Francisco Fortuño Bernier es profesor e investigador en el Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico (UPR), en el Recinto de Río Piedras. Anteriormente, fue miembro activo de la Unión de Juventudes Socialistas (UJS-MST) y de los Comités en Defensa de la Educación Pública (CEDEP) durante la Huelga de Estudiantes de la UPR en 2010-2011. Obtuvo su doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Francisco ha contestado todas nuestras preguntas. Todas sus respuestas son para ser compartidas con todos vosotros.
– Wilkins Román Samot (WRS, en adelante) – ¿Es hora de exigir el fin del colonialismo y comenzar una conversación sobre reparaciones económicas en Puerto Rico y Estados Unidos? ¿Por qué?
– Francisco Fortuño Bernier (FFB, en adelante) – Podría empezar diciendo que cualquier momento es bueno para exigir el fin del colonialismo, pero en la actualidad hay dos cuestiones que subrayan la necesidad apremiante de buscar caminos radicalmente distintos: la deriva autoritaria y caótica de los Estados Unidos y, más importantemente, la bancarrota histórica del sistema capitalista-colonial en Puerto Rico.
En este país queda muy poca gente con fe en el progreso: los jóvenes, por ejemplo, nunca han visto un periodo de crecimiento económico. Son una generación que creció y vive un país donde el futuro no promete nada positivo. Esto contrasta incluso con mi propia generación, que aunque ha visto la crisis de adultos, nos criamos en el mundo de las fantasías del “fin de la historia” y el crecimiento eterno. Como mucho, algunos guardan esperanza en la emigración, pero las condiciones en Estados Unidos ya están haciéndoles cuestionarse incluso la idea misma de irse.
La propuesta de las reparaciones parte de la premisa de que la dominación colonial que Estados Unidos viene ejerciendo sobre Puerto Rico desde el final de la Guerra Hispanoamericana ha sido un obstáculo para el desarrollo económico y social de nuestro país. Ese subdesarrollo forzado tendría que ser remediado de alguna manera: en otras palabras, exigir reparaciones es decir que Estados Unidos le debe a Puerto Rico.
Desde la crisis económica de inicios de los 1970, la extracción económica de las corporaciones estadounidenses ha ido incrementando y los beneficios marginales de esa acumulación para el pueblo puertorriqueño han sido proporcionalmente mínimos y decreciente. Eso es lo que demuestra la brecha histórica entre producto doméstico y nacional en las estadísticas económicas de la isla. Desde inicios de este siglo, Puerto Rico vive un estancamiento económico severo. A esto se han sumado varias catástrofes —humanas como la imposición de la austeridad de la Junta de Control Fiscal en 2016; naturales como los huracanes de 2017— que ponen en entredicho la idea de que dentro de las relaciones sociales y políticas existentes sería posible mejorar considerablemente la vida colectiva del pueblo puertorriqueño.
– WRS – ¿Qué relación si alguna ves entre la migración de los puertorriqueños a los Estados Unidos y las innumerables oportunidades desarrolladas por el Congreso de los Estados Unidos para que las corporaciones estadounidenses exploten a Puerto Rico?
– FFB – Históricamente, la emigración fue un proyecto vinculado al desarrollismo del Estado Libre Asociado. Sin embargo, el carácter de la emigración ha cambiado.
Si bien a mediados de siglo pasado el gobierno fomentó la emigración a partir de teorías pseudo-malthusianas sobre la supuesta sobrepoblación del país, esos migrantes se insertaban en la economía estadounidense con relativa facilidad. Había demanda de mano de obra, al menos hasta la crisis de los 1970. Otra historia fue cuando comenzó la desindustrialización de los centros urbanos norteamericanos y esos puertorriqueños de la diáspora se vieron directamente afectados, produciendo una miseria terrible en lugares como el Sur del Bronx, por ejemplo. En todo caso, su salida de la isla no implicó nunca una reducción poblacional, todo lo contrario: hasta en los años de mayor emigración de mediados de siglo pasado hubo crecimiento demográfico.
