin ninguna acusación precisa, aparte del hecho de que no es fácil transponer los nombres árabes al inglés. Algunos detenidos permanecen en la prisión durante 6 meses por «razones de seguridad» y hasta que todos los informes hayan sido estudiados. Sólo entonces deciden sobre su suerte. La mayor parte del tiempo se les declara inocentes. Algunos han sido arrestados porque algún vecino no simpatizaba con ellos. Un coronel me dijo un día: «No hay procedimientos justos para los miles de detenidos. Si los juzgara una corte marcial, exigiría que fueran transferidos ante esa jurisdicción y eso quiere decir que Iraq sigue siendo un Estado ocupado y sin soberanía. Los abogados discuten todavía si la operación es una ocupación o una liberación. Al fin de dos años, la cantidad de detenidos en las prisiones estadounidenses ha llegado a 50.000 y entre ellos no hay más de un 2% para los que se puede cualificar la acusación.
Un sargento de la compañía a la que me había vinculado me dijo: «La unidad de servicios secretos ha presentado un informe que dice que es importante, pero la operación montada sobre la base de sus informaciones, sólo logró descubrir a tres niñitas aterrorizadas y llorando.»
La poca fiabilidad de las informaciones suministradas por la unidad de servicios secretos S2, quedó en evidencia en el caso de un hombre llamado Ayub. Las fuerzas estadounidenses organizaron una incursión contra la casa de Ayub, después de un informe de esa unidad que decía que el Ayub en cuestión: «contaba por teléfono que había obtenido armas y minas.»
El día de la operación, tanques, vehículos y blindados Bradley se movilizaron, deslizándose entre los muros de las casas vecinas. Uno de los hombres de la CIA controlaba los techos de las casas, con el dedo sobre el gatillo de su arma provista de silencioso. Los hombres irrumpieron al alba en la casa de Ayub. Destruyeron la puerta y, cuando el hombre no respondió a sus conminaciones, le dispararon para inmovilizarlo. La sangre cubrió rápidamente el piso y lo arrastraron a una pieza. Lo interrogaron violentamente. A la familia le ordenaron que permaneciera cerca de la valla del jardín. La madre de Ayub, una mujer de edad enteramente cubierta de negro y con la cara cubierta de tatuajes, gritó su dolor y se lamentó ante un soldado para que no matara a su hijo, asegurando que era inocente. Estaba de rodillas, logró tomar la mano del soldado y la besó varias veces. Pero el soldado la empujó violentamente sobre el césped para que se juntara con las 4 hijas de Ayub, sus parientes y su mujer. Estaban todos en cuclillas, descalzos, aterrorizados y apretados los unos contra los otros.
Entonces los soldados vieron una foto de Sadam Husein y consideraron que eso bastaba como prueba de acusación contra Ayub.
Empujaron a Ayub herido sobre el camión. Gritó súplicas a sus parientes para que se quedaran junto a su familia. Quedó inmóvil en su sitio en el camión, mirando desconfiado hacia adelante mientras los soldados lo ignoraban. A veces le lanzaban miradas furtivas llenas de desdén y desprecio. El camión transmitió música campestre estadounidense mientras los soldados sonrientes se daban palmadas en las espaldas, felices y contentos, levantando el pulgar al cielo. ¡Misión cumplida!
Nir Rosen es autor del libro «En el vientre del pájaro verde: el triunfo de los mártires en Iraq»
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Traducido del árabe por Ahmed Manai