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Año Manuel Sacristán

Para leer el Manifiesto Comunista (II)

Fuentes: Rebelión

Después del material de 1956-1957, no volvió a escribir Sacristán con cierto detalle sobre el Manifiesto Comunista hasta unos diez años más tarde. Fue en 1967 cuando colaboró con tres entradas en la edición castellana de la Enciclopedia Larousse: «Materialismo», «Lógica formal» y «Marx» [1]. Había en esta última voz una breve referencia al Manifiesto […]

Después del material de 1956-1957, no volvió a escribir Sacristán con cierto detalle sobre el Manifiesto Comunista hasta unos diez años más tarde.

Fue en 1967 cuando colaboró con tres entradas en la edición castellana de la Enciclopedia Larousse: «Materialismo», «Lógica formal» y «Marx» [1]. Había en esta última voz una breve referencia al Manifiesto al referirse a las obras en las que Marx había ido formulando por primera vez las ideas nucleares del materialismo histórico:

    […] En 1845 Marx tuvo que abandonar París. Pasó a Bruselas y en 1847 a Londres. De este período son las obras en las cuales se suele ver la primera formulación del materialismo histórico: La sagrada familia, La ideología alemana, Miseria de la filosofía y el Manifiesto del Partido comunista (escrito en 1847, publicado en 1848). Engels ha fechado en esos años el punto de inflexión, caracterizándolo como un rebasamiento de las ideas de Feuerbach: «Pero había que dar el paso que no dio Feuerbach; el culto del hombre abstracto, que constituía el núcleo de la nueva religión, se tenía que sustituir por la ciencia del hombre real y de su evolución histórica. Este ulterior desarrollo del punto de vista feuerbachiano más allá de Feuerbach empezó en 1845, por obra de Marx, en La sagrada familia«. En esa obra y en La ideología alemana, Marx (con la colaboración de Engels) va explorando, con ocasión de motivaciones polémicas, su nueva concepción de las relaciones entre lo que a partir de entonces se llamaría en el marxismo la sobreestructura (las instituciones y las formaciones ideológicas) y lo que recibiría el nombre de base de la vida humana, paulatinamente entendida como el sistema de relaciones (o condiciones, pues la palabra alemana Verhältnisse, siempre usada en plural en este contexto, significa ambas cosas, y también circunstancias) de producción y apropiación del producto social. En el Manifiesto (por tanto en 1847 a más tardar) está ya presente, además de la clásica tesis marxista que aparece en la primera frase del célebre texto («La historia de toda sociedad hasta hoy es la historia de luchas de clase») también el esquema dinámico de la evolución histórica tal como lo entiende el marxismo, a saber: la tensión dialéctica entre las condiciones o relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas.

En el Manifiesto, apuntaba Sacristán, Marx afirmaba, por ejemplo, que las «modernas fuerzas productivas» estaban en tensión «desde hace decenios» con «las modernas relaciones de producción, con las relaciones de propiedad que son las condiciones de vida de la burguesía y de su dominio». En 1847, proseguía, Marx era miembro de la Liga de los comunistas y trabajaba intensamente en la organización del movimiento obrero. La situación política de 1848 le llevó a Alemania, igual que a Engels, en abril de ese mismo año, con objeto de colaborar en la revolución democrática alemana. Marx había publicado en Colonia por esas fechas la Neue Rheinische Zeitung [Nueva Gaceta renana], de vida efímera por lo demás, entre 1848 a 1849. Tras el fracaso de la revolución, Marx partió para Londres, expulsado de París en 1849, y fue en 1850 cuando se disolvió la Liga de los comunistas, la organización que les había encargado la redacción del MC.

Hasta aquí las referencias al MC en este texto sobre Marx de 1967. Fue sobre todo en otra voz de enciclopedia, escrita en 1974, la dedicada a «Karl Marx» en la Enciclopedia Universitas de Salvat [2], cuando Sacristán se aproximó nuevamente con mayor detalle al MC.

