Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Contando hasta tres
Por lo menos César sólo se limitaba a comentar la realidad cuando escribió que «toda la Galia está dividida en tres partes.» La semana pasada, el presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EE.UU., Joe Biden, intentó crear realidad cuando una abrumadora mayoría del Senado de EE.UU. votó por una resolución no-vinculante por la división de Iraq en tres partes – zonas autónomas chií, suní y kurda. Shailagh Murray del Washington Post informó que la votación de 75 contra 23 del Senado fue «un hito importante… forjando un terreno común en un debate que se ha hecho cada vez más polarizado y concentrado en la estrategia militar.» Murray agregó: «La estructura [tripartita] está explicada en detalle en la constitución de Iraq, pero Biden iniciará esfuerzos locales y diplomáticos regionales para acelerar su evolución.»
En Iraq, el plan fue calificado de «desastre» por el primer ministro iraquí Nuri al-Maliki; un representante del Gran Ayatolá Ali Sistani calificó la resolución del Senado de «un paso hacia el despedazamiento de Iraq.» Agregó, según Informed Comment, el sitio en la Red de Juan Cole: «Es un error imaginar que un plan semejante pueda llevar a una reducción del caos en Iraq; más bien, al contrario, conducirá a un aumento en la carnicería y a profundizar la crisis de ese país, y a la extensión del aumento del caos, incluso a los Estados vecinos.» Mientras tanto, clérigos suníes y varios partidos políticos se sumaron a las denuncias. Sólo los kurdos, evidentemente ansiosos de tener un Estado independiente, saludaron el plan.
Cole captó perfectamente la esencia de esta última estratagema. Primero, señaló, el Senado «arruinó a Iraq al autorizar al Terrible George para que lo reventara, ahora quiere arruinarlo aún más, dividiéndolo.»
Pero lo más curioso en este extraño ejercicio de cuenta hasta tres es simplemente que haya ocurrido en EE.UU. Imaginemos por un instante que el Parlamento iraquí votara una resolución no-vinculante para otorgar representación parlamentaria a Washington DC o para permitir que los votos electorales de California fueran divididos por distrito. ¿O que el Parlamento iraní acabara de aprobar una resolución no-vinculante para dividir a EE.UU. en bio-regiones semiautónomas?
Semejantes actos serían, desde luego, considerados no sólo como ultrajantes e insultantes, sino como totalmente demenciales y por cierto, sobre nuestro planeta de una sola pista, son casi inimaginables. Pero no advertí a nadie en la corriente dominante del Washington político o en los medios que lo cubren – estuviese de acuerdo con la propuesta o no, que parezca considerar aunque solo fuera un poco extraño que el Senado de EE.UU. haya contado hasta tres en apoyo de un plan que, en el mejor de los casos, pondría un sello de aprobación estadounidense sobre la continuación de la limpieza étnica de Iraq.
No importa lo absurda que pueda resultar la resolución de Biden como política, tiene la ventaja de que nos conduce directamente al fundamento de los sistemas de creencia de Washington – específicamente que es el deber global de EE.UU. resolver las crisis de otras naciones (incluso las de aquellas que hemos hecho estallar). Somos, después de todo, la nación constructora de naciones por excelencia y, a pesar de toda la evidencia contraria en Iraq, al Washington oficial le sigue siendo imposible imaginarnos como otra cosa que parte de la solución en lugar de parte del problema.
La misma manera de pensar se puede encontrar con la misma facilidad en otro ejercicio de recuento que tiene lugar en Washington…
Contando hasta cinco, diez, cincuenta
Ahora mismo, destacados demócratas, así como republicanos, se concentran en la cuenta hasta cinco y diez, que viene a ser lo mismo. Por ejemplo, en un reciente debate entre candidatos demócratas a la presidencia, los tres de arriba (según el acuerdo entre los medios y los sondeos), Hillary Clinton, Barack Obama y John Edwards, se negaron a comprometerse conque todas las tropas estadounidenses salgan de Iraq hasta 2013, fin de un primer período en el gobierno – cinco años desde ahora, y 10 años desde que se lanzara la invasión en marzo de 2003.
