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Para Macri, la necesidad tiene cara de Pichetto

Fuentes: Rebelión

En una semana, la política partidaria argentina mostró todas las formas de la capitulación ante el vellocino electoral. Y en las últimas 48 horas muchos de sus actores no vacilaron en tirar a los perros convicciones proclamadas, principios recitados y estrategias presentadas como «infalibles», para tratar de acomodarse en la cola que conduce a las […]

En una semana, la política partidaria argentina mostró todas las formas de la capitulación ante el vellocino electoral. Y en las últimas 48 horas muchos de sus actores no vacilaron en tirar a los perros convicciones proclamadas, principios recitados y estrategias presentadas como «infalibles», para tratar de acomodarse en la cola que conduce a las sillas principales del gobierno.

Antes, el sábado 18 de mayo, el movimiento de una sola ficha había dinamitado el tablero electoral. Cuando Cristina Kirchner (CFK) hizo un paso atrás y Alberto Fernández ocupó el primer escalón de la fórmula presidencial, el Justicialismo orgánico y la mayoría de sus jefes provinciales aplaudieron la novedad, se sumaron a los poderosos intendentes del Gran Buenos Aires que ya los esperaban, a los gremios más importantes y a los movimientos populares con mayor poder de movilización y terminó de consolidarse un espacio que amplió sus límites hacia el centro ideológico.

Después, todos se vieron obligados a moverse al compás del minué que le propuso el sector opositor con más cantidad de votos nacionales, tantos, que las encuestas lo ubican por encima del oficialismo y, en más de un caso, con posibilidades de victoria incluso en primera vuelta. La estabilidad de esos «números» le permitió mantenerse firme en las negociaciones.

Lla decisión de CFK de abrirse a las lógicas locales de los peronistas del interior y de las grandes ciudades suburbanas, sin cerrarse alrededor de su círculo «intenso» y aceptando las candidaturas territoriales sin imponer las ideológicas, le granjeó confianzas y le sumó fuerza. Cuando laudó en favor de alguna candidatura, lo hizo en base a la realidad irrefutable de la diferencia de simpatías entre suscandidatos y las alternativas que le planteaban.

Esa lógica demolió los intentos de construcción «por el medio» de los sectores que intentaron diferenciar kirchnerismo de peronismo, como si el movimiento nacido del estallido de las entrañas del pueblo pudiese acomodarse en una caja de zapatos o reducirse a la bitácora de un escriba.

Cristina hizo lo suyo, y salió de gira con su libro; «Sinceramente», le permite recorrer el país, acercarse «a todos y todas» con la soltura de una cronista, sin necesidad de atarse desde el principio al armado de actos partidarios, en tiempos en que son muchas las personas que vuelven a renegar de «los políticos», desprecian las propuestas partidarias y se preocupan más por temas puntuales y dispersos, banderas de sector, perspectivas específicas o intereses generacionales: por ejemplo legalización y gratuidad del aborto, enfoques de género, economía popular, protección del ambiente, violencia institucional, para citar solo algunos ejemplos de manual.

Los hechos condujeron a la implosión de la Alternativa Federal que no fue. La propuesta del Frente Patriótico de los Fernández sedujo a Sergio Massa, de todos los aspirantes alternativos el de mayores simpatías en el electorado y con una edad que le hace pensar en futuros más apropiados para dar el salto hacia la casa presidencial de Balcarce 50.

El economista Roberto Lavagna es eso, un economista, de político… no más elegancia que la de sus sandalias con medias; trató de imponer su figura como si tuviese seguidores y se quedó solo, aferrado al veterano sindicalista Luis Barrionuevo que no parece ser la figura adecuada para teñir su candidatura de «modernidad» y menos de «progresismo».

Y a la exradical Margarita Stolbizer que, al pactar con Massa en 2017 le quitó más que lo que le sumó y, finalmente, al salteño Juan Manuel Urtubey, con quien sobre la hora armó el «Consenso Federal 2030» que, seguramente, alude al año para el que esperan alcanzar competitividad. El cordobés Juan Schiaretti abandonó y decidió cuidar su gueto provincial sin colgar sus candidatos de ninguna boleta nacional.

De todos, solo quedaba Miguel Pichetto, senador hasta el próximo 9 de diciembre, sin votos, sin territorio y con la mala noticia de que el gobernador de su provincia Alberto Wertelinek se perfila para apoyar la boleta «fernandecista», con lo que quedó sin posibilidades de acceder al premio de su reelección parlamentaria,prometido por el macrismo en pago por sus esfuerzos en quitarle votos a la mayoría peronista. Al final dio el salto; tal vez por necesidad, a horas de haberse autopostulado para acompañar a un Urtubey que lo ignoró.

Triple salto mortal sin red

Atardecía en Buenos Aires cuando Macri supo que no contaría con la compañía de Ernesto Sanz -el radical al que más respeta quien, a su vez, es el político más considerado por Paolo Rocca, el dueño de Techint.

