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Sobre el libro “Cómo ocupar el Estado. Experiencias de democracia participativa" de Hilary Wainwright

Práctica política y reflexión teórica

Fuentes: El Viejo Topo

Joan Subirats, prologuista del ensayo, lo señala en el primer enunciado de su presentación (pp. 7-12): no estamos ante un libro más. En los últimos años, han aparecido en nuestro país ensayos que señalan algunas de las varias limitaciones del institucionalismo representativo como forma máxima de democracia, pero, normalmente, estos textos o bien tienen un […]

Joan Subirats, prologuista del ensayo, lo señala en el primer enunciado de su presentación (pp. 7-12): no estamos ante un libro más. En los últimos años, han aparecido en nuestro país ensayos que señalan algunas de las varias limitaciones del institucionalismo representativo como forma máxima de democracia, pero, normalmente, estos textos o bien tienen un carácter esencialmente académico o, por el contrario, tienen un formato estilístico netamente militante. El libro que reseñamos supera esta disyuntiva y combina equilibradamente la reflexión política, la innovación conceptual, la sugerencia teórica, con reflexiones a pie de calle, a pie de movimiento: pensamiento en (y sobre la) acción.

Hilary Wainwright emprende, pues, con este ensayo una búsqueda por las nuevas formas de democracia que están inventando y construyendo ciudadanos (y ciudadanas, aquí el término no es redundante) del mundo. Ella es, sin duda, persona adecuada para sumergirse en ese búsqueda sin término pero con finalidad: Wainwright, además de miembro del International Labour Studies Centre, es redactora-jefe de la revista Red Pepper, publicación que junto con El viejo topo, MO, Mladina, Carta, Politis y otras publicaciones editan Eurotopía, cuyo segundo sumario está dedicado a «La construcción de una Unión militar y sus resistencias».

El presupuesto central que guía su investigación puede resumirse así: las varias tradiciones de la izquierda occidental, con matices y correcciones que no habría que olvidar (y que, desde luego, la autora no olvida), normalmente han considerado los procesos de transformación social como acontecimientos sociales dirigidos desde el vértice de la pirámide, desde instancias jerarquizadas de poder, a partir de saberes políticos acumulados en partidos, organizaciones o en colectivos académicos, desde los que se segregaban directrices, normas, consignas, finalidades políticas, que la ciudadanía responsable (y politizada) debía incorporar en su acción social, señalando acaso alguna imposibilidad, algún mal cálculo, algún error político. Función, pues, básicamente receptiva; sujetos de acción-ejecución que no de creación. Pero ya no más: adiós a ese pasado. La autora apuesta por una reflexión política que tenga a la ciudadanía, a los activistas sociales, como centro de teorización, como auténticos creadores de nuevas propuestas, de nuevas formas de organización social, que irán surgiendo mediante ensayos, errores y aprendizajes. Lo señala Wainwright, con toda claridad, en el prólogo de su estudio: los partidos socialdemócratas han dado por sentado que una vez alcanzada la mayoría electoral podían conducir la máquina del Estado en la dirección que quisieran, pero el Estado, como es sabido, no es tan neutral ni tan maleable: la victoria electoral, en opinión de la autora que debe compartirse, «sólo se traducirá en cambios reales cuando los movimientos y organizaciones democráticas de la sociedad ya estén ejerciendo todo tipo de poder económico, social y cultural para alcanzar dichos cambios» (p. 30), siguiendo en algunos casos una dirección común o bien una acción complementaria a la del gobierno elegido. De ahí uno de los propósitos explícitos de su investigación: «analizar cómo personas de todo el mundo están experimentando soluciones innovadoras, a menudo mientras luchan contra las consecuencias deshumanizadoras de un mercado desatado» (p. 60). Una bestia sin bozal.

De hecho, el primer capítulo del ensayo -«Una «masa con sentido»: conocimiento, poder y democracia- desarrolla con detalle esta línea reflexiva: la búsqueda, en palabras de la autora, de formas más enérgicas de democracia a través de las que se pueda luchar por la justicia social, de formas políticas que no se reduzcan a la formación de élites políticas en competencia -leal, a veces; desleal, en ocasiones- por los votos de un electorado pasivo al que se puede desinformar y manipular sin límite y ad nauseam. Con las contrapartidas conocidas: menor participación ciudadana, especialmente de las capas más favorecidas; incremento acelerado del poder de las grandes empresas.

