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Willard Van Orman Quine (25 de junio de 1908 - 25 de diciembre de 2000). In memorian

Presentaciones y textos complementarios de Los métodos de la lógica y Desde un punto de vista lógica

Fuentes: Rebelión

Nota edición: Willard Van Orman Quine (Akron, Ohio; 25 de junio de 1908 – Boston, Massachusetts; 25 de diciembre de 2000) falleció hace ahora diez años. Discípulo de Rudolf Carnap, uno de los fundadores del Círculo de Viena, W. O. Quine fue un filósofo estadounidense, uno de los grandes del siglo XX, muy reconocido por […]

Nota edición: Willard Van Orman Quine (Akron, Ohio; 25 de junio de 1908 – Boston, Massachusetts; 25 de diciembre de 2000) falleció hace ahora diez años. Discípulo de Rudolf Carnap, uno de los fundadores del Círculo de Viena, W. O. Quine fue un filósofo estadounidense, uno de los grandes del siglo XX, muy reconocido por sus aportaciones en el ámbito de la lógica matemática y por sus contribuciones a la teoría del conocimiento, la filosofía del lenguaje y la filosofía de la ciencia y de la lógica.

Manuel Sacristán tradujo cinco de sus ensayos centrales: Los métodos de la lógica, Desde un punto de vista lógico, Palabra y objeto, Las raíces de la referencia y Filosofía de la lógica. Los dos primeros libros fueron editados por Ariel en 1962. Para estos textos escribió las presentaciones y solapas que aquí se presentan.

En dos de las cartas que Sacristán dirigió a Javier Pradera, en aquel entonces director literario de Alianza editorial, y años atrás compañero suyo en las filas clandestinas del PCE, pueden verse sendas referencias a su traducción de la Filosofía de la Lógica, son clara muestra de la alta consideración que Sacristán tenía de la obra de Quine. La segunda de estas cartas está escrita desde Puigcerdà, lleva fecha del 31 de agosto de 1972 y es muestra del rigor con el que realizaba su trabajo:

Querido Javier:

acabo de completar hace unos momentos la traducción del Quine, y te la mandaré uno de estos días. He redactado unas notas para el que cuide la edición, pero, de todos modos, me gustaría ver el texto impreso -a poder ser, ya en compaginadas- antes de la tirada. En este tipo de libro me parece inevitable una última revisión y eventual corrección del traductor. No tardaría más de tres días en hacerla: cinco días después de enviarme un juego de compaginadas la editorial lo recibiría de nuevo ya revisado. La preferencia por ver compaginadas, y no galeradas, se basa en que en algunos casos puede tener interés que dos trozos inmediatos de un mismo desarrollo no queden el primero en página impar y el segundo en página par, y si eso se produjera, intentaría evitarlo; y también, se basa en la seguridad que así tendría de que mis correcciones serían las últimas. (…) Tú ¿qué tal andas? Un día que tengas humor para ello recuerda que no tengo ni base para imaginar cuál es tu ambiente personal o directo en esta época, y  dime algunos datos.

Un abrazo.

Ese mismo día, Sacristán dirigió una nota al «cuidador de la edición de la Filosofía de la Lógica de Quine». Poco días después, 11 de septiembre de 1972, escribió de nuevo a Javier Pradera desde Puigcerdà.

Querido Javier,

acabo de recibir tu carta del 8. Claro que me gustaría seguir traduciendo para Alianza cosas como Hempel, y Toulmin. Interesarme, desgraciadamente, no. Cuando termine este verano -en sustancia, dentro de 9 días- habré traducido cuatro libros: un bonito ensayo de un discípulo de Lukács, G. Márkus, para Grijalbo; un trivial ensayo de otra lukácsiana, A. Heller, también para Grijalbo (es lo que estoy acabando ahora); el precioso libro de Quine; y una mierda incalificable para Grijalbo: El varón domado, de Esther Vilar, que he traducido por petición personal suya, como favor, y firmando la traducción con una alusión cínica que él no pesca (he firmado «Máximo Estrella»). Pues bien: Márkus y la Heller me han reportado por jornada de trabajo (= 5 horas, incluida corrección) un poco más del triple que el Quine. La mierda de la Vilar, exactamente cuatro veces más. Sabes que no me interesa tener dinero, sino reducir el horario de trabajo. Si fuera consecuente, debería traducir sólo mierdas. Por otra parte, me sentí culpable por el hecho de que mi comentario del primer precio ofrecido por Alianza para la traducción del Quine provocara sin más un aumento. No tengo carácter para que eso se repita. En resolución, creo que podríamos llegar a un compromiso, por ejemplo, traducir un mes al año para ti -quiero decir, para Alianza o Siglo XXI-, al primer precio que proponga Ortega u Orfila, sobre tema epistemológico, a poder ser (incluida la lógica formal), o sobre tema marxista (lo digo pensando en Siglo XXI). ¿Qué te parece?

[…] RECUERDA QUE, SALVO GRAVE OFENSA DE LOS CORRECTORES DE ALIANZA, QUERRÍA DAR EL VISTO BUENO A LAS COMPAGINADAS ANTES DE TIRAR EL QUINE. DEVOLVERÉ EN POQUÍSIMAS DÍAS. Un abrazo (o los que hagan falta)» 

* * *

Los métodos de la lógica (1962)

Presentación de la versión castellana.

«La lógica», dice W. V. Quine en su prólogo al presente volumen, «es viejo tema». Y lo es sin duda sobre todo en países que, como el nuestro, han estado representados brillantemente en algún momento pasado de esa ciencia, sin estarlo hoy, prácticamente, ni bien ni mal. Ahora bien: si Juan de Santo Tomás, o algún otro maestro de la lógica tradicional resucitara hoy y tomara en sus manos este libro, después de admirar los progresos de la perfección técnica del análisis lógico que se presentan en las partes I y II, quedaría perplejo al comprobar que desde la parte III en adelante la misma idea de análisis parece desaparecer del libro.

Aristóteles decía «analíticamente» con el mismo sentido con que nosotros decimos «lógico-formalmente», y Santo Tomás explica el que la lógica se llama «la analítica» aclarando: «esto es, resolutoria». «Resoluciones» se llaman también las técnicas ofrecidas por Quine para decidir fórmulas en la parte I de este libro. Decidir una fórmula es determinar en un número finito de pasos normados si esa fórmula es válida o no. Pero está claro que ese examen decisorio no agota lo formal del pensamiento concreto, en ejercicio. Ni siquiera en su manifestación más frecuente, como no sea en discusiones, en la «erística» o parte de las batallas lógico-retóricas que siempre se mantuvo en el horizonte de la lógica aristotélica (disputas con los sofistas) y escolástica (disputaciones medievales). En cambio, cuando pensamos, por así decirlo, creadora y desinteresadamente, no buscando refutar lo que otro dice, sino buscando alguna verdad, lo normal no es que podamos limitarnos a analizar una proposición dada: lo normal es que tengamos que construirla, sintetizarla. Una lógica del pensamiento real tiene pues que poseer la teorización de ese momento sintético; no tiene que limitarse a ser una mera analítica. Una lógica con teorización del momento sintético es ésta de la «inferencia natural» cuyas exposiciones clásicas son una memoria de Gentzen -hoy asequible en forma de libro, en traducción francesa- y  Los métodos de la lógica de Quine (basado en un artículo anterior). La obra de Quine aquí presentada no es, desde luego, sólo una exposición de los métodos de la inferencia natural, sino, prácticamente, todo un tratado de lógica. pero la inferencia natural constituye su centro.

La motivación básica de los métodos de la inferencia natural (natürliches Schliessen de Gentzen, natural deduction de Quine) es formalizar el proceso concreto de la inferencia, el cual no queda totalmente recogido ni por la concepción meramente analítica de la tradición (como hemos indicado), ni tampoco por la formalización axiomática corrientes en las ciencias exactas. Gentzen expresa así, en comparación con la axiomática, el punto de vista de la inferencia natural: «La diferencia externa más esencial que distingue las derivaciones (naturales) de las que puede realizarse en los sistemas (axiomáticos) de Russell, Hilbert y Heyting, es la siguiente: en esos sistemas, las fórmulas verdaderas se derivan de una serie de «fórmulas lógicas fundamentales» por medio de un número reducido de procedimientos (=reglas) de deducción; la deducción natural, en cambio, no parte en general de proposiciones lógicas fundamentales, sino de hipótesis… a las que se conectan las deducciones lógicas. Gracias a una deducción ulterior, el resultado se independiza a su vez de las hipótesis (Recherches sur la deduction logique, trad. francesa de R. Feys y J. Ladrière, 1955, p. 19)

Naturalmente que la normación formal del proceso natural de la inferencia supone el mismo trabajo analítico previo que la sistemática axiomática. Pero el algoritmo natural tiene, entre otras, dos decisivas ventajas; una dialéctica: permitir muy pronto al estudioso que lo domina una actividad creadora como lógico; otra de más alcance teorético; encarnar del modo más patente la naturaleza «experimental» del algoritmo lógico moderno. Mientras que la lógica-tradicional se mantenía ligada siempre al discurso intuitivo vulgar, al lenguaje cotidiano, incluso en sus creaciones más algorítmicas, como es la silogística, los formalismos de la lógica moderna permiten hoy una tal libertad respecto de los esquemas lingüísticos «naturales» que efectivamente queda dada la posibilidad del experimento, esto es, la posibilidad de construir con intencionada y aparente arbitrariedad, algoritmos artificiales y acaso de difícil intuibilidad, pero cuya potencia deductiva sobrepasa en mucho la de la silogística. Y ese carácter constructivo se encarna excepcionalmente en estos cálculos de la inferencia natural que permiten sintetizar fórmulas a partir de hipótesis cualesquiera.

