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La guerra contra Irak

No fue por petróleo sino por Israel

Fuentes:

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

El argumento más popular de los críticos de la guerra de Irak fue que Estados Unidos se lanzó a la guerra por el petróleo – es decir que la guerra no tuvo nada que ver con el combate contra el terrorismo. Escribiendo en el Christian Science Monitor antes de la guerra, Brendan O’Neill informó que «para muchos en el movimiento contra la guerra, de que el plan de los asociados de Bush de invadir el Golfo para agarrar con sus manos grasientas aún más petróleo se ha convertido en un artículo de fe, una verdad indiscutible repetida como un mantra.» [1] Entre esos creyentes se encuentra el preeminente crítico izquierdista de la guerra, Noam Chomsky: «Por cierto fueron los recursos energéticos de Irak. No cabe la menor duda. Irak es uno de los principales productores de petróleo del mundo. Tiene las segundas reservas por su tamaño y está en el corazón mismo de la región productora de petróleo del Golfo, que los servicios de información de EE.UU. predicen va a representar dos tercios de los recursos del mundo en los años por venir.» [2]

Eso contradice lo que considero como la razón fundamental para la guerra: que la guerra fue dirigida por los neoconservadores y librada en función de los intereses de Israel, por lo menos como los partidarios del Likud interpretan los intereses de Israel. Todo está bien documentado, aunque los neoconservadores implican que los intereses de Israel coinciden con los de Estados Unidos. Pero como señalo en mi artículo sobre el tema – y este hecho también es de conocimiento público – la idea original para la guerra fue concebida en Israel. Además, la guerra logró el objetivo esperado por los partidarios del Likud: la desestabilización de Medio Oriente.

La teoría neoconservadora/israelí no deja de tener adherentes, pero una serie de factores explica la mayor popularidad de la idea de guerra-por-petróleo entre los críticos de la guerra. Para los críticos desde la Izquierda, la idea se ajusta a su noción del capitalismo rapaz. Probablemente sea más importante que su énfasis en los motivos económicos para las compañías petroleras colocó la guerra en un marco simple, de buenos y malos. «El argumento petróleo bien ensayado,» observa O’Neill: «intenta convertir la guerra en un problema simple del bien contra el mal, con los codiciosos imperialistas del petróleo de un lado y civiles indefensos del otro.» [3]

En otras palabras, la idea de que la guerra fue entablada para beneficiar a las compañías petroleras, completa con la consigna de buen efecto propagandístico de «no a la sangre por petróleo», suministró un perfecto polo opuesto a la presentación por la administración Bush de un conflicto apocalíptico del bien contra el mal. Incluso los partidarios neoconservadores de la guerra la prestaron una cierta credibilidad con su palabreo sobre la privatización del petróleo iraquí.

Desde luego, el que algunas compañías petroleras saquen beneficios de la apropiación por EE.UU. de Irak no significa que hayan sido la fuerza impulsora. En breve, los neoconservadores ciertamente buscaron aliados para su agenda belicista, y las promesas de riquezas petroleras fue una forma que utilizaron para obtener un posible apoyo de las compañías petroleras.

Un motivo adicional para la popularidad del argumento de la guerra-por-petróleo es que cualquier referencia a Israel y los neoconservadores penetra al área tabú del poder judío y provoca la acusación letal del antisemitismo. Es obviamente mucho más seguro satanizar a la industria petrolera que hacer algo que se parezca remotamente a un comentario crítico respecto a judíos individuales o intereses judíos, incluso si no es una crítica a los judíos como grupo.

¿Qué involucra precisamente la tesis de la guerra-por-petróleo? Se sugieren dos motivos para una tal guerra, y son fundamentalmente diferentes el uno del otro: uno es beneficiar a la industria petrolera estadounidense, y el otro es reforzar el poder hegemónico de Estados Unidos al asegurarle el control del grifo del petróleo del mundo.

Comencemos por distinguir entre el argumento del petróleo y el enriquecimiento con la actual guerra. No cabe duda de que la reconstrucción de Irak es una verdadera mina de oro para algunas firmas estadounidenses, especialmente las que tienen conexiones estrechas con la administración Bush. En realidad, el tren del enriquecimiento con la guerra partió cuando la guerra no había terminado. [4] Algunas de esas firmas, como Halliburton, están en el negocio del equipamiento para el petróleo. Y una parte importante de la reconstrucción involucra naturalmente la infraestructura del petróleo. Por lo tanto, la reconstrucción de Irak significa beneficios para los que están en el negocio del equipamiento petrolero.

