Xavier Domènech, Química verde. Rubes editorial, Barcelona, 2005, 140 páginas. No sólo es posible, y acaso necesario, que las posiciones y credos políticos se revisen con frecuencia; también puede y debe hacerlo el conocimiento positivo. La propuesta de una nueva forma de pensar y hacer química, la química verde, es un ejemplo de ello. […]
Xavier Domènech, Química verde.
Rubes editorial, Barcelona, 2005, 140 páginas.
No sólo es posible, y acaso necesario, que las posiciones y credos políticos se revisen con frecuencia; también puede y debe hacerlo el conocimiento positivo. La propuesta de una nueva forma de pensar y hacer química, la química verde, es un ejemplo de ello.
Este magnífico y novedoso ensayo de Xavier Domènech nos sumerge en el seno de la química preventiva. La clave está señalada en la cita de La caverna de José Saramago que abre el volumen: «Es una estupidez perder el presente sólo por el miedo de no llegar a ganar el futuro».
La química es una ciencia básica en nuestras vidas y sociedades que, desde diferentes ámbitos y en numerosas ocasiones, ha recibido justas críticas por dañar el medio ambiente y a los ciudadanos con procesos altamente contaminantes y energéticamente poco eficientes. La Química verde es una revisión científica, una forma novedosa de hacer química, una propuesta de seguir desarrollando esta vieja disciplina científica, con una prioridad central: respetar el entorno sin por ello dejar de cultivar la ciencia, sin por ello caer o deslizarse hacia algún tipo de saber pseudocientífico o adversario del conocimiento positivo. Es, si se quiere, una propuesta de rectificación de los programas de investigación realizada desde consideraciones normativas sobre el papel social que deben jugar el saber científico y sus aplicaciones. Ciencia practicada con pulsión ética y política y con responsabilidad medioambiental.
El químico, señala Xavier Domènech, puede hacer un paso importante hacia delante por medio «del diseño y fomento de estrategias que disminuyan el riesgo asociado a la dispersión de los contaminantes en el medio ambiente, ya sea amortiguando químicamente el efecto de los contaminantes una vez producidos, o bien produciendo menos compuestos residuales y menos tóxicos, mediante el uso de rutas sintéticas más limpias». De ahí la definición de química verde que nos propone: practicar química verde es hacer química de forma sostenible, procurando minimizar la producción de compuestos residuales y ahorrando el consumo de recursos materiales y energéticos. No es sueño, no es un mero ideal: es ya científicamente posible.
Química verde está estructurado en cinco capítulos y un epílogo. En el primero de ellos se explica la situación de la química productiva, su impacto social («la producción de compuestos orgánicos sintéticos es la que, después de las refinerías, emite a la aguas mayor cantidad de hexaclorobenceno: unos 13,6 Kg por año, que es el 12% de los vertidos totales… El HCB es un potente cancerígeno, cuya presencia se ha puesto de manifiesto en organismos vivos, como por ejemplo la leche materna (p. 30)).
En el segundo capítulo se presentan los riesgos de estas actividades, las estrategias para combatirlas y se señalan los 12 principios centrales de la química verde. Entre ellos, «Es mejor prevenir la generación de residuos que su tratamiento una vez producidos»; «se ha de minimizar la demanda de energía en el proceso químico»; «los compuestos químicos se han de diseñar de tal manera que al acabar su vida útil, no persistan en el medio ambiente y se degraden a compuestos inocuos» (p. 45).
Las restantes secciones del ensayo están centradas en la exposición en positivo de los ejes básicos de la propuesta: optimización de recursos (capítulo 3); ecodiseño de las reacciones químicas (capítulo 4); cuantificación de las mejoras ambientales (capítulo 5º).
En el epílogo, el autor señala que la química verde debe ir más allá de un código de buenas prácticas ambientales y que la consideración de la dimensión ambiental abre nuevas vías de investigación en diferentes campos, no cerrando, por tanto, el desarrollo de la ciencia, el despliegue de nuevos programas. Esta propuesta de «química verde» no es, por tanto, ninguna postura oscurantista que pretenda bloquear el «progreso» ni el desarrollo del saber. La química verde ya ha conseguido notables resultados: fotocatálisis, electrocatálisis, biocatálisis y catálisis bifásica, uso de líquidos iónicos, de fases supercríticas, materiales nanométricos, al igual que materiales fotosensibles capaces de convertir energías renovables en formas energéticas más útiles. Recordemos, por ejemplo, que el 98% de los compuestos orgánicos que se sintetizan actualmente provienen del petróleo cuyo refinado consume enorme energía, y que durante su conversión a compuestos químicos específicos se debe llevar a cabo un proceso de oxidación que es una de las etapas más contaminantes del proceso (p. 54). Por ello, no sólo a causa de que el petróleo sea un recurso limitado sino también debido a la contaminación que se origina durante su refinado, la búsqueda de recursos alternativos es imprescindible y urgente.
El cultivo de la química verde obliga, desde luego, a un trabajo interdisciplinar. Empuja al al químico a interesarse por la ingeniería química, por la ecología, la toxicología, las ciencias de los materiales, la geología, la biotecnología o la economía; en definitiva, a relacionarse con otras comunidades científicas y trabajar conjuntamente, a interesarse por otros saberes. De nuevo aquí una neta señal de que las clasificaciones científicas tradicionales están en momento de cambio, en período de revisión. No hay saber aislado que no tengan vasos comunicantes con otros desarrollos científicos aparentemente alejados.
Para que la química verde juegue un papel destacado es vital incorporar su enseñanza en la formación básica de los futuros químicos en nuestras facultades universitarias e incrementar la sensibilidad social hacia los desarrollos de una ciencia que quiere ser amiga de la tierra y de sus pobladores. Las tareas de divulgación y de formación en la enseñanzas preuniversitarias y para la ciudadanía en general siguen siendo básicas también en este ámbito.
La química verde es, pues, otra de las urgentes tareas científicas y sociales de nuestra hora, un ejemplo de ciencia crítica no servil dispuesta a no rendir culto al mito, cada vez más desenmascarado, de un «progreso» incontrolado que confía ciegamente en un futuro que no olvidemos es, en parte, consecuencia de nuestro presente.