Los métodos de la lógica son por ello uno de esos libros, nada frecuentes, que pueden tenerse como representación de todo un estadio del desarrollo de una ciencia.

Solapa

Los métodos de la lógica es ya el manual clásico de los métodos llamados de la «inferencia natural (natural deduction, natürliches Schliessen), métodos fundados por Gentzen en la década del 30. El punto de partida de los métodos de la inferencia natural es la consideración de que en el razonamiento corriente -«natural»-, especialmente el de la demostración matemática, no procedemos, como supone la lógica tradicional, desde los teoremas hacia los principios («analíticamente»), ni tampoco como quiere la exposición teorética corriente en matemáticas, desde unas primeras proposiciones fijas para todo el sistema («axiomáticamente»), sino a partir de hipótesis o premisas diversas para cada caso, para cada inferencia concreta, premisas que luego aspiramos a eliminar, dando validez universal al teorema inferido. Así se llega a un tipo de algoritmo lógico en el cual un determinado conjunto de reglas de inferencia absorbe la función de los axiomas.

Se ha puesto esta concepción del razonamiento «natural» en relación con la inferencia aristotélica Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen. Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen. Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen. , «a partir de los supuestos»; pero la diferencia entre ésta y el algoritmo de Quine es al menos tan grande como la que existe entre el método axiomático «informal» de la práctica matemática corriente y la axiomatización formal de los lógicos.

Las partes I-III del libro construyen el algoritmo sucesivamente para la lógica proposicional, la lógica de predicados monádica de primer grado y la lógica de predicados poliádica de primer grado. En la parte IV el autor considera los problemas de la teoría real de clases y, consiguientemente, los de la fundamentación de la matemática.

En este contexto -característicamente rotulado por el autor «Perspectivas ulteriores»- se encuentran los puntos esenciales de la consideración filosófica de la lógica por Quine. Éste aporta un criterio muy concreto y plausible para zanjar la discutida cuestión de los límites entre la lógica y la matemática. El criterio ofrecido por Quine es interno, esto es, se basa en una consideración de las características de los cálculos o algoritmos lógicos mismos. La lógica «pura», la lógica que no es necesario considerar idéntica con alguna rama de la matemática, es aquélla cuyas variables auténticas no refieren sino a objetos individuales cualesquiera del mundo real. En cambio, toda teoría lógica en el campo de cuyas variables se presenten clases (conjuntos) o propiedades de clases (clases de clases) debe considerarse ya como idéntica con alguna rama de la matemática.

Desde un punto de vista lógico (1962)

Presentación

A pesar de que, en comparación con la longa ars que es la lógica moderna, los cincuenta y cuatro años de Willard van Orman Quine son tiempo breve, éste le ha bastado para caracterizarse como un maestro de la mejor especie, de los que son a la vez clásicos para lo esencialmente técnico de su ciencia y ágiles provocadores del pensamiento para los problemas de fundamentación filosófica de la misma, problemas menos claramente asibles, pero de interés más radical. Quine es, en efecto, un clásico para el estudio de las técnicas de la llamada «inferencia natural» (natürliches Schliessen, natural deduction), iniciada ya antes por Jáskowski y Gentzen, pero normadas y elaboradas por él en la forma hoy clásica de ese algoritmo. Los dos libros de Quine ya traducidos al castellano –El sentido de la nueva lógica [1] y Los métodos de la lógica [2] – son sobre todo representativos de ese aspecto técnico de su trabajo, aunque no carezcan ni uno ni otro de interesantes penetraciones filosóficas. El libro que ahora presentamos a los lectores de lengua castellana es en cambio el más representativo de la segunda faceta del hacer de Quine: su inquisitivo explorar filosófico por las regiones fundamentales de la lógica.

Vale la pena recordar que en la actual situación de los estudios lógicos ya el hecho de que un gran especialista dé de sí textos filosóficos relevantes sirve sin más para empezar su caracterización. Pues el innegable carácter de ciencia positiva que hoy tiene la lógica y el predominio de autores neopositivistas en su cultivo han determinado en la vieja disciplina de Aristóteles el horror philosophiae bastante incoherente con la importancia filosófica de su problemática fundamental [3]. El Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein y Metaphysik als strenge Wissenschaft [La metafísica como ciencia rigurosa]  de Scholz son acaso los dos únicos libros de peso que hayan producido lógicos modernos en materia de filosofía reflexionando filosóficamente sobre su ciencia, con anterioridad a la ya dilatada campaña lógico- filosófica de Quine, cuya sustancia se recoge en este volumen. Y como será fácil que el lector suponga y disculpe en el traductor alguna especial simpatía por el autor traducido, nos permitiremos escribir aquí que la enseñanza lógico-filosófica contenida en este volumen de Quine no es inferior a la ofrecida por las dos obras antes citadas.

