Recomiendo:
0

Paradise now y la lógica del suicida

Fuentes: Rebelión

La primera duda que asalta al espectador al contemplar esta película, es porque centra obsesivamente su interés en los hombres bomba, cuando kamikazes los ha habido en todas las guerras y en todos los tiempos, desde que el griego Epaminondas sacrificó a sus tropas en el paso de las Termópilas para contener al ejército persa […]

La primera duda que asalta al espectador al contemplar esta película, es porque centra obsesivamente su interés en los hombres bomba, cuando kamikazes los ha habido en todas las guerras y en todos los tiempos, desde que el griego Epaminondas sacrificó a sus tropas en el paso de las Termópilas para contener al ejército persa que pretendía invadir su país, hasta los pilotos japoneses que estrellaron sus aviones contra los acorazados americanos en la segunda guerra mundial, en una vano intento de equilibrar la desigualdad de fuerzas. ¿Acaso el suicidio queda mejor y más disimulado, si se practica con un arma en la mano, vestido con uniforme de soldado y por orden de la patria, que si se hace por otras convicciones, en cuyo caso corresponde calificarlo como fanatismo? Aquellos que a lo largo de la Historia, han ejercido su derecho de entregar su vida en favor de una causa, ¿estaban todos manipulados, equivocados o eran unos dementes? ¿no se está demonizando ahora a los musulmanes y a su religión, porque casualmente sus países tienen petróleo, y es ese el punto crucial donde chocan todas las civilizaciones? Porque moralmente, no cabe duda de que resulta mucho más cobarde lanzar un misil apretando un botón, que convertirse uno mismo en misil humano.

Pero centrándonos en el contenido de la película, se echa de menos, un poco más de objetividad, ya que, en ningún momento se reflejan en ella las atrocidades sin cuento que comete el bando israelí, y que darían tema suficiente para rodar un centenar de filmes cuando menos: · Solo desde la intifada del año 2000, ha habido más de 4.000 víctimas palestinas, 46.000 heridos, 9200 prisioneros, 7.000 casas demolidas, 63.000 dañadas, 1.300.000 árboles arrancados, 1.000.000 animales domésticos eliminados, etc. (datos tomados de Rebelión http://www.rebelion.org/noticia.php?id=28652). · Y todo esto, sin mencionar los cotidianos toques de queda; los asesinatos selectivos y bombardeos aéreos; las rutinarias incursiones con los blindados por las calles de ciudades y campos de refugiados para infundir terror; las interminables colas en los puestos de control o los arbitrarios cortes de carreteras para impedir cualquier actividad normal; la utilización de civiles como escudos humanos por parte de las tropas israelíes; la rotura de huesos de niños y jóvenes con piedras, para disuadirlos de arrojarlas a su paso, etc. · Y para rematar la faena, la construcción de un muro de la vergüenza, que crece día a día, dividiendo las aldeas y familias palestinas, anexionando sus mejores tierras, y dejándolas sin medios de vida. Ni una sola imagen del genocidio que ocurre en Palestina, que frente al de los guerreros suicidas, debe ser un problema secundario.

Y eso que el contraste entre la ciudad de Tel Aviv y los territorios ocupados, no puede ser más sangrante. Porque Palestina, a la vez que una sucursal de la miseria, es una gigantesca prisión colectiva, un siniestro campo de concentración y muerte; algo que el film debe considerar normal, ya que pasa sobre ello, sin ahondar en las razones. Situación límite, de degradación, sometimiento e impotencia, que no deja a su población más alternativa que malvivir a duras penas, emigrar si pretenden llevar una vida digna, convertirse en colaboracionistas al servicio de Israel, acuciados por la necesidad, o inmolarse por Alá, a fin de alcanzar el único paraíso a su alcance: el del martirio. A falta de pan, imaginación y fé.

Toda la existencia de su gente, transcurre en las precarias condiciones de subsistencia dictadas e impuestas por el invasor israelí; sin embargo, parece como si la desgracia del pueblo palestino, fuera obra suya, o se la hubieran buscado ellos por seguir la religión equivocada. Como si no se tratase de un conflicto de intereses, sino de creencias enfrentadas. En ningún momento, el filme se atreve a desenmascarar y acusar al sionismo como el fascismo de nuestro tiempo, cuando al inicio del siglo XXI, no existe holocausto más clamoroso que el practicado con palestinos e iraquíes, por gentes que se dicen cristianas. La cuestión clave, que sirve de pretexto a Paradise Now, y a la que por cierto la película responde negativamente, es si favorecen la causa palestina los hombres bomba, y si esta clase de atentados constituye un arma eficaz para combatir la opresión. Pero lo que no desciende a analizar, es de que manera pacífica, pueden sus habitantes combatir una opresión que dura ya más de 50 años, y defenderse de unos colonos y de unos asentamientos que se producen a diario con el único objetivo de expulsarles de sus casas, arrebatarles sus tierras y destruir sus aldeas, por la vía de la fuerza y los hechos consumados. Tal vez la solución, consista en esperar a que los israelíes cumplan algún día las resoluciones de la ONU, o incluso en rezarle a su dios Yahvé, para que cesen de defenderse atacando a sus vecinos árabes; pero mientras sucede ese milagro divino, lo intolerable es que los verdugos se disfracen de víctimas, porque como bien advirtió Tarik Ali: cuando una ocupación es repugnante, la resistencia no puede ser hermosa.

A condiciones desesperadas, actos desesperados. Por eso, y con independencia de que «los proyectos heroicos, nazcan fracasados» (Arturo Seeber), a mí los hombres bomba, por equivocados o inconscientes que sean, me merecen todo el respeto del mundo, y no me atrevería a juzgarlos desde la tranquilidad de conciencia que proporciona una cómoda butaca. Conociendo el destino que otros han dispuesto para ellos, a nadie puede extrañar, que la muerte les parezca un paraíso.

PARADISE NOW – Ficha técnica:

Dirección: Hany Abu-Assad.
Países: Palestina, Holanda, Francia y Alemania.
Año: 2005.
Duración: 90 min.
Género: Drama.
Interpretación: Kais Nashef (Saïd), Ali Suliman (Khaled), Lubna Azabal (Suha), Amer Hlehel (Jamal), Hiam Abbass (Madre de Saïd), Ashraf Barhoum (Abu-Karem), Mohammad Bustami (Abu-Salim), Mohammad Kosa (Fotógrafo), Ahmad Fares, Oliver Meidinger (Abu-Shabaab).
Guión: Hany Abu-Assad y Bero Beyer.
Producción: Bero Beyer, Roman Paul, Hengameh Panahi, Amir Harel y Gerhard Meixner.
Música: Tina Sumedi.
Fotografía: Antoine Heberlé.
Montaje: Sander Vos.
Diseño de producción: Olivier Meidinger.
Vestuario: Walid Maw’ed.