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¿Quién hará la poesía?

Fuentes: Cubarte

La ciencia se desarrolla con tanta rapidez que pronto el hombre «emulará con Dios» al ser capaz de realizar dos creaciones hasta ahora llamadas «divinas»: la vida y la inteligencia artificial creativa. Se repetirán en laboratorios las maravillosas combinaciones químicas que hace millones de años, ayudadas por un roce de electricidad, y por obra quizás […]

La ciencia se desarrolla con tanta rapidez que pronto el hombre «emulará con Dios» al ser capaz de realizar dos creaciones hasta ahora llamadas «divinas»: la vida y la inteligencia artificial creativa.

Se repetirán en laboratorios las maravillosas combinaciones químicas que hace millones de años, ayudadas por un roce de electricidad, y por obra quizás del azar, produjeron la primera manifestación de vida en el planeta.

Científicos dedicados a crear la inteligencia artificial creativa consideran necesario que la poderosa computadora diseñada para estos fines sea dotada también de emociones. De este modo será equiparable al cerebro humano.

Con sorpresa escucho hablar en algunos medios de algo aterrador: el hombre posiblemente será sólo un eslabón de la cadena evolutiva y su espacio lo ocuparán las máquinas.

La mal llamada «sociedad del conocimiento» se caracteriza por una abrumadora y creciente desigualdad entre naciones ricas que dominan la ciencia y la tecnología, y la mayoría de los países pobres que se ven incapacitados y alejados del mundo científico técnico.

En un universo regido por el sistema capitalista, la ciencia y la tecnología sufren un proceso degenerativo de carácter moral y ético por estar sometidas a las leyes del comercio. La ciencia y las tecnologías en gran medida son controladas por las férreas manos de unas pocas transnacionales preocupadas sólo en obtener ganancias.

Quienes en estos momentos no se hayan subido a la locomotora de las tecnologías de avanzada, entre otras la informática y la electrónica, la ingeniería genética y la biotecnología, y la nanotecnología, no podrán salir del subdesarrollo. En especial, el crecimiento de la llamada «brecha digital» entre el primero y el tercer mundo tiene y tendrá efectos demoledores para el futuro de éste último. Sus pueblos contemplarán desde el abismo cómo crece aceleradamente la distancia que los separa de los ricos. Esto a su vez, contribuirá a hacer imparables las migraciones del sur hacia el norte.

 

Al consumismo desenfrenado, causante principal de la destrucción del medio ambiente, dirigido a atomizar a la sociedad y transformar a los ciudadanos en «clientes autómatas», se le une el mal uso mediático de la televisión comercial y ahora, de ese nuevo prodigio que es la informática, para a través de ellas, introducir en la mente de millones personas una especie de subcultura, con banales y enajenantes entretenimientos.

Fuentes autorizadas señalan que sólo el 10% de los mil millones de cibernautas utiliza Internet para buscar información y el resto usan su PC en chatear, comprar, acceder a intrascendentes, en nocivos juegos electrónicos o en la pornografía.

A la ciencia le ocurre como al incremento del Producto Bruto Interno (PIB) y su reflejo en la sociedad. La economía de un país crece, su PIB aumenta un alto por ciento durante varios años, pero esto no se traduce necesariamente en un mejoramiento de los niveles de vida de la población.

Si persisten o se agudizan las desigualdades sociales, el hambre, las enfermedades, el analfabetismo, la incultura, ¿cuál es entonces el objetivo del crecimiento de la economía?, ¿beneficiar a un pequeño grupo de personas?

Si la ciencia se desarrolla rápidamente en una parte reducida del mundo y continúan las precariedades y la incultura en el resto del planeta, ¿para qué sirve la ciencia?

Si el mundo es capaz de satisfacer las necesidades de alimentos de la humanidad por la extraordinaria productividad/hombre alcanzada gracias a la ciencia y a la tecnología, ¿por qué hay 800 millones de hambrientos?

Si la informática se desarrolla presurosamente, si los sofisticados equipos electrónicos se hacen viejos en sólo unos meses, si se crean super computadoras capaces de realizar millones de operaciones en sólo unos segundos, si existen mil millones de PC en manos de la población mundial, principalmente en los países ricos, ¿por qué hay cientos de millones de personas que no pueden disfrutar siquiera de los servicios de electricidad o teléfono? A fines del 2007 la tasa de Internet era de 75 usuarios por 100 habitantes y entre los países subdesarrollados (tres cuartas partes de la población mundial) se situó en torno al 17 por ciento.

Si somos capaces de llegar a la luna, de crear un súper acelerador de partículas subatómicas para descubrir los misterios de la creación del universo o de realizar sondeos en el espacio a través de potentes telescopios, de descubrir el genoma humano (y comprobar que no hay diferencias entre los seres humanos, salvo las que ha provocado el clima y en primer término el sol),

y múltiples adelantos más, ¿cómo es posible que perduren en el mayor atraso las dos terceras partes de la humanidad y se agudicen las diferencias entre los países ricos y pobres. Esto ocurre como expresión de la dialéctica del avance asimétrico de la sociedad actual, en el que en el mismo proceso de acumulación mundial de capital, el sistema reproduce eternamente a los países ricos y a los pobres. Se cumple así lo señalado por Marx en relación al desigual desarrollo de los países en el sistema capitalista.

Una simple mirada a nuestro alrededor nos dará una visión verdaderamente caótica: junto al innegable y positivo progreso de las ciencias que convertidas en fuerzas materiales contribuyen decisivamente a elevar la producción y los servicios y a aliviar el dolor humano, de manera paralela se aprecia su acelerado, incontrolado y peligroso desarrollo en esferas que nada tienen que ver con las necesidades humanas. De manera inaudita crecen el hambre y la miseria, epidemias que eliminan a poblaciones completas como la del VIH, (otras como el paludismo y el dengue, afectan de manera implacable al mundo subdesarrollado). Es una vergüenza que en el siglo XXI la tuberculosis renazca con fuerza, en la misma medida en que crecen la pobreza y la incultura.

