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Con el esposo de Margaret Hassan

«No creo que los insurgentes mataran a mi esposa»

Fuentes: La Jornada

George W. Bush cree en el bien y el mal. Esto vale también para su gemelo espiritual, Osama Bin Laden. Yo nunca he estado muy seguro respecto del mal, pero en el bien sí creo.El primer libro que mi madre me dio para que yo leyera solo fue El diario de Anna Frank. La historia […]

George W. Bush cree en el bien y el mal. Esto vale también para su gemelo espiritual, Osama Bin Laden. Yo nunca he estado muy seguro respecto del mal, pero en el bien sí creo.

El primer libro que mi madre me dio para que yo leyera solo fue El diario de Anna Frank. La historia de la niña judía alemana, cuya vida en un escondite en el Amsterdam ocupado -hasta que su familia es entregada a los nazis- es una gran inspiración para las futuras generaciones. Ella creía que toda la gente era básicamente buena.

Nunca sabremos si Anna aún pensaba así cuando moría de tifus en el campo de concetración de Belsen. Y si he de ser verdaderamento honesto, tengo que admitir que después de 30 años de cubrir guerras en Irlanda, Yugos lavia y Medio Oriente, he conocido a algunos hombres terribles: asesinos, violadores, torturadores y verdugos, algunos de los cuales claramente disfrutaban de su obra.

Esta es una razón de más para hacer un reconocimiento a un estupendo hombre iraquí, en este caso el esposo de Margaret Hassan. Ella fue, si el video no es falso, cruelmente asesinada por sus secuestradores el año pasado.

Tahseen Hassan aún vive con Margaret en su corazón y mente. Su sentido común, buen gusto y belleza están en todas partes. Los tapetes de seda de Qom sobre el sofá, los muebles y los cuadros fueron elegidos por ella. «¿Sabe? Para mí Margaret todavía está aquí, porque viví con ella en este hogar; ella compró esta casa y aún puedo verla ahí sentada», dice Tahseen. Señala una silla a un lado de la sala, y yo m e vuelvo hacia ella como si efectivamente Margaret estuviera ahí.

Tahseen me muestra la habitación. «Este retrato de Margaret fue pintado a partir de esa fotografía en el pasillo. Es un buen retrato. Y ahí está ella cuando fue a Nueva York, a manifestarse contra la invasión. No complació ni a los británicos ni a los estadunidenses. Fue a Naciones Unidas.»

Se me había olvidado la campaña de Margaret en Estados Unidos, pero ahí está ella, con una sonrisa cómplice, en lo alto de un edificio. En el fondo, detrás de ella, está el perfil de los edificios de Mahattan, con la ausencia del World Trade Center.

Tahseen es muy sobrio. Está de acuerdo conmigo en que las expresiones de dolor pueden sonar trilladas, pero reconoce que sufrió unos días espantosos después de que su esposa fue secuestrada. «Llegaba a casa y me sentaba aquí a llorar», afirma. «No creo que los insurgentes lo hicieran, no creo que los iraquíes lo hicieran. Y hasta ahora no puedo estar seguro de si Margaret fue asesinada. Dije que no pude ver el video que se difundió, no porque ella fuera mi esposa, sino porque no soporto ver que asesinen a alguien. Parecía que la persona del video estaba encapuchada. Mi cuñado fue a Qatar a ver la cinta. Me telefoneó y dijo: ‘estoy seguro de que es Margaret’. No sé por qué, ¿sabe?, después de vivir con alguien durante tres décadas, no puedo creer se haya ido así. No puedo creer que esté muerta. Puedo estar equivocado. Pido a quien la haya secuestrado que por favor devuelva a mi esposa viva o muerta. Si está muerta, la devolveré a la tierra. Si está viva, regrésenmela.»

Tahseen se ve reconfortado por la presencia de su sobrino Rami, quien nos trae té. Pero hay un gran silencio en la casa y Tahseen habla muy suavemente, como si tuviera miedo de despertar a algún fantasma. «Sólo querían matarla para hacerla callar», expresa en un momento dado. «Si esto sucedió, si Margaret fue asesinada, ¿quién está detrás de esto? ¿Quién se beneficia matando a esta mujer? Dedicó su vida a los iraquíes. Era una mujer muy generosa. Un día llegó a la casa llorando y le pregunté por qué. Contestó: ‘ví a un niño en la calle, mendigando. No puedo creerlo, pues este es uno de los países más ricos del mundo'».

La organización humanitaria CARE temía por su seguridad y le ofreció un vehículo blindado, y ella sólo dijo: «¿qué hay con mis colegas? ¿A ellos también les darán carros blindados? Era un blanco muy fácil. Andaba por todo Irak: en Fallujah, Amara, Basora».

«El último proyecto de Margaret Hassan era abrir una clínica de rehabilitación para heridos de guerra en Bagdad, cerca de un viejo edificio de la Organización de Naciones Unidas. El Ministerio de Salud se lo pidió. Ella consiguió todo lo que los pacientes necesitarían: sillas de ruedas, camas, acondicionadores de aire. Tenía que visitar el sitio todos los días.»

Tahsseen habla de Margaret tanto en pasado como en presente. Sospecho que así quiere mantenerla viva, para después dejarla ir suavemente. Recuerda su vida en común en una cronología. Cómo se casó con él en L ondres, cuando él trabajaba en el aeropuerto de Heathrow, en Iraqui Airways, para después mudarse a Bagdad en 1972.

Fue despedido de su trabajo porque se había casado con una extranjera, pero consiguió empleo en Alitalia. Ella había sido locutora de noticias para el servicio en inglés de la televisión iraquí, y laboró par a el consulado británico hasta que éste fue cerrado después de que Saddam invadió Kuwait en 1990. Lo mismo hizo la oficina en Bagdad de Alitalia. Margaret fue a trabajar a CARE y salvó vidas iraquíes, incluidas las de niños enfermos de leucemia, cuyas medicinas fueron pagadas por lectores de The Independent y distribuidas por Margaret y sus colegas.

«Tenía una personalidad muy fuerte y decían que era otra Margaret Thatcher, por lo fuerte que es». Aquí Tahseen vuelve a hablar en pasado y presente. «Había un gran respeto por ella.»

Vuelve a hablar de la presencia de ella en esa casa. «La veo aquí y allá, sentada, platicando con las niñas. Realmente la extraño mucho, Robert. Mi hermana me telefoneó y preguntó: ¿cuándo vas a venir a Inglaterra? Respondí que no creo que vaya a salir de Bagdad hasta que sepa la suerte que corrió Margaret. No sé qué le pasó a mi esposa. ¿Murió? ¿Está viva? No puedo creer que una buena mujer desaparezca de esa forma.»

No recuerda la fecha del secuestro de Margaret. No habla de los vídeos en los que aparece su agonía, lágrimas, súplicas, ni de la cinta en que aparece una mujer medio encapuchada a la que le disparan en la cabeza. El día del secuestro caminó hasta la reja para decirle adiós, «de la misma forma en que se despide de mí. No hay cuerpo, no hay cadáver, no les importa», dice. «Podrían tirar su cuerpo a la calle, pero, ¿sabes?, tengo algo a qué aferrarme. A mi esperanza de que todavía esté viva la llamo mi trocito de cuerda.»

Los secuestradores de Margaret Hassan se llevaron su teléfono celular, cuyo número aún está guardado en el móvil de Tahseen. Si se marca dicho número, una voz grabada dice: «usted no puede hacer esta llamada». Desconectado. Como las buenas personas, arrancadas una de otra. Quisiera con todo mi amor creer en el «trocito de cuerda» de Tahseen.

© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca