Traducido por Caty R.
Moqtada Sadr, el opositor más emblemático a la ocupación estadounidense de Iraq, un trofeo ideal para George Bush en el final de su mandato
Por segunda vez desde la invasión estadounidense de Iraq, hace cinco años, el poder iraquí, apoyado enérgicamente por los estadounidenses y los británicos, ha emprendido una guerra contra Moqtada Sadr, en la primavera 2008, en Bagdad y en Basora (sur de Iraq), con el fin de meter en vereda a este joven dignatario nacionalista chií, en una búsqueda desesperada de un éxito político y militar que borraría de un golpe la peor catástrofe geoestratégica del mundo occidental desde la caída de Saigón en 1975 y del Sah de Irán en 1979, hace treinta años.
El 7 de abril de 2008, las pérdidas militares estadounidenses en Iraq ascendían a 4.023 soldados muertos, 430 suicidios entre los militares en activo y un número sensiblemente más elevado entre los ex combatientes -aproximadamente de 17,3 por 100.000 soldados, frente a 11,10 para el conjunto de la población estadounidense-, según el «Departement of Veteran Affaire»; y, en segundo plano, un enorme coste económico de 420.000 millones de dólares, más los terribles daños colaterales de 200.00 civiles iraquíes muertos, casi un millón de heridos y tres millones de desplazados.
Ante el calamitoso balance estadounidense en Iraq y sus efectos corrosivos, seguramente comparables a la derrota soviética en Afganistán (1980-1989), Moqtada Sadr, el opositor más emblemático a la ocupación estadounidense aparece, en el mismo plano que el jeque Hasan Nasralá, líder del movimiento chií libanés Hezbolá, como el trofeo ideal que justificaría a posteriori la aventura estadounidense en Iraq y legitimaría toda la estrategia de EEUU en Oriente Próximo.
I. La batalla de Nayaf en 2004
En agosto de 2004 en Nayaf, ciudad santa chií, la administración neoconservadora acarició el proyecto de derrotar al líder religioso en su propio santuario, en plena campaña presidencial estadounidense dirigida a prorrogar el mandato del presidente George Bush.
A raíz de la destrucción del feudo suní de Faluya en abril de 2004, la batalla de Nayaf, caracterizada por la intervención masiva de los mercenarios de la empresa estadounidense «Blackwater», constituyó el primer pulso entre EEUU y los adversarios chiíes a la ocupación estadounidense de Iraq, agrupados en torno a Moqtada Sadr.
Dada su importancia, la combatividad de los milicianos de Sadr y su desenlace, Nayaf apareció retrospectivamente como fundadora de una nueva legitimidad de Moqtada Sadr, propulsándolo al centro del juego político iraquí, en el que destaca ampliamente sobre los demás protagonistas. Los combates, efectivamente, cesaron como consecuencia de la intervención del ayatolá Ali Sistani, la autoridad suprema chií en Iraq, que temía una desaprobación sus correligionarios sorprendidos por su silencio, que asimilaban a una complicidad pasiva. El ayatolá Sistani, en efecto, había volado a Londres la víspera de los combates y sólo volvió para pedir un alto el fuego.
En abril de 2004, que pasa por haber sido uno de los puntos más calientes de la confrontación iraquí estadounidense, 80 mercenarios fueron abatidos en las batallas de Faluya, Bagdad y Nayaf, 14 de ellos en la primera quincena de Abril. Por otra parte, la captura y mutilación de cuatro mercenarios cerca de Faluya, en el sector suní de Iraq, fue lo que desencadenó las batallas de abril.
Reincidente, Blackwater destacó tres meses después en la segunda gran batalla de Iraq, la batalla de Nayaf, en el sur de Iraq, lugar santo chií y feudo de Moqtada Sadr. La empresa había garantizado la protección del cuartel general de la coalición provisional iraquí en Nayaf. Washington post afirmó en la época que la defensa del edificio había estado asegurada por los hombres de Blackwater y que en lo más duro de la batalla los mercenarios se habían hecho abastecer de municiones por tres de sus propios helicópteros, consiguiendo la felicitación pública del general a cargo de las operaciones de seguridad en Iraq, pese a que los mercenarios, tradicionalmente, no forman parte de la cadena de mando del ejército estadounidense.
II. La batalla de Basora en 2008
La batalla de Basora cuatro años después, en marzo-abril de 2008, se produce en un contexto radicalmente diferente, mientras el segundo mandato de George Bush toca a su fin y la administración estadounidense es objeto de múltiples presiones dirigidas a la retirada del cuerpo expedicionario de Iraq.
