Recomiendo:
0

Perogrullo descubre el infierno

Fuentes: Insurgente

No hay que ser en extremo perspicaz para concluir que Iraq viene resultando el infierno de las tropas norteamericanas y sus cipayos, y para establecer un paralelo entre lo que está sucediendo en las planicies mesopotámicas y la lanzada que Viet Nam propinó al orgullo imperial de los Estados Unidos, desde entonces sumidos en un […]

No hay que ser en extremo perspicaz para concluir que Iraq viene resultando el infierno de las tropas norteamericanas y sus cipayos, y para establecer un paralelo entre lo que está sucediendo en las planicies mesopotámicas y la lanzada que Viet Nam propinó al orgullo imperial de los Estados Unidos, desde entonces sumidos en un síndrome de recurrentes pesadillas, como la de tropas arracimadas, disputándose lugar, en helicópteros tan cargados en la estampida que apenas alcanzaban a levantar el vuelo de una Saigón ya en manos del temido «Vietcong».

Incluso se daría cuenta alguien cuya capacidad para la generalización teórica podría competir en igualdad de condiciones, y hasta perder, con la de Perogrullo, el pródigo paridor de frases antológicas, tales «el cielo es azul», «la verdad es la verdad», «siempre que llueve escampa», y otras del mismo cariz, de la misma hondura.

Pues bien, Perogrullo… perdón, su alter ego, George W. Bush, acaba de admitir la posible analogía entre la resistencia a la ocupación allá en uno de los «60 ó más oscuros rincones del mundo» y la que llevó a los anamitas a triunfar en buena lid. «Puede que tenga razón; la violencia se ha elevado sensiblemente y estamos en vísperas de elecciones», respondía un presidente cejijunto, interrogado por la cadena ABC sobre la afirmación por The New York Times de que los yihadistas -combatientes de la guerra santa- habían redoblado los ataques, en aras de pescar en el río encrespado de los comicios de medio mandato del 5 de noviembre-muchos auguran el triunfo de los demócratas-, como hicieron los patriotas vietnamitas con la ofensiva del Tet (1968).

Pero más allá de una discusión sobre si el objetivo de los nacionalistas deviene tan puntual, táctico, o si lo que se observa significa el comienzo de la apoteosis de la lucha de liberación, que daría al traste con la permanencia de las legiones foráneas en Iraq, de lo que se trata es de dejar sentado que el mismísimo César ha tenido que parar mientes en asuntos tales como que dos de cada tres norteamericanos consideran un fracaso la invasión, las crecientes dudas entre los propios legisladores republicanos respecto a la estrategia de la administración en la cuestión bélica, y el que, a ojos vista, los ocupantes controlan cada vez menos el país mesoriental.

Algo que, por supuesto, se sale del ámbito de los más pretendidamente desapasionados espectadores. Solo un día después del discurso de Bush, en una entrevista por la televisora Al Yazira, en árabe, el encargado de la diplomacia gringa para el Oriente Medio, Alberto Fernández, declaraba que los Estados Unidos habían actuado con «arrogancia y estupidez», aseveración que, si bien retiró el día siguiente, cauto, se suma a la reciente sugerencia de repliegue hecha, ante un mundo asombrado, por el jefe militar de los británicos en la tambaleante alianza.

¿Por qué tambaleante? Porque, al decir de analistas como Miguel Lamas, en la digital y «pendenciera» Aporrea, los norteamericanos -y claro que no exclusivamente ellos- «solo están seguros dentro de sus tanques y metidos en sus bases. En el país hay varios poderes. Regiones o barrios completos están bajo la autoridad de milicias que los yanquis no pueden controlar. Si intentaran ocupar más territorio, la cantidad de bajas yanquis aumentaría muchísimo». (Recordemos que las mortales fueron más de cien en octubre recién finalizado).

Así que Viet Nam resulta inmejorable referencia. Como allí, en Iraq los efectivos estadounidenses se vieron primero empantanados, sufriendo una espiral de pérdidas, y ahora, según reza un editorial de la Jornada, de México, están ahogados entre las difíciles condiciones ambientales, la oposición de gran parte de la población, las divisiones en la Casa Blanca y en las fuerzas armadas -nadie es padre de la derrota-, los desacuerdos con el Gobierno títere, la resistencia, y la presión interna, una vez más aguijoneada por la continua llegada de féretros con la bandera de las barras y las estrellas.

