Si la vuelta al statu quo ya no es posible, un cambio radical -como la supresión completa de la oligarquía en el poder- sigue siendo algo poco probable. Este año quedará en la memoria debido a las manifestaciones antigubernamentales más importantes y más duraderas de la historia moderna de Irak. Lo que comenzó en octubre […]
Si la vuelta al statu quo ya no es posible, un cambio radical -como la supresión completa de la oligarquía en el poder- sigue siendo algo poco probable.
Este año quedará en la memoria debido a las manifestaciones antigubernamentales más importantes y más duraderas de la historia moderna de Irak.
Lo que comenzó en octubre como una manifestación relativamente pequeña realizada por jóvenes, en su mayor parte sin empleo o en subempleo, se ha convertido rápidamente en un movimiento de masas que exige la caída del régimen. El gobierno y sus milicias paramilitares aliadas han respondido con una violencia desproporcionada, matando hasta ahora a más de 400 manifestantes e hiriendo a miles.
En parte como reacción a esta represión, grupos de manifestantes han atacado oficinas de partidos políticos y de paramilitares, así como consulados iraníes de Kerbala y Nadjaf. Las y los manifestantes han obligado finalmente al Primer Ministro Adel Abdel-Mehdi a dimitir, pero esto no podía tener más que un impacto menor en la confrontación y las negociaciones entre la calle y las facciones en el poder.
Cambios cosméticos
Los grupos políticos que pusieron a Adel Abdel-Mehdi en su posición siguen teniendo en sus manos el poder de nombrar un nuevo Primer Ministro y de determinar la trayectoria del país en 2020. Maniobrarán para mantener el statu quo dándole cambios cosméticos al sistema y manejando el bastón y la zanahoria para debilitar o desmantelar al movimiento de protesta.
Sin embargo, le élite política está confrontada a una vigilancia sin precedentes por parte de la sociedad irakí, y su esperado fracaso en la puesta en marcha de las reformas más importantes podría dinamizar aún más el movimiento de protesta. Las próximas etapas que debe franquear la élite, comenzando por la selección de un nuevo Primer Ministro y la aprobación de una nueva ley electoral, determinarán la trayectoria de los acontecimientos en 2020.
Es difícil imaginar un proceso harmonioso por el que las facciones dirigentes tomarían las buenas decisiones, cerrando así la distancia de confianza entre ellas y el público. Estas facciones han canalizado de forma parasitaria los recursos del Estado hacia sus milicias y redes clientelistas, y su supervivencia depende de la perpetuación del sistema de reparto del poder (conocido como muhassesa), que distribuye estos recursos entre ellas a la vez que atenúa la responsabilidad de los fracasos y de los disfuncionamientos del gobierno.
La clase dirigente se ha asegurado poder permanecer en el poder y continuar extrayendo los recursos atacando al Estado de derecho, manipulando las elecciones y haciendo uso de la violencia legal y extralegal.
Las y los manifestantes demandan el final de estas prácticas parasitarias reforzando la imposición del Estado de derecho para esas facciones, introduciendo un sistema electoral que no reproduzca su dominación y poniendo fin al reparto de los puestos y de los recursos del Estado. Tales reformas, si fueran puestas en práctica de forma auténtica, debilitarían probablemente a las facciones dominantes -y esa es la razón para considerar ingenuo esperar que se sometan voluntariamente a dichas reformas.
Afirmar su dominación
De hecho, algunas de estas facciones, principalmente las apoyadas por Irán, continúan promoviendo la versión de los acontecimientos según la cual el movimiento de protesta sería un «complot del extranjero». Además de la supuesta implicación de milicias apoyadas por Irán en la represión, el secuestro y la intimidación de activistas, han organizado contramanifestaciones concebidas como una tentativa de retirar «elementos desordenados» de la plaza Tahrir, un lugar emblemático de la protesta en la capital Bagdad.
Las facciones dominantes en el seno del gobierno podrían decidir intensificar la utilización de medidas opresivas, afirmando aún más su dominación sobre los aparatos de seguridad y haciendo de Irak un Estado más autoritario. Ya se han cerrado medios simpatizantes del movimiento de protesta, internet ha sido suspendido de forma intermitente y ninguno de los principales dirigentes que han ordenado el asesinato de manifestantes ha sido llevado ante la justicia.
