Recomiendo:
0

Sobre Paradise Now y Munich

» ¿…No tenemos acaso derecho a la venganza?»

Fuentes: Rebelión

Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüistica, por Carlos Sanchis

SI UNO quiere entender lo que hicieron los palestinos el día de las elecciones, tiene que ver la película «Paradise Now» que ha sido nominada al Oscar a la mejor película extranjera después de obtener varios prestigiosos premios internacionales. Lo explica mejor que un millón de palabras.

Sus creadores- el guionista-director, Hani Abu-As’ad de Nazaret, y los actores, son palestinos. (Amir Harel, uno de los productores, es un judío israelí.)

Los dos personajes principales, Said y Khaled, son terroristas suicidas. La película plantea una cuestión que está preocupando a todos en Israel, y quizás a todo el mundo: ¿Por qué lo hacen? ¿Qué hace que una persona se levante por la mañana y decida explotarse en medio de una muchedumbre de gente en Jerusalén o en Tel-Aviv? Y alguna gente también se pregunta: ¿Quiénes son? ¿Cuál es su fondo? ¿Cómo llegaron a estar así?

Hoy, mucho tiempo después de que fue hecha, la película también contesta a otra pregunta: ¿Por qué eligió la gran mayoría de palestinos al mismo grupo que envió a estas personas a que se explotaran?

La película contesta estas preguntas. No con eslóganes, no con discursos de propaganda, ni con un informe académico. No predica, alaba o enfurece. Cuenta una historia. La historia lo dice todo. Y puesto que no muchos israelíes van a verla, yo me permito hacer lo que generalmente no se hace: contar la historia de la película hasta casi el fin.

LA ESCENA DE APERTURA crea la atmósfera: Suha, una joven y bonita mujer palestina de buena familia, criada en Francia, se acerca a un punto de control militar, uno de los innumerables bloqueos de carreteras que puntean el paisaje de Cisjordania. Ella se enfrenta a un acobardado soldado, una cara con bigote bajo un casco de acero, con un chaleco anti balas. Sus ojos se encuentran. Él no habla. La mira de arriba abajo y de abajo arriba. Registra su bolso, despacio, despacio. Sus ojos no se partan de sus ojos.

Cuando termina, él le devuelve sus documentos – casi. Cuando ella intenta tomarlos, él levanta su mano. Le permite a ella que haga un esfuerzo. Al final, sin una palabra, él le pide con un movimiento de cabeza que siga adelante.

Simplemente unos minutos – minutos en que la humillación total, el miedo mutuo y el odio fluyen juntos. El espectador siente que la mujer está a punto de explotar. Pero no nada pasa. Ella sigue.

…Dos hombres jóvenes, en sus tempranos 20 años, en Nablus, la ciudad central del norte de Cisjordania. Prácticamente desempleados, como casi todos los hombres jóvenes de Nablus. No tienen ningún futuro. Ninguna esperanza. Ni siquiera sueños. No pueden hacer nada más para ayudar a sus necesitadas familias. Ellos viven en el fondo, en una mezcla de fastidio, frustración y desesperación. Incluso la taza de té que un servil pero terco muchacho les vende por 20 céntimos está fría.

Son barbudos, pero no fanáticos. Religiosos como todos los demás, no más. Nacieron bajo la ocupación y están viviendo bajo la ocupación. Nablus está rodea por todos los lados por barricadas. No hay trabajo. Nada. Sólo abandono y deprimente pobreza. La ocupación es el hecho central de sus vidas. Todo empieza con la ocupación, todo acaba en ella.

…Uno de ellos, Said, se encuentra a Suha. Algo surge entre ellos. Justo entonces los dos jóvenes reciben el mensaje: han sido escogidos. Mañana llevaréis a cabo un ataque suicida en Tel-Aviv.

…Un edificio abandonado sirve de cuartel general a los clandestinos. Preparaciones finales: Las barbas son afeitadas. Su pelo cortado. Se ponen trajes buenos. Se dejan fotografiar. Una charla de ánimo corta, sin patetismo, del jefe, una «persona en búsqueda» que es una leyenda viviente (todavía vivo). El ataque es en venganza por el «asesinato selectivo» de un camarada.

