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Pregunta a la SGAE sobre una boda negra (Raska-Yú)

Fuentes: Rebelión

En el magnífico filme-documental Canciones para después de una Guerra (Basilio Martín Patino, 1971), pero estrenado algunos meses después de terminado su montaje, sonaba una divertida obra de título absurdo (surrealista sería un adjetivo demasiado sonoro), interpretada por un tonadillero mallorquín llamado Bonet de San Pedro, que durante más de 50 años cobró los derechos […]

En el magnífico filme-documental Canciones para después de una Guerra (Basilio Martín Patino, 1971), pero estrenado algunos meses después de terminado su montaje, sonaba una divertida obra de título absurdo (surrealista sería un adjetivo demasiado sonoro), interpretada por un tonadillero mallorquín llamado Bonet de San Pedro, que durante más de 50 años cobró los derechos de autor de esa obra llamada Raska Yú que no le perteneció jamás… si exceptuamos el cómico estribillo que decía «Cuando mueras qué harás tú. Tú serás un cadáver nada más«, y que en los aledaños del Palacio de El Pardo, residencia del dictador Francisco Franco, se tomó como un mensaje subliminal destinado a arrancar sonrisas de complicidad al imaginar que las frases estaban dirigidas al sanguinario militar.

Nada más lejos de la realidad que, de la misma forma, atribuyó los compases y versos de La Cucaracha a tan siniestro personaje, en un delirio sin cuento, pero comprensible, por encontrar anti franquistas hasta en la sopa. Por desgracia para todos los enamorados de la libertad, la dictadura se había encargado de asesinar, torturar y encarcelar (costumbre que aún se mantiene en ciertos establecimientos de las fuerzas de seguridad del estado y dependencias penitenciarias) a honrados ciudadanos sospechosos de no comulgar con al autoritarismo llevado a sus últimas consecuencias. Lo que quedó de un país asolado por el levantamiento fascista, se dibujaba, como en los apuntes de Goya de comienzos del siglo XIX, en unos desastres cuyos soldados no eran franceses, sino castellanos, andaluces, vascos o catalanes.

Bonet de San Pedro no era otra cosa que un vocalista enternecedor, que acostumbraba a escuchar toda suerte de melodías y canciones, traídas por amigos venidos del otro lado del Atlántico a su humilde casa mediterránea. Un curioso cantante de orquesta a la americana del norte, que ensayaba noche tras noche, haciendo las veces e imitando inútilmente los matices de Bing Crosby o Frank Sinatra, salvando las naturales distancias entre los llamados crooners y él.

Uno de aquellos allegados trajo en el equipaje un disco de baquelita que contenía una canción compuesta en letra por el poeta colombiano Julio Flórez (hay quienes achacan la letra a Carlos Borges) y música del cubano Alberto Villalón Morales (1882 – 1955), santiaguero de origen, vocalista del que decían las crónicas de la época; «Sabía tocar el piano, que le enseñó su hermana América, pero no respondía al esquema tradicional de la profesión de cantante, que vive en constante bonhomía trashumante, sino que, pulcro en el vestir y educado en sus modales, vida ordenada y presencia distinguida, más bien parecía un caballero español de cierta categoría«.

La canción estrella de aquella pieza redonda y negruzca, era Boda Negra, romance exacerbadamente inscrito en el romanticismo más visceral y tétrico, que narra la historia de una pasión rota por la temprana muerte de la amada, cuya primera estrofa rezaba:

Oigan la historia que contóme un día

 

El viejo enterrador de la comarca

 

era un viejo al que la suerte impía

 

su rico bien arrebató la parca.

 

Todas las noches iba al cementerio

 

a visitar la tumba de su hermosa

 

y la gente murmuraba con misterio:

 
es un muerto escapado de la fosa.

