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Sólo los que viven en el país pueden resolver los problemas de Iraq, pero Bush y Blair tienen la responsabilidad primordial por exasperarlos

No se puede culpar a los iraquíes por el caos provocado por la invasión

Fuentes: Guardian

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Un chiste fuera de lo común circuló entre los iraquíes poco antes de que su primer ministro se reuniera hace poco con George Bush en Amman. ¿Qué solicitaría el presidente a USA? Respuesta: Un plan de ruta para que los iraquíes se retiren de Iraq.

Fue una cáustica referencia al inmenso número de iraquíes que se han visto obligados a huir de su patria desde que USA la invadió y regentó un catastrófico colapso de la seguridad. Hasta 3.000 se van cada día, según la ONU.

La broma también resumió el creciente sentimiento iraquí de que los USamericanos están llegando al clímax de un ejercicio trienal de transferencia de culpas. Sea lo que sea lo que ha ido mal en Iraq, siempre es culpa de los iraquíes. Primero saquearon su propio país después de la caída de Sadam Husein. Luego dejaron que yihadíes y atacantes suicidas llegaran y atacaran a los USamericanos. Ahora se lanzan a una orgía de violencia sectaria y de irreflexivos asesinatos en represalia que están más allá de lo que los bondadosos y bien intencionados USamericanos pueden controlar. ¿Podría alguien haber imaginado que la ingratitud por la liberación llegaría a tales extremos? La única manera de salvar a Iraq es sacar a todos los iraquíes. Los señores Perle, Rumsfeld y Wolfowitz tendrían entonces un campo vacío en el cual construir su Estado modelo de Oriente Próximo.

La línea de que «ahora todo depende de los iraquíes» también domina el informe del Grupo de Estudio de Iraq Baker-Hamilton, aunque de manera sutil. El informe llama a que los vecinos de Iraq jueguen un papel constructivo en la estabilización del país. Llama a los militares de USA a acelerar el entrenamiento de tropas iraquíes y a que les den mejor equipamiento. Pero el impulso central es que los iraquíes tienen que solucionar sus propios problemas. No pueden esperar que USA tenga un compromiso de ayuda sin fin.

El informe ha sido mal recibido, en parte por la discordancia entre sus diversos tonos. El análisis es radical, mientras que las recomendaciones son moderadas. Sus primeras frases: «la situación en Iraq es grave y se deteriora… no hay un camino que pueda garantizar el éxito» – han sido destacadas excesivamente por los medios dominantes de USA porque parecen ser un ataque contra la conducción de la guerra por Bush y su Estado panglosiano de negación de los horrores de la vida para los iraquíes. Existe un motivo por el que Bush demora su propia reacción hasta el Nuevo Año. No quiere aparecer de acuerdo con la diagnosis.

Baker-Hamilton contiene algunas importantes advertencias para los responsables de la política. Señala que de los 1.000 empleados de la embajada de USA en Bagdad sólo seis hablan fluidamente árabe. Menos de 10 analistas en la Agencia de Inteligencia de la Defensa tienen más de dos años de experiencia en el estudio de cerca de la insurgencia, así que no puede sorprender que la malentiendan permanentemente.

El informe dice que un 61% de los iraquíes aprueba los ataques contra las fuerzas de USA y Gran Bretaña. Si uno asume básicamente que los kurdos (que forman cerca de un 20% de la población) se oponen a tales ataques, y que los árabes suníes (que también forman cerca de un 20% de la población) los apoyan, significa que dos tercios de los chiíes iraquíes también los respaldan – una proporción muy elevada en una población que sufrió bajo Sadam y que ahora domina el gobierno. Anta una hostilidad tan generalizada, ¿es sustentable una presencia militar de USA o Gran Bretaña?

Baker y Hamilton no formulan la pregunta. Argumentan a favor de la ocupación durante años por venir – un punto que el comentario en los medios ha tendido a ignorar. Su principal recomendación militar: una retirada de las unidades de combate de USA para la primavera de 2008, está en línea con el programa que el comandante de USA en Iraq, general George Casey, ha estado siguiendo durante meses. Sus recomendaciones políticas, incluyendo el llamado a conversaciones de USA con Irán, hacen eco a las políticas seguidas por Zalmay Khalilzad, el embajador de USA en Bagdad. Había sido autorizado para tener conversaciones con Teherán en esta misma época el año pasado, hasta que los neoconservadores se asustaron y persuadieron a Bush de que lo detuviera.

Puede ser precisamente porque Baker y Hamilton están tan cerca de la actual política de USA que su informe ha sido atacado por el presidente de Iraq, Jalal Talabani, un kurdo,

así como por dirigentes chiíes – incluyendo al primer ministro, Nouri al-Maliki. Baker y Hamilton se han convertido en los chivos expiatorios. A Talabani y Maliki les es difícil atacar frontalmente a Bush, así que lo hacen con los que parecen hablar en su nombre.

La doctrina política central del informe, como la de Khalilzad, es que hay que volver a inclinarse hacia los suníes y hacia una restauración de un fuerte Estado iraquí con ingresos garantizados del petróleo en manos centrales. Es la única manera de reducir la insurgencia dirigida por los suníes y prevenir los peligros de una fragmentación de Iraq. Los kurdos ven esto como un retiro de la nueva constitución federal por la que lucharon. Los chiíes se preocupan por una posible devolución del poder a los baasistas.

Los únicos dos puntos de auténtico radicalismo en Baker-Hamilton son su llamado a un diálogo con el clérigo chií nacionalista, Moqtada al-Sadr, y a una amnistía que «será difícil de aceptar para USA» – tal vez una alusión a que incluso los que mataron a USamericanos tendrán que ser perdonados.

La reconciliación nacional es la clave, y el último esfuerzo de Iraq por lograrlo debe comenzar mañana en una conferencia en Bagdad. Ha sido postergada varias veces, y todavía no está claro cuán inclusiva será la lista de invitados. Tampoco parece probable que el gobierno Maliki y sus aliados kurdos quieran hacer proposiciones fundamentales a los suníes. Sin embargo, Iraq está en un momento de fermento político particular, que ahora también incluye al antiguo primer ministro laico Ayad Allawi, que propugna un frente de salvación nacional.

Puede que todo sea un fiasco, igual como los anuncios políticos de Bush en el Nuevo Año pueden parecerse más a un ratón que a una montaña. Pero el punto esencial sobre la tragedia iraquí sigue siendo el mismo que desde abril de 2003. Bush y Blair tienen la responsabilidad primordial por el caos que fue desatado por su invasión mal concebida. El problema de la violencia sectaria sólo puede ser resuelto por iraquíes. La reconciliación nacional, si sucede, tiene que ser dirigida por iraquíes. Pero USA y Gran Bretaña no son espectadores inocentes, buenos samaritanos, o garantes neutrales contra una guerra civil. Ya ha habido demasiadas ocasiones – desde la así llamada transferencia de la soberanía en junio de 2004 a la inauguración del primer gobierno elegido en mayo de este año – cuando dijeron «ahora es cosa de los iraquíes» mientras se mantenían a cargo en última instancia. La soberanía será restituida verdaderamente sólo cuando se vayan de Iraq.

La pose de Blair en Oriente Próximo durante la próxima semana carecerá de significado. Podría haber hecho más por su legado si hubiera utilizado su visita a Washington de la semana pasada para endosar el descolorido análisis de Baker-Hamilton, aceptando parte de la culpa, y diciendo en privado o públicamente a Bush que ha llegado la hora de un cambio radical.

© Guardian News and Media Limited 2006

http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=15&ItemID=11651