En este siglo, ha sido distinto. La población de Puerto Rico ha caído. Estamos ahora al nivel de 1980. Es claro que la emigración ha sido un contribuyente a esa disminución. A la vez, el gobierno ha adoptado la política de importar millonarios, a los que promete no cobrarles impuestos al asentarse aquí. El favoritismo del gobierno hacia esos extranjeros contrasta con su austeridad para el pueblo puertorriqueño. Esa contradicción se junta con el desplazamiento y gentrificación urbana que es bien conocido tanto aquí como en muchas ciudades a nivel global (AirBnb es una crisis aquí como en muchas otras partes). Mi impresión es que el aparente incremento en el sentimiento nacionalista en Puerto Rico hoy —evidenciado quizá por excelencia en el efecto de las canciones más politizadas del último disco de Bad Bunny— no está desvinculado de esta dinámica. Es una respuesta lógica.
– WRS – ¿Cuál debería ser el rol de la academia y la sociedad civil puertorriqueña dentro de los Estados Unidos y Puerto Rico en la descolonización de Puerto Rico, si alguno? ¿Qué deberían hacer?
– FFB –La precariedad del mundo intelectual en Puerto Rico es preocupante y se debe principalmente a la neoliberalización que ha destruido el tejido básico de interacción que permite surgir comunidades intelectuales vivas y a la austeridad que ha minado sus soportes materiales, destruyendo las instituciones de educación superior y culturales. Contra esa tendencia, uno de los roles que pueden cumplir estos sectores es reavivar la vida del pensamiento a partir de una apertura al debate franco. Se impone la necesidad de asumir como tarea constante articular la defensa, justificación y crítica de las posiciones políticas adoptadas. Por demasiado tiempo hemos operado como si las preguntas fundamentales estuviesen respondidas y lo único que hiciese falta es encontrar la solución técnica a problemas divorciados de la ideología.
Un concepto central que requiere discusión ineludible, desde este punto de vista político, es el de capitalismo colonial. Desde Nueva York, y vinculado a los proyectos investigativos del Centro de Estudios Puertorriqueños, un grupo encabezado por José A. Laguarta ha lanzado un llamado a reconsiderar el legado de lo que él ha llamado la tradición radical puertorriqueña. Esta agenda de estudios, a la que me sumo, busca dar cuenta de los debates dentro del radicalismo puertorriqueño —sea nacionalista, sea de izquierda (socialista, comunista o anarquista), o los combine— a partir de un nuevo examen de las formas en que se respondió y responde aquella famosa pregunta de Rubén Berríos: “¿independencia, para qué?” Aproximarse a esta cuestión para teorizar la relación del presente con ese pasado de lucha radical es un punto de partida intelectual, aunque la academia es un ámbito distinto al de la lucha política y social.
Dicho sea de paso, si algo se demuestra en el debate reciente sobre la Orden Ejecutiva de la independencia por decreto presidencial es que las contestaciones a esa pregunta siguen siendo múltiples y encontradas. Eso debería dar pie a una discusión abierta, no a cerrar el debate. En ese sentido, creo que se debe recuperar críticamente un concepto que se popularizó como respuesta a aquella pregunta del “para qué” de la independencia: el socialismo democrático.
Puerto Rico vivió durante la campaña electoral de 2024 un pequeño “Red Scare” criollo: un reavivamiento del anti-comunismo de la Guerra Fría cuyo objetivo fue el descrédito del cuestionamiento del orden establecido. ¿Deberían esas fuerzas derechistas determinar los límites de lo que se puede decir en la política puertorriqueña? Su objetivo es constreñir lo decible para imponerse y dificultar la denuncia de sus proyectos reaccionarios. Mínimamente, la retórica que tilda toda oposición de socialista debería levantarnos curiosidad por el sentido real del término.