Les es además superior en esto: el Tractatus de Wittgenstein -no en su aspecto lógico-técnico, pero sí en el lógico-filosófico- no es en el fondo más que un fallido intento de argüir la imposibilidad de la reflexión filosófica sobre la lógica. Es -como Wittgenstein sabía muy bien- un libro escrito para reducir al absurdo su propio tema, para destruir su propio título. Y los apasionantes póstumos de Wittgenstein, pese a su radical ruptura con los modos de expresión del Tractatus, siguen coincidiendo en este punto con la vieja obra. En cuanto a la reflexión filosófica de Scholz sobre la lógica, por más que libre de ese rudo parti pris positivista que consiste en decretar que todos los nudos son gordianos, acababa por disiparse en el enrarecido cielo de las metáforas platonizantes leibnizianas, en un discurso sobre la lógica como metafísica de «todos los mundos posibles» que resultaba, en verdad, de poca ayuda para lo que es cuestión real: la aclaración y fundamentación filosófica de la lógica en  este mundo.

Precisamente porque ésa es la cuestión planteada por la lógica, el problema filosófico primero suscitado por esta disciplina es, como enseña su historia desde Aristóteles, el del «otro mundo» aparente que ella, la ciencia de lo sumo abstracto, parece suponer: el mundo de los universales. Quine ha visto y ha enunciado en la problemática de la moderna lógica de clases la vieja y básica dificultad de los universales, ha tenido el filosófico valor de la perogrullada, necesario para reconducir esa disputa desde su forma moderna a su forma antigua y viceversa, y ha conseguido, sobre todo, aclararla decisivamente con su teoría pronominal, uno de los temas capitales de este libro.

La que llamamos teoría pronominal de Quine tiene sus raíces en la distinción de Frege entre significación (Bedeutung) y sentido (Sinn) y en la teoría de la descripción de Russell. Es posible que una formulación no técnica de la tesis pronominal básica de Quine que facilite la lectura de la exposición técnica del autor: la existencia de un objeto no está garantizada sin más por el hecho de que exista un sustantivo que parezca nombre del supuesto objeto. Así lo había creído Platón, después de la crisis de la primera teoría de las ideas en el Parménides para llegar, desde el Sofista en adelante, a la misteriosa asunción de un cierto ser del no-ser, sin más base que la existencia de la noción y el nombre «no-ser». Quine, elaborando la distinción de Frege y obteniendo consecuencias de ello, sostiene que un sustantivo puede significar algo aun sin nombrar nada. Un pronombre, en cambio, más que significar algo, refiere directamente a algún objeto. Por tanto, lo que sí es, lo que sí existe es aquello a lo cual puede referir un pronombre y precisamente tal como a ello refiere el pronombre.

Aun no pretendiendo aquí con esa exposición pre-técnica sino facilitar al lector no familiarizado con la lógica moderna el acceso al texto de Quine, hay que detallar un poco más la anterior explicación si no se quiere que la simplificación llegue a ser una caricatura. Desde el punto de vista lógico-filosófico, lo que importa precisar no es qué es lo que existe -ésta es naturalmente, una cuestión para las ciencias fácticas- sino qué es aquello cuya existencia nos comprometemos a admitir al usar un determinado lenguaje. La respuesta a esta cuestión del «compromiso ontológico» es la que hemos visto: nos comprometemos a admitir el ser de aquello a lo que consideramos denotable por nuestros pronombres, relata de nuestros pronombres.

La tesis de Quine tiene como consecuencia que la postulación de entidades abstractas, una ontología con entidades abstractas, no es necesaria en la lógica formal elemental o «pura», la de enunciados y cuantificación, sino sólo en capítulos como la teoría real de clases, directamente orientados a la fundamentación de la matemática y, en este sentido, doctrina de lógica «aplicada».

Puede parecer tesis paradójica ésa de que la lógica formal pura, la teoría del abstracto por excelencia, no postule una ontología de entidades abstractas. Pero no hay en realidad en la tesis tal detonante de novedad respecto del pensamiento lógico-filosófico clásico, ni siquiera, en el fondo, respecto del de Aristóteles (al menos no respecto del del Aristóteles más «teofrástico» o tardío). Lo que sí hay en la tesis pronominal es una extraordinaria clarificación del problema, aclaración tan valiosa que ella basta para situar a Quine entre las personas a las que más debe la lógica moderna. La cuestión de si el discurso lógico-formal presupone o no la existencia de entes abstractos queda en efecto planteada así: naturalmente que el medio en que se mueve el discurso formal es la abstracción del más alto nivel. Sus términos son todos sumamente abstractos (‘sumamente’ en sentido propio, no como adverbio retórico). Pero las entidades cuya existencia se postula implícitamente en el abstracto discurso formal son sólo aquellas que resultan relata necesarias de sus elementos pronominales. Y en la lógica elemental o «pura» los elementos pronominales (variables ligables) del discurso no refieren a universales, sino a individuos del mundo. Sólo en teoría real de clases, cuando las variables ligables (los elementos pronominales) refieren a clases, el discurso está postulando una ontología que admite la existencia de abstractos como entes separados, por usar la gráfica expresión aristotélica.

