Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Naomi Klein, en un artículo publicado recientemente en In These Times, [publicado en Rebelión el 12 de mayo de 2005], nos dice «Cómo poner fin a la guerra». Dice que tenemos que determinar las razones por las que fuimos a la guerra, que son puestas en evidencia por la avidez estadounidense de obtener bases militares y la riqueza petrolífera iraquíes. Dice que deberíamos concentrarnos en el apoyo a lo que los propios iraquíes desean: una autodeterminación significativa y una auténtica democracia, reforzadas por el respeto al derecho internacional. Su ensayo se las arregla para reunir en un solo sitio todo lo que actualmente anda mal en gran parte del pensamiento izquierdista.
¿Qué anda mal?
En primer lugar, para terminar la guerra, no necesitamos conocer las verdaderas razones para ella. Eso es investigación histórica, no planificación política. Es como decir que, para que los aliados vencieran en la Segunda Guerra Mundial, necesitaban conocer las verdaderas razones que tuvo Hitler para iniciarla. Esas razones siguen siendo tema de discusión -A.J.P.Taylor introdujo una considerable competencia a la tesis de la agresión manifiesta- y, sin embargo, esa guerra se ganó hace tiempo. No se trata de andar buscando defectos, es un ejemplo de la obsesión de la izquierda con el análisis sin sentido, interminable, estéril.
Segundo, las afirmaciones de Klein sobre qué es lo que vale como evidencia para qué, son débiles. Por cierto, cuando un país invade a otro y tiene un presupuesto muy reducido – y todo el sentido de la política de Rumsfeld era ir a la guerra a bajo coste -sus prioridades esenciales serán:
(1) asegurar el lugar para sus propias fuerzas, de manera que el coste político y económico de la guerra no se dispare fuera de control, y
(2) utilizar las riquezas del país – en este caso el petróleo – para financiar su acción. De manera que las actividades de la invasión fueron dictadas por el presupuesto de la invasión, y no representan un indicador de sus objetivos finales. (*) En cuanto a asegurar el lugar para la inversión extranjera, es una tercera prioridad, a más largo plazo, que sigue las mismas pautas: lograr que el sector privado haga el trabajo de reconstrucción, que de otra manera costaría mucho más de lo que EE.UU. jamás se podría permitir. Es el clásico ilusorio pensamiento repulsivo republicano, y de nuevo no tiene nada que ver con algún objetivo final.
Tercero, Klein otorga mucho valor a la insinceridad de la retórica de democracia de EE.UU. sobre Irak. Bueno, ¡obviooo! ¿Qué tiene que ver con alguna cosa? Todos, a excepción de unos pocos estadounidenses lo saben, y esos pocos estadounidenses están demasiado sumidos en sus prejuicios para sentirse afectados, o no les importa un pepino si EE.UU. quiere convertir a Irak en una democracia. Están mucho más preocupados de que persiga a los terroristas y en general que se muestre al mundo que EE.UU. es el que manda. Sus motivos son una pura reacción al 11-S.
Cuarto: Klein nos dice que debemos tener el valor de ser serios, y luego recomienda lo que bien podría ser frivolidad. Nos dice que «la lucha principal se desarrolla en torno al respeto del Derecho internacional». No es así. El derecho internacional no tiene ni la más mínima perspectiva, porque no existe una autoridad soberana, neutral, absoluta, que lo imponga. Lo que Klein nos pide que respetemos no es en realidad más que un montón de frases que expresan buenos deseos, articuladas por tribunales y abogados sin la menor autoridad porque, en el mundo real, la autoridad se basa en el poder manifiesto. No, el núcleo de la lucha es sacar a EE.UU. de Irak, ¿verdad? ¿Qué sería preferible: que EE.UU. se vaya mañana, y continúe despreciando totalmente el derecho internacional, o que se vaya en cinco años, imbuido del más profundo respeto por el derecho internacional? Las prioridades de Klein no son más que otro caso de ADD (síndrome de déficit de atención) político.