Como muchas otras cosas de cosecha reciente, esta cuenta de 10 años puede haber comenzado con nuestro comandante de la ‘oleada’ en Iraq, el general David Petraeus, quien, desde hace cierto tiempo, ha estado diciendo a casi cualquiera que esté dispuesto a escucharle que las operaciones de contrainsurgencia en Iraq podrían tardar «hasta una década.» («De hecho,» dijo a Fox News en junio, «típicamente, pienso históricamente, las operaciones de contrainsurgencia han tardado por lo menos nueve o diez años.») Ahora, parece, su itinerario iraquí hasta-el-horizonte-y-más allá ha sido incorporado a un consenso interno de Washington de que nadie – ni en este gobierno ni en el siguiente, ni un nuevo presidente o un nuevo Congreso – terminará nuestra participación en Iraq en el futuro previsible; que, en los hechos, debemos permanecer en Iraq y que, mientras peor se pone la cosa, más válida se hace esa realidad – aunque sólo sea para proteger de algo aún peor a los iraquíes (y a nuestros intereses en Oriente Próximo).
El columnista conservador del New York Times, David Brooks, lo expresó como sigue en NewsHour con Jim Lehrer: «[Los demócratas en el Congreso] no van a cortar los fondos, y hemos visto y lo vimos en el debate de esta semana: habrá probablemente soldados de EE.UU. en Iraq durante 10 años, no importa quién sea elegido. Así que no van a ganar con esto.» El halcón belicista liberal George Packer escribió recientemente en el New Yorker un largo artículo: «Planning for Defeat» [Planificación para la derrota] en el que enumera muchos de los motivos por los que Iraq sigue siendo un área de desastre y discute varios métodos de retirada antes de lanzarse a favor de una política resumida en la sugerencia de un anónimo responsable del gobierno de Bush: «Declarad la derrota y quedaos.» Packer concluyó: «Cuando este país decida que la sangrienta experiencia en Iraq requiere la partida de las tropas estadounidenses, una retirada total no será ni deseable ni posible. Podremos querer librarnos de Iraq, pero Iraq no permitirá que suceda.»
El general de brigada en retiro Kevin Ryan, que representa la expertocracia militar, presentó lo siguiente: «No nos veo saliendo de Iraq durante una década.» De hecho, cada vez menos personas en el Washington oficial lo ven. (Una excepción es el candidato presidencial Bill Richardson, quien lanzó esta semana un vídeo en la Red desde una posición de retirada total que comienza como sigue: «George Bush dice que la ‘oleada’ está funcionando. El general Petraeus dice que tomará más tiempo. Los candidatos presidenciales republicanos dicen: quedaos todo el tiempo que sea necesario. Eso no sorprende a nadie. Pero, podría sorprenderte oír que Hillary Clinton, Barack Obama y John Edwards dejarían todos decenas de miles de soldados en Iraq…») Se reconoce, por cierto, que Iraq es el tema número uno en la campaña presidencial venidera; el descontento en permanente aumento de los estadounidenses con nuestra presencia en ese país es considerado un hecho de la vida política, y sin embargo se hace cada vez más difícil imaginar precisamente de que tratará realmente el futuro debate sobre Iraq entre candidatos presidenciales, si todos están de acuerdo en que pasaremos por lo menos cinco años más sin que haya un fin a la vista.
Y recordemos que detrás de las cuenta hasta cinco y hasta diez acecha una cuenta de 50 y más; es decir la cantidad de años, que los soldados estadounidenses han estado acuartelados en Corea del Sur desde que la Guerra de Corea terminó en un punto muerto en 1953. Los visitantes a la Casa Blanca han informado desde hace tiempo que al presidente Bush lo fascina el «modelo Corea.» Como escribiera recientemente David Sanger del New York Times: «Muchas veces durante los últimos seis meses, dijo a visitantes a la Casa Blanca que tiene que llegar al modelo Corea, un despliegue políticamente sustentable para controlar el Oriente Próximo.» (Hay que considerar, sin embargo, que cuando el gobierno de Bush entró tronando a Bagdad con sus tanques y Vehículos Bradley de Combate en abril de 2003, pensaba en el modelo Corea – aunque no lo llamaba así en aquel entonces.)
Es el modelo al que también parece apostar el Secretario de Defensa Robert Gates: una fuerza estadounidense reducida, acuartelada en gigantescas bases semipermanentes en un Iraq «estabilizado» por años sin fin. La Oficina Presupuestaria del Congreso ya ha rumiado cifras sobre el costo probable de un tal modelo.
Tras todos estos ejercicios de recuento está la creencia en que dondequiera desembarquemos y hagamos lo que sea, somos, a fin de cuentas, los portadores ungidos de algo llamado «estabilidad» y que si tenemos que contar hasta 50, 500, 50.000, o 500.000 y lo hacemos computando cadáveres, tarde o temprano será así.
Contadores de cadáveres
Todos recuerdan que cuando el recuento de cuerpos de la era de Vietnam fue prohibido en la Guerra Global contra el Terror, Tommy Franks, el general que dirigió las fuerzas estadounidenses hacia Afganistán (y después Iraq), declaró a secas: «No realizamos recuentos de cuerpos.» Y luego, dando un salto de unos pocos años, hubo el presidente que espetó quejumbrosamente su dolor ante una tertulia cafetera de comprensivos periodistas conservadores en octubre de 2006: «No llegamos a decir eso – mil enemigos muertos, o sea cual sea la cifra. Está sucediendo. Sólo ustedes no lo saben… Hemos hecho un esfuerzo consciente por no ser un equipo que cuenta cuerpos.»
Bueno, ve y diles eso a los soldados en el terreno. Allí, es obvio que ha sido una vez más un caso de déjà vu.
El reciente juicio por asesinato de un francotirador estadounidense miembro de un pelotón de francotiradores exploradores de elite en operaciones en Iskandariya, un área suní en el «Triángulo de la Muerte» al sur de Bagdad, ha estado repleto de revelaciones. Entre ellas, que el Pentágono tiene un programa para colocar «cebos» como «cordones detonadores, explosivos de plástico y munición» para atraer a insurgentes incautos ante las miras de los francotiradores; esto, en un país que tiene probablemente un 50% de desempleo, en el que todo lo que se pueda recuperar será rescatado por civiles. («En un país inundado de armamentos y cargadores e implementos de guerra, si cada vez que alguien recoge algo, que sea potencialmente utilizable como un arma, lo mismo sería exigir que todo iraquí anduviera por ahí con un blanco en su espalda,» comenta Eugene Fidell del Instituto Nacional de Justicia Militar.) Al final resultó que los francotiradores parecen haber comprendido mal el uso de esos ítems de «cebo» – o que comprendieron demasiado bien su verdadero uso – y en su lugar los colocaron sobre iraquíes desarmados que ya habían matado, a fin de crear cuerpos instantáneos de «insurgentes» adecuados para el recuento de cuerpos que supuestamente no tendría lugar.
Como dijo el soldado David C. Petta, ante el tribunal, según Washington Post, «creía que los artículos clasificados eran para lanzarlos sobre las personas que habían sido muertas por su unidad, ‘para hacerlo valer si matábamos a alguien de quien sabíamos que era un tipo malo, pero no teníamos la evidencia para demostrarlo.'» (El armamento a posteriori de muertos fue también, a propósito, un lugar común en la Guerra de Vietnam.) Según el testimonio ante el tribunal, los especialistas de este escuadrón de francotiradores: «describieron cómo sus equipos fueron presionados más allá de los límites por comandantes de batallón ansiosos de aumentar su ratio de muertes contra un enemigo implacable… Durante una audiencia separada en julio, el sargento Anthony G. Murphy dijo que él y otros francotiradores del Primer Batallón sentían ‘un tono subyacente’ de desilusión de los comandantes de campaña que querían recuentos más elevados de cadáveres de enemigos. Solo sonaba como: ‘¿Qué estáis haciendo mal, muchachos, ahí afuera?'»)
Con razón, considerando lo que estaba en juego. También era, desde luego, un procedimiento operativo normal en Vietnam – y por los mismos motivos. El teniente general Julian J. Ewell, por ejemplo, tenía sus propias ratio de muertes codificadas de «muertos aliados y enemigos» para sus unidades en Vietnam. Iban de 1:50, que cualificaba como «unidad altamente capacitada de EE.UU.,» a 1:10, «promedio histórico de EE.UU.» Y ¡ay de los que estaban justo por debajo del promedio! Las unidades serán «presionadas más allá de los límites» en todo momento en el que «la victoria» o «el éxito» o «el progreso» no se convierten en otra cosa que en un juego de recuento de cadáveres, como vuelve a suceder ahora.
Una vez que el progreso en una frustrante guerra de contraguerrilla está vinculado a esos cadáveres interminablemente sumados, el proceso de recuento se convierte naturalmente en una medida crucial del éxito (en lugar del éxito real), unidad por unidad – lo que quiere decir que también se convierte en una medida clave de rendimiento, y el rendimiento es, por cierto, la medida para la promoción militar. Así, la presión para ser esa «unidad altamente capacitada» se convierte en presión para informes sobre más cuerpos como señales de éxito. Tarde o temprano, si sólo se informa sobre los enemigos muertos realmente, tu hoja de estadísticas pasa a parecer pésima – especialmente si otros están inflando sus cifras, como lo harán. Y entonces la presión sólo aumenta.
Todo esto debiera sonar tristemente conocido; pero, como comentó recientemente el periodista de New Yorker, Seymour Hersh, en una entrevista con la revista alemana Der Spiegel: de Vietnam hasta ahora no ha habido «una curva de aprendizaje.» «Se pensaría,» dijo, «que en este país con tanta gente inteligente, no sea posible que estemos haciendo la misma estupidez de nuevo… [pero] todo es tabula rasa.»
Escuadrones de contadores
Prepárate para que no te sorprenda: En Iraq, los militaron contaron cuerpos desde el principio – contaron, de hecho, todo. Sólo no publicaban cifras en los días cuando el gobierno de Bush estaba menos desesperado respecto a Iraq y mucho más desesperado por no aparecer de retorno en la era de Vietnam de interminables estadísticas y ninguna victoria. Pero las «medidas» (como las llaman) siempre fueron algo como un secreto a voces. En marzo de 2005, por ejemplo, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld declaró a un reportero de NPR [National Public Radio]:
«Tenemos una sala aquí [en el Pentágono], la Sala Iraq, en la que monitoreamos toda una serie de medidas. Algunas de ellas son aportaciones y otras son salidas, resultados, y obviamente las aportaciones son más fáciles de hacer y menos importantes, y las salidas son muchísimo más importantes y más difíciles de hacer.»
«Rastreamos, por ejemplo, las cifras de ataques por área. Rastreamos los tipos de ataques por área… Rastreamos una serie de informes de intimidación, intentos de intimidación o asesinato de funcionarios gubernamentales, por ejemplo. Rastreamos el grado en el que la gente provee inteligencia a nuestra fuente para que pueda ir y realmente perseguir y capturar o matar a insurgentes. Tratamos de separar a las personas que hemos capturado y ver lo que son. ¿Son combatientes extranjeros, tipos yihadistas? ¿Son criminales que recibieron dinero para hacer algo semejante? ¿Son elementos del antiguo régimen, baazistas? Y tratamos de monitorear lo que esas cifras representan en cuanto a los detenidos y a gente que es procesada de esa manera… Probablemente estudiamos 50, 60, 70 diferentes tipos de medidas, y extraemos una impresión de ellas.»