Este era el punto más importante que interesaba adelantar en forma pre-técnica, filosófica tradicional, en esta presentación de la edición castellana de Desde un punto de vista lógico. Pero el justificar, también en términos pre-técnicos, la importante tesis de Quine nos va a llevar forzosamente a una breve reflexión sobre el concepto de variable y su discusión por el autor. La afirmación de Quine según la cual el «compromiso ontológico» de la lógica formal pura o elemental no se extiende a los entes abstractos, presupone naturalmente que en lógica pura no se ligan (cuantifican) más que variables para individuos, lo que quiere decir que sólo éstas son verdaderas variables. Ocurre empero que, en las expresiones de la lógica de predicados de primer grado y en la de enunciados, se presentan signos (predicativos y de enunciados, respectivamente) que se ha hecho común llamar «variables». Y estos signos no se refieren a individuos, sino a atributos o clases (los predicativos) y a enunciados, proposiciones o «juicios» (los de enunciados). ¿No es entonces arbitrario decretar que esos signos no pueden ligarse, cuantificarse? Lukasiewicz había propuesto incluso una cuantificación de la lógica de enunciados en la que figuraban expresiones con «variables» cuantificadas que referían a enunciados o «juicios», como, por ejemplo: ‘para toda proposición p y para toda proposición q, si p implica q, entonces no-q implica no-p. Aquí p y q, que refieren a abstractos (a «juicios»), están cuantificadas, ligadas, usadas, por tanto pronominalmente, como verdaderas variables. Si ese uso es necesario (y no sólo lícito), entonces ya la lógica de enunciados está comprometida en una ontología que postula la existencia de entidades abstractas (los «juicios»).

Quine responde a esa preocupación del modo siguiente: en lógica de enunciados y en la lógica de predicados de primer grado, esos signos no son en realidad variables, pues se manejan como valores fijos. Más precisamente: no es necesario considerarlos de otro modo que como valores fijos, pues con esa consideración basta para obtener todos los teoremas de esas dos teorías completas, los teoremas de toda la lógica elemental. No basta con que un signo de un lenguaje sea indeterminado para que sea una variable. Indeterminados son también, por ejemplo, en expresiones de las ciencias naturales, signos que no son variables, sino parámetros, o sea, representantes de entidades que, aunque indeterminados al leer la expresión correspondiente según su valor de ley general, son en realidad fijos, constantes, en cuanto que la expresión se hace verdadero enunciado concreto. A esos signos de la lógica elemental o pura que tienen el aspecto de variables pero que en realidad se comportan como parámetros, da Quine el nombre de «letras esquemáticas». No son verdaderas variables, «huecos» para todos los valores que se encuentran en un determinado campo de objetos, sino que son, por así decirlo, núcleos fijos de la estructura de la expresión. Con esto dice también Quine su clara palabra en el largo y fecundo discurso de aclaración del concepto de variable, iniciado por Frege al corregir el vago uso de esa noción y de la función en la tradición matemática procedente de Euler.

Uno de los problemas filosóficos más importantes que plantea la lógica es el de la naturaleza misma de la lógico. Y tal vez no haya punto en el cual el pensamiento de Quine se aleje más creadoramente del dogma vienés de la tautología. La filosofía neopositivista de la ciencia había definido el sentido de las expresiones por su verificabilidad empírico-sensible Como las expresiones de una teoría formal no son, obviamente, verificables de ese modo, fue necesario al positivismo moderno arbitrar para ellas otro criterio de sentido, a menos de declararlas lisa y llanamente sinsentidos. La solución neopositivista reproduce de un modo u otro la tesis del Tractatus de Wittgenstein: las expresiones formales tienen significación, a pesar de no ser verificables, porque son tautologías, sustraídas a cualquier relevancia y afectabilidad empíricas.