Cabe destacar además, en este capítulo, las interesantes reflexiones epistemológicas de la autora. Especialmente recomendables son, en mi opinión, las páginas dedicadas a las posiciones de Friedrich von Hayek (pp. 61-64), o las dedicadas a la argumentación de la tesis de que los movimientos sociales desde finales de los años sesenta ejemplifican en sus prácticas una nueva forma de entender la organización del conocimiento: «estos movimientos cuestionaron la definición de lo que se consideraba conocimiento, la estrechez de las fuentes de conocimiento consideradas relevantes para las políticas públicas, las categorías restringidas de personas cuyo conocimiento era considerado valioso y los procesos mediante los que se llega al conocimiento» (p. 70). De este modo, muchos de los temas sobre los que discutieron las mujeres en los inicios del movimiento no tenían nombre propiamente, pero todo ello condujo a una explosión crítica sobre el uso y funcionamiento de los servicios públicos y sobre las políticas económicas existentes. De ahí una de las ideas centrales de Wainwright: «los enfoques sobre el conocimiento desarrollados en la práctica -si no en teoría-, por los movimientos sociales democráticos, desde finales de los sesenta poseen, hoy en día, una relevancia sin explotar» (p. 73).

Por ello la autora centra el grueso de su trabajo -capítulos II-VII (pp. 77- 190)- en el análisis de algunos de esos movimientos, en la reflexión sobre las experiencias que están detrás de algunos movimientos alterglobalizadores: Porto Alegre, Manchester Este, Luton, Newcastle. ¿Con que finalidad? Con la de observar lugares donde la gente está intentando, «de manera consciente, crear cambios bajo circunstancias difíciles» (p. 81). Buscando, pues, no tanto experiencias exitosas, sino observando como los esfuerzos de las gentes que a pesar de tendencias contrarias luchaba, lucha, por contrarrestar las presiones nacionales e internacionales que intentan conformar sus vidas, sin permiso previo alguno. Con enseñanzas para todos: la lucha de Newcastle, por ejemplo, contra su propio fatalismo y contra el poder de las multinacionales, es un ejemplo de «cómo los estallidos que ocurren en el crisol británico repercuten en todos aquellos que, en algún lugar del mundo, desafían a las compañías privadas que tratan de introducirse en el ámbito de los servicios públicos» (pp. 82-83). Son también absolutamente recomendables las conclusiones que la autora extrae de sus análisis; por ejemplo, las derivadas a la experiencia del presupuesto participativo de Porto Alegre (pp. 119-121), donde acaso quepa señalar que debido a la fecha de publicación del texto original (2003) la autora no ha podido analizar ni enfrentarse a aspectos más discutibles de la experiencia del gobierno del PT presidido por Lula (probablemente el lector español sacará más provecho de las informaciones y análisis dedicados por la autora a tres experiencias inglesas no muy conocidas).

El capítulo VII -«Cambiando el mundo mediante la transformación del poder»- es el más teórico y el más propositivo del libro, partiendo de la base epistémico-política anunciada por la autora: la prioridad de la práctica social. De ahí que sus conclusiones teóricas no sean tanto una recopilación de razonamientos teóricos originales sino más bien resumen de las nuevas ideas y los nuevos puntos de partida inspirados por lo que ha hallado en su investigación, en las luchas sociales que ha ido analizando. Las primeras ideas son esenciales: el contrapoder democrático -y su corolario: el replanteamiento de la representación política y con ella, de la misma idea de «partido político»- y la importancia de las redes de democracia internacional. No es necesario señalar que las tesis defendidas por John Holloway en Cambiar el mundo sin tomar el poder (que, por cierto, es un ensayo que está traducido y editado por El Viejo topo, cosa que parece desconocerse según nota 1, p 196) tienen mucho en común con la perspectiva defendida por la autora. El mensaje final de la autora es claro y compartible sin riesgos: todos los que creemos en que otro mundo es posible y necesario debemos trabajar «para convertir la resistencia en organizaciones estables que muestren día a día, la gran capacidad de los ciudadanos para el autogobierno democrático» (p. 236). Las protestas contra la guerra de Irak revelaron los inicios de un nuevo poder, de una nueva «subjetividad política que conecta lo local con lo mundial».

En síntesis: un ensayo político, con derivadas organizativas y gnoseológicas, que no debería aparcarse en alguna estantería alejada de nuestra librería, sino que debería estar muy a mano en nuestra mesa de trabajo y muy presente nuestras preocupaciones más urgentes de acción política.

Un consejo final: no pasen por alto los detallados e instructivos recursos ofrecidos en el capítulo VIII (pp. 237-255) ni la dedicatoria del ensayo ni el texto de John Milton con el que Wainwright abre su magnífico ensayo: «Seguir buscando aquello que no sabemos a través de lo que sabemos; seguir aunando la vedad con la verdad a medida que la encontramos. Esto es lo que compone la mejor de las armonías».

(1) Hilary Wainwright es investigadora Asociada en el International. Centre for Labour Studies en la Universidad. de Manchester. Gran Bretaña.