Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Más de cuatro meses después de las elecciones parlamentarias celebradas en el país, los políticos iraquíes siguen aún negociando la formación de un nuevo gobierno, lo que hace que aumente el temor de que el atasco esté creando el vacío propicio para sumir de nuevo a Iraq en otra ronda de violencia sectaria.
Se suponía que el parlamento iraquí tenía que reunirse el día 12 de julio para dar comienzo al proceso de elección de un nuevo primer ministro. Sin embargo, nadie, de los diversos bloques políticos del país, asistió a la reunión, retrasándose la sesión otras dos semanas más.
Con muchos iraquíes calificando este nuevo aplazamiento como inconstitucional, hay amplios temores de que la crisis política en curso alrededor de quién va a dirigir el país degenere todavía más.
El parlamento se había reunido con anterioridad el 13 de junio, el día de la constitución, afirmando que se elegiría presidente dentro de los 30 días de su convocatoria. La posibilidad de nuevos aplazamientos plantea la pregunta de si la patente inacción está abiertamente quebrantando una constitución que muchos iraquíes opinan que ha sido ya violentada por los políticos.
Los votantes iraquíes acudieron a las urnas el 7 de marzo para elegir a los 325 miembros del nuevo parlamento, pero un resultado no concluyente, y las disputas sobre quién sería el próximo primer ministro del país, han ido retrasando la formación de un nuevo gobierno y atrapado al país en un punto muerto.
Según señala la constitución del país, el parlamento iraquí debería haberse reunido quince días después de que se anunciaran los resultados para elegir portavoz, y treinta días después de la primera sesión parlamentaria debía elegirse nuevo presidente. El presidente habría después nombrado al nuevo primer ministro, quién a su vez presentaría su gabinete en un plazo de treinta días para su ratificación.
En función de un acuerdo surgido tras las primeras elecciones iraquíes post-Saddam en 2005, un árabe chií sería el primer ministro, un kurdo sería el presidente y el portavoz del parlamento un árabe sunní. Este sistema de cuotas se refiere también a altos cargos, como embajadores, puestos del gobierno y puestos en el ejército; chiíes y kurdos del país han estado insistiendo en el sistema de cuotas a pesar de la firme oposición sunní.
El punto muerto actual sobre la formación de un nuevo gobierno ha sido causado en gran medida por el enfrentamiento entre el primer ministro provisional del país Nuri Al-Maliki, que dirige la Coalición del Estado de la Ley chií, y el ex primer ministro Iyad Allawi, que dirige la Lista Iraqiya apoyada por los sunníes, para el puesto de primer ministro en el nuevo gobierno.
La escasa victoria electoral de Allawi de 91 escaños frente a los 89 de Al-Maliki en las elecciones de marzo llenó aún más de confusión el paisaje político iraquí, agravando las diferencias sectarias en el país. Desde que se anunciaron los resultados de las elecciones, ambos hombres han insistido en que ellos deberían ser el próximo primer ministro, polarizando el panorama sectario y político de la nación.
Muchos chiíes creen que Allawi es simpatizante del anterior partido gobernante, el Baaz, y sospechan que su bloque Iraqiya, apoyado por los sunníes, reducirá sus posibilidades de ser nombrado primer ministro como consecuencia de la invasión estadounidense del país en 2003.
Es contra esos antecedentes que los dos principales bloques electorales chiíes, la Coalición del Estado de la Ley de Al-Maliki y la Alianza Nacional Iraquí, dirigida por el clérigo Ammar Al-Hadim, han acordado formar una coalición más amplia que les dé mayoría en el parlamento y les ayude a mantener el control del gobierno.
Sin embargo, los dos bloques no han conseguido llegar a un acuerdo sobre quién será el primer ministro, con Al-Maliki insistiendo en un segundo mandato y las facciones de la Alianza Nacional Iraquí oponiéndose a sus ambiciones y tratando de cortarle las alas.
Los votantes sunníes, que boicotearon las elecciones de 2005, dedicaron su voto a Allawi en las elecciones de 2010, con la esperanza de que pudieran ganar suficiente poder dentro del gobierno como para poner fin a su pérdida de influencia desde el colapso del régimen de Saddam.
El sentimiento sunní ante el creciente poder chií alimentó una resistencia de siete años en el país, por lo que la participación sunní en el próximo gobierno se considera fundamental para asegurar que Iraq no se desliza de nuevo por el conflicto sectario tras la retirada de las fuerzas estadounidenses del país a partir de este año.
Mientras tanto, los kurdos del país, los otros principales ganadores de las elecciones de marzo, continúan sopesando sus opciones sobre los posibles escenarios para la formación de un nuevo gobierno en Bagdad.
