Mucho preocuparse por el déficit democrático y mucho llanto y crujir de dientes por las negaciones a la Constitución Europea, pero las instituciones de Bruselas no aprenden
A pesar de reiterados rechazos (una, dos, tres veces), a pesar de la campaña popular en contra, a pesar de que tan sólo favorecen a grandes empresas estadounidenses y perjudican a pequeñas empresas europeas, a pesar de que la historia demuestra que se usan mal y que son innecesarias para garantizar la innovación… las patentes de software han superado un obstáculo más para ser aprobadas en Europa. Lo que significa que la burocracia europea hace oídos sordos a su población, pero escucha a las grandes multinacionales y cuida de sus intereses. Y luego se sorprenden del euroescepticismo…
Las patentes en sí mismas no son el problema. Se trata de un mecanismo valioso para proteger temporalmente invenciones físicas; en principio hay que demostrar que la idea es nueva, el plazo de monopolio de uso respaldado por el estado es limitado, y una vez caducado la idea queda libre para el uso de la sociedad en su conjunto. Durante muchos años han servido bien a los inventores particulares, y también a las empresas que integraban las ideas de sus empleados en patentes que podían explotar. No hay nada intrínsecamente malo en las patentes.
Los problemas surgen cuando las patentes se extienden a donde no deberían extenderse, y cuando se conceden sin ton ni son. Los problemas surgen cuando las empresas, grandes bestias incapaces por definición de generar ideas, las utilizan para apropiarse del producto de los cerebros de sus trabajadores. Los problemas surgen cuando en la I+D+I se sustituye a los ingenieros por los abogados.
Y se complican cuando los gobiernos, nacionales o multinacionales, hacen caso omiso de sus ciudadanos y legislan para favorecer los intereses de las grandes empresas de software.
No se puede permitir que el proceso legislativo de una institución esté controlado por sólo una de las partes interesadas. No se puede permitir que lo que se niega una y otra y otra vez se apruebe con nocturnidad y alevosía. No se puede permitir que so capa de ayudar a una industria se tuerzan en favor de sus mayores componentes las reglas. Y mucho menos que haciéndolo se perjudique a la economía que las sustenta.
Éste es el material del que está hecho el euroescepticismo. La idea de que la opinión de los ciudadanos, expresada reiteradamente, no cuenta para nada frente al poder de los «lobbies». La idea de que en Europa quien manda es una burocracia que mira por intereses ajenos. La idea de que una mala ley no se puede parar si la industria que la sustenta es lo bastante poderosa, y pertinaz.
Si ésta es la Europa a la que vamos, quizá sea mejor borrarse.
Artículo en El Navegante