Quinto: La posición de Klein es destripada y descuartizada por el tira y afloja entre su deseo de evitar la construcción de la nación de Bush y su aceptación de la misma doctrina. Primero dice: «El futuro del movimiento pacifista exige que éste se convierta en un movimiento en favor de la democracia. Nuestra orden de marcha nos ha sido dada por el pueblo de Irak… Es preciso que ajustemos nuestra dirección a la suya».
Luego dice: «Debemos apoyar al pueblo de Irak y sus demandas claras de finalizar tanto con la ocupación militar como con la ocupación de las transnacionales…. Esto no significa hacer el juego a ciegas a «la resistencia». Porque no hay sólo una resistencia en Irak… No todo el mundo que lucha contra el ocupación de EE UU está luchando por la libertad de todos los iraquíes; algunos están luchando por su propio poder elitista. Por ello debemos seguir centrados en el apoyo a las demandas de autodeterminación, y no aplaudir cualquier revés del imperio de EE UU.»
Después dice: «Cualquiera que diga que los iraquíes no desean la democracia debería avergonzarse profundamente de sí mismo. Los iraquíes claman por la democracia y habían arriesgado sus vidas por ella mucho antes de esta invasión, por ejemplo en la sublevación de 1991 contra Sadam, cuando se permitió que los diezmaran. Las elecciones de enero tuvieron lugar únicamente a causa de la presión tremenda de las comunidades chiíes iraquíes, que insistían en obtener la libertad prometida.»
Confunde, pero comprendo: sacar a EE.UU. de Irak no es realmente nuestra primera prioridad. Es sacar a EE.UU. de Irak *según nuestros términos*. ¿Quiénes son ‘nosotros’? Buenos, ‘nosotros’ apoyamos la democracia, lo que quiere decir que apoyamos, no a todos los iraquíes, sino a los iraquíes que apoyan la democracia. Los otros iraquíes son malos: sólo quieren apoyar «su propio poder elitista [ahora conspicuamente ausente]». Peor todavía: «Algunos elementos de la resistencia armada toman como blanco a civiles iraquíes cuando rezan en las mezquitas chiíes: son actos brutales que sirven a los intereses de la administración Bush, dando credibilidad a la opinión de que el país está al borde de la guerra civil, y de que, por lo tanto, las fuerzas de EE UU deben permanecer en Irak». Así que apoyamos a la gente que quiere democracia, y que no atacan a los chiíes. Apoyamos a la gente que realmente quiere democracia, es decir a los simpáticos chiíes (no a algunos fastidiosos que quieren una teocracia) y, aunque ella no los menciona, a los kurdos. En otras palabras, apoyamos exactamente a los elementos de la población apoyados por Bush, y a otras gentes simpáticas que podamos encontrar. Está perfectamente bien que Klein hable de una «agenda responsable»para la retirada e incluso para reparaciones, pero si está realmente comprometida con la democracia en Irak, está comprometida con grandes partes de la actual política del gobierno de EE.UU.
Y, una vez más, esto es pura estúpida ideología estadounidense. Por cierto, las comunidades chiíes querían elecciones – ¿no las querrías si representaran tu pasaporte al poder? Seguro, se sublevaron en 1991 – se nos dice que querían librarse de Sadam Husein, y pensaron que era su oportunidad. Nada de esto demuestra que los iraquíes tengan el compromiso infantil de la izquierda estadounidense con un sistema de gobierno que, en el propio EE.UU., ha sido un fracaso miserable. La democracia, si funciona en alguna parte, parece funcionar mejor en países muy estables, muy prósperos – como los de Europa Occidental, por lo menos antes de que se irritaran por sus inmigrantes. Irak no es un país semejante.