Y da la casualidad, aunque no lo mencionó ese día, que los militares también contaban asiduamente cadáveres. Lo sabemos porque la semana pasada entregaron cifras a USA Today sobre la cantidad de insurgentes que las fuerzas de EE.UU. supuestamente mataron desde que terminó la invasión de Iraq: 18.832 desde junio de 2003; 4.882 «militantes» sólo en 2007 hasta ahora. Esto representa un salto de un 25% en el recuento de cadáveres desde el año anterior. Según responsables estadounidenses citados en Stars and Stripes, estos recuentos de cadáveres, anteriormente ridiculizados, dan ahora la necesaria «escala» y «contexto» a los combates en Iraq.
Como señala el informe de USA Today, el año pasado el comandante de Centcom, John Abizaid, había sugerido que las fuerzas de la insurgencia suní contaban entre 10.000 y 20.000 combatientes. Si las cifras publicadas son exactas, este año deben haber sido muertos entre un 25% y un 50% de ese número. (Quién sabe cuántos habrán sido heridos.) Si se suman los presuntos insurgentes suníes y terroristas encarcelados en prisiones estadounidenses en Iraq sólo en los meses de la ‘oleada’ de 2007 – otros 8.000 o algo así – de repente parece como si, entre enero y septiembre de este año, algo como todos los insurgentes hubieran pasado esencialmente a convertirse en fantasmas.
(De nuevo, Vietnam tuvo sus equivalentes. Después de la Ofensiva del Tet a escala nacional en febrero de 1968, por ejemplo, los militares de EE.UU. pidieron más tropas al gobierno de Johnson. También afirmaron que los vietnamitas habían perdido 45.000 muertos. Como escribió la historiadora Marilyn Young en su libro «The Vietnam Wars»: «El embajador en la ONU quiso saber cuál era la fuerza del enemigo al comienzo del Tet. La respuesta: entre 160.000 y 175.000. ¿Y la ratio de muertos a heridos? Calculada como tres y media a uno, respondía el oficial. ‘Bueno, si eso es verdad’ calculó rápidamente Goldberg, ‘entonces a ellos no les quedan fuerzas efectivas en el terreno.’ Eso ciertamente hizo parecer que fuerzas estadounidenses adicionales eran redundantes.»)
Ahora, parecería que todos del lado estadounidenses comienzan de repente a contar en público. En agosto, el presidente, por primera vez, consideró que podía convertirse en el jefe de un «equipo de recuento de cuerpos» y anunció orgullosamente en un discurso televisado al pueblo estadounidense, precisamente cuántos insurgentes estaban matando supuestamente las fuerzas de EE.UU. en cada mes de la ‘oleada’ (aunque las cifras no coinciden con las publicadas por los militares durante la semana pasada): «Nuestros soldados han matado o capturado un promedio de más de 1.500 terroristas de al Qaeda y a otros extremistas cada mes desde enero de este año.» El general Petraeus, por supuesto, llegó a Washington para presentar su «informe de progreso» al Congreso para mostrar sus propios gráficos multicolores y tablas al antiguo estilo de Vietnam, y los militares, después de haber jurado que no realizarían recuentos de cuerpos, publican ahora cifras todos los días – a menudo grandes – sobre muertos en Afganistán e Irak que llegan regularmente a los titulares. Y cada día, al parecer, se revelan nuevas bases de datos y escuadrones de diseccionadores de cifras. Ahora ya se ha convertido en una auténtica fiesta carnicera.
