«Durante su discurso sobre el Estado de la Unión, fue sorprendente el momento cuando el presidente Bush expresó que más de 3.000 sospechosos terroristas ‘han sido arrestados en muchos países. Y muchos otros han tenido un destino diferente. Digámoslo de este modo: ellos han dejado de ser un problema para los Estados Unidos.’» Anthony Lewis; […]
«Durante su discurso sobre el Estado de la Unión, fue sorprendente el momento cuando el presidente Bush expresó que más de 3.000 sospechosos terroristas ‘han sido arrestados en muchos países. Y muchos otros han tenido un destino diferente. Digámoslo de este modo: ellos han dejado de ser un problema para los Estados Unidos.'»
Anthony Lewis; The New York Times, 7 de mayo de 2004
Mandel al Yamadi y las «sonrisas de la muerte»
Tal vez la foto más terrible de las publicadas hasta ahora sobre las torturas realizadas por los norteamericanos a los prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, es la de Sabrina Harman inclinándose, sonriendo, sobre el cadáver de Mandel al Yamadi. Con indudable acierto el periódico La Jornada tituló esa fotografía de Sabrina Harman como «la sonrisa de la muerte».
Tal vez antes, tal vez después que ella, se fotografió también su compañero de tareas y de emociones, Charles Graner, con el índice del «yo» y el pulgar de la victoria señalando la autoría y la gesta que supone ese asesinato, compartido tal vez por la propia Sabrina Harman. Graner también sonreía.
Lo pavoroso de las fotos no debe llevarnos a la confusión. La sonrisa claramente cinematográfica de Sabrina Harman, y la más conspirativa de Charles Graner, no son expresiones incontrolables de un episodio de sadismo. El hecho de fotografiarse tampoco responde a la necesidad compulsiva de prolongar y trasladar a las horas de descanso, mediante imágenes, el testimonio de los instantes culminantes de su «trabajo» para revivirlos en momentos de aburrimiento ¿quién no se aburre al terminar el turno nocturno en la cárcel de Abu Ghraib?
Las sonrisas de Sabrina Harman y de Charles Graner que nos producen náuseas, una por su aparente frivolidad, la otra por su evidente sadismo, son manifestaciones de complicidad patriótica y de devoción entusiasta por el presidente de los Estados Unidos.
Releyendo el fragmento del discurso sobre el Estado de la Nación que encabeza este artículo, comprendemos el entusiasmo gestual y el descaro con el que Sabrina y Charles nos muestran el cadáver de un hombre al que han apaleado hasta la muerte. Ellos en realidad están mostrando un trabajo bien hecho al Gran Jefe, George Bush. Convencidos de que Mandel al Yamadi -y cualquier iraquí, hombre o mujer, que pase por la cárcel de Abu Ghraib- es uno de los «sospechosos terroristas» a los que se refiere su presidente, le han asegurado ese «destino diferente» en el que «ha dejado de ser un problema para los Estados Unidos».
Sabrina y Charles están mostrando su campo de batalla personal en la guerra antiterrorista que ha decretado George W. Bush.
Y no es extrema crueldad sino patriotismo bushiano lo que refleja la terrible expresión de Graner que al alzar el pulgar sobre el cadáver de Mandel al Yamadi, destrozado a golpes, está pidiendo una medalla.