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Morir por la democracia

Fuentes: Sunday Herald

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

«No votaré porque es una farsa inútil», dice Salah Abrahim mientras empuja su coche hacia una gasolinera para comprar combustible en una animada calle del distrito Karrada de Bagdad, un sector de la capital poblado sobre todo por musulmanes chiíes.

«Cualquier persona inteligente puede ver que esta guerra y sus gastos llevarían a un gobierno que se opondría a los estadounidenses.»

Otros, en la misma calle, son más optimistas respecto a las primeras elecciones libres de Irak en más de medio siglo, y obedecerán la fatwa del líder espiritual chií, el gran ayatolá Ali al-Sistani, el líder religioso más venerado en Irak, que apoya las elecciones. Como la mayoría de los chiíes en Irak viven según sus edictos, es probable que sus representantes obtengan la mayoría de los escaños en el parlamento transitorio y eso constituye un aliciente poderoso para votantes chiíes más jóvenes como Alia Halaf que sólo puede recordar la opresión del período de Sadam Husein y la hegemonía del Partido Baas. «Votaré no importa cuantos coches bomba usen», explica. «Mi vecino de 17 años fue secuestrado, así que espero que las elecciones nos traigan más seguridad. Simplemente deben lograrlo.»

Abrahim y Halaf representan puntos de vista contrastantes de una capital que es una de las cuatro provincias en las que la votación será peligrosa y, desde todo efecto práctico, antidemocrática. Son los dos extremos de esta elección en la que se han depositado tantas esperanzas.

La esperanza, la expectación y el miedo, son las emociones que prevalecen en todo Irak durante este fin de semana. La esperanza es impulsada por el hecho de que los sondeos de opinión muestran que un 85% de los iraquíes se muestra ansioso de votar, equilibrado porque tal vez sólo la mitad de esa cifra podrá efectivamente llegar a uno de los 5.000 centros electorales especiales preparados. La expectación es que, a pesar de todos los problemas, habrá una participación suficientemente elevada como para asegurar que se emitan suficientes votos para posibilitar que la nueva Asamblea Nacional de 275 escaños llegue a formarse. Pero por todas partes en este país desgarrado por la guerra, domina el miedo de que los insurgentes y los combatientes extranjeros traten de perturbar el proceso causando caos e intimidando al electorado. Hablando después de que atacantes suicidas mataran a 25 personas en dos ataques en Bagdad durante la semana pasada, el primer ministro interino Iyad Alaui admitió ayer que los atacantes «tratarán de hacer fracasar el proceso político» y que las fuerzas de seguridad tendrán dificultades para contenerlos.

Esta admisión llega durante un tiempo de crecientes tensiones, en la que grupos terroristas sunníes atacan a la población chií en un intento desesperado de disuadirlos de votar, como parte de una campaña más amplia de temor y pánico. Ayer, el grupo rebelde Ansar al-Sunnah dijo que habían matado a 15 miembros de la guardia nacional iraquí que secuestraron al noroeste de Bagdad durante este mes. En algunos sitios del país, especialmente en la capital, crece el miedo. La gente podrá querer ir a votar, pero también teme las consecuencias. El miércoles pasado, cinco coches bomba suicidas detonaron en toda la capital en unos 90 minutos, matando a por lo menos 26 personas y el día después dos centros electorales fueron atacados con morteros y disparos en Beji, junto con una escuela que estaba siendo establecida como centro electoral. Negocios que distribuyen papeles electorales junto con las tarjetas mensuales para alimentos han sido quemados y sus dueños atacados.

Para la coalición dirigida por EE.UU., una elección exitosa podría anunciar un retorno a la normalidad, aunque altos comandantes no tienen demasiada confianza en la afirmación de Alaui de que «las elecciones jugarán un gran papel para calmar la situación y posibilitar que el próximo gobierno enfrente los futuros desafíos de manera decisiva». Para la mayoritaria población chií, reprimida durante la era de Sadam, una buena participación reforzará sus posibilidades de dominar la nueva asamblea y conquistar por fin su lugar bajo el sol.

Los kurdos en el norte sienten lo mismo y votarán en masa por sus partidos, que han formado un frente unido. Gozaron de una cierta estabilidad y confianza en sí mismos durante los años 90, cuando se encontraban bajo la protección de las zonas de no-vuelo impuestas por Gran Bretaña y EE.UU., pero la población sunní presenta el otro extremo de la ecuación. Su principal partido, el Partido Islámico Iraquí, ya ha decidido el boicot de la elección y probablemente habrá una baja participación en las áreas sunníes; representan un 50% de la población en las cuatro provincias en las que ya se espera que la votación será baja — Nineveh, Anbar, Salahadin y Bagdad – que juntas tienen un cuarto de la población de Irak. En Mosul, la tercera ciudad de Irak por su tamaño, 700 funcionarios de la Comisión Independiente para las Elecciones, incluyendo a su jefe y miembros del comité y del personal electoral, han renunciado después de recibir amenazas de muerte.

En un esfuerzo por terminar con el boicot, el ministro de defensa de Irak. Hazem Saalan, ha solicitado a Egipto que se ponga en contacto con dirigentes sunnies y los llame a participar en la votación, pero en Irak el pedido caerá en oídos sordos. Algunos sunníes ya han expresado sus sentimientos desgarrando sus papeles electorales. «Esto es lo que pienso de esta porquería», dijo un joven sunní mientras tiraba los trozos desgarrados de su papeleta de voto al barro en la calle Sa’adoun de Bagdad: «¡Alaui-Bush permanecerá en el poder pase lo que pase!»

