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Nayaf: Otra derrota de los Estados Unidos

Fuentes: Rebelión

Cuando el Ayatolá Al Sistani regresó a Irak cambió la correlación de fuerzas a favor de los religiosos chiítas. Los Estados Unidos sufrieron otra derrota política mientras que el «gobierno» de Hiyad Allawi pende de un hilo, sostenido solamente por los fusiles norteamericanos. Un mal punto de apoyo

Desde principios de agosto la situación del «gobierno» impuesto por EEUU es crítica. Las provincias del sur -vitales para la economía petrolera- son gobernadas por políticos chiítas distantes del poder central. En el norte, la autonomía del Kurdistán es absoluta, con el peligroso agregado de la presencia del Mossad israelí que apoya y entrena a los peshmergas. En el centro del país Faluya ganó su autonomía a punta de fusil en marzo y abril al igual que Samarra. En la provincia de Al-Anbar los combates de la resistencia multiplican las bajas norteamericanas, mientras que en las ciudades santas -Kut, Nayaf y Kerbala- las milicias de Moqtada Al Sadr controlaban la situación. En Bagdad, el ejército Mahdí es dueño de Ciudad Sadr y los enfrentamientos de la resistencia contra los invasores y sus colaboradores continúan. El poder norteamericano se encontró en una encrucijada: si esta situación continúa los objetivos de la ocupación fracasarán. Era imperioso recuperar los espacios perdidos.

La elección del contra ataque recayó sobre las milicias de Moqtada Al Sadr por razones políticas y estratégicas. En abril el ejército Mahdí había derrotado a los invasores, logrando el control de la ciudad santa. Asimismo, la caída de Nayaf y Kut fracturaba al país al medio, pues la ocupación perdía el control de las líneas de abastecimiento que van hacia el norte, de Kuwait a Bagdad, y desde Jordania a la capital. Recuperar el corredor de Nayaf y Kut era imprescindible para atacar Faluya después.

Estados Unidos no cumplió los términos del acuerdo que dieron fin al alzamiento chiíta de abril. No hubo amnistía para Moqtada al Sadr, su periódico fue reabierto recién el 18 de julio y el ministro de defensa rechazó la posibilidad de que las milicias rebeldes patrullaran Nayaf junto con las del «gobierno provisorio». En ese marco, las tropas norteamericanas avanzaron sorpresivamente contra el ejército Mahdí, haciendo estallar nuevamente la resistencia chiíta. Fueron marines y no el ejército los que atacaron las posiciones de Sadr en Nayaf. Decididos a deshacerse del joven clérigo, las fuerzas invasoras pusieron sus mejores tropas al acecho, haciendo a un lado las de un ejército muy desmoralizado, y llevaron en su ofensiva a la nueva Guardia Nacional Iraquí dispuesta estratégicamente para ingresar en la mezquita del Imán Alí. Sin embargo, el aliado iraquí no era del todo confiable. Estaba muy fresca la experiencia de Faluya, donde las tropas locales se negaron a pelear y, en algunos casos, se pasaron al campo resistente. El contra ataque americano comenzó el 5 de agosto y la estrategia de al Sadr fue la misma que en abril: se atrincheró en la mezquita del Imán Alí y llamó a la resistencia en todo Irak.

La política de las armas y el arma de la política

Estados Unidos pudo haber aplastado a Moqtada al Sadr y al ejército Mahdí, pero políticamente los costos hubieran sido enormes y peligrosos. El error de cálculo fue fatal para los militares norteamericanos que volvieron a actuar con total autonomía del poder político. Cuando el primer levantamiento chiíta de abril, los militares hicieron a un lado a Paul Bremer, al que responsabilizaron de haber provocado el alzamiento. En agosto la contraofensiva de los marines fue sin autorización ni de Allawi ni del Pentágono, por lo que las autoridades norteamericanas como las del «gobierno» iraquí tuvieron que aceptar los hechos consumados. Pero mientras Estados Unidos sólo jugaba la carta militar, Moqtada al Sadr tenía en la manga, además, la carta política y social. La rebelión se extendió por todo Irak atizando el conflicto general que unió a chiítas y sunnitas en la misma tragedia, y desde el 7 de agosto todas las regiones del país estaban en pié de guerra. A tal grado llegaron los enfrentamientos que, en realidad, las batallas fueron más contundentes fuera de Nayaf. Así, mientras en la ciudad santa el porcentaje de las bajas de los invasores en agosto es apenas el 12%, en Bagdad es el 14.7 y en el centro más importante de los choques, Al-Anbar, fue el 28%. En Samarra y en Basora las bajas de la coalición fueron el 5.3 y 4 por ciento respectivamente.