Dicho eso, no pienso que la académica o la sociedad civil tengan que, necesariamente, dedicarse exclusivamente a asumir una práctica definida por un ideal político específico. Hay mucho de la investigación científica o la vida activa en la esfera civil que no puede ni debe estar supeditado a una causa. La academia debe juzgar el valor de una contribución a partir del rigor intelectual de un trabajo, no de las convicciones de quien lo escribe.
– WRS – ¿Cómo el Comisionado Residente de Puerto Rico en el Congreso de los Estados Unidos y los congresistas de origen puertorriqueño podrían ayudar a resolver los problemas económico-sociales creados por la explotación de los Estados Unidos en Puerto Rico?
– FFB – El Comisionado Residente actual, Pablo José Hernández, es uno de los pocos políticos nacionales que aún niega el carácter colonial de la relación entre Puerto Rico y Estados Unidos. Una figura como esta, que se perfila como uno de los principales contendientes de las próximas elecciones, representa un retorno al pasado, incapaz de enfrentar los problemas del Puerto Rico de hoy. Apela a la nostalgia por un tiempo irrecuperable en el que su partido, que llegó tercero en las pasadas elecciones, era hegemónico.
Los congresistas de origen puertorriqueño son un punto de contacto importante para los partidos y movimientos acá. En muchos casos estos responden a constituyentes de la diáspora boricua y por lo tanto tienen un incentivo para preocuparse por Puerto Rico. Esto es una condición que comparten algunos congresistas que no son de orígen puertorriqueño. Sin embargo, no hay que perder de perspectiva que la política congresional responde a imperativos locales, nacionales (estadounidenses) y, sobre todo, partidistas. En ese sentido, es limitado lo que puedan o interesen hacer en ausencia de una presión concreta desde acá.
– WRS – ¿Por qué los movimientos de estadidad no han sido capaces de confrontar al imperialismo estadounidense en Puerto Rico y los Estados Unidos? ¿Qué deberían hacer?
– FFB – En términos de apoyo popular, el anexionismo ha sido la ideología política más exitosa en Puerto Rico desde el último cuarto del siglo XX. Recientemente, he visto este argumento reaparecer en el último libro del historiador Carlos Pabón, Ilusión y ruina: imaginarios de izquierda en Puerto Rico desde los sesenta. Este libro, que creo que todo independentista e izquierdista debería leer precisamente por la incomodidad que le causarán muchos pasajes, invita a afrontar la incapacidad del independentismo hasta ahora para elaborar una estrategia que parta de aceptar esa derrota, confrontando el hecho de que el ideal estadista ha calado hondo entre el pueblo y que esa hegemonía representa un reto serio para quien quiera oponérsele.
Independientemente de esto, el anexionismo es incapaz de enfrentar al imperialismo por la simple razón de que eso entraría en contradicción con su objetivo básico. El anexionismo, en la medida en que busca integrarnos a Estados Unidos, viene obligado a defender como conveniente y beneficiosa la política de ese país. Es común entre los proponentes de la estadidad escuchar la idea de que la estadidad es una cuestión de igualdad de derechos. También su retórica suele hablar de una especie de pacto de sangre: los puertorriqueños han muerto en las guerras de los Estados Unidos y, por lo tanto, dicen ellos, se merecen la anexión.
No se puede menospreciar el efecto que ha tenido la adopción de un discurso populista y a favor de los derechos civiles de parte del anexionismo, pues así es que construyó su llamado al pueblo. El anexionismo creció cuando logró apelar a los sectores populares, arrebatándoselos al estadolibrismo y cerrándole el paso al independentismo de izquierda entre las masas.
Sin embargo, más recientemente el liderato anexionista, representado sobre todo por la figura de Jenniffer González, se ha vinculado al trumpismo abiertamente. Esa apuesta no parece haber rendido frutos por ahora: el Partido Republicano se opone abiertamente a la estadidad, un proyecto que caracterizan como “socialista”, en palabras de Mitch McConnel. Habrá que ver hasta donde aguanta esa contradicción, pero la política de austeridad extrema de Trump, puesta en marcha por Elon Musk, no es para nada congruente con el discurso anexionista de que la estadidad representaría una bonanza de fondos federales para Puerto Rico.