Para agregar a las complicaciones, el proceso de votación ha sido oscurecido hasta tal punto que muchos electores saben poco sobre los candidatos hasta que puedan ver las papeletas el próximo domingo. Estas tendrán listas de coaliciones de partidos, y sólo unos pocos serán independientes, pero la mayoría de los partidos ha sacado los nombres de sus candidatos de la lista. Se estima que unos 5.000 nombres no serán registrados hasta el mismo día. Esto no tiene nada que ver con un secreto innecesario y mucho con la seguridad necesaria ya que por lo menos ocho candidatos han sido asesinados en los últimos días. Pero con más de 83 listas para la elección, cada una con hasta 275 candidatos anónimos, la confusión reina entre muchos iraquíes de los que se espera que voten para llenar los escaños de la nueva asamblea.

Después del recuento, los asientos serán alocados según la representación proporcional exacta y, como todo el país está siendo tratado como una sola circunscripción, cada grupo partidario obtendrá la misma proporción de asientos que reciba en la votación. Como los sunníes se negarán a participar en la elección o serán intimidados por la violencia, el proceso se volverá en su contra. Actualmente representan sólo un 20% del electorado y es probable que haya una disminución de su representación, lo que hará el juego de los chiíes, cuyos partidos se presentan bajo la lista de coalición conocida como la Alianza Iraquí Unida. También se espera que la Lista Iraquí de Alaui reciba buenos resultados. Representa los intereses de la administración interina que atraerá a votantes como Ghassan, un joven profesor de biología en la provincia Diyallah: «No sé quién ha sido nominado por ellos y me preocupa cómo todo esto pueda tener éxito, pero votaré porque pienso que será bueno», admite. «Nunca hemos tenido una elección durante mi vida.»

Para proteger a los que quieran votar, sean cuales sean las circunstancias, la administración interina ha establecido una amplia gama de medidas de seguridad. Las fronteras del país serán cerradas desde el sábado 29 de enero – la víspera de la votación – durante tres días, y se cortarán los servicios de teléfonos móviles y satelitales para impedir que sean utilizados para detonar a atacantes suicidas. También se controlará el tráfico alrededor de los centros electorales, y cada uno será protegido por tres cordones de máxima seguridad para disminuir el riesgo de coches bomba. Un toque de queda del anochecer a la madrugada ya ha sido instituido y el viaje en las principales carreteras está limitado a servicios esenciales con permisos especiales, pero no se espera que incluso esas estrictas medidas detengan a terroristas determinados. Resignándose ante el hecho inevitable de que un atacante suicida siempre logrará penetrar, el ministerio de salud anunció que los hospitales serán puestos en alta alerta durante todo el día para tratar a las víctimas. Y ése es el desgraciado balance de esta elección.

Carlos Valenzuela, jefe del equipo asesor electoral de la ONU, ha expresado la esperanza de que a pesar del miedo que es demasiado evidente en todo Irak es importante «convencer a los iraquíes de que ésta es una verdadera elección y no una elección poco seria». Sin embargo, como ya lo ha visto en sitios como Timor Oriental donde hubo problemas similares durante el período de transición, admite que la violencia podría fácilmente desbaratar el proceso. Oficialmente, la responsabilidad de supervisar la seguridad el día de las elecciones recae en las tambaleantes fuerzas de seguridad iraquíes, pero la realidad es que la elección depende enteramente de la capacidad de las fuerzas de la coalición dirigida por EE.UU. Las guarniciones de EE.UU. y Gran Bretaña han sido reforzadas – ahora hay 150.000 soldados de EE.UU. en el país – y los comandantes mantendrán sus fuerzas en un estado de máxima alerta durante todo el período electoral. Saben que a pesar de toda la retórica de «iraquización» ellos tienen primacía en asuntos de seguridad, un punto que fue dejado en claro cuando un alto comandante de EE.UU. declaró anteriormente que los policías iraquíes sólo eran «corderos enviados al matadero». Incluso Sir Jeremy Greenstock, el antiguo representante británico ante la autoridad de la coalición, admitió la semana pasada que la situación de la seguridad era «irremediable e imposible de erradicar».

En su breve y tormentosa historia, los disturbios causados por conflictos intestinos no son algo desconocido para Irak. El país sólo llegó a ser después de la primera guerra mundial cuando Gran Bretaña y Francia se distribuyeron las esferas de influencia – antes era la provincia de Mesopotamia del imperio otomano – y en ese tiempo período vivido el asesinato de dirigentes como el rey Faisal II en 1958 y el largo período de la dictadura de Sadam. No puede sorprender que su pueblo tenga una actitud ambivalente ante las próximas elecciones. La mayoría desea un retorno a la normalidad y todos quieren ver que se vayan las fuerzas de ocupación, pero también temen lo que pueda traer el futuro.

Mientras las hojas de las palmeras se agitan en la brisa al final de un día gris en Bagdad, un policía que pide que lo llamen Ali, se sube un poco más su pasamontañas negro mientras articula el enigma que confronta su pueblo: «Pienso que la mayoría de los iraquíes sólo quiere seguridad y trabajo», dice. «No me importa qué partido gane, sólo queremos paz y una mejor situación para vivir. Pero no veo cómo el 30 de enero vaya a cambiar algo».