En Bélgica, señala Sacristán en su escrito, Marx, y con él Engels, intensificó su actividad política y entró en relación con una asociación obrera, la «Liga de los Justos» que, en gran parte por influencia suya, pasará a llamarse «Liga de los Comunistas», Marx organiza unos comités de correspondencia a cuyo trabajo epistolar dedica muchas horas, destinados a ir armonizando el pensamiento de todos los comunistas europeos «desembarazándolo de los límites de la nacionalidad». Este primer conato de internacionalismo proletario organizado, apunta Sacristán

    […] es ocasión del texto de Marx y Engels (principalmente del primero) con el que se concluye el período belga: el Manifiesto del Partido Comunista, común y abreviadamente llamado Manifiesto Comunista.

Fue en noviembre de 1847 cuando Marx y Engels recibieron el encargo de la Liga de los Comunistas de redactar una exposición breve de los objetivos de la asociación y de los conocimientos en que se fundamentaban sus finalidades. La versión definitiva del texto que satisfizo el encargo era más obra de Marx que de Engels, recordaba Sacristán. Era el texto del Manifiesto Comunista. Se editó por vez primera en febrero de 1848.

    […] Febrero de 1848: dos o tres días antes de la aparición del Manifiesto estalla en Francia una revolución que se puede considerar como la última en que la clase obrera de ese país ha promovido inconscientemente, con su lucha y sus muertos, los intereses de la clase burguesa, o la primera en la cual se ha dado cuenta de ello; en junio del mismo año los obreros de París se lanzarían de nuevo a la insurrección, pero esta vez contra la clase empresarial a la que en febrero habían llevado definitivamente al poder.

El Manifiesto Comunista preveía una revolución, así como la oleada de agitación que a partir de París sacudió gran parte de la Europa occidental y central. En muchos puntos, recordaba Sacristán, los autores del MC  habían adelantando previsiones que no llegaron a cumplirse pero, destacaba con énfasis, «lo asombroso es que se cumpliera en líneas generales con esta precisión la previsión de una crisis revolucionaria».

El MC, por lo demás,  era un folleto de sólo veintiséis páginas, en las que se condensaban varias cosas que eran resumidas del modo siguiente por Sacristán

    […] una entera explicación de la historia (cincuenta y cuatro párrafos), la relación entre los comunistas y el resto de la clase obrera (setenta y seis párrafos) y la política de los comunistas en la coyuntura de 1848 (once párrafos); los autores encuentran aún espacio en aquellas veintiséis históricas páginas para una crítica de las varias corrientes socialistas y comunistas (cincuenta y seis párrafos). A pesar de que en el Manifiesto  faltan algunos conceptos científicos de importancia en el marxismo, la intensa condensación del texto indica que sus autores dominaban ya con mucha seguridad el esquema general de su concepción.

En la primera parte del escrito -«Bourgeois y proletarios»- Marx y Engels explicaban la historia documentada de todas la sociedades como historia de las luchas de clases. En la historia de Europa la última posibilidad considerada -la catástrofe común de las principales clases en lucha- había ocurrido por última vez con la caída del Imperio Romano de Occidente. Desde entonces, la lucha de clases en la historia europea se había desarrollado sin roturas civilizatorias tan profundas «hasta constituir el sistema capitalista, dominado por la clase a la que se suele llamar «burguesía» en recuerdo de su origen urbano (en los «burgos»)».

El Manifiesto destacaba los dos aspectos, característicos en su unión, de la sociedad capitalista: el enorme crecimiento de las fuerzas productivas y de la riqueza en comparación con las sociedades anteriores, y la destrucción de los lazos personales cualitativos e individualizados entre las personas.

    […] De todos modos, estas consecuencias culturales o morales del capitalismo no son toda la causa, ni la causa principal, de la posibilidad de una revolución que supere esa sociedad. En realidad, ni siquiera se puede decir que tales efectos sean sólo nocivos. Los lazos idílicos pre-capitalistas eran en gran parte recubrimiento hipócrita de una realidad vital mucho más siniestra, que el capitalismo ha puesto al descubierto:

Este «poner al descubierto» fue comentado con muchos más matices en otras ocasiones por el propio Sacristán. Lo que posibilitaba la superación de la sociedad capitalista era la contraposición entre la tendencia a incrementar las fuerzas productivas y las «relaciones de producción», las relaciones en que entran los hombres divididos en clases, que eran el marco en el cual se movían aquellas fuerzas. Este conflicto se manifiestaba de muchas maneras