Pero ese sector especial no es lo mismo que lo que se entiende al decir «industria petrolera» – es decir, las firmas que se benefician realmente con la extracción y la venta de petróleo. Halliburton se beneficiaría desde el punto de vista financiero si todos los oleoductos y los pozos hubieran volado por los aires, para que pudiera reconstruirlos. Es difícil que un guión semejante beneficiaría a los productores de petróleo o al gobierno de EE.UU. Obviamente no aumentaría el suministro general de petróleo. Tampoco, con certeza, se beneficiaría Estados Unidos en su conjunto con la reconstrucción de la industria petrolera iraquí, ya que la financiarían los contribuyentes estadounidenses. Sin duda alguna, hay quienes se enriquecen en toda guerra. Pero, como clase, no tendrían motivos para presionar específicamente por una guerra contra Irak.

En segundo lugar, hay que reconocer que Estados Unidos habría preferido obtener el control del petróleo iraquí. Las primeras instalaciones que las fuerzas de EE.UU. y de Gran Bretaña protegieron durante la guerra fueron los campos petrolíferos del sur de Irak, con el objetivo de impedir que Sadam los destruyera. Evidentemente, cualquier ocupante preferiría explotar en lugar de destruir las riquezas de un país. El continuo funcionamiento de la industria petrolera en Irak ciertamente aliviaría el peso financiero de la ocupación estadounidense y ayudaría a financiar la reconstrucción de Irak después de la guerra. Estados Unidos también quería impedir que Sadam incendiara los pozos de petróleo y causara una catástrofe ecológica, como lo hizo en Kuwait durante la primera Guerra del Golfo. Aparte de las consideraciones ecológicas, semejantes incendios habrían detenido el avance estadounidense hacia el norte, a Bagdad. [5] Pero, aunque Estados Unidos naturalmente prefería tener petróleo a no tenerlo, la preocupación de los militares estadounidenses por la seguridad de los pozos de petróleo iraquíes no demostraba de ninguna manera que la captura de los recursos petrolíferos haya sido la motivación para que EE.UU. lanzara su invasión.

Es un hecho establecido que Irak es un país rico en petróleo. Y podemos conceder que el partido de la guerra trató de obtener apoyo de la industria petrolera prometiéndole beneficios resultantes de ese apoyo. Los partidarios de la guerra hicieron lo mismo cuando trataron de obtener apoyo internacional, implicando que los países que no apoyaran la guerra serían excluidos del negocio petrolero iraquí.

Sin embargo, en lugar de especular sobre los beneficios que serán obtenidos por las compañías petroleras estadounidenses como resultado del control de Irak por EE.UU., es mucho más razonable considerar la realidad de la posición del Gran Petróleo respecto a la guerra. ¿Presionaron las compañías petroleras a favor de la guerra? La realidad es que representantes de la industria petrolera de EE.UU. se opusieron sólidamente al embargo contra Irak, que los excluyó de ese país. Después de que George W. Bush asumió la presidencia en 2001, presionaron enérgicamente por la revocación de la ley de sanciones Irán-Libia y otros embargos que limitaban la expansión de sus participaciones en Medio Oriente. Al hacerlo, entraron en pugna con los neoconservadores, que pasaron años llamando a un cambio de régimen en Irak.

En un artículo de mayo de 2001 en Business Week, Rose Brady informó que la reducción de sanciones contra los estados delincuentes «coloca a poderosos intereses como los del lobby pro-israelí y de la industria petrolera de EE.UU. en confrontación mutua. Y es seguro que esto preocupará a la administración Bush y al Congreso.» [6] Fareed Mohamedi de PFC Energy, una consultora basada en Washington, D.C., que asesora a firmas petroleras, afirmó que las grandes compañías petroleras habían tratado de lograr un enfoque más pacífico para asegurar sus intereses en la región del Golfo y en el mundo árabe: «El Gran Petróleo le dijo a la Fuerza de Tareas de Cheney sobre Política Energética en 2001 que quería que EE.UU. levantara sus sanciones contra Libia e Irán para obtener acceso a sus suministros de petróleo. Ya en 1990, incluso argumentaban que Estados Unidos debería llegar a un acuerdo con Sadam porque éste había señalizado que estaba dispuesto a permitir que las compañías petroleras de EE.UU. entraran en Irak.» [7]

Los representantes de la industria petrolera ni siquiera pasaron a una posición favorable a la guerra en el período posterior al 11 de septiembre. Según el analista del petróleo Anthony Sampson en diciembre de 2002: «Las compañías petroleras han tenido poca influencia en la formulación de la política de EE.UU. La mayoría de las grandes compañías estadounidenses, incluyendo a las petroleras, no consideran que una guerra sea buena para los negocios, como lo indica la caída de los precios de las acciones.» [8]

Las compañías petroleras querían estabilidad, y existía un temor generalizado de que la guerra llevaría a una conflagración regional. «Una guerra en el Golfo Pérsico podría producir una conmoción importante en los mercados del petróleo, sea por daños físicos o porque los eventos políticos conducen a los productores de petróleo a restringir la producción después de la guerra», escribió el economista William D. Nordhaus, miembro del Consejo de Asesores Económicos del presidente Jimmy Carter, a fines de 2002. «Un resultado particularmente preocupante sería una destrucción generalizada de las instalaciones petroleras en Irak, y posiblemente en Kuwait, Irán y Arabia Saudí. En la primera guerra del Golfo Pérsico, Irak destruyó al retirarse gran parte de los pozos petrolíferos de Kuwait y otras infraestructuras petroleras. El sabotaje interrumpió la producción de petróleo de Kuwait durante casi un año, y no fue posible volver a los niveles de producción de petróleo anteriores a la guerra hasta 1993, casi dos años después del fin de la guerra en febrero de 1991.» [9]

Nunca fue una posibilidad real que el petróleo llegara a pagar algún día por los costes de la guerra y beneficiara a la economía de EE.UU., aunque esa noción fue a veces circulada por los medios. Obviamente, lejos de suministrar petróleo barato para Estados Unidos, la guerra y la ocupación de Irak causaron una seria sangría económica. Y las dificultades con la ocupación fueron anticipadas antes de que ésta comenzara. En realidad, un estudio anterior a la guerra del Departamento de Estado iniciado en febrero de 2002, de un año de duración, previó las condiciones caóticas que existirían durante una ocupación estadounidense de Irak. [10] La CIA también advirtió a la administración Bush de una amplia resistencia en la posguerra. [11]

Dos informes confidenciales preparados para el presidente Bush en enero de 2003 por el Consejo Nacional de Inteligencia, un grupo independiente que asesora al director de la CIA, predijo que una invasión de Irak dirigida por Estados Unidos aumentaría el apoyo a los islamistas radicales y resultaría en una sociedad iraquí profundamente dividida, propensa a un conflicto interno violento. Uno de los informes también advirtió de una posible insurgencia contra el nuevo gobierno iraquí o las fuerzas dirigidas por EE.UU. por parte de elementos delincuentes del gobierno de Sadam Husein y grupos terroristas existentes. Además, las evaluaciones sostenían que un ataque estadounidense contra Irak aumentaría la simpatía en el mundo islámico para los objetivos terroristas. Sería difícil que una evolución semejante fuera propicia a la estabilidad requerida para producir petróleo. [12]

Aún más importante fue un exhaustivo informe previo a la guerra realizado en el otoño de 2002 por el Grupo de Planificación de la Infraestructura Energética del Departamento de Defensa de EE.UU., que señala que no se podía esperar un auge petrolero, por la condición dilapidada de la infraestructura petrolera de Irak. Después de años de decadencia, esa infraestructura requeriría años de trabajo y miles de millones de dólares en inversiones antes de poder suministrar abundante petróleo. [13]

Además, Amy Myers Jaffe, experto en petróleo que había servido frecuentemente como consultor al gobierno, dirigió un grupo energético en el Instituto James Baker III de Política en la Universidad Rice, que en 2002 llegó a la conclusión de que los ingresos por el petróleo de Irak no bastarían para financiar la reconstrucción. [14]

«Como decisión empresarial», dijo Charles A. Kohlhaas, ex profesor de ingeniería petrolera en la Escuela de Minas de Colorado y experto petrolero, «la invasión de Irak ‘por petróleo’ es perdedora de antemano, una gran perdedora. Es probable que cualquiera que llegara a proponer, en la sala de un consejo de administración corporativo, que se invadiera Irak por el petróleo vería su carrera profesional considerablemente acortada. No, la consigna de ‘no a la guerra por petróleo’ es una flagrante inexactitud propagada por razones políticas.» [15]

El otro argumento relacionado con el petróleo no tiene tanto que ver con el beneficio económico para Estados Unidos o con los intereses del Gran Petróleo, sino más bien con el incremento del poder de Estados Unidos en los asuntos mundiales. Como dijo un comentarista: «El petróleo aparece en los cálculos de Washington sobre Irak como un recurso estratégico más que económico: la guerra contra Sadam trata de garantizar la hegemonía estadounidense más que de aumentar los beneficios de Exxon.» [16] Han argumentado que el control estadounidense del petróleo de Irak otorgaría a Estados Unidos gran influencia sobre la fijación de niveles de producción de petróleo por Arabia Saudí y otras naciones productoras en Medio Oriente. La influencia sobre los suministros de petróleo de Irak y de Medio Oriente capacitaría a Estados Unidos para ejercer su control sobre el mundo, ya que las naciones industriales dependen del petróleo para sobrevivir. «El control de Irak se basa en el petróleo como instrumento de poder, más que de petróleo como combustible,» sostiene Michael Klare, autor de «Resource Wars». «El control sobre el Golfo Pérsico se traduce en control sobre Europa, Japón y China. Es tener nuestra mano sobre el grifo.» [17]