La dos se miran silenciosamente mientras se ajustan los cinturones con explosivos. Se les avisa que éstos no pueden quitarse sin explotar. Un momento escalofriante: los dos ven sus fotos en los carteles que precederán al hecho.
…DE CAMINO. La valla está cortada. En el otro lado, un jeep militar de repente se acerca. Khaled se desliza hacia atrás a través de la brecha, Said continúa su viaje a Israel. Llega a una parada de autobús, espera, ve a una mujer que juega con su niño pequeño. El autobús llega. La mujer y el niño entran. En el último minuto Said duda, le hace gestos al chofer de que continúe – sin él. …Entre los camaradas, cunde el pánico. ¿Dónde está Said? ¿ Ha desertado? ¿Los ha traicionado? ¿Ha escapado?. Lo buscan por todas partes. Said, todavía llevando el cinturón explosivo, en secreto regresa a Nablus, busca a Khaled. Se encuentra con Suha. Mientras se abrazan, Suha le dice que es el modo equivocado, que no debe hacerse daño a los civiles, que eso no logrará la liberación de la ocupación. Pero Said le pide al jefe intentarlo de nuevo, darle una segunda oportunidad. Surge un detalle importante: El padre de Said fue un colaborador y había sido ejecutado. Said quiere erradicar la terrible mancha, la vergüenza que lo ha perseguido desde la niñez. «Él era un hombre bueno, pero débil,» dice. «Los israelíes se aprovecharon de su debilidad. Ellos son los culpables.»

…Finalmente, los dos camaradas llegan a Tel-Aviv. Para los jóvenes, atrapados en Nablus, Tel-Aviv parece algo de otro mundo – brillante, rico, inalcanzable. Rascacielos. Muchachas en bikinis. Gente retozando en la playa.

En el último momento, Khalid vacila e intenta convencer a Said para abandonar la misión. Pero Khalid regresa a Nablus solo. Said sigue para vengar la muerte de su padre.

….Escena Final Said se sienta en el autobús, rodeado por soldados y civiles. La cámara enfoca a sus ojos. Los ojos llenan la pantalla. Estamos petrificados por lo que va a pasar en un momento…

Todos esto relatado en un lenguaje cinematográfico refrenado. No hay casi ninguna declaración verbal. A simple vista, una historia trivial, incluso con momentos de poca densidad: Khaled está recitando su mensaje de despedida ante la cámara de video, la cámara no funciona adecuadamente y le toca repetir la filmación del mensaje una y otra vez. Sus camaradas están de pie alrededor y comen. Él los mira, para y tiene que empezar de nuevo. Y de nuevo. Un interludio cómico.

ESTUDIÉ las caras de la gente al salir de la cinemateca de Tel-Aviv después de la proyección. Estaban callados y pensativos. Por primera vez en su vida han visto a los terroristas que están matándonos, a quiénes se explotan entre niños, hombres y mujeres. Han visto a jóvenes corrientes que se comportan y reaccionan como personas corrientes. Han visto la ocupación desde el otro lado, la parte inferior.

Me senté en la oscuridad del cine y me hallé en una situación de total disonancia: nosotros, las víctimas intencionales, que podríamos fácilmente haber estado en ese autobús, lo vimos todo a través de los ojos de nuestro asesino. Un pensamiento nos golpea: que la fuerza aquí no ayudará . Si nosotros matamos a esos dos, otros dos ocuparán su sitio. El Muro detendrá a algunos de ellos, pero no a todos. El Servicio de Seguridad, con la ayuda de colaboradores, impedirá algunos de los ataques, pero no puede impedirlos todos ellos – y los hijos de los colaboradores vendrán a vengarse. Cuando hay personas como estas, que crecen en esas condiciones, algunos de ellos siempre alcanzarán sus objetivos.