La filosofía de la ciencia de Quine, que parte de la crítica del criterio de verificabilidad que se encontrará en el segundo ensayo de ese volumen, puede resumirse en la llamativa metáfora que llama a la ciencia «un campo de fuerzas cuyas condiciones límite da la experiencia». La metáfora es otras veces más geométrica: el saber sería como un rectángulo que no está en contacto con la experiencia sino a lo largo de su perímetro. Lo esencial es que la ciencia, el saber, cubra bien su línea de contacto con la experiencia. La organización interior del rectángulo no tiene más ley imperativa a que obedecer que la de posibilitar aquel contacto según todos los elementos disponibles. Las parcelas del saber que se encuentran más lejos del perímetro estarán menos expuestas que las periféricas a que las reorganicemos y corrijamos al ampliarse el rectángulo, en caso de que en la línea de contacto se produzcan conflictos (Y los teoremas de la lógica formal estarían, según la metáfora, alejadísimos de la periferia). Pero esto no quiere decir que la ciencia se niegue en redondo a considerar intocables los elementos «centrales». Cuando ello se impone, se corrigen también éstos. Y con este último comentario a su metáfora, Quine quiere indicar que no viendo para los teoremas de la lógica más origen posible que el mismo filtrado a través del perímetro por el que han surgido los teoremas de las demás ciencias, tampoco ve por que la teoría lógico-formal haya de considerarse libre para siempre del impacto empírico, por ser «tautológica» o «evidente». «La unidad de significación empírica es el todo de la ciencia», incluyendo en ese todo el saber acerca del hombre, y en el todo del saber está incluida la lógica, en el todo del saber humano, no en el lugar supraceleste de los universales platónicos, ni en el limbo infraterreno de la huera significatividad por tautología.

Aunque sin mucha formulación explícita, hay así en Quine algo no muy frecuente entre los lógicos contemporáneos: una noción de lo lógico mismo a la altura de la teoría del objeto lógico elaborado por la tradición, sin duda, con mucha menos claridad, precisión técnica y libertad filosófica que las aplicadas por los lógicos de hoy, pero con bastante más sensibilidad para la problemática filosófica de su ciencia [4]. El presente volumen de Quine mostrará al lector de lengua castellana que esa sensibilidad filosófica no se ha perdido tampoco del todo entre los grandes especialistas contemporáneos y que, con los instrumentos de que hoy dispone, la investigación filosófica de lo lógico puede conseguir resultados bastante más conclusivos y precisos que la admirable especulación lógico-filosófica de la tradición aristotélica.

Notas de Sacristán:

[1] Willard Quine, El sentido de la nueva lógica, traducción de Mario Bunge, Buenos Aires, Editorial Nueva Visión, 1958.

[2] Willard van Orman Quine, Los métodos de la lógica, traducción castellana de M. Sacristán Luzón, Barcelona, Ed. Ariel, 1962.

[3] Quine tiene en mucho aprecio a uno de los representantes más destacados -pero también, hoy, de los más flexibles- del horror philosophiae neopositivista: Carnap. La formación inicial de Quine como lógico, con Whitehead, entre 1930 y 1932, ya con su título en matemáticas, no era en cambio de esa tendencia. En 1933, Quine visitó en Europa los grandes centros de la lógica: Viena, Praga y Varsovia. Y la influencia de la escuela polaca está frecuentemente en la base de la formación filosófica de los lógicos no positivistas. En todo caso, y como podrá apreciar el lector de este libro, Quine se encuentra muy lejos de los dogmas esenciales del neopositivismo, a la crítica de dos de los cuales está dedicado precisamente el segundo ensayo del volumen.

[4] Dewey se ha referido muy exactamente a la situación de confusión filosófica en lógica, provocada en última instancia por el tenaz deseo de muchos especialistas de cerrarse positivísticamente a la problemática que tradicionalmente se llamó «proemial» en lógica, la problemática relativa a la naturaleza de la lógico mismo: «La teoría lógica contemporánea nos ofrece una manifiesta paradoja. Hay un acuerdo general por lo que se refiere a su objeto inmediato . Con respecto a este objeto, en ninguna otra época observaremos una marcha más segura. Pero, por otra parte, su objeto último es tema de controversias que apenas si tienen viso de acallarse» (Lógica. Teoría de la investigación, traducción de E. Imaz, México, Fondo de Cultura Económica, 1950, p. 13).

Solapa

Dewey escribió en su  Lógica que mientras los modernos progresos de la lógica simbólica han permitido un acuerdo universal acerca de la técnicas de esa ciencia, la disputa sobre su «objeto último», sobre la naturaleza misma y la función de la lógica, «no tienen viso de acallarse». La colección de estudios lógico-filosóficos de Quine, presentada bajo el título de Desde un punto de vista lógico, contiene, sin embargo, mucho que podría contribuir a acallar aquella disputa.

En los ensayos I, III, IV, VI y VII, el autor se enfrenta con el más antiguo y convencional problema filosófico planteado por la lógica formal -el de los universales-, y lo aclara, desde un punto de vista lógico interno, estableciendo un criterio de «compromiso ontológico» que permite precisar qué tipo de entidades, concretas o abstractas, son supuestas para cada lenguaje dado. El criterio de compromiso ontológico se basa en la teoría pronominal de la variable ligada, teoría según la cual la ontología supuesta por su lenguaje es el conjunto de los relata de los pronombres de ese lenguaje.