La semana pasada, Karen DeYoung del Washington Post informó en mucha más profundidad de lo que la que hemos visto hasta ahora sobre los escuadrones ‘medidores’ operados desde el Pentágono y el comando de EE.UU. en Bagdad. Al hacerlo, descubrió algunas discrepancias interesantes entre los resultados de los analistas de datos del Pentágono y los que trabajan para Petraeus – «Las víctimas civiles en el último informe trimestral del Pentágono sobre Iraq de la semana pasada, por ejemplo, difieren significativamente de aquellas presentada por el máximo comandante en Iraq…» – y esto se convirtió en tema de mucho análisis en línea en sitios como ThinkProgress.org y TalkingPointsMemo.com. Pero tal vez sea más interesante que estas discrepancias la pura dimensión de la operación militar de recuento en general.
DeYoung, por ejemplo, entrevistó al sargento mayor 3 Dan Macomber, «analista jefe de inteligencia de todas las fuentes» a cargo de un equipo de seis personas cuya única tarea es compilar [datos] y rastrear tendencias y análisis para el general Petraeus personalmente.» Y ese equipo, por su parte, es sólo una pequeña parte de un personal mayor «lejos del campo de batalla» que, informa DeYoung, incluye a «pelotones de soldados en Iraq y en el Pentágono… asignados para analizar cifras – asesinatos sectarios, bombas al borde de la ruta, fuerzas iraquíes entrenadas, escondites de armas descubiertos y otros – en un esfuerzo constante por evaluar cómo va la guerra.»
Piensa en eso por un momento. «Pelotones» de contadores militares que tratan de contar a través de una pila tan inmensa de cadáveres iraquíes y de armas capturadas que, algún día, tal vez aparezca algún «progreso» e incluso posiblemente un indicio de «éxito» al final de ese túnel tan oscuro. Eso sería cuando, supuestamente, termine por aparecer la «estabilidad» que representamos. Lo que será Iraq para entonces es otra cosa muy diferente.
Contando hasta un millón y más allá
¿Para qué se necesitarán esos «pelotones» de contadores? Una respuesta podría ser que las cuentas son por cierto muy elevadas. El lunes, hubo un artículo revelador al respecto en las páginas interiores del New York Times. A primera vista parecía ser un modesto artículo con buenas noticias de un país que definitivamente produce malas noticias. Mientras el gobierno central está actualmente casi paralizado, escribió James Glanz, sus corruptos ministerios son incapaces de gastar hasta pequeños porcentajes de los dineros del petróleo que les han sido asignados para diversas actividades de reconstrucción; los gastos locales en algunas provincias podrían ser mucho más efectivos (o, si se lee el artículo hasta el fin, tal vez tampoco lo sean). La parte esencial era:
«El presupuesto para todo el país, incluyendo las provincias, fue de 6.000 millones de dólares en 2006 y de 10.000 millones en 2007. Pero algunos ministerios nacionales gastaron sólo un 15% de su parte el año pasado, citando problemas como la escasez de empleados capacitados para escribir contratos, la fuga de pericia científica y de ingeniería del país y el peligro proveniente de milicias y de la insurgencia.»
Hay que pensar en eso: «la escasez de empleados capacitados para escribir contratos…»; «la fuga de pericia científica y de ingeniería del país…» Es algo que valdría la pena contar, pero podría tomar mucho, mucho tiempo. Partes importantes de lo que fue otrora una vez una importante clase profesional iraquí, se ha convertido, desde la ocupación, en «gente en autobuses.» Un número desconocido ha huido del país – aunque un reciente informe de Oxfam indica que, en Bagdad, algunos hospitales y universidades han perdido hasta un 80% de su personal. Forman parte de un éxodo mayor de dimensiones sorprendentes. Ahora se calcula – nadie conoce las cifras exactas – que hay por lo menos 2,5 millones de iraquíes que han huido al extranjero desde que terminó la invasión del gobierno de Bush. Hasta 2,2 millones más de iraquíes han sido desalojados de sus casas, en gran parte por la violencia sectaria, y convertidos en refugiados internos.
