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Muerte de una abuela iraquí

Fuentes: Tlaxcala

Traducción de Atenea Acevedo. Edición de Manuel Talens.

Al despertar ayer por la mañana encontré un mensaje electrónico de mi padre, en viaje de negocios por Europa, en el cual me informaba de que mi abuela había sufrido un derrame cerebral y había muerto el domingo.

A diferencia de mis primos, que crecieron con ella, yo no llegué a conocer a mi abuela. Siempre vivió en Iraq mientras que yo, con la excepción de mi primer año, he pasado mi vida fuera del país. Ella me cuidó mientras madre trabajaba, pero después Bibi (que en árabe iraquí significa «abuela») y yo estuvimos separadas por las guerras y las ocupaciones que han asolado Iraq, aunque nos vimos unas cuantas veces en países lo bastante generosos como para otorgar visas a los habitantes de un país internacionalmente considerado criminal.

La muerte de un ser humano jamás debería describirse en términos políticos. Tampoco tendría que ser necesario proyectar el propio duelo más allá de nuestro corazón. No obstante, la muerte de un iraquí suele tener una carga política ajena a quienes nacen en Suiza o en cualquier otro país donde se desconoce el significado de la guerra. El duelo de mi familia por la muerte de nuestra abuela es apenas un hálito del prolongado suspiro que día tras día exhala Iraq bajo el yugo cruel del imperialismo.

Cuando el Pentágono, durante los preparativos de la guerra contra Iraq, declaró que no habría un solo lugar seguro en Bagdad, envié a todos mis contactos una fotografía de Bibi en medio de mis primos, para que vieran la inocuidad de los objetivos que pronto sufrirían la furia de Rumsfeld.

Llamé a Bibi la noche del 19 de marzo de 2003 después de escuchar el discurso en el que Bush anunció el inicio de la invasión de Iraq. Le pedí que tuviera cuidado de no acercarse a los refugios antibombas, pues habían pasado tan solo 12 años desde que aviones usamericanos bombardearon el refugio de Al-Amriyah. Su única respuesta fue una petición: «Reza por nosotros».

Vi a Bibi cuando cumplí los 14 y tuve la suerte de volver a verla en abril de este año, cuando pasé unos días en Oriente Próximo. Ella viajaba desde Iraq al norte de África, donde su alma nos ha dejado para siempre. En la frontera entre Iraq y Jordania la policía insistió en que se bajara del auto para poder registrarla; su maltrecha salud hizo que no fuera fácil para ella. No me explico qué clase de amenaza puede representar una iraquí de más de 90 años para la seguridad de cualquier país. En el verano de 2005 fui testigo de cómo las abuelas palestinas reciben el mismo maltrato y las mismas humillaciones en la frontera entre Jordania y el Estado sionista.

Hace unos meses, cuando volví a verla, hablamos durante largas horas. Su mente estaba intacta a pesar de los años y eso que ya tenía uso de razón la primera vez que la ocupación británica profanó el suelo iraquí. Bibi ha sido sin duda una joya de la historia de Iraq durante el siglo XX. Pero su precaria salud, en parte debida al uranio empobrecido y a otras armas que Usamérica ha utilizado contra Iraq, le exigía someterse a diversos tratamientos la mayor parte del tiempo.

Las abuelas iraquíes dedican los últimos años de sus vidas a luchar por los aspectos esenciales de una vida digna. Cualquier mujer que haya criado a nueve hijos y a docenas de nietos merece la compañía de todos sus seres queridos en el lecho de muerte. Sin embargo, los hijos y los nietos de Bibi están desperdigados por cuatro continentes a causa de nuestra diáspora. Ella misma será enterrada bajo las arenas africanas, en un lugar al que difícilmente mi padre y otros familiares llegarán a poder visitar. Claro que su tumba habría sido aún más inaccesible si, conforme a sus deseos, la enterrasen junto a mi abuelo, que descansa en Bagdad. No merecía haber pasado los últimos años de su vida sometida a sanciones propias de una ocupación extranjera. Apuesto a que nunca, en su longevo paso por el mundo, imaginó que sería arrancada de la única ciudad en que vivió.

La última vez que escuché la voz de Bibi fue el 8 de agosto pasado, el día de mi boda. Llamó para felicitarnos en el instante en que yo salía del salón de belleza. Si hay algo que puede llamarse «emociones encontradas» es la felicidad de tener noticias de tu abuela el día en que te casas al tiempo que maldices la distancia y el exilio forzado por el caos en tu patria. Hice un esfuerzo para no llorar, para no arruinar mi maquillaje de novia.

Somos infinitamente más afortunados que muchos compatriotas. Sólo Dios sabe cuántas abuelas iraquíes (y palestinas, libanesas y afganas) han sido destrozadas por los bombardeos usamericanos y sionistas. Afuera de los hospitales de Amman, donde Bibi recibió tratamiento, había abuelas iraquíes, hijas del país con mayor riqueza petrolera del mundo, vendiendo cigarrillos y chicles en las aceras, apenas a un paso de pedir limosna.

Espero el día en que pueda ver la casa de Bibi en Bagdad, esa casa donde crió a dos generaciones de iraquíes. Hasta entonces, la mejor manera de honrar su memoria seguirá siendo oponerme a la injusta ocupación que desgarró a su familia.


Fuente: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=8563&lg=en

Saja, Atenea Acevedo y Manuel Talens son miembros de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Acevedo y Talens pertenecen asimismo al colectivo de Rebelión.