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Potemkin

Fuentes: Rebelión

Invitado por mi amigo Joaquín Manresa, director del departamento de cultura de la CAM, estoy en Alicante dirigiendo un seminario de cuatro días sobre Movimientos sociales y creación artística . El pretexto para esta reflexión sobre cultura, arte y política nos lo ofrece El acorazado Potemkin, la obra maestra de Serguei Mijailovich Eisenstein que cumple […]

Invitado por mi amigo Joaquín Manresa, director del departamento de cultura de la CAM, estoy en Alicante dirigiendo un seminario de cuatro días sobre Movimientos sociales y creación artística . El pretexto para esta reflexión sobre cultura, arte y política nos lo ofrece El acorazado Potemkin, la obra maestra de Serguei Mijailovich Eisenstein que cumple este año su ochenta aniversario. La película, considerada por la crítica internacional como uno de los mejores filmes de todos los tiempos, empezó a rodarse el 24 de agosto de 1925, y se estrenó en el teatro Bolshoi de Moscú el 21 de diciembre de ese mismo año.

La revolución soviética había comenzado en 1917 y los bolcheviques acababan de imponerse después de una larga y dramática guerra civil. Lenin ya había muerto el 21 de enero de 1924. Y las autoridades encargaron a Eisenstein -¡quien sólo tenía 27 años!- que realizase en muy poco tiempo un largometraje para conmemorar el vigésimo aniversario de la revolución de 1905, un amplio movimiento social antizarista considerado como el prefacio, aplastado en sangre, de la revolución bolchevique.

Einsenstein se limitó a evocar, de aquel amplio movimiento insurreccional, un único episodio: el motín de los marinos del acorazado Potemkin en aguas del mar Negro. Para subrayar el patetismo, no dudó en inventar algunos aspectos del drama, en particular la célebre matanza en la escalinata del puerto de Odessa, masacre que nunca existió pero cuyas escenas constituyen un momento cumbre en la historia del cine.

En esta obra, Eisenstein se plantea una pregunta central que ha atormentado a muchos creadores: ¿puede haber revolución política sin revolución artística? (o viceversa). Su respuesta es radical: el cine de la revolución debe ser un cine, en su forma y su estética, revolucionario. Eisenstein confesaba: «Si la Revolución me condujo al arte, el arte me sumergió por completo en la Revolucion». Y lo demostró con su Acorazado Potemkin, que vino a ser una suerte de manifiesto en favor de una forma diferente y novadora de hacer cine.

Esta ambición cultural -inventar una forma nueva de expresión artística, acorde con la nueva sociedad producida por una revolución política- se ha manifestado cada vez que se produjo, a lo largo del siglo XX, una transformación política de gran envergadura. Pero, pasados los primeros momentos de exaltación, casi nunca fue, de hecho, posible. En la mayoría de los casos, las revoluciones políticas censuraron a los más geniales creadores. La Unión Soviética es un caso paradigmático.

El aniversario del Potem-kin nos está ofreciendo una formidable ocasión de reflexionar, en el marco de este seminario de Alicante, sobre esa articulación: política y creación, partiendo de cuatro momentos históricos: la Revolución soviética de 1917, Compromiso político y vanguardia artística , con las intervenciones de Marianne Boussard y José Luis Guerin; la Revolución portuguesa de los claveles que analizaremos esta noche con la participacion de uno de sus principales protagonistas, el general Otelo Saraiba de Carvalho; la Revolución argelina de 1962, el final del colonialismo en el Magreb y el nacimiento de una nación, con la intervención, mañana, del presidente Ahmed Ben Bella, padre de la independencia de Argelia; y para terminar, el viernes, una reflexión general del gran cineasta Costa Gavras que hablará sobre compromiso artístico y compromiso político, y demostrará que se puede servir una causa sirviéndose del cine, y que, documentando situaciones de injusticia, se consigue armar las mentes, pues cuando hay talento artístico, crear arte permite crear conciencia.