Coincidiendo con el envío de una flotilla naval estadounidense frente a la costa de Beirut y la dimisión del almirante William Fallon, comandante en el teatro de operaciones de Oriente Próximo, la batalla de Basora tiende a acreditar la hipótesis de una acción militar contra Irán o Siria, los dos grandes obstáculos para la hegemonía israeloestadounidense en la zona o, al menos, para elevar un grado la tensión regional, sobre el fondo de grandes maniobras militares sirias e israelíes en la zona fronteriza de los dos países y de las informaciones de prensa que describen el refuerzo de la cooperación militar entre Siria y Rusia. La reanudación de las hostilidades en Iraq ocurre, por otra parte, sobre un fondo de tensión entre Arabia Saudí y Siria, que resulta tanto del bloqueo de la elección presidencial en Líbano, como de las sospechas alimentadas por Siria sobre una posible connivencia de los saudíes y jordanos con los servicios israelíes en el asesinato, en marzo en Damasco, de Imad Moughnieh, el jefe militar de Hezbolá, lo que hace temer un ajuste de cuentas entre chiíes y suníes a escala regional.
Más concretamente, su objetivo está dirigido a romper la influencia del dignatario chií y su proselitismo religioso sobre esta metrópolis situada en la unión estratégica de Kuwait y el Chatt El Arab, el río que separa Iraq de Irán, y a asegurar los yacimientos petroleros del sur de Iraq, así como el eje de carreteras Bagdad-Kuwait, de 1.000 kilómetros de longitud, por donde transita el suministro de las tropas estadounidenses a través de esta ciudad portuaria que constituye, con la terminal de FAO, una de las dos salidas marítimas de Iraq.
Nacido en 1973 en Koufa, ciudad santa próxima al santuario de Nayaf, y con el título de Sayyid, que certifica su pertenencia a los descendientes del profeta, Moqtada Sadr ocupa un lugar singular en el tablero iraquí. Poseedor de un triple sello de legitimidad -espiritual, nacionalista y popular-, es el único dirigente iraquí de envergadura nacional que nunca ha cedido en sus principios y todavía menos ha pactado con quienes considera sus «enemigos», al contrario que las demás facciones iraquíes.
Si los kurdos pasan por subcontratados de los estadounidenses y los chiíes por vasallos en Irán, especialmente los partidarios de Abdel Aziz Hakim, jefe del Ejército Islámico de Salvación, los suníes parecen divididos entre partidarios del movimiento clandestino Al Qaeda y simpatizantes de la guerrilla baasista portada por ex agentes de los servicios iraquíes.
Moqtada Sadr emerge del lote como un dirigente religioso nacionalista que dispone de una amplia autonomía que lo coloca al amparo de una lealtad vinculante, fuera del remolque de ninguna potencia. Debido a su perfil y su trayectoria, constituye el trofeo iraquí ideal de un presidente estadounidense en el final de mandato, una «presa de guerra» perfecta para magnificar el balance de su «Guerra Mundial contra el terrorismo», para lustrar su pobre balance presidencial.
Los combates de Basora causaron 700 muertes en las filas de Sadr en marzo y 40 más en Sadr City, el populoso suburbio del noreste de Bagdad y uno de los feudos de jefe chií, el domingo 6 y el lunes 7 de abril, la víspera de la gran manifestación conmemorativa del quinto aniversario de la caída de la capital iraquí en manos de los estadounidenses. La víspera de esta manifestación, el Primer Ministro Noury al Maliki amenazó con expulsar a Moqtada Sadr de la vida política iraquí si el dignatario religioso no pedía la disolución de su poderosa milicia, de 60.000 combatientes, agrupada en «el Ejército del Mahdi».
Proclamándose como una demostración de fuerza contra la ocupación estadounidense al mismo tiempo que un plebiscito popular a favor del dignatario religioso, una manifestación prevista para el 9 de abril, que conmemoraría el quinto aniversario de la caída de Bagdad, se ha cancelado. En contrapartida, los partidarios del jefe chií levantaron barricadas en la carretera que conduce a su feudo de «Sadr city» y amenazaron con romper la tregua que los compromete con el gobierno central desde agosto de 2007. Cerca de un millar de soldados gubernamentales prefirieron engrosar las filas del Ejército del Mahdi a recabar la entrega de las armas de los insurrectos.
Por lo tanto, la situación podría desarrollarse según un esquema contrario al concebido por los estrategas republicanos:
– De entrada, Moqtada Sadr no tiene la vocación de dejarse inmolar en sacrificio para aliviar la cólera de dioses según los ritos antiguos de las sociedades primitivas o, en todo caso, para satisfacer las ambiciones post presidenciales de George Bush.
– A continuación, Moqtada Sadr no es un «Imán radical», como le gusta calificar a la prensa occidental a cualquiera que se oponga a la hegemonía estadounidense.