El control de Irak por los intereses estratégicos globales estadounidenses sería un plan a largo plazo y presupondría una ocupación estadounidense permanente, haciendo que Irak controlado por EE.UU. se pareciera al estado de Manchukuo, títere de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial, o a Europa Oriental controlada por los soviéticos. Pero incluso esos ejemplos no bastan para describir el caso. En cuanto al modelo de Francia de los años cuarenta, Washington no necesitaría un Irak-Vichy, sino un Irak Ocupado; no a un mariscal Pétain como gobernante cliente, sino a un general Stülpnagel como procónsul. No bastaría con un control menor, ya que no se podría garantizar que incluso un amistoso gobierno iraquí semi-independiente mantuviera una política petrolera que sacrificaría sus propios intereses económicos en función de una estrategia global estadounidense. Una semejante ocupación ampliada requeriría considerable planificación e involucraría costos colosales. No existe evidencia de que la administración Bush haya considerado alguna vez la necesaria ocupación prolongada, mucho menos aún que la haya planificado.

Ciertamente, un semejante ejército de ocupación fue el polo opuesto del plan del Secretario de Defensa Donald Rumsfeld de unas fuerzas armadas tersas, de alta tecnología, que serían eficientes en la derrota de los militares de Sadam, pero que no serían adecuadas para controlar el país. En realidad, la costosa ocupación de la actualidad ya comenzó a tener un impacto negativo en la visión de Rumsfeld de las fuerzas armadas estadounidenses. El analista militar Loren Thompson señaló que es casi seguro que el coste de mantener a las tropas de EE.UU. en Irak y Afganistán dañaría otras iniciativas del Pentágono. «Si continúa el actual nivel de gastos en Irak,» dijo, «Donald Rumsfeld va a tener que despedirse de una buena parte de la parte tecnológica de su plan de transformación.» [18]

La afirmación de que la invasión de Irak por EE.UU. se basó en necesidad de hacer avanzar el poder global estadounidense es también debilitada por el hecho de que pocos expertos en política extranjera fuera de la órbita neoconservadora consideraron la política de guerra como un impulso de ese objetivo. Si el objetivo fuera el poder global estadounidense, se hace difícil comprender por qué fueron sobre todo los neoconservadores los que decidieron que sería logrado por una guerra en Irak.

Es significativo que entre los que tenían reservas sobre el ataque preventivo contra Irak haya habido luminarias de los círculos dominantes en la política extranjera republicana como Brent Scowcroft, que sirvió como asesor de seguridad nacional bajo los presidentes Ford y George H.W. Bush; Lawrence S. Eagleburger, que sirvió como secretario de estado adjunto y secretario de estado bajo el primer Bush; y James A. Baker III, que precedió a Eagleburger como el primer secretario de estado de Bush. [19]

En una opinión editorial en la edición del 15 de agosto de 2002 del Wall Street Journal intitulada «Don’t Attack Iraq» [No ataquen a Irak], Scowcroft sostuvo que Sadam no estaba conectado con terroristas y que sus armas no planteaban un peligro para Estados Unidos. Scowcroft reconoció que «en vista de las agresivas ambiciones regionales de Sadam, así como lo implacable e impredecible de su proceder, podría ser sabio removerlo del poder en algún momento.»Sin embargo: «Un ataque contra Irak ahora mismo pondría seriamente en peligro, si no la destruye, la campaña contraterrorista global que hemos emprendido.»[20]

Habría que señalar que Scowcroft estuvo muy cerca de George H.W. Bush, de quien se dice que en privado estuvo fuertemente contra la guerra. El presidente Bush reconoció implícitamente la oposición de su padre cuando Bob Woodward le preguntó si había consultado a su padre sobre su decisión de lanzar la guerra. «No es el padre adecuado para ir a pedirle consejos. El padre adecuado al que ir, a quien recurrir en términos de fuerza,» dijo Bush. «Recurro a un Padre que se encuentra en lo más alto.» [21]

También expresó su fuerte oposición a la guerra contra Irak Zbigniew Brzezinski, consejero nacional de seguridad en la administración Carter, que a menudo es identificado erróneamente por críticos de la guerra de la línea dura como el personaje central en la cábala de la guerra. [22] Por cierto, Brzezinski abogó explícitamente por la dominación global de EE.UU. en su trabajo de 1997: «The Grand Chessboard: American Primacy and its Geostrategic Imperatives». [23] Sin embargo, durante la preparación para la guerra, expresó su preocupación de que un ataque unilateral contra Irak debilitaría los intereses globales de EE.UU. Lo que le preocupaba especialmente era que la confusa marcha unilateral de EE.UU. hacia la guerra estaba causando estragos en la alianza de EE.UU. con Europa Occidental, a la que consideraba como el elemento central en la política global estadounidense, calificándola de «punto fundamental de la empresa de EE.UU. en el mundo.» Brzezinski temía que el «vitriolo a través del Atlántico» respecto al plan estadounidense de atacar a Irak a pesar de la oposición europea, había dejado «a en verdadero peligro a la unidad de la OTAN.»