Contra los deseos de sus correligionarios, el lunes 10 el mendocino estuvo de acuerdo con la apuesta del mandatario a incorporar a un senador que, prácticamente está inventariado en la cámara alta nacional, en la que se instaló el 10 de diciembre de 2001, desde donde defendió los intereses de los presidentes Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y de su esposa Cristina, a la que terminó denostando cuando fue reemplazada por Mauricio Macri el ingeniero neoliberal.

Cristina apostó a sumar para ganar las elecciones. Macri salteó ese paso y jugó a tener el manejo del Senado de la Nación porque, de mantenerse en el gobierno, se propone «profundizar» sus políticas y, entre sus prioridades, reclamadas por el Fondo Monetario, figuran las reformas previsional y laboral.

Pichetto sería el escudero ideal de ese camino sin retorno para jubilados, jubiladas, trabajadoras y trabajadores. Antes tendrá que ganar en octubre, una posibilidad que no es fija. Tan ajustada es la situación que el Presidente desestimó el interés de Urtubey por colgar a María Eugenia Vidal de una colectora provincial sin importarle la posibilidad de que la gobernadora sumara algunos votos que, a priori, son oro, ante la eventualidad de que, por el contrario, algunos sufragios cayesen en la cesta del salteño.

Muchos radicales aspiraban a «ampliar» la alianza macrista Cambiemos sumando uno de los suyos a la dupla presidencial, otros sectores internos impulsaban una aspirante femenina; para quedarse «Juntos por el Cambio», ambos debieron tragarse al «patagónico» nacido en la bonaerense localidad de Banfield.

Los amigos ya no vienen…

Una vez más Sergio Massa hizo que sus monedas relucieran como el metal precioso del que no están hechas. Con el dibujo definitivo ya trazado, que prácticamente no presentó novedades tras su previsible incorporación a la coalición multipartidaria y multisectorial encabezada por el Partido Justicialista y la Unidad Ciudadana de Cristina Kirchner, se abre ahora un espacio de diez días en el que se definirán los nombres de las candidaturas, secundarias aunque importantes.

Massa llegó a ese capítulo de la negociación con la fortaleza que implicó el interés de los Fernández por contenerlo e intentar sumar a sus seguidores que, en abstracto, constituyen un número que podríaacercarlos al triunfo. Sin embargo, desembarcó con la debilidad en que cayó cuando el núcleo central de sus dirigentes, diputados e intendentes empezó a centrifugarse hacia los Fernández. Una hora más y llegaba al café con Alberto Fernández, sin laderos.

De todos modos peleó, y lo seguirá haciendo, por su pretencioso pliego de condiciones, que será negociado hasta la entrega de listas de precandidatos el próximo sábado 22. Incluye la defensa del número de diputados nacionales ante las renovaciones que se avecinan, algo que podrá lograr en la medida que los gobernadores avalen esas postulaciones.

En la provincia de Buenos Aires sucederá lo mismo,con prioridad para las «listas de unidad» en los 135 distritos; en los gobernados por Unidad Ciudadana el massismo no presentará alternativas y a la recíproca. Si la puja es ineludible los organizadores del acuerdo tratarán que haya «internas ordenadas».

El problema de Massa, más que «el poroteo»es mantener una identidad diferenciada. Sabe que la potencia de Fernández-Kirchner va a opacar su figura durante la campaña, por eso su insistencia en confrontar en una PASO, cuya discusión se pateó para los próximos días, con la promesa encabezar la nómina de diputados nacionales y presidir la Cámara en caso de que no se realice. Defendió el municipio de Tigre como territorio para volver a arrancar la construcción de su imagen presidencialista futura, de la mano de su esposa Malena Galmarini.

Sobre la mesa puso la posibilidad de que Natalia de la Sota -hija del fallecido José Manuel, y una de las caras ganadoras de las elecciones cordobesas en las que Schiaretti arrasó el pasado 12 de mayo- se ponga al hombro la campaña en su provincia, traccionada por casi 40 intendentes.

Ese sí es un activo de peso, en el territorio que en 2015 consolidó el triunfo de un Cambiemos que acaba de fenecer, al menos como «marca», esa categoría del marketing que ignora la matriz de la política, tan cara a las estrategias de otros de los grandes perdedores del cierre de alianzas: el jefe de gabinete Marcos Peña y el asesor ecuatoriano de imagen Jaime Durán Barba.

Cada actor hizo lo suyo para construir los espacios electorales, alguno supieron desde antes de comenzar la partida el lugar al que querían llegar; otros dieron vueltas, pero al final también se sacaron la foto a la hora señalada. Algunos unieron a los sectores que pretendían, otros se abrazaron a lo que pudieron y, también, hubo quienes se quedaron con lo que quedaba en el tarro.

Carlos A. Villalba. Psicólogo y periodista argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.