No hace falta decir que, tras esos ocho versos, llegaba el sonado y popular estribillo, creado, eso sí, por el desaparecido San Pedro, a quien la siempre sospechosa SGAE (Sociedad General de Autores y Editores) entregaba semestralmente, en concepto de derechos de autor, miles y miles de las extintas pesetas, ya que el organismo citado no suele investigar el origen fraudulento de las obras musicales que se registran en sus archivos, y más si son de origen cubano, para que de esta forma se pueda desviar legalmente (tal vez hurtar fuera un término más realista, pero demasiado escandaloso) un dinero que, en parte, pertenecía, sin duda alguna, a Villalón y Flórez. Y así, insistimos, durante más de medio siglo, ya que los herederos del mallorquín continúan disfrutando de los euros que la canción produce cada año.

La segunda estrofa, única compuesta por Bonet, incluía importantes variaciones sobre el poema original, tal vez huyendo de una posible demanda judicial que jamás llegó.

Hizo amistad con muchos esqueletos

 

que salían bailando la sardana

 

y mezclando sus voces de ultratumba

 

con el croado de alguna rana.

 

Los pobrecitos iban mal vestidos

 

con sábanas que ad hoc habían robado,

 

y el guardián se decía con recelo:

 

«Estos muertos se me han revolucionado».

 

El romance original era mucho más pasional y descriptivo

 

En una horrenda noche hizo pedazos

 

el mármol de la tumba abandonada

 

cavó la tierra y se llevó en sus brazos

 

el rígido esqueleto de su amada

 

Y allá en la triste habitación sombría

 

de un cirio fúnebre a la llama incierta

 

sentó a su lado la osamenta fría

 

y celebró sus bodas con la muerta.

 

Ató con cintas los desnudos huesos

 

el yerto cráneo coronó de flores,

 

la horrible boca la cubrió de besos

 
y le contó sonriendo sus amores.

 

Un final espléndido, para un romance que el humilde vocalista mallorquín destrozó, en aras de una vida más confortable en el siniestro cementerio de la España de la posguerra.

La pregunta es: ¿Habrá siquiera intentado la SGAE, tan preocupada porque los derechos de autor se respeten al máximo, por deshacer el entuerto y devolver a sus legítimos dueños todo el dinero que recibió ilícitamente el mallorquín? ¿Habrán pensado sus consejeros y miembros directivos ordenar una transferencia bancaria a los herederos de Villalón y Flórez?

Mucho me temo que no. Las artimañas del esa Camorra son tantas como el inagotable deseo de su Consejo de Dirección y Administración, Ramoncín incluido, en adquirir edificios millonarios, obras de arte, coches oficiales, en compra de pasajes de avión de primera clase, alquiler de limousines en el interior y el exterior del país, pago de comidas en restaurantes de lujo, etc., eso sí, todo ello en nombre de esa generosa Sociedad.

Al parecer, esta suerte de máquina para extraer euros del bolsillo del contribuyente, maneja dos baremos diferentes a la hora de la verdad. Por un lado, es capaz de enviar espías disfrazados de invitados a las salas de banquetes y fiestas de la BBC (Bodas, Bautizos y Comuniones), para sacarle dinero a los organizadores de cualquiera de esos festejos, no sea que los allí reunidos sean tan canallas que bailen y disfruten sin pagar un canon.

Por el otro, vuelve la cabeza y se niega a ordenar una investigación rigurosa, cuando se da un caso tan palmario el como el plagio que cito, para devolver la pasta gansa que llegó durante medio siglo a la cuenta corriente de aquel inolvidable y tierno mallorquín.

¿Hay alguien tan ingenuo como para suponer que todos esos cantantes y músicos que dominan el fortín, ignoraban el hecho?

Ah…, tengo muchos ejemplos más, pero no quiero que se me acuse de traidor a la causa de la bendita SGAE y sus socios, simples y capullos como yo (a quien nunca dieron ni un chavo por algunas letras, actuaciones en varias películas, producciones discográficas, o guiones de TV), numerarios y supernumerarios, que al fin y al cabo, el Opus Dei no estuvo nunca solo.