Hay más. Si Klein no fuera tan arrogante como Bush, sería la primera en subrayar que no sabe nada sobre Irak o lo que desean los iraquíes, en lugar de alardear de su gran certidumbre sobre ese tema. No produciría tonterías como «Ahora, los iraquíes están luchando por las herramientas que harán de la autodeterminación algo significativo…» Para empezar, «autodeterminación» suena cómico: ¿la quieren los kurdos iraquíes en el mismo sentido en el que la quieren los demás iraquíes? Es como el chiste (sí, chiste) que cuenta Kant: Dos reyes, Francisco I de Francia y el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos V codician ambos Milán. Francisco proclama una armoniosa convergencia de intereses: «lo que quiere mi hermano Carlos, también lo quiero yo». Además, por nuestra ignorancia respecto a Irak, ¿no deberíamos tender a escoger lo obvio? Normalmente se acepta que la feroz resistencia a una invasión significa que los resistentes quieren que los invasores se vayan. Es aceptada normalmente, no como una lucha por darle un significado a la autodeterminación, sino que como una lucha por la autodeterminación.
Es bastante probable que los iraquíes quieran lo que Klein parece considerar los requisitos previos para darle un significado: «exigir la supresión de la deuda de Irak, de un abandono total de la legislación económica ilegal de Bremer, del control iraquí total sobre el presupuesto de reconstrucción». Es muy posible que quieran muchas cosas más. ¿Pero no nos han estado diciendo y mostrando bastantes iraquíes que, primero y más que nada, quieren que se vayan los estadounidenses, y sanseacabó, no sólo si su partida tiene significado? ¿No parece que su primera prioridad es, no la búsqueda de significado, sino la muerte de soldados y de los lacayos de EE.UU.? ¿Le falta claridad al mensaje, o me estoy perdiendo algo? ¿Han expresado los iraquíes una ansiedad apasionada de que la izquierda estadounidense elija y escoja entre las facciones en su país?
Desde el principio hasta el fin Klein carece precisamente de lo que dice que deberíamos tener: el valor de ser seria. ¿Qué clase de valor se requiere para manifestar por la Verdadera Democracia? Klein ni siquiera formula la difícil pregunta. Si quiere tanto la democracia – porque, igual que Bush y Blair, ella sabe que esos lamentables pequeños iraquíes no echan de menos para nada la democracia – sólo ¿cuándo y cómo va EE.UU. a retirar sus tropas? Presumiblemente, la respuesta debe ser: una vez que hayan asegurado Irak para la democracia. Esto significaría retirarse una vez que los «iraquíes democráticos» sean lo suficientemente fuertes para imponerse a los iraquíes antidemocráticos, que parecen ser bastante poderosos y bien organizados. Esto ciertamente requeriría ayuda militar de EE.UU., tal vez durante años, o la introducción de otras fuerzas militares para que hagan lo mismo, por ejemplo que la ONU o la OTAN reemplacen a los invasores estadounidenses. (Si Klein piensa que, en algún sitio del universo, existen tropas decorosas, respetuosas, virtualmente no-violentas, listas para neutralizar de alguna manera a los «malos» de Klein y de Bush, es una fantasía más.) De manera que el valor de Klein consiste en proponer en gran parte lo que Bush le está dando.
Sí, Klein es sincera, quiere una verdadera democracia, apoya los elementos genuinamente democráticos, y Bush no es sincero. Pero a fin de cuenta es una diferencia sin importancia. Si se insiste en llevar la democracia a Irak – alegando siempre que es lo que los propios iraquíes desean – habrá que derrotar a los elementos antidemocráticos que los dos deploran, y esto significará bases de EE.UU. y soldados estadounidenses que vierten sangre iraquí. Cualquier sinceridad que postule esas políticas, y sus objetivos en última instancia, no será otra cosa que poses que encubren el mismo entrometimiento violento.