El gobierno de Allawi perdió en toda la línea desde el comienzo. Mintió descaradamente y sus diarias exigencias y bravuconadas no fueron consideradas por Moqtada al Sadr, debilitando aún más la frágil situación del «gobierno provisorio». El 7 de agosto informó que tenía el control total de la ciudad, que había capturado 1.200 soldados del ejército Mahdí y matado a 300 y sostenía que ochenta iraníes peleaban en el bando chiíta. Todo era falso. Al día siguiente el «primer ministro» y parte de su «gabinete» hicieron acto de presencia en Nayaf y exigieron, de nuevo, el desarme de la milicia rebelde. Moqtada al Sadr juró resistir hasta el final, mientras el ministro del interior declaraba: «No vamos a negociar. Vamos a combatir a las milicias; somos lo bastante fuertes para frenarlas y para echar a sus miembros del país». En el tercer día de la ofensiva atacaron objetivos que poco tenían que ver con al Sadr; Cuatro cohetes cayeron sobre la casa del ayatolá Bashir Al Najafi, uno de los más altos dignatarios chiíes de la ciudad santa. El mismo día comenzaron los bombardeos sobre Samarra y Nasiriya y Moqtada al Sadr declaraba a Estados Unidos enemigo del pueblo iraquí.

El conflicto se desarrolló a lo largo de todo agosto casi de la misma manera. Las fuerzas de ocupación atacaban fieramente, amenazaban con el «asalto final», el ejército Mahdi controlaba zonas de la ciudad, combatía en el cementerio y se atrincheraba en la mezquita del Imán Alí. De esta manera, cada amenaza que el gobierno y los invasores no cumplían debilitaba su posición, mientras que Moqtada al Sadr ganaba tiempo, apoyos y prestigio.

La convocatoria a resistir la embestida contra Nayaf dio muy buen resultado, con efectos inesperados. Las manifestaciones llenaron las calles de las principales ciudades. En Nasiriya los trabajadores petroleros se declararon en huelga. La rebelión se extendió a Diwaniya y Basora, parando la producción de petróleo. Los jefes de las tribus reunidos en Nayaf daban su apoyo a al Sadr y los ulemas sunnitas condenaban expresamente en una fatwa (decreto) a quienes apoyaran a los atacantes. El 15 de agosto Mitchell Prothero y Peter Beaumont informaban en The Guardian que oficiales de la policía, en una manifestación popular en la «Zona Verde», colgaron pancartas y se movilizaron en camiones al grito de «Sí a Moqtada, no a América». Mientras tanto el frente interno de Allawi comenzó a resquebrajarse peligrosamente. El vicepresidente iraquí, Ibrahim Al Jafari, tomó distancia y criticó duramente la supuesta masacre de 300 milicianos en Nayaf y los ultimátums del gobierno. El 12 de agosto dimitieron el vice gobernador y dieciséis de los 30 miembros del consejo de gobernación de Nayaf en protesta por los bombardeos. El gobernador de la provincia de Al-Anbar renunció. Pero lo peor fue la amenaza de secesión de las provincias del sur, Basora, Missan y Zi Qar-all. El gobernador de Basora -provincia clave para las exportaciones petroleras- Salam Maliki, amenazó con la separación si no se detenían los ataques contra Nayaf. En el sur el ejército Mahdí voló oleoductos y un pozo petrolero; los precios del crudo se dispararon. Allawi y Estados Unidos quedaron completamente aislados.

Frente al estancamiento comenzaron las negociaciones que al Sadr aprovechó hábilmente para ganar tiempo y mostrarse ante el mundo como conciliador. En principio exigió que el pacto con Allawi tuviera como conclusión la renuncia del gobierno y que reconociera el ejército Mahdí. Luego, aceptó la mediación del Vaticano y de la ONU, pero las iniciativas quedaron como una intención. Mientras los ataques continuaban, se reunía en Bagdad la Conferencia Nacional Iraquí para elegir un consejo que operara como contralor del «gobierno provisorio». Moqtada al Sadr y los ulemas sunníes rechazaron integrar el organismo al que consideraron ilegítimo y manipulado por Estados Unidos. A pesar de esto, al Sadr aceptó la mediación de la Conferencia Nacional que envió una delegación a Nayaf para pactar con el clérigo rebelde. El 18 de agosto llegaron a un acuerdo que tendría grandes implicancias políticas. Efectivamente, el éxito de la gestión de la novel Conferencia Nacional hubiera desequilibrado más el balance de poder interno en Irak. Si los delegados del nuevo organismo mostraban eficacia y obtenían la paz en Nayaf, hubieran legitimado su rol político y el gobierno de Allawi tendría un nuevo competidor pero ahora dentro la estructura política oficial. El «gobierno provisorio» no estuvo dispuesto a tolerar la competencia y cuando el acuerdo parecía un hecho, bombardeó Nayaf con el guiño de Condollezza Rice, matando a cincuenta personas y dando por tierra con las pretensiones políticas de la Conferencia Nacional. Fue un grave error, pues ahora la solución de la crisis quedaba reducida dos opciones, la militar o la mediación del ayatolá al Sistani.