    […] Por ejemplo: el capitalismo ha aumentado mucho la productividad del trabajo y, sin embargo, aumenta también la dureza laboral de la vida de los niños y de las mujeres, por no hablar ya del obrero industrial adulto. O también: el capitalismo ha hecho plenamente social el trabajo, la producción, hasta el punto de que ni siquiera es ya concebible un trabajo artesano aislado, que no dependa profundamente del resto de las actividades productivas; y en la «fábrica» el lugar por antonomasia del trabajo capitalista, los trabajadores son como miembros de un organismo colectivo que es el verdadero productor; sin embargo, las relaciones de producción capitalistas no son nada socializadas, sino individualistas y privatistas.

Sacristán apuntaba a continuación que las contradicciones señaladas no suponían más que la posibilidad  de abolir y superar el sistema, pero, sin duda, la ausencia de coherencia lógica estructural no bastaba «para que sea superada  una cosa que es de algún modo viva, compuesta de vidas, como es la sociedad». Las contradicciones internas sólo eran «armas» empujando las cuales se podía derribar un desorden social, lo que era llamado habitualmente «el Orden». La burguesía, Sacristán citaba nuevamente el MC, no sólo había forjado las armas que le darían muerte como clase social; también había engendrado a sus propios enterreadores: los trabajadores modernos, los proletarios. Estos tenían que tomar consciencia de la posibilidad que se les ofrecía si combatían unidos contra el mal que les oprimía. Por ello, el MC  terminaba con una divisa célebre: ¡Proletarios de todo los países, uníos!

Sobre este artículo que Sacristán escribió para la enciclopedia Universitas, hay dos cartas del ministerio de Información y Turismo franquista, fechadas el 14 de marzo y el 15 de marzo de 1974, en las que el «director general de cultura popular» aconsejaba, por una parte, «la supresión de los pasajes señalados en las páginas 221 a 233 (reducir, sin exaltación, la biografía de Marx)», y, en segundo lugar, «la supresión de los pasajes señalados en las páginas 219-220» [3].

A raíz de esta colaboración en Universitas, Jesús Mosterín, por aquel entonces consejero editorial (o similar) de Salvat Editores, escribió a Sacristán el 8 de mayo de 1974 en los siguientes términos [4]:

    Querido amigo:
    Muchas gracias por haber escrito un artículo sobre Marx para la enciclopedia Universitas. Siempre es agradable conseguir que quien más sabe sobre un tema sea el que escribe el artículo sobre ese tema. Y dado lo ocupado que siempre estás, lo reacio que eres a colaboraciones de este tipo, y el hecho de que no eres precisamente hombre de pluma alegre y desenfadada, tu colaboración resulta aún más de agradecer.
    Aquí te envío tres ejemplares de cada uno de los fascículos [5] en que apareció una parte de tu artículo. Estos fascículos se encuadernan posteriormente constituyendo el tomo 9 de Universitas.
    Como dato curioso te contaré que la censura previa (a la que han de someterse todas las obras que aparecen por fascículos) prohibió tu artículo, ordenando que o se suprimiese o fuese considerablemente reducido. Como puedes suponerte, yo me opuse a ello, y finalmente el artículo salió sin cambiar ni una coma. Te envío la fotocopia de uno de los oficios de la censura, que se autodenomina «ordenación editorial».
    Un abrazo, Jesús Mosterín

Amable carta a la que Sacristán respondía el 9 de junio de ese mismo año:

    Querido Jesús:
    Perdona que haya tardado un mes en contestarte: he estado bastante pachucho.
    Te agradezco tu envío y te pongo en guardia contra tu generosa declaración según la cual yo sería el ciudadano más competente in rebus Marxi (este es un raro país y a lo mejor en Tomelloso o Vicálvaro hay un eminentísimo marxólogo cuya existencia ignoramos) y te pregunto si puedo adquirir a su precio de venta corriente una docena más de ejemplares de cada fascículo.
    Con un abrazo…

Cuatro años más tarde, el 24 de abril de 1978, Sacristán intervenía en una mesa redonda que, con el título «Actualidad del Manifiesto Comunista«, se celebró en el Aula Magna de la Universidad de Barcelona. Se conserva el esquema de su intervención en Reserva de la Biblioteca Central de la UB. El papel está dividido en cinco apartados.