Además, la obsesión de la administración Bush con Irak interfería con la capacidad de EE.UU. de comprometerse en otros puntos álgidos del mundo. Brzezinski señaló que «existe una inquietud justificable de que la preocupación con Irak – que no plantea una amenaza inminente para la seguridad global – oculta la necesidad de encarar una amenaza mucho más seria y verdaderamente inmediata planteada por Corea del Norte.» Brzezinski concedía que «podría ser necesario utilizar la fuerza para imponer el objetivo del desarme. Pero cómo y cuándo se aplica esa fuerza debe formar parte de una estrategia más amplia, sensible ante el riesgo de que la terminación del régimen de Sadam Husein podría ser lograda a un coste demasiado elevado para el liderazgo global de EE.UU.» [24]

Fascinante es también el hecho de que se hayan opuesto a la guerra académicos en relaciones internacionales de la escuela «realista», formada por los que enfatizan el poder y el interés nacional en los asuntos internacionales. Se podría pensar que tenderían a apoyar una iniciativa semejante si ésta prometiera concretamente un aumento del poder estadounidense. A la cabeza de los realistas contrarios a la guerra de Irak en el mundo académico estaban entre otros John Meirsheimer, Kenneth Waltz, Alexander George, Robert Jervis, Thomas Schelling, y Stephen Walt. Formaban parte de 33 académicos que colocaron un anuncio en el New York Times del 26 de septiembre de 2002 intitulado «La Guerra con Irak no beneficia el Interés Nacional Estadounidense.» Muchos firmantes a esa carta formaron en 2003 la Coalición por una Política Extranjera Realista. [25]

En realidad, todos los círculos dominantes establecidos en la política exterior tendían a mostrarse fríos ante la política de la guerra, como lo muestra la oposición desde el interior del elitista Consejo de Relaciones Exteriores. Como escribiera el columnista Robert Kuttner en septiembre de 2003: «Sigue siendo un secreto bien guardado que la amplia corriente dominante en política extranjera – ex funcionarios públicos republicanos y demócratas, ex embajadores, militares y gente de los servicios de espionaje, expertos académicos – consideran que todo el enfoque de Bush es un desastre.» [26]

También se opusieron a un ataque de EE.UU. contra Irak expertos militares estadounidenses. Incluso miembros del Estado Mayor Conjunto expresaron inicialmente su oposición a la guerra. [27] Es notable que la oposición haya provenido también de tres jefes en retiro del Comando Central de EE.UU., que incluye a la región del Golfo: el general de la Armada Anthony Zinni, el general H. Norman Schwarzkopf, y el general de la Armada Joseph P. Hoar. [28] Otras destacadas personalidades militares en retiro que se opusieron a la guerra incluyeron al coronel Mike Turner, antiguo planificador de política para el Estado Mayor Conjunto sobre Medio Oriente y el este de África; el coronel de la Armada Larry Williams; el ex secretario de la Armada James Webb; y el soldado más condecorado de la era de la guerra de Vietnam, el coronel David Hackworth. Todos se opusieron a la guerra de Irak porque una ocupación estadounidense de ese país sería un desastre. [29]

Más notable aún es que el Army War College, en un informe publicado en enero de 2004: «critica ampliamente el manejo de la guerra contra el terrorismo por la administración Bush, acusándolo de tomar un desvío hacia una guerra ‘innecesaria’ en Irak y de continuar con una busca «poco realista’ contra el terrorismo que podría conducir a guerras de EE.UU. con estados que no plantean una amenaza seria.» [30] Que un informe semejante haya aparecido bajo los auspicios del Army War College indica un profundo desencanto existente entre los militares con la guerra contra Irak.

***

Varias piezas convergentes de evidencia contradicen la idea de que Estados Unidos haya ido a la guerra para lograr la dominación global – una dominación que no fue ni reforzada por la guerra ni, al parecer, planificada. Además, militares y expertos relacionados estrechamente con la política exterior del petróleo, que no eran neoconservadores, no vieron los beneficios que resultarían de la guerra. Si realmente predominaron los motivos del poder global estadounidense, es difícil comprender por qué el apoyo para la guerra no fue más generalizado, sino que se concentró entre los neoconservadores. ¿Cómo pudieron los neoconservadores ver las ventajas que se obtendrían para el poder global estadounidense si eran invisibles para la mayoría de la elite de la política exterior y la seguridad nacional? En cuando al motivo de los beneficios para el petróleo, ¿por qué iban a estar más interesados los neoconservadores en esos supuestos beneficios que el propio Gran Petróleo?