En última instancia, la anexión, sea o no vista como una alternativa de descolonización en el caso puertorriqueño, no es una opción anti-imperialista, y es difícil pensar que pudiese serlo dada la realidad de los Estados Unidos. La entrada de Puerto Rico a la unión no haría nada para cuestionar o minar el poder global que ejerce ese país.
– WRS – ¿Qué ha hecho, si algo, la presidencia de los Estados Unidos, y los dos partidos políticos dominantes dentro de los Estados Unidos, el demócrata y el republicano, para mitigar el desastre que ellos y los estadounidenses ayudaron a crear dentro de Puerto Rico?
– FFB – Muy poco. En lo que tiene que ver con Puerto Rico ambos partidos suelen tener la misma política básica: ignorarnos. Quizá algunos demócratas en el Congreso sienten un poco más de presión de su base para interesarse en nuestros asuntos, pero la gestión de Joe Biden o Barack Obama fue nula en lo que tiene que ver con resolver los problemas fundamentales de Puerto Rico. No hay que olvidar que la Junta de Control Fiscal tuvo un origen bipartidista: Obama se puso de acuerdo para crearla con un Congreso republicano. Ahora, la administración de Donald Trump está probando ser desastrosa, tanto económicamente como en materia de derechos civiles: el Estado en Puerto Rico depende de los servicios sociales que se sufragan con fondos federales y tenemos pocas protecciones formales frente a la ofensiva anti-liberal del trumpismo y su nuevo macartismo.
– WRS – ¿Cuál sería la forma de que los puertorriqueños rompan con este ciclo de abuso del colonialismo estadounidense dentro de Puerto Rico? ¿Debería Puerto Rico y los puertorriqueños ser reparados económicamente por Estados Unidos?
– FFB – Sí, Estados Unidos debería pagar reparaciones a Puerto Rico. También a los afroamericanos por la esclavitud y el racismo institucionalizado y a las naciones indígenas que aún hoy subyuga ese país.
Pero reconozco que la idea de las reparaciones es una que no ha avanzado tanto en Puerto Rico. Hay que estudiar el tema para poder fundamentar bien el reclamo y abrirlo a la discusión pública. Pone de relieve la responsabilidad de los Estados Unidos y sus colaboradores locales por el desastre que vive Puerto Rico. Pero no es suficiente decir que sobran las razones para que nos den reparaciones: habría que argumentar y demostrar su necesidad en términos específicos.
– WRS – El economista francés Thomas Piketty considera que Francia debería reparar en más de 28 mil millones de dólares americanos a Haití. ¿En cuánto debería Estados Unidos reparar económicamente a Puerto Rico y a los puertorriqueños?
– FFB – Esa cifra se puede calcular a partir del estudio de la historia económica de Puerto Rico, pero el debate no creo que deba girar en torno a la cantidad, sino a la razón de por qué nos deberían reparar.
Además de la deuda monetaria de Francia con Haití, que asciende como plantea Picketty a decenas de miles de millones de dólares, la humanidad tiene una deuda moral con Haití. Esa nación hizo algo que más nadie ha hecho: nació en el triunfo de una revolución donde por primera vez un pueblo esclavizado obtuvo su liberación por sí mismo. Esa gesta muestra el significado de poner los principios de libertad y poder popular en la práctica.
Pero eso nunca se lo perdonaron a los haitianos. Los sumieron punitivamente en la miseria y hoy su gente es perseguida por los xenófobos, sea en Estados Unidos o República Dominicana. Y aquí también: no solo por el racismo que desafortunadamente perdura en la sociedad puertorriqueña, sino por las agencias anti-inmigrantes estadounidenses. Hace poco un estudiante de la Universidad de Puerto Rico, haitiano, fue detenido por la policía anti-inmigrante en Río Piedras sin otra razón que no fuese su prejuicio.
