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Poesía de la imagen

Fuentes: Adital

El cine y por extensión las nuevas modalidades audiovisuales constituyen una nuevo lenguaje. En los hechos, dado el avance de las nuevas tecnologías digitales en red, este nuevo lenguaje se ha convertido en el lenguaje de equivalencia del siglo XXI. Si otrora fue la ciudad letrada, de ahora en más será la imagen, la ciudad […]

El cine y por extensión las nuevas modalidades audiovisuales constituyen una nuevo lenguaje. En los hechos, dado el avance de las nuevas tecnologías digitales en red, este nuevo lenguaje se ha convertido en el lenguaje de equivalencia del siglo XXI. Si otrora fue la ciudad letrada, de ahora en más será la imagen, la ciudad virtual.

No es casual, por lo tanto, el tremendo atractivo que representa para las nuevas generaciones todo lo relacionado al goce y producción de imágenes, en detrimento de las letras. Vivimos la transición entre dos culturas, una transformación radical de la memoria.

Por casi tres milenios, la escritura alfabética fue el modo de registrar eventos, ideas y sentimientos. Acumulamos este acervo de la humanidad en manuscritos, luego en libros impresos que colmaron bibliotecas alrededor del mundo. Hoy, lo sabemos, una Data Base es capaz de almacenar varias bibliotecas en un espacio diminuto y de fácil disponibilidad en cualquier lugar que se requiera. Textos, imágenes, sonidos, han sido reducidos al código binario que se trasmite a la velocidad de la luz.

En América Latina, la forma privilegiada de la reflexión tomó más la forma narrativa que el discurso filosófico. De allí que fueron nuestros escritores quienes delinearon una cierta antropología filosófica del hombre latinoamericano. Durante el siglo XIX y XX advertimos una secuencia de estilos y escuelas literarias que se ocuparon de los paisajes geográficos, sociales y humanos de nuestros campos y ciudades. Nuestros escritores construyeron una abigarrada memoria cultural que está apilada en páginas amarillentas, escasamente consultadas por especialistas y lectores.

La grandeza y dignidad de nuestras letras se erigió sobre ciertas tradiciones escriturales que se conectaban de manera inédita con el hontanar de la memoria latinoamericana. Un lenguaje adquiere sentido sólo en cuanto se inscribe en una tradición histórica, estética y antropológica. Esto que fue cierto para nuestra literatura lo es también para el lenguaje audiovisual.

Se tiende a pensar que hay una discontinuidad fundamental entre la literatura y el cine. Si bien es cierto que podemos advertir claras diferencias entre una semiología literaria y una semiología cinematográfica, no es menos cierto que ambos lenguajes adquieren su «sentido» en cuanto actualizan una memoria estética, histórica y antropológica. Se trata, en rigor, de dos lenguajes inscritos en sociedades históricas que remiten de manera inevitable a contextos epocales.

Pensar el cine y la literatura latinoamericanos como una continuidad, nos plantea la cuestión fundamental del cine actual: recrear y actualizar la memoria cultural de nuestras sociedades. Tanto el cine como la literatura presentan una homología estructural básica: el relato. Tanto es así, que toda producción cinematográfica reconoce una etapa de producción literaria en el «libreto». Todo cineasta debiera ser un gran lector para enriquecer su percepción narrativa.

Cine y literatura son dos lenguajes capaces de problematizar todo el espectro de la condición humana. Ambos lenguajes son capaces de construir metáforas y metonimias, ambos lenguajes poseen la capacidad de construir «imágenes poéticas». La relación fundamental entre cine y literatura no se juega en su discontinuidad sino en su «traducibilidad» y en su «equivalencia».

La cinematografía no debe traducir mecánicamente una determinada novela, se trata de traducir una «memoria» histórica y antropológica, desde los cánones estéticos y técnicos del cine. La imagen cinematográfica no reproduce, significa. La riqueza del cine latinoamericano se juega allí, en la capacidad de los nuevos directores para problematizar y actualizar «nuestra» antropología cultural. No se trata de reeditar a nuestros grandes escritores, se trata más bien de que irrumpa un equivalente a Borges o un Cortázar del cine latinoamericano.

Más allá de la pericia tecnológica y de los artificios digitales, el cine y la producción audiovisual son la forma en que una cultura recrea en imágenes su propio imaginario. Cada época impone sus rigores, la cultura hiperindustrializada no es la excepción. El mercado delimita los cánones del entertainment de masas, sin embargo, como los escritores de antaño, los nuevos «poetas de la imagen» siempre encontrarán los intersticios para hacer florecer la flor en el pantano.

Nuestras letras recorrieron un largo camino, de más de un siglo, para encontrar un modo propio de expresión que la hizo universal, vértigo de abismo y libertad. Nuestro cine está en el camino, hemos visto ya los inicios de ese balbucir en filmes interesantes: «Amores Perros», «Hombre mirando al sudeste», «Imagen latente», sólo por mencionar algunos.

Las imágenes, como todos los signos, poseen una vocación de humanidad. Todo signo existe cuando es susceptible de ser compartido. Finalmente, el cine latinoamericano es el encargado de recrear con sus nuevos lenguajes nuestros propios «mitos», la estatura de nuestros sueños, una imagen de lo que somos. Ni verdad, ni mentira: imagen.