Antídoto a la americana

Por ello, la política de Washington y compañía ha sido negociar para formar un Gobierno de coalición presidido por representantes de la comunidad chiita -preterida en época de Saddam- y, últimamente -a falta de pan, casabe-, el evidente desempeño de la CIA en atizar los choques armados entre integrantes de esa mayoritaria rama del islam iraquí y la contraparte sunnita: «Divide y vencerás». Método que, aunque ha acarreado enfrentamientos y atentados entre las distintas comunidades, no ha conseguido distraer un odio popular que se trasunta en la conversión de la resistencia de sunnita en general. Nuestra fuente nos recuerda que la manifestación más espectacular ocurrió durante la guerra del Líbano, cuando un millón de personas, convocadas por el clérigo chiita Moqtada al Sadr, jefe del Ejército del Mahdi, vocearon hasta la disfonía «muera Estados Unidos, muera Israel».

Por cierto, hace unos días el mencionado ejército se concedió el lujo de ocupar la ciudad de Amara, 380 kilómetros al sur de Bagdad, y, a pesar del llamado a la «cordura» hecho por el líder, algunos de sus integrantes destruyeron tres cuarteles policiales, como en aquellos épicos tiempos en que los guerrilleros vietnamitas se solazaban en tomar bastiones del Gobierno fantoche, auxiliándose de medios heterodoxos como una selva de túneles.

«Mi intuición me dice que están intentado provocar el daño suficiente como para que nos vayamos», ha dicho Bush en público -otra vez Perogrullo-, no sin el retintín aconsejado por sus asesores de presentar el caos, la rebelión, como proveniente casi en solitario de la ubicua Al Qaeda, o sea, creando una identidad artificial entre resistencia y exaltados fundamentalistas islámicos. Identidad negada por la realidad, pues representantes comunitarios de la provincia occidental de Al Anbar -bastión de los patriotas-, del partido Baas y de 17 grupos de la resistencia armada, coordinados en cinco áreas de la nación, acordaron denunciar y hacer frente a la proclamación por el Consejo Consultivo de los Muyaidines de Al Qaeda de un Estado islámico sunnita en seis provincias centrales y en distritos de otras dos del sur, además de Bagdad.

«Nuestras operaciones van dirigidas contra los ocupantes y los colaboracionistas; no atacamos a iraquíes», sentenció un portavoz de las organizaciones insurgentes, que, al deslindarse de los daños causados por extremistas que ponen en peligro la convivencia armónica de las diferentes comunidades, han coartado a priori otras artimañas de los invasores, rechazando de plano los tratos con el gabinete «nacional», anuente a los dictados de Washington.

Y esa armonía de que hablamos está apuntalada aún no solo por hechos como, por ejemplo, la solidaridad entre la enorme cantidad de sunnitas y chiitas que han hipotecado incluso sus vidas al acoger a vecinos de confesión «rival» víctimas de los desmanes de gente incitada Dios sabe por quiénes, sino por el rotundo hecho de la creación del Mando Político Unificado de la Resistencia Iraquí, el cual, congregando a religiosos y laicos, indistintamente, supone un notable reforzamiento del campo antiocupación y de la resistencia armada, y podría tronchar de raíz el intento yanqui de contactar, por separado, con sectores patrióticos, en lo que tendremos que repetir, cuantas veces sea necesario, deviene la vieja táctica, tan romana como británica o norteamericana, imperialista, de dividir para vencer.

A no dudarlo, este evento ha restado relieve a la firma, por representantes chiitas y sunnitas, del llamado Acuerdo de la Meca, que, con valor de edicto religioso común de poner fin a la violencia sectaria, no afrontó la razón de los choques y fue bendecido por quienes, apunta más de un malpensado, ofrendarían el alma a Lucifer por una matanza interconfesional e interétnica que les permitiera la perpetuación de la ocupación. Esperemos que las conocidas y proverbiales reservas patrióticas de los iraquíes se sobrepongan a la posible rispidez en la tradición de adorar al mismo dios con alguna que otra variante en la «historia sagrada», en la liturgia, de manera que pese más, verbigracia, la muerte de 655 mil personas como consecuencia de la invasión, conforme a cálculos de la revista británica The Lancet.

La cual no ha logrado convencer a George W. Bush, incrédulo para lo que le conviene, no para asumir el papel de nuevo Atila dizque dictado por una divinidad difusa que se pasea por los pasillos de la Casa Blanca, y que, al descubrir el infierno de Iraq, insiste en que sus tropas sigan asándose en las enormes calderas.