Los kurdos insisten en que son ellos quienes deben conservar el puesto de presidente, actualmente ocupado por Jalal Talabani, y que deberán recibir un compromiso escrito de sus posibles socios sobre la resolución de disputas, incluyendo las relativas al rico distrito petrolífero de Kirkuk, reclamado por los kurdos como parte de la región kurda.
Algunas informaciones sugerían que los kurdos han estado bajo presiones estadounidenses para que suavizaran sus demandas y aceptaran el puesto de portavoz del parlamento en vez del de presidente.
El líder espiritual chií, el Ayatolá Ali Sistani, ha jugado un papel clave en la política el país desde la invasión estadounidense, aunque en las elecciones de este año se negó a apoyar a algún candidato, aunque muchos iraquíes le consideran una voz decisiva para resolver la disputa.
El viernes, el portavoz de Sistani, el Sheij Abdel-Madhi Al-karbali declaró que el clérigo estaba dispuesto a intervenir a fin de acabar con el punto muerto político que estaba obstaculizando la formación del nuevo gobierno.
Mientras los políticos iraquíes siguen incapaces de ponerse de acuerdo en la formación de un nuevo gobierno, la violencia sigue arrasando por el país, rebatiendo las proclamas de las autoridades iraquíes y estadounidenses de que estaba disminuyendo.
Docenas de personas mueren asesinadas cada semana por suicidas-bomba, y si se une tal continuación de la violencia a un gobierno prácticamente inexistente, las preocupaciones por la estabilidad de Iraq son grandes mientras EEUU se prepara para retirar sus fuerzas del país a finales del próximo año.
La violencia ha ido aumentando mes a mes tras las elecciones, incluyendo los ataques de suicidas-bomba, ataques con bombas magnéticas, normalmente colocadas en coches de civiles, ataques incendiarios contra comisarías y cuarteles del ejército y asesinatos de autoridades del gobierno.
Se ha culpado en gran medida a los dirigentes iraquíes por la situación de atasco político, y son muchos los iraquíes que manifiestan que los políticos son incapaces de poner los intereses nacionales de Iraq por encima de sus propias ambiciones partidistas. Según algunas estimaciones, la elite política está malversando las dos terceras partes de los ingresos actuales del gobierno.
Transparencia Internacional, una ONG internacional, sitúa ahora a Iraq entre los países más corruptos del mundo, ocupando el puesto 176 de entre 180 países investigados, junto con Birmania y Somalia.
Sin embargo, la administración Obama ha insistido en que mantendrá la fecha del 31 de agosto para el comienzo de la retirada de las tropas estadounidenses de Iraq, sin que importe el resultado de las discusiones políticas para la formación de un nuevo gobierno.
Hace dos semanas, el vicepresidente estadounidense Biden visitó Iraq para presionar a los grupos políticos rivales y que pusieran fin a sus disputas.
El embajador saliente estadounidense en Iraq Christopher Hill ha dicho que Biden volverá pronto a Iraq, aunque muchos iraquíes aseguran que Biden, que anteriormente pidió la federalización de Iraq y la autonomía de las comunidades kurdas, chiíes y sunníes del país, no es precisamente el mejor de los intermediarios posibles.
Hay también grandes temores de que el fracaso de los políticos iraquíes para resolver sus disputas facilite las interferencias externas.
Los chiíes iraquíes han acusado a los países árabes sunníes y a Turquía de tratar de aprovecharse de la situación política del país para influir en apoyo de los sunníes iraquíes, mientras los sunníes dicen que es Irán quien apoya a los chiíes en el gobierno.
Hay ya pruebas de que la solución de la cada vez más profunda crisis política de Iraq se les ha escapado de las manos a los dirigentes iraquíes y que depende ya de la intervención de potencias regionales y extranjeras.
Con la posibilidad de un conflicto renovado en el país si la crisis política no se resuelve, cada vez se plantean más dudas acerca del compromiso a largo plazo de EEUU en Iraq.
Aunque las autoridades estadounidenses dicen que la planeada retirada de las tropas no significa que EEUU esté perdiendo interés en el país, muchos iraquíes creen que la política estadounidense en Iraq va a la deriva y no se ocupa más que de su retirada en vez de pensar en la estabilidad y en construir lazos a largo plazo.
Probablemente será una amplia coalición de árabes chiíes, árabes sunníes y kurdos la que gobierne el país, pero las elecciones de marzo sólo parecen haber conseguido agudizar las rivalidades étnicas y sectarias.
No obstante, las riquezas petrolíferas del país, y los temores ante un conflicto regional más extenso, pueden aún impedir que Iraq caiga en una renovada confrontación civil.