El triunfo de los chiítas

El 21 de agosto, representantes del «gobierno provisorio» visitaron a al Sistani en Londres para que mediara en la crisis. Considerado un «moderado» al Sistani había dado un reconocimiento crítico al «gobierno» de Allawi y pactado con los norteamericanos la transición política. El ayatolá propuso a al Sadr que se entregaran las llaves del mausoleo del Imán Alí a la Marjaiya, las autoridades religiosas chiítas. El líder del ejército Mahdí aceptó la propuesta de inmediato, mientras el «gobierno provisorio» mentía informando que tenía el control de la mezquita. Cuando parecía que se abría una nueva posibilidad de paz, al Sistani puso como condición la necesidad de realizar un inventario de los bienes de la tumba del Imán Alí, para garantizar que sus tesoros no habían sido saqueados. La formación del comité que realizara la tarea quedó en manos de al Sistani, pero nunca se concretó. Tal vez al Sistani quería dar largas al asunto pero ¿con qué objetivo? Quizá buscaba ganar tiempo hasta que pudiera regresar a Irak y obtener el rédito político que significaría una solución in situ, o esperaba que el desarrollo de los acontecimientos desgastara a al Sadr para que una vez recuperada la ciudad el ejército Mahdí no fuera un factor de poder. Cualquiera haya sido el cálculo, la violencia continuó haciendo insostenible la situación de Estados Unidos y del «gobierno provisorio», atrapados en sus mentiras y su impotencia.

Finalmente la situación tuvo un vuelco dramático con el regreso de al Sistani a Irak. El 25 de agosto llamó a todos los chiítas a marchar hacia Nayaf para defender los lugares santos, convocatoria a la que se sumó Moqtada al Sadr. Así, se generó una movilización masiva donde cientos de miles de chiítas marcharon hacia la ciudad santa, burlando los cercos del ejército norteamericano. Mientras al Sistani hacía su regreso triunfal en una caravana desde Basora, los chiítas ocupaban la ciudad y eran recibidos con honores por los soldados del ejército Mahdí. Al grito de ¡viva el Islam!, ¡fuera Allawi! y ¡fuera Estados Unidos!, la avalancha se apoderó de la mezquita. La movilización popular demostró el inmenso poder de convocatoria de al Sistani y lo transformó en uno de los ejes centrales de la política iraquí. Al Sistani recuperó su protagonismo y consiguió la retirada de las tropas invasoras y las de Moqtada al Sadr, el compromiso de que el ejército Mahdí debería desarmarse y transformarse en un partido político, la entrega de la mezquita a la Marjaiya chiíta y se acordó indemnizar a la población de Nayaf y que la ciudad fuera vigilada por la policía iraquí. Con su gente movilizada logró en un día lo que los norteamericanos no pudieron en tres semanas de asedio, mientras que el «gobierno provisorio» perdió todo prestigio al no lograr ninguno de sus objetivos; no controla la ciudad, no atrapó a Moqtada al Sadr, tuvo que garantizar su libertad y la de sus combatientes y el ejército Mahdí no se desarmó. Cuando abandonaron la mezquita hicieron una entrega simbólica de algunas armas, pero el grueso del arsenal lo escondieron o se lo llevaron a su bastión de ciudad Sadr al este de Bagdad. El 26 de agosto la balanza de poder en Irak se desequilibró a favor de los chiítas, y se confirmó que el «gobierno provisorio» es un títere sin credibilidad y sin poder.

Moqtada al Sadr logró sobrevivir una vez más con su prestigio y su poder político intactos. Asimismo nació una peculiar simbiosis entre el clérigo rebelde y el Ayatolá al Sistani: el primero, representa a los chiítas iraquíes y mantiene su poder militar como una amenaza; el segundo es el vocero del chiísmo iraní y opera como el factor que contiene los impulsos rebeldes del ejército Mahdí. Por si acaso, la Marjaiya declaró poco después de la recuperación de Nayaf que buscaban una solución pacífica a la ocupación pero «si se concluye un día que no hay más posibilidades de discusión, entonces la lucha armada se convertirá en una posibilidad». De esta manera, los invasores van a necesitar el acuerdo con al Sistani y al Sadr permanentemente, si no quieren que la situación se les vaya de las manos.

Una vez más las armas norteamericanas no pudieron vencer. Nayaf se suma al fracaso en Faluya y al estancamiento general en todo el país que resiste la ocupación desde hace 540 días. Mientras tanto, Moqtada al Sadr se replegó a sus bastiones con su arsenal intacto, reclutando nuevos combatientes y acumulando poder político.