Se habla estos días -con la misma rotundidad con la que tiempo atrás se aludió a las armas de destrucción masiva- de la transferencia de poder o de soberanía que va a tener lugar en Iraq. Se insiste en recordar que el 30 de junio iniciará su andadura un Gobierno iraquí (llamado ahora «interino»), y […]
Se habla estos días -con la misma rotundidad con la que tiempo atrás se aludió a las armas de destrucción masiva- de la transferencia de poder o de soberanía que va a tener lugar en Iraq. Se insiste en recordar que el 30 de junio iniciará su andadura un Gobierno iraquí (llamado ahora «interino»), y que en esa misma fecha las tropas ocupantes se convertirán en «fuerza multinacional», desplegada en Iraq por deseo del nuevo Gobierno y a la que Naciones Unidas ha dado resignadamente su aprobación, tras largas semanas de negociación y cinco borradores de resolución para alcanzar un mínimo acuerdo. Se ha aplaudido sonoramente el «regreso» de Bush a la ONU y su reencuentro con la vieja y la nueva Europa, cuando sigue crítica la situación en Iraq y se aproximan las elecciones presidenciales en EEUU.
Una vez más hay que leer entre líneas y hay que esforzarse por entender lo que ocurre detrás de la hojarasca retórica. Para ayudarse en ese esfuerzo no está de más tener presentes algunas realidades. Se viene atribuyendo a Bush, casi en exclusiva, el designio imperialista de poner los intereses de EEUU por encima de todo lo demás; de prescindir de la ONU; de eximir a sus tropas de cualquier responsabilidad internacional; de cerrar los ojos ante las violaciones de las leyes de la guerra; y muchas otras acusaciones más, por todos sabidas y que van saliendo a la luz estos días.
Pero nada de eso es nuevo. Bajo la autoridad del anterior presidente -el «simpático» Clinton que ahora firma ejemplares de su libro de memorias con gran éxito- la política exterior de EEUU no fue muy distinta. Se llegó a afirmar ante el Consejo de Seguridad que EEUU tenía intención de actuar «multilateralmente siempre que fuera posible, pero unilateralmente cuando fuera necesario». Es decir, que si no lograba alinear tras de sí a los países amigos, mediante persuasión o chantaje, prescindiría de ellos y tomaría las decisiones que mejor le convinieran. Exactamente lo que ha hecho Bush en Iraq. También Clinton hizo saber que utilizaría de modo unilateral la fuerza militar para defender los intereses estadounidenses, tales como «el acceso ilimitado a los principales mercados, a las fuentes de energía y a los recursos estratégicos». ¿Se diferencia en algo de la política de Bush? Quizá Clinton aventaje a Bush en su aparente bonhomía, en su origen familiar ajeno a los círculos plutocráticos donde crecen los presidenciables y en su notoria debilidad humana, tan alejada del integrista y fanático cristiano -«renacido a la fe», dice él- que muestra ser Bush. Pero estas diferencias de índole personal no parecen afectar mucho al rumbo que sigue la política exterior de EEUU.
Se anuncia en Washington que el nuevo Gobierno iraquí va a recibir la «plena soberanía» de manos de la actual Autoridad Provisional de la Coalición. ¿Qué soberanía es esa que carece del monopolio del uso de la fuerza, que no puede regular la actividad social y económica del país, y que estará vigilada y limitada por los representantes de EEUU en Iraq? Dicho de otro modo: en tanto que EEUU ostente el dominio militar, económico y administrativo del país, no hay soberanía iraquí.
En realidad, la presencia de tropas y bases extranjeras en cualquier país ya limita en cierto modo la soberanía del Estado anfitrión, porque en su suelo se asienta un poder militar que no controla plenamente. Pero si a esto se une la falta de autonomía en otros aspectos importantes, como los antes señalados, es falso referirse a una «plena» transferencia de soberanía al Gobierno iraquí, como hacen algunos medios de comunicación en EEUU.
El primer ministro del nuevo Gobierno interino ha sido elegido por designio exclusivo de EEUU. Inicialmente se había pensado en Ahmed Chalabi, el que fue favorito del Pentágono hasta que cayó en desgracia, y antes perseguido judicialmente en Jordania por irregularidades bancarias. Washington se ha inclinado ahora por Ayad Alaui, el hombre de la CIA, vinculado a una organización terrorista que en los tiempos de Sadam hizo explotar coches-bomba en el centro de Bagdad.
En el forcejeo entre el Departamento de Estado y la CIA por un lado, y el Pentágono por otro, parece haber ganado aquél por ahora. Pero en ningún caso el pueblo iraquí ha sido consultado y el Gobierno que le va a ser impuesto lleva consigo el sello de la invasión y la ocupación militar. No es de extrañar que los iraquíes permanezcan bastante ajenos al cambio de situación que se pretende festejar cumplidamente la próxima semana, con la transferencia nominal de un poder inexistente. Porque para el iraquí de la calle y para gran parte de la opinión pública internacional no parece que exista en Iraq poder alguno que pueda ser traspasado al nuevo Gobierno: allí sólo reina el caos, prolifera el terrorismo y, lamentablemente, la suerte de Iraq depende estos días casi tanto de Bush como de Ben Laden.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)