El primero señala que la cuestión de la actualidad del MC -«de su lectura desde el punto de vista de hoy en Europa Occidental»- tenía una justificación considerable, no era meramente pretexto para conmemorar un escrito sin duda influyente.

    1.1.1. Sin despreciar, claro, la conmemoración misma.
    1.2. No pienso, al decir eso, en el interés que sin duda tiene, a propósito de todo texto que ha influido e influye, el formar la típica lista de «lo vivo y lo muerto».
    1.2.1. Pero ese enfoque del asunto queda excluido por los 20 minutos.
    1.2.2. Y tal vez no sea tampoco lo más interesante
    1.3. Lo que me parece más interesante es un aspecto muy general del MC, un rasgo característico que resultó particularmente moderno a mediados del XIX.

En el segundo punto del esquema, Sacristán se centrada en la finalidad central del Manifiesto Comunista:

    2.1. El M es un «Manifiesto» destinado a poner brevemente en claro ante el público las ideas de un grupo reducido.
    2.2. Pero grupo activo, popular y proletario en gran parte, no de sólo ideólogos, como lo eran hasta entonces los grupos productores de reflexión emancipatoria (no de la práctica, claro).
    2.3. Eso repercute en la importancia del M para partido moderno
    2.3.1. Lo normal entonces era o bien los partidos electorales de notables, o bien la escuela o secta sin acción social
    2.3.1.1. Los casos cartistas y reformistas agrarios americanos en trabajador,
    2.3.2. El M, aunque no muy categórico, explicita y origina la idea de un partido obrero como instrumento directo de la lucha de clases.
    2.3.3. La cuestión del nombre. Cambio a MC en la edición alemana de 1872.
    2.3.3.1. Probablemente por las vicisitudes de la AIT

En el tercer apartado, Sacristán reflexionaba sobre el papel de los partidos obreros como vínculos entre ideología y política, idea abstracta y ética pública [6]:

    3.1. El cuajar de la idea de partido obrero de clase implicaba el paso de la especulación al pensamiento de la práctica obrera, de la idea abstracta a la ética, de la ideología a la política.
    3.1.1. En las construcciones sociológicas: programa.
    3.1.2. En el fundamento: no esencialismo, sino análisis sociológico.
    3.2. Así se explica la sección III del M y, en particular, la parte de crítica del socialismo filosófico.
    3.2.1. Ejemplo de III.
    3.3 Pues bien: en lo más esencial, la actualidad o la caducidad completa del M se decide en torno a eso.

En el cuarto punto, Sacristán se centraba en algunas reacciones antimarxistas de la época:

    4.1.Y, tras la moda marxista, la antimarxista es parte de una amplia reacción antipráctica, especulativa.
    4.1.1. Dejo de lado el anarquismo.
    4.2. Desactivación, en realidad pro-reformista.
    4.3. Des-sociologización («poder»), que lo mismo
    4.4. Precedentes o materiales de la nueva hegemonía:
    4.4.1. La crítica conservadora académica tradicional. Hayek hoy.
    4.4.2. La crítica especulativa pseudo-revolucionaria: Adorno
    4.4.2.1.Sus alumnos
    4.4.2.1.1. Saint-Just.

El último apartado del esquema reflexionaba sobre el papel del MC en las discusiones que entonces se mantenían en el interior de la tradición marxista:

    5.1. No son ignorables motivos interesantes para todos
    5.1.1. La práctica del «socialismo real». En serio.
    5.1.2. Huecos y errores del pensamiento praxeológico
    5.1.2.1. La cuestión del poder (Russell)
    5.1.2.2. La de las fuerzas productivas
    5.2. Ni tampoco las causas sociales: es la compleja reacción de la ambigua capa de los intelectuales.
    5.3. Lo que está en juego
    5.3.1. Abandono negativista del intento revolucionario programático, racional
    5.3.2. o volver a empezar con la motivación del M: redescubrir la posibilidad programática
    5.4. La actualidad del M consiste en que está en el comienzo de un proyecto hoy en crisis, y su tendencia encarna una de las dos reacciones posibles a la crisis: la del proyecto.