Poniéndose serios
El valor de ser serio significaría algo bastante diferente. Significaría, no este sustituto de sangre de horchata, de café descafeinado con leche para la pasión, sino verdadero odio contra las acciones de EE.UU. y una determinación inquebrantable, furiosa, de expulsar hasta el último soldado de la ‘coalición’ del suelo iraquí, lo más pronto posible, por todos los medios necesarios. No es cosa de condiciones y salvedades sobre la democracia: simplemente expulsarlos. Si alguien cree realmente en el derecho de los iraquíes a su propio país no se dedicaría a juguetear sobre si su forma proyectada de gobierno o modo de autodeterminación corresponde o no a los ideales izquierdistas estadounidenses. No algo que nos corresponda juzgar, y no en último lugar porque es simple insolencia presumir que sepamos lo que quieren los iraquíes o cómo debieran obtenerlo. Toma años conocer un país, y si uno no vive allí, por lo menos haberlo estudiado prolongadamente, reforzado por la fluidez en su idioma. Sólo patanes estadounidenses, de todos los colores políticos, podrían pensar de otra manera.
«¿Cómo terminar la guerra?» Ni yo, ni Naomi Klein sabemos cómo, pero el intento significa una oposición real, furiosa, peliaguda, algo que llegue a preocupar a un gobierno. No puede basarse en un pedido de retirada combinado con una cuidadosa selección de cuáles serán los iraquíes que ‘nos den nuestra orden de marcha’. Una verdadera oposición requiere algo que va más allá de la persuasión razonada; la extrema impotencia de la extremadamente razonable izquierda lo ha demostrado. No es cosa de miles y miles de millones de correos electrónicos, aislándonos del mundo como si fuera fibra de vidrio rosada. No es cosa de ganar de manera insulsa ‘electores potenciales’, sino de utilizar los partidarios que ya tenemos, o sea nosotros mismos. Es un camino que demuestra que esta guerra nos disgusta, que no nos detendremos ante nada para terminar con ella, y que no podía importarnos menos si eso desgarra nuestro país. EE.UU. debe irse, ahora, y debemos simplemente dejar de hablar de democracia en Irak. Las decisiones sobre el mantenimiento del orden pertenecen a los iraquíes y tal vez a agencias internacionales, y no a estadounidenses de cualquier matiz político. Es un mensaje claro que permite edificar una oposición clara, resuelta, total.
El valor de ser serio también significa no «apoyar a nuestros soldados». Este apoyo realmente se ha hecho repugnante. Acaban de presentarnos docenas de artículos conmemorativos de Vietnam. Los mejores mencionan un poco a los tres millones de vietnamitas que matamos, y tal vez a los niños vietnamitas que, gracias al Agente Naranja, deben vivir una especie de vida en una horrenda deformidad. Pero en la izquierda, igual que en la derecha, es demasiado común que el artículo sea construido alrededor de algún adorable veterano de Vietnam. Un reciente artículo de Nation, por ejemplo, nos presenta a:
«Mike Sulsona, un ex Marine… que acaba de volver de su primer viaje a Vietnam desde la guerra. Estaba excitado porque se sorprendió al ver que esta vez le gustó y porque estaba feliz por la investigación que hizo para un drama que quiere escribir sobre un conductor de tanque del Ejército.»
Se nos informa que
«En Ho Chi Minh City, la antigua Saigón, Sulsona anduvo en su silla de ruedas por una acera tortuosa antes de volver a Nueva York. Casi chocó con un hombre vietnamita, también en silla de ruedas, que iba en la dirección contraria, tratando de vender números de lotería. Al reconocerse mutuamente por su diferencia de todos los demás y por su similitud, los dos parapléjicos se detuvieron. El veterano de Vietnam y el veterano vietnamita hicieron rodar sus sillas hasta enfrentarse como en otra ocasión podrían haberlo hecho con armas.
«Ninguno de los dos sabía muchas palabras en el idioma del otro, pero hablaron brevemente, con voz entrecortada, lo suficiente para que Sulsona comprendiera que el otro hombre también había estado en la guerra. «Repentinamente, comenzamos a reír», dijo Sulsona. «Resonantes carcajadas. No tengo la menor idea de si estuvo en el ejército survietnamita peleando de nuestro lado, o en el Vietcong, o si había llegado con el ejército norvietnamita… ¿Qué importa? Estábamos riendo y riendo y no podíamos detener la risa, simplemente dos tipos que fueron cagados por la guerra… Ninguno de los dos podía dejar de reír. Quiero decir, ¿para qué sirvió todo eso, en todo caso?»