Debemos reconocer que los argumentos respecto al petróleo y al poder global estadounidense involucran mucha más especulación que el argumento neoconservador del Likud. Los primeros niegan que el terrorismo haya tenido algo que ver con la guerra, afirmando en su lugar que se basó en el deseo de beneficios o de poder global, mientras que el argumento neoconservador/Likud supone que la lucha contra el terrorismo fue el objetivo – y que la lucha contra el terrorismo debía eliminar a regímenes de Medio Oriente hostiles a Israel, que son considerados de facto como terroristas. Los neoconservadores abogaron abiertamente por la eliminación de esos regímenes, que incluían a Irak. Además, los neoconservadores admiten explícitamente que quieren promover la seguridad de Israel.

No existe evidencia de que ningún grupo, aparte de los neoconservadores, haya identificado de ese modo a Irak para ser atacado; el interés petrolero y los círculos dominantes en la política exterior ciertamente no lo hicieron. Tampoco fue necesaria una conspiración; más bien, los neoconservadores abogaron abiertamente por una política semejante, como lo hizo el gobierno de Ariel Sharon, y siguiendo la orientación sostenida desde hace tiempo por los partidarios del Likud, el gobierno de Sharon no sólo apoyó la guerra sino que también ayudó a facilitarla mediante información falsa.

Al estudiar los resultados de la guerra, vemos que no ha habido un gran auge del petróleo o una expansión del poder global de EE.UU. Al contrario, parece que al empantanarse en Irak le resulta más difícil a Washington impulsar otros objetivos globales. Y en lugar de monopolizar el control de Irak, Estados Unidos implora ahora ayuda internacional para la ocupación militar de Irak. En breve, aquellos que enfatizan otros motivos para la guerra tienen que admitir que los objetivos buscados no fueron cumplidos. Al contrario, el objetivo neoconservador de los partidarios del Likud de reforzar la seguridad de Israel, como la ven los partidarios del Likud, ha sido logrado. Justin Raimondo da en el clavo cuando escribe: «Este tema – de que una política exterior centrada en Israel es la verdadera razón para esta guerra – no fue visto favorablemente cuando comenzó el tiroteo. Pero un año después, por un simple proceso de eliminación, es la única explicación racional que sigue en pie.» [31]

¿Significa esto que los neoconservadores fueron simples agentes del Israel del Likud, que secuestraron la política exterior estadounidense en función del interés de otro país? Raimondo escribe a veces, tal vez hiperbólicamente, que de eso se trata. Por ejemplo: «Arranquen las ficciones ideológicas, la ‘información’ exagerada, y el engaño a través de las apariencias ‘patrioticas’, y lo que queda es la realidad desnuda de la quinta columna de Israel en EE.UU.» [32] Como no podemos mirar al interior de las mentes neoconservadoras, no precisa endosar un juicio tan severo. Basta con decir que los neoconservadores ven la política exterior de EE.UU. a través del prisma de los intereses de Israel (lo que los partidarios del Likud consideran como el interés de Israel). Es muy probable que verdaderamente piensen que los intereses de Israel son los mismos que los de EE.UU. Es poco probable que realmente piensen que sacrifican a Estados Unidos por el bien de Israel. El auto-engaño no es poco común en individuos motivados por la ideología.

La idea de que algunos estadounidenses puedan ser motivados por un vínculo con un país extranjero y que puedan ser influyentes en la determinación de la política exterior estadounidense no es una idea tan extravagante, insólita. Historiadores y otros comentaristas han propuesto frecuentemente que germano-estadounidense, cubano-estadounidenses, polaco-estadounidenses, y otros grupos étnicos han sido influenciados en sus puntos de vista en política exterior por sus vínculos con un país extranjero. Hay historiadores que han argumentado que el apoyo de Woodrow Wilson a Inglaterra en la Primera Guerra Mundial se debió en parte a su inclinación pro-inglesa.

Volviendo los inicios de la República, recordamos que Alexander Hamilton tendía a ser pro-británico y Thomas Jefferson pro-francés. El que algunos estadounidenses podrían tener un «lazo apasionado» con un estado extranjero y, por lo tanto, sacrificar intereses estadounidenses por el bien de ese estado fue una advertencia cardinal en el famoso Discurso de Despedida de George Washington de 1796. [33] Si Israel y los judíos no estuvieron involucrados, no habría nada de extraordinario respecto a esta tesis, pero ya que lo están, el tema se encuentra en el campo del tabú.

