A la vista de los resultados, parece que está fracasando el plan estadounidense de pacificación forzada de Iraq mediante un aumento temporal de los efectivos militares, conocido con el nombre de «surge», esto es, oleada. Plan en el que Bush y sus más inmediatos colaboradores tienen puestas todas sus esperanzas -¿las últimas?- para salir con […]
A la vista de los resultados, parece que está fracasando el plan estadounidense de pacificación forzada de Iraq mediante un aumento temporal de los efectivos militares, conocido con el nombre de «surge», esto es, oleada. Plan en el que Bush y sus más inmediatos colaboradores tienen puestas todas sus esperanzas -¿las últimas?- para salir con dignidad del caos creado por ellos mismos en Iraq.
Ataques de armas pesadas dentro de la superprotegida zona verde precedieron a la inesperada penetración de un terrorista suicida hasta la misma cafetería del Parlamento iraquí, situado en el corazón de la zona citada, donde hizo explotar su carga letal. Prosiguen además, batiendo todos los récords anteriores, las explosiones de coches bomba que asolan el país y multiplican la cifra de muertos diarios.
Para complicar aún más el asunto, el jefe del Estado Mayor turco insinuó la posibilidad de operar militarmente en el Kurdistán iraquí, para aplastar la creciente actividad de los rebeldes kurdos en esa zona fronteriza con Turquía, operaciones que producirían un agravamiento de la situación.
Si a esto se une la permanente y cada vez menos velada amenaza de acción militar contra Irán, para detener por la fuerza su programa nuclear, hay que temer que los últimos coletazos de la política de Bush en Oriente Próximo, antes de abandonar la Casa Blanca, puedan multiplicar el caos que contribuyó a crear con la invasión y ocupación de Iraq, en medio de un mar de mentiras, informaciones falsas y errores tácticos y estratégicos.
Pero el asunto no termina ahí. Hay que tener en cuenta que, hasta el momento, la mayor parte de la población chií de Iraq permanece al margen de la guerra civil que enfrenta al Gobierno de Bagdad -apoyado por los invasores- con la minoría suní. La hipótesis más peligrosa que se considera, entre las muchas posibles, es la de una sublevación popular chií, una revolución ciudadana, no muy distinta de la que expulsó del poder al Sha en 1979, la llamada «sublevación al estilo Jomeini». Nada pudo hacer el monarca iraní frente al poder de un pueblo, harto de los abusos de su autócrata gobernante, que se alzó en espíritu y armas contra él, azuzado por la jerarquía religiosa.
Por otra parte, el llamado «ejército del Mahdi», reclutado y dirigido por el clérigo chií Muqtada el Sadr, permanece como un poder todavía silencioso, aunque mantiene su capacidad de movilizar a las masas iraquíes, como mostró en la multitudinaria manifestación de Nayaf de hace dos semanas, pidiendo la salida inmediata de las fuerzas ocupantes.
De nada serviría concentrar en número creciente fuerzas militares para hacer frente a este peligro, como de nada le sirvió al Sha de Irán la represión violenta de su policía y sus ejércitos frente a un movimiento popular que, como una marea irrefrenable, se llevó por delante su trono y acabó a la vez con sus ideas de progreso y su autocracia. Bush debería aprender del pasado y el ejemplo de la caída de Reza Pahlevi, debería ser una lección a estudiar en el Pentágono y la Casa Blanca, antes de que la situación se haga irreversiblemente peligrosa.
La conjunción existente en Iraq, entre una dirección religiosa respetada por los combatientes chiíes -como es la del ayatolá Ali Sistani, dirigente supremo del chiismo en ese país- y una fuerza militar -la de Muqtada el Sadr- que aquélla estima necesaria para alcanzar sus propósitos, puede estar poniendo al país en una situación parecida a la que en Irán precedió a la caída del Sha.
Ambos ayatolás coinciden en varias cosas: su oposición a la ocupación militar del país, su exaltado nacionalismo y el prestigio de ambos -a distinto nivel y en ámbitos diferentes- ante las masas chiíes de Iraq. Ni Bush ni sus consejeros parecen capaces de percibir la gravedad de una situación que puede dar al traste con cualquier intento de modificar la equivocada política seguida por EEUU desde que derribó el Gobierno de Sadam Husein. La pesadilla se haría realidad si además, como algunos indicios empiezan a apuntar, importantes sectores suníes se inclinaran por la solución que proponen de consuno Ali Sistani y Muqtada el Sadr.
Nubarrones amenazadores se ciernen sobre Iraq y las fuerzas de ocupación angloamericanas. Pero sus sombras alcanzan también a Afganistán, donde para mayor preocupación de los españoles un contingente militar de nuestro país comparte con otros aliados de la OTAN el riesgo de un serio agravamiento de la situación. Todavía no se han padecido todas las consecuencias de los muchos y graves errores cometidos por EEUU en Oriente Próximo y es difícil anticipar hasta dónde se puede llegar en esta cadena de violencias y sectarismos enfrentados.
Alberto Piris es General de Artillería en la Reserva