Pero el autoritarismo significa una mayor consolidación del poder entre las manos de una facción dominante, si no única, lo que no es el caso actualmente, dada la naturaleza fragmentada del poder en Irak. El coste de tal planteamiento podría revelarse muy elevado, dado que otras fuerzas políticas y de sociedad se le resistirían para proteger sus propias partes de poder, de autonomía o de influencia.
No hay visión clara para unir a las facciones en el poder, y algunas de ellas utilizan la crisis actual para mejorar su peso político y su influencia, lo que complica aún más la situación.
La dimisión de Abdel-Mehdi ha puesto fin a la «asociación» poco clara entre la coalición Sa´irun de Moqtada al-Sadr y el Fateh, una alianza de partidos y de paramilitares apoyados por Irán. Las dos coaliciones eligieron a Abdel Mehdi como candidato de compromiso en 2018. Sadr ha declarado que no formaría parte de un nuevo acuerdo entre élites para nombrar el próximo Primer Ministro sin obtener la aprobación de la gente que se manifiesta.
Llegar a un nuevo acuerdo
Aunque se haya aprovechado del sistema de reparto del poder, Sadr saca en gran parte su poder político del movimiento popular constituido por sus partidarios entre la población chiíta, en su mayor parte desfavorecida. En tanto que líder populista, no puede mantener este poder (que está ya amenazado por el movimiento de protesta independiente y popular) permaneciendo por entero del lado de la élite dirigente. Al mismo tiempo, podría verlo como una oportunidad de cambiar la ecuación política en su favor.
El muy influyente gran ayatolá Alí Sistani, cuyo sermón del 29 de noviembre fue interpretado por Abdel Mehdi como una demanda de dimisión, ha ordenado a sus representantes que no apoyen a ningún candidato, pues piensa que las élites políticas deberían salvarse adoptando verdaderas reformas.
Esto ha puesto al Fateh y a sus grupos aliados, como los dirigidos por Nouri al-Maliki y Falih al-Fayyad, frente a una decisión difícil. Si seleccionan un candidato sin la aprobación de Sadr o el apoyo de Sistani, entrarán en confrontación directa con la calle. Su opción ideal sería lograr un nuevo acuerdo con Sadr, lo que podría significar aceptar un reparto del poder menos favorable que el asegurado por la opción de Abdel Mehdi.
Dicho esto, todo acuerdo potencial estará en gran medida influenciado por la reacción de la calle. Hoy, el factor determinante del cambio es la capacidad de un gran número de irakíes para movilizarse y coordinar acciones de protesta sin la participación ni la manipulación de un grupo político organizado. El éxito del movimiento de protesta se basa en su capacidad para desarrollar un programa coherente para el futuro y a transformar la movilización de la calle en una fuerza política organizada.
Elaborar una alternativa clara
En Irak, igual que en muchos otros países, este tipo de movimiento de protesta sin dirección y no partidario se ha revelado capaz de sorprender a las élites dirigentes, pero ha fracasado a menudo en elaborar una alternativa clara o en transformar la movilización de la calle en una victoria electoral.
Además, la capacidad de las y los manifestantes de conservar el apoyo de la sociedad es otro desafío, tanto más cuanto que las fuerzas del régimen intentan poner en evidencia el lado «desordenado» de las manifestaciones y las acciones de los elementos menos disciplinados de entre quienes participan en las manifestaciones. Sin el apoyo y la simpatía de la mayor parte de los segmentos de la sociedad, las y los manifestantes tendrán dificultades para mantener el nivel de movilización y de resiliencia del que han gozado hasta ahora y podrían sufrir una «fatiga revolucionaria», lo que les haría vulnerables a las tentativas de intimidación de las facciones dirigentes.
Si la vuelta al statu quo de antes de octubre ya no es posible, un cambio radical, es decir la supresión completa de la oligarquía en el poder, sigue siendo poco probable. En lugar de esto, la confrontación y la negociación entre la calle y la oligarquía proseguirán y su resultado dependerá de quien de las dos partes de pruebas de mayor capacidad de resistencia y de adaptación.
Harith Hasan es responsable de investigación en el Carnegie Middle East Center y becario en el SFM de la Universidad de Europa Central.
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur