Blanca Salinas Álvarez es miembro de la Plataforma STOP 5G Segovia, de Ecologistas en Acción (grupo de contaminación electromagnética), de Segovia en Transición y de la asociación Electro Químico Sensibles por el Derecho a la Salud.
La Asociación de Vecinos de Barcelona y Ecologistas en Acción alertaron el martes 12 de noviembre de 2019 de los posibles impactos negativos que supone el despliegue de la tecnología 5G en Barcelona. Hablan también de los efectos negativos de la contaminación electromagnética. Le pregunto después sobre todo ello. Antes convendría saber de qué estamos hablando. ¿En qué consiste la tecnología 5G?
Es una nueva generación de telefonía móvil que se añade, no sustituye, a las anteriores: 2G, 3G, 4G y WiFi. Está diseñada para permitir el desarrollo de comunicaciones inalámbricas masivas.
¿Cuál es entonces su novedad?
Supone el inicio del Internet de las Cosas y de las Ciudades Inteligentes. La idea es que todo esté conectado, desde los semáforos o los coches hasta los electrodomésticos, las persianas y los pañales. Las conexiones entre máquinas serán masivas.
¿Qué beneficios, si fuera el caso, puede tener su implantación?
Aumentará la velocidad de transmisión de datos y disminuirá la latencia (el tiempo de respuesta de la red), las conexiones serán muy numerosas y más rápidas. Nos han hecho una gran propaganda sobre que la conducción inteligente disminuirá los accidentes, podremos bajar la persiana de casa desde el trabajo, o nos podrán operar en España desde EEUU, pero ¿qué sentido tiene todo ello si el exceso de contaminación electromagnética y el aumento de CO2 ocasionados por esta tecnología destrozan simultáneamente nuestra salud, la del resto de los seres vivos y la del Planeta?
¿España ha apostado por esa tecnología?
Sí, EEUU, China, Europa y varios países asiáticos están intentando estar en la punta de lanza de su desarrollo. De hecho, España ha publicado un Plan 5G y se han puesto en marcha varios proyectos piloto, pero todo se está haciendo con absoluta precipitación y falta de rigor, saltándose incluso las mismas leyes. En este sentido el Defensor del Pueblo ha realizado un informe de 17 páginas que alerta de que el Plan 5G se debería haber publicado en el BOE, y no en una página web. Que no se completó la Información Pública, pues las alegaciones no fueron contestadas. Que debería haberse sometido previamente a un estudio ambiental estratégico. Que después de más de 5 años no se ha creado el Comité Interministerial sobre radiofrecuencias y Salud que la Ley General de Telecomunicaciones de 2014 preveía, a pesar de varios requerimientos para ello por parte del Defensor. Que este órgano no creado debería haber aplicado el Principio de Precaución para frecuencias 5G como la de 26 GHz que todavía ni tan siquiera cuenta con un sistema de medida y control.
Señala también que los Proyectos Piloto deben pasar un Estudio de Impacto Ambiental si cumplen los requisitos que la ley marca- cosa que no han hecho- y que deben tener un seguimiento de efectos para la salud.
Recuerda el Defensor del Pueblo que España es miembro del Consejo de Europa y debe cumplir sus resoluciones como la 1.815 que insta a sus miembros a prestar especial protección a las personas electrosensibles con medidas de protección que no se han tenido en cuenta ni en el Plan 5G ni en los proyectos Piloto.
¿Y a raíz de qué todos estos descuidos e incumplimientos?
Da la sensación de que nuestros gobiernos estén legislando y gobernando para las compañías de telecomunicaciones, no para los ciudadanos. Esto se ha acentuado con la crisis. Estas tecnologías, que han conseguido una desregulación absoluta, se presentan como la nueva revolución económica y tecnológica que nos va a “salvar”. La tecnología se ha convertido en nuestra “Vaca Sagrada”, en nuestra religión y en nuestro dios. Es intocable y está por encima del bien y del mal.
Hay además mucha prisa en desplegarla, pues son muchos los científicos que la están denunciando y las investigaciones avanzan deprisa.
Cuando se habla de contaminación electromagnética, ¿de qué hablamos exactamente?