El ensayo II dedicado al reductivismo y al criterio de verificabilidad positivista, arguye por vía crítica la plausibilidad del citado criterio de «compromiso ontológico». Los ensayos VIII y IX, cuya función es también predominantemente crítica, amplían el ámbito de aplicación de la «teoría pronominal» a la lógica modal, y resuelven dificultades que dicha teoría podría presentar a propósito de la cuantificación existencial.

El ensayo V, por último, reimpresión mejorada del estudio más conocido de Quine -«Nueva fundamentación de la lógica matemática»-, da al lector el instrumental lógico necesario para seguir los desarrollos, más técnicos, de la segunda parte del volumen.

Como consecuencia de sus soluciones a esa temática lógica fundamental, que vertebra todo el libro, Quine expone, especialmente en el ensayo II, las nociones básicas de una teoría de la ciencia que rechaza la noción de que la «unidad de sentido empírico», lo verificable por la experiencia científica, sea el teorema suelto, la operatividad de la noción aislada. La unidad de significación empírica es más bien, según el autor, el todo de la ciencia.

Si la reflexión sobre la lógica desemboca así en una consideración de la significatividad científica, en los cimientos de una teoría de la ciencia, ésta repercute a su vez en la concepción de la lógica. Pues siendo la unidad significativa el todo del saber, la significatividad de los teoremas lógico-formales debe venir también de ese todo del conocimiento que es la verdadera unidad significativa, y no del criterio de «evidencia» tradicional ni del de «tautología» de los positivistas.

* * *

Nota edición:

En el fondo de reserva de la Universidad de Barcelona pueden verse anotaciones de lectura de Sacristán sobre Filosofía de la lógica, Los métodos de la lógica y Palabra y objeto de Quine. Como se señaló, Sacristán tradujo además Las raíces de la referencia. Para la edición castellana de esta obra, escribió la siguiente solapa:

«W. V. Quine es, sin lugar a dudas, uno de los más importantes filósofos de nuestro tiempo. Perfecto dominador, por una parte, de la lógica formal -ciencia a la que ha aportado contribuciones que le convierten en uno de los más importantes lógicos vivos- y, por otra parte, gran conocedor de la filosofía tradicional y contemporánea, sus obras filosóficas son hoy ya verdaderos clásicos en la materia. Podríamos describir el talante intelectual de Quine como una sabia combinación de rigor formal y sensibilidad filosófica. Ello le permite estudiar los grandes problemas de la filosofía de siempre con las más refinadas técnicas del análisis lógico actual.

Aunque los escritos filosóficos de Quine son numerosos, es pieza fundamental de su obra el titulado Palabra y objeto, tal vez, de ellos, el más conocido. Pues bien, el libro que presentamos al lector de habla española constituye una prolongación de esa obra, un desarrollo en detalle de algunos de los problemas que aquélla dejaba planteados. ¿Cómo es que el hombre llega a ser capaz de comprender y dominar una teoría científica? Más en general: ¿cómo es que el hombre es capaz de hablar no sólo acerca de cosas observables, sino también de objetos abstractos? O bien: ¿cómo es que a partir de los datos de los sentidos podemos llegar a una concepción general del mundo? He ahí, pudiéramos decir, la pregunta a la que Quine trata de responder en el presente ensayo. Como se ve, y en contra de lo que pudiera hacer pensar el título, más bien especializado, de la obra, se trata, por tanto de un problema central de la filosofía de todos los tiempos que Quine viene a estudiar con una nueva sutileza. Encontramos además en estas páginas algunas de las más resonantes concepciones de Quine, en su formulación más reciente y afinada, como, por ejemplo, su impugnación de la distinción tradicional entre lo analítico y lo sintético, o su idea de ontología. Escrito en el inimitable estilo irónico y penetrante del ilustre filósofo, tiene este libro un extraordinario interés, no sólo para los estudiosos de disciplinas filosóficas tales como la lógica, la filosofía del lenguaje, la teoría del conocimiento, sino también para los de disciplinas científicas como la psicología o la lingüística.»

En una de sus notas de traductor (pp. 13-14), Sacristán señalaba: «Nelson Goodman [autor de la introducción del libro de Quine] hace aquí chistes exagerando la costumbre de Quine -el mejor escritor entre los lógicos- de utilizar humorísticamente palabras de la lengua cotidiana donde cualquier otro autor instalaría un término técnico, a poder ser latino o griego. Ya hace quince años, al traducir Methods of Logic [Los métodos de la lógica], renuncié, derrotado, a reconstruir los chistes con sweep y swoop, sobre los que aquí riza el rizo Goodman, y traduje los pasos correspondientes sobre la técnica del análisis veritativo-funcional usando el término «resolución» y su verbo. También aquí renuncio a traducir el gracioso fuego artificial de Goodman, que dice así: «But here I am probably guilty, in the lenguaje of Methods of Logic, of making, in the full sweep of a fell swoop, what amounts to a full swap or even a foul swipe [Pero aquí probablemente yo esté cometiendo el error de hacer, según el lenguaje de Los métodos de la lógica, de golpe lo que representa un cambio total o incluso un golpe bajo]»