La película no proporciona soluciones. Ni siquiera pretende ser equilibrada. Nos expone a la cara una realidad que no conocemos, desde un ángulo al que no estamos acostumbrados – y nos tortura con la tensión de una emoción conflictiva.

Y quizás también nos incita a pensar sobre una solución que causará que Said y Khaled fueran en una dirección diferente. Una solución que acabará con la humillación, con la dignidad personal y nacional aplastada, con la privación y la desesperación.

Pocos días después, vi otra película que está nominada para los Oscars, la muy alabada película de Steven Spielberg, «Munich». Vino a suceder que la vi en Alemania, no muy lejos del mismo Munich.

Al salir del cine, mi anfitrión alemán quiso saber lo que yo pensaba de ella. Espontáneamente, sin pensar, dije lo había sentido de principio a fin: «¡Hastío!»

Sólo después he tenido tiempo para ordenar las impresiones que había acumulado durante esta muy larga película. ¿Qué me había hastiado tanto?

En primer lugar, el estilo de Spielberg, una combinación de la técnica cinematográfica más alta y el contenido cultural más bajo. Tiene pretensiones de profundidad, con nuevas y reveladoras comprensiones, pero básicamente no es nada más que otro western estadounidense, donde los tipos buenos matan a los tipos malos y la sangre fluye como el agua.

Algunos políticos judíos protestaron contra la película por igualar a los «terroristas» con los «vengadores». Y de hecho, en varias partes de la película a los «terroristas» les es permitido declamar algunas frases en su defensa, sobre la injusticia hecha a ellos por los judíos y sobre su derecho a una patria. Pero eso es sólo un homenaje verbal de boca afuera, un simulacro para dar una impresión de equilibrio. Pero en el retrato del ataque de Munich – fragmentos del cual se dispersan a lo largo de la película – los árabes aparecen como criaturas miserables, feas, desaliñadas, pusilánimes, todo lo contrario que Avner, el vengador israelí que es guapo y decente, valiente y bien limpio – para abreviar, el hermano joven de Ari Ben Canaan, el superhombre de «Éxodo».

Los árabes no tienen ningún remordimiento de conciencia, pero los israelíes tienen escrúpulos en cada intervalo entre los asesinatos. Ellos dudan cada vez que ellos explotan / disparan / abaten a uno de sus «objetivos»- qué hacen, por supuesto, ‘únicamente después de asegurar la seguridad de la esposa y de los niños de la víctima. Ellos no son sólo asesinos, ellos son asesinos judíos. Como un eslogan satírico israelí dice: «Dispare y llore.»

La presentación del propio asunto es altamente manipuladora. Sustrae a espectador algunos hechos muy pertinentes. Por ejemplo:

– Que las autopsias mostraron que nueve de los 11 atletas israelíes fueron muertos por las balas de los, patéticamente inexpertos, policías alemanes. (Los informes de las autopsias permanecen secretos hasta este mismo día, tanto en Israel como en Alemania. Pero una persona poderosa como Spielberg debe conecerlos.)

– Que fue Golda Meir y sus colegas alemanes – grandes héroes, cada uno de ellos – quién rubricó el destino de los rehenes, cuando rechazaron la demanda de los secuestradores de llevarlos a un país árabe, donde seguramente habría sido intercambiados por prisioneros palestinos encerrados en Israel.

– Que los palestinos que fueron asesinados en venganza por Munich no tenía nada que ver con el asunto. El Mossad estuvo buscando blancos fáciles y escogió a diplomáticos de la OLP destinados en capitales europeas que estaban bastante desprotegidos.

Pero más que nada, sentí repulsión por la ramplonería spielbergeniana que atraviesa la película entera e incluye escenas de sexo explícito que son tanto gratuitas como particularmente antiestéticas. La película no contribuye en nada a una comprensión del conflicto. Es básicamente una película rutinaria de gángsteres que Spielberg centra en el conflicto israelo-palestino para recolectar los tan esperados Oscars que le han eludido hasta ahora.