No tenemos noción de contaminación electromagnética porque no se ve, se oye, se huele… pero todo en nuestro organismo (cerebro, corazón, neuronas, células) y en el de cualquier ser vivo, funciona por delicados equilibrios químicos y electromagnéticos que se están viendo interferidos desde el exterior. Las tecnologías inalámbricas se desplegaron sin estudios previos. Ante la alarma científica y social, en 1999 el ICNIRP estableció unos límites que sólo contemplaron efectos térmicos por exposiciones agudas (la elevación de la temperatura), pero inmediatamente, científicos de todo el mundo que trabajaban en bioelectromagnetismo y estaban utilizando microondas con fines terapéuticos en dosis controladas, denunciaron que también producen efectos biológicos que se producen por exposiciones crónicas y que no fueron tenidos en cuenta al marcar esos límites. Valga el símil: Es como si se incorporara aspirina en el agua potable.
¿Y quiénes son esos científicos de todo el mundo a los que alude?
Son científicos de reconocido prestigio. Algunos proceden de la investigación sobre cáncer y han trabajado en las instituciones sobre esta enfermedad más prestigiosas del mundo, por ejemplo, Lennart Hardell, Annie Sasco o Dominique Belpomme. Los estudios epidemiológicos de Hardell llevaron a la OMS en 2011 a declarar las tecnologías inalámbricas como cancerígeno de nivel 2B. Belpomme se ha pasado en los últimos años a investigar sobre electrosensibilidad. Otros, son profesores universitarios, por ejemplo, Martin Pall, bioquímico, que investigaba las enfermedades de sensibilización central y encontraba en todas ellas un mismo problema celular. Desde hace años todas sus publicaciones apuntan a que son los químicos y las ondas electromagnéticas los que lo causan. También hay profesores pioneros en la investigación de salud ambiental como David Carpenter o epidemiólogos como Devra Davis que han demostrado la relación de estos agentes con cáncer, diabetes, enfermedades cardiacas o neurológicas. Desde el año 2000 se han producido más de 30 resoluciones científicas firmadas por investigadores de decenas de países.
¿Hay estudios que hayan confirmado sus consecuencias negativas? De hecho, cuando llegaron los móviles, hubo grupos que se opusieron a las antenas de transmisión y, según parece, la cosa quedó en nada. Parece que nadie o casi nadie secundó sus protestas y que, como decían los partidarios, las antenas de distribución no representaban ningún peligro.
Esa oposición a las tecnologías inalámbricas ha seguido existiendo, cada vez con más argumentos. Lo que ha pasado es que, por intereses económicos, ha dejado de aparecer en los medios de comunicación, y lo que no aparece en los medios, “no existe”. Las operadoras se han convertido en las mayores accionistas de algunos medios y a otros los controlan a través de la publicidad.
En 2007 varios científicos recopilaron cerca de 2.000 estudios científicos revisados por pares en un informe que se llamó Bioinitiative. Se ha revisado periódicamente añadiendo nuevos estudios, tanto los que encuentran efectos como los que no. Cada vez el número de los primeros es mayor.
Su conclusión…
Su conclusión es que se estaban produciendo graves efectos biológicos en niveles miles de veces por debajo de las intensidades permitidas: roturas de ADN, estrés oxidativo celular, daños neurológicos, daños en el sistema reproductivo, cáncer, etc.
En 2009 el Parlamento Europeo publicó una resolución en la que advertía que las aseguradoras ya estaban aplicando su propio principio de cautela al tender a excluir los daños para la salud de estas tecnologías de las pólizas de responsabilidad civil y pedía que se reconociera la electrosensibilidad como una discapacidad como ya se ha hecho en Suecia.
En 2011 la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en su resolución 1815 aconsejaba bajar drásticamente los límites ahora regulados.
En 2019 la IARC (organismo de la OMS sobre cáncer) ha anunciado que va a revisar con “alta prioridad” su clasificación como posible cancerígeno 2B de las tecnologías inalámbricas, pues 15 y 25 años después del despliegue de las tecnologías 2G y 3G, los estudios del Instituto Nacional de Toxicología de EEUU y del Instituto Ramazzini han demostrado que producen cáncer de corazón y de cerebro en ratones o ratas, en la línea de estudios epidemiológicos anteriores realizados en humanos. ¿Alguien ha leído algo de todo esto en su periódico?
Creo que no, poca gente, tal vez nadie. ¿Qué posibles efectos negativos podría tener el despliegue de esta nueva tecnología de la que hablamos en nuestras ciudades o en otras localizaciones?
Para que esta tecnología funcione serán necesarias millones de nuevas antenas y el lanzamiento de 20.000 satélites (previsión inicial). Se precisará la utilización de frecuencias cada vez más numerosas y más altas y el aumento de las intensidades. Eso supone que la contaminación electromagnética y el consumo de energía -y por lo tanto de CO2- van a aumentar exponencialmente con las repercusiones que eso tendría para la vida, la salud y el cambio climático.
¿No sería razonable exigir, por aquello tan básico del principio de precaución y por lo que está contando, estudios y acciones que garantizasen de algún modo su inocuidad?
Hardell, el científico en base a cuyos estudios epidemiológicos la OMS declaró las tecnologías inalámbricas como cancerígeno, encabezó en 2017 un llamamiento científico a la UE en el que varios investigadores le pedían que aplicara el principio de precaución y que no desplegara la tecnología 5G hasta contar con estudios independientes que garantizaran su inocuidad, pues ya hay evidencias científicas incontestables de que las tecnologías anteriores han causado daño a personas, animales y plantas.
En 2018 se puso en marcha otro llamamiento a la OMS y a la ONU en el mismo sentido que ya ha sido firmado por más de 185.000 científicos, médicos, organizaciones y ciudadanos de más de 200 países.
Pero como hemos apuntado, los gobiernos y la UE, tras la crisis económica, parecen haber supeditado la seguridad y el principio de precaución al mal llamado “crecimiento económico”, aquel al que Vandana Shiva denominaría más bien “mal desarrollo”.
¿Sabe si se están realizando esos estudios sobre la tecnología 5G? ¿Qué resultados se conocen, aunque sean provisionales?
Lo poco que se ha investigado hasta ahora no es tranquilizador. Las ondas milimétricas de las frecuencias más altas tienen poco poder de penetración, pero afectarían a toda la piel, que está conectada con el sistema inmunológico y con el sistema nervioso. Y parece que también podrían afectar a los ojos, pues en un órgano tan delicado una penetración de milímetros ya puede ser suficiente para generar problemas. También parece que podrían afectar significativamente a los insectos que tienen un tamaño muy parecido al de estas ondas. E interferirían con las predicciones meteorológicas. Además, se van a utilizar, en concreto en España, frecuencias muy bajas (700 MHz), con gran poder de penetración y largo alcance. Por otro lado, al aumentar significativamente el número de frecuencias y las interacciones entre ellas, los efectos biológicos pueden ser imprevisibles.
Las redes móviles 5G han sido calificadas como de «alto impacto» para el sector de los seguros en el nuevo informe Emerging Risk de Swiss Re (empresa especializada en estudio de riesgos).
Le pregunto más en general: ¿la digitalización generalizada es una buena idea? Hay voces, como la del ingeniero telecomunicaciones Félix Moreno, que advierten sobre la implausibilidad de un futuro con internet.
Si el cambio climático exige una reconversión de todo nuestro sistema energético que debería sustituir rápidamente las energías fósiles por energías renovables y eso ya se está viendo que es altamente complicado con los consumos de energía actuales, por lo cual numerosos científicos nos hablan de una posible crisis o colapso, ¿qué sentido tiene, justo en este momento, desarrollar una nueva tecnología que supone un incremento exponencial de las conexiones y por lo tanto de los consumos energéticos actuales? De algún modo, lo que Félix Moreno o Antonio Turiel -físico y matemático del CSIC- identifican es el enorme gasto energético que supone esta nueva tecnología que no se está teniendo en cuenta y que puede ser realmente insostenible. Por otro lado, las tecnologías de la comunicación producen ya el 2% de las emisiones de CO2 globales, tanto como los aviones. El internet de las cosas puede hacer que el consumo de energía y la producción de CO2 se disparen. Hay estudios que apuntan a que en 2040 podrían aportar el 14% de las emisiones. Eso, sin hablar de los gastos energéticos de fabricación y de la escasez de materias primas para su producción.
Otras voces señalan que la digitalización obra en contra de la democracia real. ¿Es así en tu opinión?
De algún modo estamos viviendo una corporatocracia y un totalitarismo tecnológico. Nuestros gobiernos legislan para las grandes corporaciones y desregulan los controles democráticos (véase las leyes de telecomunicaciones españolas y mundiales). El “Despotismo Tecnológico“ ofrece “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Cada vez tenemos menos control real sobre una tecnología que, de facto, se ha convertido en un instrumento de control y de alienación que ofrece cada vez más datos, poder e información a entes que escapan a todo control democrático. Hemos podido comprobar cómo la tecnología interfiere, manipulándolos, en procesos electorales democráticos, por ejemplo, en EEUU con la elección de Trump, o cómo Zuckerberg ha tenido que comparecer ante el Congreso de EEUU. El problema surge cuando la tecnología deja de ser una herramienta y se convierte en un instrumento de control. Todo esto nos podría acercar a una poco deseable distopía de control tecnológico no democrático.
Tomemos un descanso si le parece.
De acuerdo.
Fuente: El Viejo Topo, marzo de 2020