También en algunas de sus interesantes notas de traductor Sacristán se refirió a aspectos de la obra Quine. En los siguientes casos por ejemplo:

1. El neologismo «insumo» traduce «input». Tomo el término de varias publicaciones hispanoamericanas de teoría y política económicas. «Input» es término que procede del léxico de esa esfera. Otra traducción frecuente (en esas mismas ciencias) es «factor» (de un producto, output ). En el contexto de Quine «input» quiere decir lo absorbido, lo recibido e introducido. Por su etimología, «insumo» me parece sugerir la idea con una apreciable plasticidad.

2. El autor [Quine] -familiar con la lengua y la cultura castellanas- utiliza como ejemplo nuestro «No hay nada». Puesto que adaptamos los ejemplos y razonamientos basados en el inglés, dando en su lugar otros basados en el castellano, parece coherente construir aquí un ejemplo no castellano.

3. Las partículas «si-entonces», usadas en el sentido del texto, dan una locución un tanto forzada desde el punto de vista del espíritu de la lengua castellana; lo mismo puede decirse de la expresión «si y sólo si»; pero ambas son de uso universal en los estudios lógicos y es conveniente darles carta de naturaleza.

4. Por «correcta» se vierte «sound». «Sound » y «soudness » son términos que toda la literatura lógica no-inglesa recoge generalmente sin traducir. Traducciones más literales -«sana», «consistente», «sólida»- se hacen poco recomendables por demasiado pintorescas («sana», «sólida») o por presentar posibilidades de confusión con el sentido corriente de consistencia (que se dice de sentencias y esquemas, no de deducciones). Incidentalmente escribiremos también «sound» (o «soundness») sin traducir, además de «correcta» (o «corrección»)».

Ya en una conferencia de 1964 sobre formalismo y ciencias sociales, impartida en el Aula Magna de la Universidad de Barcelona, puede verse esta anotación sobre la teoría del conocimiento científico de Quine: «(…) Seguramente vale la pena abrir aquí un paréntesis un poco más largo para discutir brevemente que es lo formal. Si Vds. me permiten, para ahorrar tiempo que nos hará falta para otras cosas, decir una frase definitoria, un poco metafísica y un poco dogmáticamente, sin mayor fundamentación, apelando fundamentalmente a la intuición de Vds., diré, siguiendo a un gran lógico americano Quine, que lo formal es algo así como el marco de posibilidad del conocimiento. Quiere decirse, el conocimiento poseído, concreto en un momento dado, tiene determinadas normas de construcción; ampliar ese conocimiento, añadirle conocimiento, implica respetar esas normas de construcción, salvo, naturalmente, los casos límites en los cuales haya que romper la estructura misma de la teoría. Quine, interpretando de un modo dinámico e histórico esto del marco de posibilidad del conocimiento, ejemplifica esto con una metáfora muy material, un poco brutal, pero bastante graciosa, ilustrativa, que vale la pena reproducir. Dice Quine: si el campo del conocimiento en general puede ejemplificarse por un paralelogramo, entonces ese paralelogramo no está en contacto real, directo, con la naturaleza, con la realidad, más que por su polígono, por sus lados, mientras que el conocimiento estructurado permanece por regla general interior a ese campo, no tiene más que esos determinados puntos de contacto con la realidad y está, según los casos, más o menos lejos de la realidad, más o menos lejos de los lados, de modo que cuando en los lados se produce una crisis y hay que alterar algo, tendremos que alterar proposiciones, formulaciones de conocimiento que están cerca de los lados; pues bien, las proposiciones formales, la proposiciones, por ejemplo, de la lógica formal son muy internas a ese rectángulo, de modo que son las que más difícilmente alteraremos, porque ellas son como el núcleo de cristalización en torno al cual se ha estructurado el rectángulo, lo que no quiere decir de un modo absoluto que no las vayamos a alterar nunca. Hay ejemplos recientes que parecen, aunque todavía no es nada seguro, haber aconsejado una alteración de ese núcleo estructural, formal, del conocimiento en algunas ramas de la teoría física. Pero en todo caso, con esta interpretación dinámica e histórica de lo que es ese marco de posibilidad del conocimiento, podemos mantener la noción.»

Preguntado Quine por si estos trabajos de traducción de Sacristán, habían generado alguna correspondencia entre ambos, el 11 de diciembre de 1997, a sus 95 años de edad, casi a vuelta de correo de una carta mía, contestó de su puño y letra negando tal posibilidad. En los términos siguientes:

Dear Sr. López,

I regret to say that I knew Sacristán only through his traslations. I find no correspondence and recall more.

Sincerely yours, W. V. Quine