No fueron estas en todo caso las últimas referencias de Sacristán sobre el clásico de Marx y Engels. En un escrito de 1983 sobre «¿Qué Marx se leerá en el siglo XXI?» hay una interesante reflexión que es necesario estudiar detalladamente.

Notas:

[1] La voz ha sido incorporada por Albert Domingo Curto en su edición de Manuel Sacristán, Lecturas de filosofía moderna y contemporánea. Madrid, Trotta, 2007, pp. 181-187.

[2] Ahora reimpreso en M. Sacristán, Sobre Marx y marxismo. Barcelona, Icaria, 1983, pp. 277-308.

[3] De una de las carpetas de «Correspondencia» depositada en Reserva de la Biblioteca Central de la UB, fondo Sacristán

[4] Ibidem.

[5] Fueron los fascículos 131 y 132 de la Enciclopedia. Se pusieron a la venta los días 11 y 18 de abril de 1974. Podían adquirirse en quioscos o establecimientos similares.

[6] Sobre el papel del partido obrero, se expresaba así Sacristán en febrero de 1978 en una carta dirigida a Joan Martínez Alier que puede consultarse en Reserva de la Biblioteca Central de la UB, fondo Sacristán, y que fue publicada hace unos 30 años en el número 8 de la revista Materiales junto con otras cartas de Joan Martínez Alier, Daniel Lacalle y del propio Sacristán.

    […] Sólo por no ocultar cómo creo que hay que trabajar estos problemas discutiré brevemente una de las tesis problemáticas, la que afirma que la consciencia espontánea de la clase obrera es sólo reivindicativa de lo inmediato, reformista, no revolucionaria, y que el partido político es imprescindible para que la clase llegue a una consciencia revolucionaria, no subalterna. Esa tesis (de dudosa importancia para el marxismo y, en cualquier caso, no compartida por todos los marxistas, sino contradicha, incluso, por algún clásico importante, señaladamente Historia y consciencia de clase de Lukács) es, en mi opinión, la formulación metafísica, no científica, de una generalización histórica susceptible de formulación empírica, pero vacía. Los usos de esa tesis -ingenuos, o ideológicos, o instrumentales- son semánticamente vacíos, puramente pragmáticos: cuando se afirma hoy (un hoy comenzado hace mucho) que la consciencia espontánea de la clase obrera no es revolucionaria, sino corporativa, se afirma una vaciedad (un «condicional contrafáctico»), porque hace mucho tiempo que no hay consciencia espontánea en la lucha de clases. Tal vez sea verdad que si la consciencia de clase de una clase dominada es espontánea, entonces es reformista: pero esa implicación sirve para poco en el mundo euroamericano, a más tardar desde el libro I del Capital y la I Internacional, y probablemente desde antes. Hoy sirve principalmente para consolidar ciertos poderes políticos (de los gobiernos) o sociales (de los intelectuales).
    Ahora bien: ese análisis no me permite afirmar que los partidos obreros sean simplemente aparatos de poder burocrático sobre la clase obrera. La falta de fundamentación metafísica del partido obrero no es falta de fundamentación sin más. El partido obrero tiene un fundamento práctico: es conveniente para la lucha de la clase en una sociedad que es política. Es conveniente pese a todas sus lacras, entendidas no ya con la banalidad de la ingenua propaganda anarquista, sino también con el pesado rigor de los grandes analistas reaccionarios, principalmente Michels y Mosca. A todo lo cual hay que añadir que, como lo enseña con cierta frecuencia la práctica de algunas aguerridas aristocracias anarquistas, la falta de organización política estable de la clase obrera abre camino a una demagogia carismática, caudillista, que maneja a una masa inarticulada y alienada en nombre, para colmo, de su supuesta espontaneidad. La mística del partido profesada por muchos marxistas y la mística antiburocrática profesada por muchos anarquistas se alimentan de reacciones contrapuestas a un mismo fantasma: la espontaneidad. El giro mental marxista que critico aquí sublima en una afirmación absoluta lo que no es más que resultado relativo de una inferencia histórica: el sesgo anarquista consiste en ignorar la realidad, lo empírico, actitud que suele llevar a entender los hechos como fruto de voluntades perversas: el partido obrero no se fundará en rasgos de la vida social moderna, sino en la maldad de unos burócratas, etc. [el énfasis es mío].