Es un religioso chií cuya familia, por el doble asesinato de su padre, el ayatolá Mohamed Sadek as Sadr, en 2000, y de su tío en 1989, ha pagado un duro tributo por su oposición a Sadam Husein, el ex protegido de los occidentales. No es un «exiliado en el exterior», sino un resistente en el interior, tanto frente a Sadam como a los estadounidenses. La denominación del populoso suburbio del sur de Bagdad con el patronímico de su familia, «Sadr city», demuestra el entusiasmo popular del que goza en las clases desfavorecidas de la sociedad iraquí. Moqtada Sadr es, en resumen, lo contrario a los nuevos dirigentes iraquíes, especialmente los kurdos y una fracción de los chiíes, como el banquero Ahmad Chalabi, que llegaron al poder en los furgones del ejército de EEUU.
A la vista de la hoja de servicios de su familia, el asesinato de dos dignatarios religiosos, su patriotismo está libre de toda sospecha. No se le puede someter al más mínimo cuestionamiento, al contrario que a la mayoría de los nuevos dirigentes, incluso chiíes, como el ex Primer Ministro Iyad Alaui, ex militante baasista oportunamente reconvertido en colaborador de los servicios occidentales, de los que fue designado agente, a la manera de Ahmad Chalabi.
– Por fin, Moqtada Sadr, en el letargo árabe, es realmente un agitador de ideas, un auténtico revolucionario. El apasionado y joven jefe rebelde es el gran perturbador de la opresión estadounidense en Iraq. Es la única «falta» que se le puede reprochar.
Los nuevos dirigentes iraquíes, tanto chiíes como kurdos, pensaban medrar en el poder en Bagdad, instalados dócilmente en la estela de la ocupación estadounidense. Pero la arrogancia, la corrupción y los errores que cometieron y que constituyen la marca característica de la avaricia de los oportunistas, alimentaron un descontento popular que ha engrosado las filas de los partidarios de Moqtada.
Su legitimidad religiosa es tanto o más auténtica que la de los dignatarios religiosos chiíes, los exiliados del exterior, agazapados en Londres en la época de la represión. Por otra parte, paradójicamente, su legitimidad se nutre directamente de la ilegitimidad de sus oponentes. Porque no es ético desarrollar desde el exilio londinense toda una literatura sobre los derechos humanos y las injusticias que sufrió el chiísmo iraquí a través de la historia del país, para acabar aportando su beneplácito al asalto de las fuerzas estadounidenses contra uno de los altos lugares santos del Islam chií, el santuario de Nayaf.
Esa actitud inconsistente desacredita el discurso de su autor. Ese fue exactamente el caso de los tres chiíes nombrados de oficio por los estadounidenses para el primer gobierno del Iraq post Sadam: el Primer Ministro Iyad Alaui, el ministro de Defensa Hazem Chaalane y el consejero para la seguridad Mouaffac Al-Roubai, todos titulares de un doctorado en medicina, los tres ex miembros activos de los comités iraquíes de los derechos humanos desde su exilio londinense y todos ellos pregoneros de los sufrimientos de los chiíes iraquíes.
Ante el asalto estadounidense al santuario de Nayaf defendido por Moqtada Sadr, en agosto de 2004, las únicas protestas que se oyeron procedían de las organizaciones en lucha contra la hegemonía israeloestadounidense: el Hamás palestino, el Hezbolá libanés, la hermandad de los Hermanos musulmanes en Egipto y las de los líderes de los movimientos islamistas de Marruecos y Túnez, el jeque Yacine y Rachid Ghannouchi respectivamente. Un silencio comparable al que se observó con respecto a Hezbolá en 2006, en la guerra destructiva de Israel contra Líbano. Un mutismo idéntico al que se ha observado en la primavera de 2008 frente al asalto estadounidense a Basora.
Al dejar prácticamente solos a los islamistas en el campo de batalla abandonando el terreno, la vacante se acaba ocupando y con ella la dirección de las operaciones, tanto más fácilmente en cuanto que EEUU renunció desde hace tiempo a su papel de «intermediario honrado» entre Israel y los Estados árabes; y, ante una dimisión árabe casi generalizada, los combatientes islamistas, tanto suníes como chiíes, permanecen en armas, arriesgando sus vidas, como únicos contestatarios al nuevo orden estadounidense.
Más información:
Irak: L’hécatombe des «faiseurs de guerre»
http://renenaba.blog.fr/2007/06/28/
En español: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=53524
Syrie/Sommet arabe: Le contournement du dernier récalitrant arabe
http://renenaba.blog.fr/2008/03/19/
En español: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=65486
Blackwater, armée fantôme et entreprise prospère
http://renenaba.blog.fr/2007/05/28/
Original en francés:
http://renenaba.blog.fr/2008/04/10/irak-moqtada-sadr-un-scalp-ideal-pour-ge-4024496
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.