El principio de solidaridad implica que cuando los puertorriqueños escuchemos los ataques que sufren los inmigrantes en Estados Unidos tenemos que saber que también hablan de nosotros.
– WRS – Muchos puertorriqueños viven en la diáspora, bien en Estados Unidos como fuera de los Estados Unidos. Otros puertorriqueños han sido y son partícipes del saqueo estadounidense dentro de Puerto Rico. Todos, los primeros y los segundos son estadounidenses. ¿Por qué deben ser o no ser recompensados? ¿Son todos los puertorriqueños sujetos coloniales a los que se les ha robado su futuro en su propia tierra? ¿Se les debe devolver su futuro estén donde estén, sean quienes sean?
– FFB – Una política orientada a la erradicación de la explotación del ser humano por el ser humano y a la abolición de todas las formas opresivas de dominio sobre las personas tiene que reconocer que su proyecto es universal y por lo tanto su llamado a la liberación no puede conocer fronteras, tiene que ser internacionalista de entrada. No concibo una independencia en la que no se le dé la más amplia cabida posible a la diáspora puertorriqueña.
– WRS – Recientemente ha estado moviéndose un proyecto de Orden Ejecutiva para el reconocimiento de la soberanía de Puerto Rico por parte del Presidente de los Estados Unidos. ¿Qué le falta a ese proyecto de Orden Ejecutiva? ¿Qué defectos le ves a ese proyecto de Orden Ejecutiva? ¿Por qué los Estados Unidos merecen algo mejor? ¿Por qué Puerto Rico merece algo mejor?
– FFB – En un artículo titulado “Independencia y democracia: el poder del pueblo no requiere permiso imperial” para la revista momento crítico me he expresado críticamente sobre ese proyecto de Orden Ejecutiva porque entiendo que es problemático tanto en términos estratégicos como ideológicos. Me parece que adolece de cierto ilusionismo.
Aunque veo en ese borrador de orden un intento de generar un debate que puede calificarse como un éxito en términos mediáticos, no deja por eso de presentar un contenido que revela concepciones truncadas tanto de democracia como de independencia. Estratégicamente, veo como un error basar el reclamo de independencia en la idea de que Puerto Rico es un lastre para los Estados Unidos.
Además, y esto es más preocupante, es un error promover la ilusión de que Donald Trump nos puede o va a liberar del colonialismo. Lo primero es, en la práctica, hacerse eco de los prejuicios del colonizador. Lo segundo nos deja muy mal parados a la hora de enfrentar las imposiciones del presidente, cuyo programa fascistizante arrecia aquí y ahora: promover la idea de que el mismo Trump que promueve el fascismo puede ser la panacea del independentismo, a la vez que se denuncian sus políticas es, mínimamente, incongruente. Es cierto que la presidencia de los Estados Unidos está en medio de una deriva autoritaria y que Trump está entregando el Estado al capital. Pero precisamente por eso hay que preguntarse si realmente estos personajes pueden ser nuestros salvadores.
Aquí parece que se ha dejado de lado la noción de que el poder del pueblo de Puerto Rico se puede organizar y ejercer para su propia liberación y se ha pasado a reconocerle exclusivamente poder al colonizador. Eso me parece un error. Rechazo reducir la independencia a un artificio legal, negando su aspecto necesario de conformación de una voluntad nacional democrática. No puede ser algo que nos pase y recibamos pasivamente. Tiene que ser algo que hagamos colectivamente porque va a ser el inicio de una historia que requerirá asumir una serie de tareas que nunca hemos afrontado como pueblo.
El reto del independentismo no son los prejuicios de Trump, son los del pueblo que hasta ahora no ha adoptado la independencia como proyecto. Toca persuadir sobre la necesidad de la independencia y, desde las luchas sociales, construir poder popular para ponerla en la práctica como verdadera descolonización.
Wilkins Román Samot, Doctor de la Universidad de Salamanca, donde realizó estudios avanzados en Antropología Social y Derecho Constitucional.
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