Y luego, desde luego, están los iraquíes que no pudieron huir – cuyos cadáveres todos tienen tantas ganas de contar, con los que están tan ansioso de medir el progreso. Como en junio de 2006, con el estudio puerta a puerta que se convirtió en el informe de The Lancet, que sugirió que 600.000 iraquíes pueden haber muerto violentamente desde la invasión de 2003, tenemos otro estudio de los muertos. De nuevo, presenta cifras asombrosas; y, una vez más, esas cifras, aunque fueron producidas por un equipo británico acreditado de encuestas, ORB o sea Opinion Research Business, que ha estado realizando sondeos en Iraq desde 2005, fueron generalmente ignoradas en los medios dominantes. Como escribió Llewellyn H. Rockwell, Jr. en un emocionante ensayo en su sitio libertario en la red: LewRockwell.com:
«Qué cómodos nos sentimos todos en EE.UU., mientras nos involucramos en discusiones en la sala de estar sobre la ocupación de EE.UU. en Iraq, sobre si ‘nosotros’ les llevamos libertad y si su libertad realmente vale el sacrificio de tantos de nuestros hombres y mujeres. Hablamos, de si los objetivos de la guerra han sido realmente logrados, de cómo irnos con garbo, o si necesitamos una híper-‘oleada’ para terminar con todo este asunto, de una vez por todas… Pero cuando ‘nosotros’ causamos la calamidad, de repente se hace silencio.»
Preguntaron a una muestra de 1.499 iraquíes de 18 y más años: «¿Cuántos miembros de su hogar, si alguno, han muerto como resultado del conflicto en Iraq desde 2003 (es decir como resultado de violencia en lugar de una muerte natural como ser por avanzada edad)? Por favor note que queremos decir los que vivían realmente bajo su techo.» Casi uno de cada dos hogares de Bagdad afirmó que había perdido a un miembro de la familia y la firma estimó que, en general, aproximadamente 1,2 millones de iraquíes pueden haber muerto violentamente desde la invasión, lo que, si es así, podría hacer palidecer hasta el genocidio en Ruanda. Otros cálculos de muertes iraquíes son más bajos, pero a pesar de ello impresionantes.
Y son sólo los muertos. No los heridos. Tampoco los con daños mentales o los con neurosis de guerra o los desequilibrados. No los miles en el norte de Iraq que ahora tienen cólera, gracias al empeoramiento de las condiciones sanitarias y la ausencia de agua potable. Allí – en un país que puede haber perdido 1,2 millones de personas por la violencia en algo más de cuatro años – es donde nuestros principales candidatos presidenciales, muchos eruditos (liberales así como conservadores), e importantes cantidades de representantes parlamentarios están de acuerdo en que debemos quedarnos de alguna manera por lo menos hasta 2012, por motivos de «estabilidad,» no vaya a ocurrir un «genocidio.»
Si se ha de creer en los sondeos, aquí en este país no sólo los estadounidenses no están de acuerdo, obviamente tampoco cuentan para gran cosa.
Así que mientras nos afincamos en Iraq, los diseccionadores de cifras indudablemente redoblarán sus esfuerzos para el próximo «informe de progreso,» del general Petraeus y del embajador Ryan Crocker, que vendrá en marzo de 2008. Indudablemente ya estarán preparando sus gráficos de barras multicolores. En el terreno, la presión sobre los soldados para que suministren las estadísticas que serán incluidas en esos gráficos y que reflejen el «progreso,» que permitirá que las unidades logren «éxito» y que los comandantes asciendan, sólo aumentará.
La lección de estos últimos meses repletos de medidas de la ‘oleada’ ya es bastante obvia: Nosotros contamos, no ellos.
Tom Engelhardt, que dirige Tomdispatch.com, del Nation Institute, donde apareció primero este artículo es cofundador del American Empire Project. Su libro: «The End of Victory Culture· (University of Massachusetts Press), acaba de ser exhaustivamente actualizado en una edición recién publicada que trata de las secuelas de derrumbe e incendio de la cultura de la victoria en Iraq.
http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=15&ItemID=13948