Finalmente, la evidencia de las posiciones neoconservadoras y de los partidarios del Likud respecto a la guerra en Medio Oriente es de pleno conocimiento público. No existe una conspiración tenebrosa, oculta. Pero en el campo de la política, como dijera George Orwell: «Ver más allá de la propia nariz requiere una lucha constante.» [34]

Notas:

1. Brendan O’Neill, «Being antiwar isn’t about the oil,» Christian Science Monitor, January 23, 2003.

2. Noam Chomsky, interview with Dubai TV, «‘Of course, it was all about Iraq’s resources,'» December 2, 2003.

3. O’Neill.

4. Pratap Chatterjee, «Halliburton Makes a Killing on Iraq War,» Corpwatch, March 20, 2003.

5. Sam Howe Verhovek and John Hendren, «U.S. Seeking to Protect Iraqi Oil Fields,» Los Angeles Times, March 20, 2003; and Bill Glauber, «Oil field sabotage called halfhearted,» Chicago Tribune, April 6, 2003.

6. Rose Brady, ed., «Rogue States: Why Washington May Ease Sanctions,» Business Week, May 7, 2001.

7. Roger Burbach, «Bush Ideologues Trump Big Oil Interests in Iraq,» Alternatives, September 30, 2003.

8. Anthony Sampson, «Oilmen don’t want another Suez,» Guardian Unlimited, December 22, 2002. Sampson is author of The Seven Sisters (New York: Bantam Books, 1976), which deals with oil companies and the Middle East.

Dan Morgan and David B. Ottaway wrote in The Washington Post: «Officials of several major firms said they were taking care to avoiding playing any role in the debate in Washington over how to proceed on Iraq. ‘There’s no real upside for American oil companies to take a very aggressive stance at this stage. There’ll be plenty of time in the future,’ said James Lucier, an oil analyst with Prudential Securities.» («In Iraqi War Scenario, Oil Is Key Issue,» September 15, 20002, p. A1)

For MSNBC, John W. Schoen wrote: «So far, U.S. oil companies have been mum on the subject of the potential spoils of war.» («Iraqi oil, American bonanza?,» November 11, 2002) See also Dana Goldstein, «Iraq war not about oil, says industry insider,» Brown Daily Herald, February 28, 2003.

9. William D. Nordhaus, «Iraq: The Economic Consequences of War,» New York Review of Books, December 5, 2002. See also George L. Perry, «The War on Terrorism, the World Oil Market and the U.S. Economy» (pdf), Analysis Paper #7, America’s Response to Terrorism, November 28, 2001 (rev.).

10. Eric Schmitt and Joel Brinkley, «State Dept. Study Foresaw Trouble Now Plaguing Iraq,» New York Times, October 19, 2003. [Please note: This reposting, by Truthout.org, may constitute a copyright violation.]

11. Bryan Bender, «CIA Warned Bush of Iraq War Guerrilla Peril,» Boston Globe, August 9, 2003. [Please note: This reposting, by GlobalSecurity.com, may constitute a copyright violation.]

12. Douglas Jehl and David E. Sanger, «Prewar Assessment on Iraq Saw Chance of Strong Divisions,» New York Times, September 28, 2004.

13. Rupert Cornwell, «Pentagon officials ignored reports on dire state of Iraq’s oil industry,» Independent, October 6, 2003. [Please note: This reposting, by Rense.com, may constitute a copyright violation.]

Jeff Gerth, «Report Offered Bleak Outlook about Iraq Oil,» New York Times, October 5, 2003. [Please note: This reposting, by Common Dreams, may constitute a copyright violation.]

14. Gerth; and Stefan Halfer and Jonathan Clarke, America Alone: The Neo-conservatives and the Global Order (Cambridge, England: Cambridge University Press, 2004), p. 223.

15. Charles A. Kaulhaus, «War in Iraq: ‘Not a War for Oil,'» In the National Interest, March 5, 2003.

16. Yahya Sadowski, «No war for whose oil?,» Le Monde diplomatique, April 2003.

17. Quoted in Robert Dreyfus, «The Thirty-Year Itch,» MotherJones.com, March/April 2003.

18. Dave Moniz, «Monthly Costs of Iraq, Afghan Wars Approach That of Vietnam,» USA Today, September 8, 2003, p. 1.

19. «GOP Backing Out of Iraq Offensive?,» FOXNews.com, August 16, 2002.

Todd S. Purdum and Patrick E. Tyler, «Top Republicans Break with Bush on Iraq Strategy,» New York Times, August 16, 2002. [Please note: This reposting, by Common Dreams, may constitute a copyright violation.]

Jim Lobe, «Washington goes to war over war,» Asia Times, August 21, 2002.

Lawrence Eagleburger seved in foreign-policy and national-security positions for Presidents Nixon, Carter, Reagan, and George H.W. Bush, and had been a protégé of Henry Kissinger’s. On Eagleburger, see «Lawrence Eagleburger,» Harry Walker Agency.

Brent Scowcroft served as national-security adviser to both Presidents Ford and George H.W. Bush. From 1982 to 1989, he was vice chairman of Kissinger Associates, Inc., an international consulting firm. A West Point graduate, Scowcroft served 29 years in the military, attaining the rank of lieutenant general.

