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(A modo de sobremesa con Javier Ortiz)

Pollack

Fuentes: Rebelión

Es una suerte que Ortiz retome sus apuntes. Tan variados, copiosos (van para una década) e ilustrativos. Los de ayer eran breves (Pollack, Garzón), pero no por ello, de menor interés. Al menos a mí me invitan -¡con demasiada frecuencia!- a detenerme en ellos, aun cuando no entre en mis planes. Es lo que me […]

Es una suerte que Ortiz retome sus apuntes. Tan variados, copiosos (van para una década) e ilustrativos. Los de ayer eran breves (Pollack, Garzón), pero no por ello, de menor interés. Al menos a mí me invitan -¡con demasiada frecuencia!- a detenerme en ellos, aun cuando no entre en mis planes. Es lo que me ha ocurrido esta tarde.

Mientras que él seguro que gozaba de una buenísima digestión yo me entretenía con el título original They Shoot The Horses, Don’t They? de Danzad, Danzad, Malditos y sus no tan originales versiones. En Italia: Non si uccidono cosí anche i cavalli? que sería la traducción literal de «¿No se matan también los caballos?» En Francia, On achève bien les chevaux. En suma, por aquí la literalidad se reservó para la novela «También se remata a los caballos» en que el film está basado.

Constata Javier como Sydney Pollack se malogró para «la historia del cine» al tiempo que se forraba. Pues bien, de un tiempo a esta parte me ha dado por comprobar la de directores que empezaron haciendo más que interesantes películas y terminaron firmando ilustres memeces. Se han estudiado muy ampliamente las primeras obras de los artistas. Daría para un curiosísimo ciclo compararlas con las últimas. Para quien me quiera hacer caso le propongo así a bote pronto sin salirme del cine:

Berlanga, de Esa pareja feliz a París-Tombuctú.

Bardem, de Esa pareja feliz a Resultado final.

Sin ponernos tan trágicos en el exterior el Ridley Scoot de las magistrales Blade Runner, Alien, The Duellits (Los duelistas) culmina con Kingdom of Heaven (El reino de los cielos) o Matchstick Men (Los impostores).

De esta guisa Pollack terminó con una vergonzoso remake de Sabrina y con un horripilante Random Hearts (por una vez preferimos el título con que se estrenó en España: Caprichos del destino) después de unos prometedores comienzos. (Apenas disimulado por The Interpreter gracias a su oficio dirigiendo a Nicole Kidman y Sean Penn):

Slender Thread (La vida vale más: of course!)

This Property Is Condemned (Propiedad condenada)

The Scalphunters (El camino de la venganza, mucho más pedagógico, claro).

Pero lo más significativo viene a ser el cambio de rumbo a mitad de la travesía: pocas veces triunfa el valor del arte si quiebra la rentabilidad de su industria.

Esa fue la senda de difícil equilibrio por la que se movió y a fe que lo logró después de su ya referido They Shoot The Horses, Don’t They? (Danzad, danzad, malditos) con Castle Keep (La fortaleza), Jeremiah Johnson, The Way We Were (Tal como éramos) y todo el resto de su carrera. Además con un éxito redondo The Yakuza, un trhiller rodeado de virtudes por todas partes. Los actores Robert Mitchum y sobre todo Ken Takakura, ya muy curtido en el personaje, que también proyectó fuera de Japón en Black Rain, la espléndida fotografía de Kozo Okazaki, el guión de Paul Schrader y Robert Towne basado en una historia de Leonard Schrader, hermano del primero y muy familiarizado con la cultura nipona.

En fin, un director de éxito de los 60 y 70, con títulos tan malos como The Electric Horseman (El jinete eléctrico), pero con la música de Willie Nelson para unir sentimentalmente en el recuerdo a Javier Ortiz.

A mí me tocó ver sus éxitos aún mayores de los 80: Tootsie, que disfruté en una sala vieja de un cine-club en la plaza de San Francisco en Zaragoza y Out of Africa en el cine ¿Goya? (seguro que ya no está) de la calle San Miguel, que no me recuerdo me entusiasmara, pero sí su oscarizada banda sonora arrodillada ante el estruendo de los pasos de la Semana Santa aragonesa.

Voy a terminar con un ejemplo español, salvando los kilodólares de distancia, que a más de uno le va a chocar.

Pedro Lazaga antes de ceder a su prolífica carrera comercial hizo unas cuantas incursiones en el negro bastante decentes; sobre todo si lo comparamos con lo que hacían el resto de sus colegas patrios por aquella época. Veamos.

Campo Bravo en 1948, no exento de alguna preocupación social, participó en Cannes, que por entonces no era poco.

Hombre Acosado de 1950.

Maria Morena (1951), western español junto al debutante José María Forqué en un villorrio de Andalucía. Preludio de Amanecer en Puerta Oscura (1957), Oso de Plata en Berlín y obra maestra del aragonés.

La patrulla (1954) y su mejor filme Cuerda de presos (1955). Esta última me sobrecogió por muchas causas. Recrea la historia del sacamantecas más famoso de finales del XIX. (Y puede que de todo el imaginario infantil). La conducción del preso a pie tiene lugar desde parajes montañosos de León a su Vitoria vecinal (era alavés y operaba por sus contornos asesinando prostitutas que le reclamaban sus servicios y a las que no pagaba). El paisaje en un blanco y negro espectacular sería entre otros el real de la Bureba y el desfiladero de Pancorbo, para mí muy conocidos. El relato es de una crudeza que jamás he visto en el cine español.

El pertinente fracaso no abortó su futura filmografía, -¡menos nos hubiéramos perdido!-sino que la transformó ese mismo año dejándonos un legado de títulos harto elocuentes: La vida es maravillosa, para empezar y a partir de ahí:

Las muchachas de azul, Miss cuplé, Los económicamente débiles, Martes y trece, El cálido verano de sr. Rodríguez, Los chicos del PREU, Sor Citroen, No desearás la mujer de tu prójimo, El turismo es un gran invento, El abominable hombre de la Costa del Sol, Las secretarias, ¿Por qué pecamos a los 40?, Vente a Alemania, Pepe, Paris bien vale una moza, Tres suecas para tres Rodríguez, Yo soy fulana de tal, Fulanita y sus menganos, Terapia al desnudo, Vota a Gundilsalvo, Siete chicas peligrosas…

Son sólo una pequeña muestra.