¡Caramba!, seguro que es una linda despedida después de bañar un país en fuego y veneno: detengámonos y pensemos en la maldita porquería demente que es la guerra. Es exactamente el tipo de obsequiosa evasión de la-guerra-es-un-infierno-y-somos-sólo-humanos que hace que a tantos les guste la chifladura de la guerra de Corea de M*A*S*H, que fue presentada por primera vez tres años antes de la caída de Saigón.
No se trata de compasión; es cobardía. A menos que se represente a una tercera fuerza, con un poder decisivo para afectar la situación mundial, en una guerra hay que tomar un lado o el otro. La izquierda no representa una tal fuerza. Estamos o a favor de la invasión estadounidense de Irak, y de los soldados que la realizan, o en contra. Ser serio es reconocer que no se puede siempre escoger y elegir. No podríamos haber dicho seriamente: «apoyamos la guerra contra Hitler, pero nos oponemos a Stalin», porque eso, tomado en serio, hubiera sido estúpido. ¿Vas a combatir contra Stalin? Entonces le estás ayudando a Hitler. ¿No vas a combatir contra Stalin? Entonces, ¿a quién le importa para nada a qué te ‘opones’?
Si apoyamos a los soldados, significa que no queremos que los maten, y que apoyamos sus esfuerzos por protegerse, por lo menos hasta que – ¿meses, años? – puedan retirarse. En otras palabras, estamos contra los iraquíes que los atacan. Estamos a favor de la muerte de los atacantes, y de cualquiera otra persona que caiga en el fuego cruzado al replicar los soldados estadounidenses. Si no, ¿qué ‘significado’ tiene nuestro apoyo?
Presentamos excusas condescendientes para ‘nuestros’ soldados: son pobres, ignorantes, oprimidos, engañados por reclutadores, son carne de cañón, son todo lo que ha constituido la columna vertebral de todo ejército perverso desde los albores de la historia. Son cualquier cosa, es decir, menos adultos responsables por sus decisiones. Como consecuencia de esas decisiones han ido a miles de kilómetros a matar y a mutilar a gente que no les ha hecho ningún daño. Si nosotros – para utilizar la expresión de Klein – ‘apoyamos ‘de un modo significativo’ a ‘nuestros’ soldados, podemos apoyar ‘de modo significativo’ la violación de Irak, no importa cuánto lloriqueemos sobre la manera justa y adecuada, partidaria y prolongada, para que los muchachos vuelvan a casa. El valor de ser serio significa el valor de tomar decisiones duras. ¿Lo poseemos?
* * *
(*) Sí, algunas de las bases parecen ser permanentes. Seguro, el gobierno de EE.UU. quisiera tenerlas para siempre, ¿quién no? A los países les gusta ser poderosos, y aprovechan la oportunidad de ampliar su poder. Pero va mucho más lejos suponer que EE.UU. invadió Irak para obtener esas bases cuando, a un costo mucho más pequeño en todo sentido, podrían haberlas construido en otros sitios en la región.
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Michael Neumann es profesor de filosofía en la Universidad Trent en Ontario, Canadá. Los puntos de vista del profesor Neumann no deben ser considerados como si fueran los de su universidad. Su libro «What’s Left: Radical Politics and the Radical Psyche» aca de volver a ser publicado por Broadview Press. Contribuyó el ensayo «What is Anti-Semitism», al libro de CounterPunch «The Politics of Anti-Semitism». En septiembre de 2005, CounterPunch/AK Press publicará el nuevo libro de Neumann «The Case Against Israel». Su correo es: [email protected].
http://www.counterpunch.com/neumann05102005.html
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