20. Brent Scowcroft, «Don’t Attack Iraq,» Wall Street Journal, August 15, 2002. (Posted, perhaps by permission, at The Forum for International Policy.)

21. «Woodward Shares War Secrets,» «60 Minutes,» CBS News, April 19, 2004.

22. Michele Steinberg, «Can the Brzezinski-Wolfowitz Cabal’s War Game Be Stopped?,» Executive Intelligence Review, December 7, 2001.

23. Zbigniew Brzezinski, The Grand Chessboard: American Primacy and its Geostrategic Imperatives (New York: Basic Books, 1997). A similar argument that the control of vital resources is the key to global power and global warfare is presented by Michael T. Klare, Resource Wars: The New Landscape of Global Conflict (New York: Henry Holt, 2001).

24. Zbigniew Brzezinski, «Why Unity Is Essential,» Washington Post, February 19, 2003. (Posted, perhaps by permission, at drumbeat.mlaterz.net.)

25. «War With Iraq Is Not in America’s National Interest,» New York Times, September 26, 2002. (Ad text, apparently not copyrighted, posted at bear-left.com.)

Daniel W. Drezner, «The realist take on Iraq,» Daniel W. Drezner Website, September 25, 2002.

«About the Coalition for a Realistic Foreign Policy,» Coalition for a Realistic Foreign Policy, December 29, 2003.

26. Robert Kuttner, «Neo-cons have hijacked U.S. foreign policy,» Boston Globe, September 10, 2003.

27. Thomas F. Ricks, «Some Top Military Brass Favor Status Quo in Iraq,» Washington Post, July 28, 2002, p. A-1; Justin Raimondo, «Attack of the Chicken-Hawks»; and Doug Thompson, «Suddenly, the hawks are doves and the doves are hawks,» Capitol Hill Blue, August 1, 2002.

28. Mike Salinero, «Gen. Zinni Says War with Iraq Is Unwise,» Tampa Tribune, 24 August 2002. [Please note: This reposting, at what appears to be a personal home page at www.mtholyoke.edu, may constitute a copyright violation.]

«Joseph Hoar,» Disinfopedia; «Norman Schwarzkopf,» Disinfopedia; and Thomas E. Ricks, «Desert Caution,» Washington Post, January 28, 2003, p. C1.

29. «Commentary: Possible Worst-Case Scenarios If War with Iraq Occurs,» National Public Radio, March 11, 2003.

James Webb, «Do we really want to occupy Iraq for the next 30 years?,» Washington Post, September 4, 2002. [Please note: This reposting, at Soldiers for the Truth, may constitute a copyright violation.]

David Hackworth, «First base, first!,» WorldNetDaily, November 26, 2002.

William Raspberry, «Unasked Questions,» Washington Post, September 30, 2002, p. A19. [Please note: This reposting, at what appears to be a personal home page at www.geocities.com, may constitute a copyright violation.]

30. Thomas F. Ricks, «Army War College report blasts war on terrorism,» © Knight Ridder, January 12, 2004. [Please note: This reposting at Information Clearinghouse from a version posted at Contra Costa Times may constitute a copyright violation.]

31. Justin Raimondo, «The Neocons’ War,» Antiwar.com, June 2, 2004.

32. Raimondo.

33. As he prepared to leave the presidency, George Washington wrote in his Farewell Address: «So likewise, a passionate attachment of one nation for another produces a variety of evils. Sympathy for the favorite nation, facilitating the illusion of an imaginary common interest in cases where no real common interest exists, and infusing into one the enmities of the other, betrays the former into a participation in the quarrels and wars of the latter without adequate inducement or justification. It leads also to concessions to the favorite nation of privileges denied to others which is apt doubly to injure the nation making the concessions; by unnecessarily parting with what ought to have been retained, and by exciting jealousy, ill-will, and a disposition to retaliate, in the parties from whom equal privileges are withheld. And it gives to ambitious, corrupted, or deluded citizens (who devote themselves to the favorite nation), facility to betray or sacrifice the interests of their own country, without odium, sometimes even with popularity; gilding, with the appearances of a virtuous sense of obligation, a commendable deference for public opinion, or a laudable zeal for public good, the base or foolish compliances of ambition, corruption, or infatuation.» («Washington’s Farewell Address 1796,» The Avalon Project at Yale Law School.)

34. George Orwell, «In Front of Your Nose,» Tribune, March 22, 1946. (Posted, in English, at a Russian Website devoted to the work of Orwell.)

La versión inglesa © 2004 Stephen J. Sniegoski. All rights reserved

La página en inglés © 2004 WTM Enterprises. All rights reserved

http://www.thornwalker.com/ditch/snieg_oilwar.htm