Si se dedicara lo que ahora se dilapida en producir armas y en innovaciones científicas y tecnológicas para la industria bélica, a erradicar la pobreza y el subdesarrollo y a cuidar la naturaleza del planeta, así como en promover las investigaciones contra todas las graves enfermedades (desde epidemias como las del SIDA, hasta el cáncer), la humanidad y el mundo se salvarían.

Desde que el científico Robert Oppenheimer logró hacer estallar la primera bomba atómica el 16 de julio de 1945 como culminación del proyecto Manhattan impulsado por el presidente Roosevelt, ha llovido mucho. El poder destructivo de las dos bombas que lanzó el gobierno de los Estados Unidos sobre las ciudades indefensas de Hiroshima y Nagasaky (quizás la acción más deleznable jamás realizada por el hombre) ha sido acrecentado centenares de veces. Un puñado de países, en primer lugar los Estados Unidos, cuentan con miles de bombas atómicas capaces de destruir el planeta en unos minutos.

En Irak, ante la mirada indiferente de muchos, el ejército invasor de los Estados Unidos ha hecho uso indiscriminado de proyectiles recubiertos con uranio empobrecido, lo que afectará a la población de este país por miles de años. Ahora se comienzan a producir las llamadas armas atómicas tácticas, para ser usadas en combate contra ejércitos enemigos.

El programa de utilizar el espacio extraterrestre para realizar guerras utilizando satélites y rayos láser o alfombrar el espacio extraterrestre con bombas atómicas (recordar la famosa Guerra de las Galaxias de Reagan), parecería ser algo escapado de la ciencia ficción, si la información que nos llega no nos enseñara que será una realidad en un futuro no tan lejano. A la preparación de la guerra en el espacio, los Estados Unidos dedican ingentes esfuerzos para mantener su dominio militar sobre el resto del planeta.

Se realizan estudios de cómo dominar el clima y dirigir y provocar severas sequías, interminables diluvios, pavorosos huracanes en áreas geográficas seleccionadas ¿Será posible o no en un futuro próximo, lograr este enorme poder científico técnico y utilizarlo como un arma de guerra para destruir a los enemigos? No lo sabemos, pero de seguro está entre los sueños y objetivos de los señores de la guerra.

Transcurridos 63 años de la primera explosión nuclear, la nueva ciencia de la nanotecnología ya trabaja el átomo o sea el control y la manipulación de la materia a una escala menor que un micrómetro, es decir, a nivel de átomos y moléculas que en un futuro podrán ser utilizados en muchas esferas.

Esta es una ciencia que está en sus comienzos, sus aplicaciones son prometedoras en los campos de la energía, la industria, el tratamiento de enfermedades.

Pero la nanotecnología también crea severas amenazas en el campo de la industria armamentística. Se estima que en dos o tres décadas existirán armas del tamaño de una molécula que serán más poderosas que las nucleares, químicas y biológicas actuales. Se trabaja también en crear organismos híbridos que puedan estar formados por mecanismos nanoscópicos y biológicos en función de realizar labores de carácter militar. Un ejemplo de esto es que la Universidad Tufts trabaja en el desarrollo de unos nano-soldados, que se construirían con biomateriales y una estructura basada en la biomecánica de las orugas, lo que les permitiría introducirse en edificios enemigos a través de minúsculos agujeros, y una vez al otro lado, metamorfosearse y adquirir un tamaño 10 veces más grande, cumplir sus tareas y destruirse.

Científicos estadounidenses, de la Universidad de Berkeley que trabajan con financiación del Pentágono, han conseguido crear un nuevo material gracias a la nanoingeniería que puede desviar los haces de luz. Este descubrimiento permitiría que los objetos tridimensionales, al esquivar la luz, se oculten a la vista, o sea se lograría la tan ansiada invisibilidad informa la revista Nature.

Todos los días nos sorprenden informaciones sobre experimentos que se realizan con extraños ingenios creados en laboratorios militares estadounidenses como los «insectos espías» (diminutos dispositivos electrónicos volantes), o aviones dotados de especiales rayos X, que permiten ver a través de las paredes de los edificios. El Pentágono dedica grandes recursos a estas investigaciones científicas con fines bélicos.

Hay científicos que alertan del peligro de la posibilidad de la reproducción sin control de este tipo de armas nanotecnológicas, ya que los materiales necesarios para su fabricación estarán por todas partes. Algunos llegan a temer que los elementos nanotecnológicos creados por el hombre sean capaces de reproducirse por sí mismos.

Leemos noticias sobre determinados laboratorios científicos que cumplen solicitudes del Pentágono de como construir soldados robots, aviones y tanques sin tripulación con el objetivo de hacer las «guerras injustas» en uno de los 60 oscuros lugares del mundo señalados por W. Bush, sin que sus ejércitos imperiales sufran pérdidas humanas. Acabamos de conocer que ya está en Irak el primer tanque sin dotación, dirigido virtualmente, preparado para cazar insurgentes en las calles de Bagdad.

Los pueblos del norte opulento no deberían olvidar que en la medida en que la crisis del sistema capitalista se profundice, se agudicen las contradicciones entre los ricos y los pobres y se multipliquen por la lógica de la lucha de clases las rebeliones de las masas oprimidas, estas sofisticadas armas también podrían ser usadas contra ellos.

Hace unas semanas el periódico cubano Trabajadores, informaba sobre una nueva manifestación de doping en el deporte competitivo: el doping genético, casi imposible de detectar y el que permitirá crear súper deportistas. Se señalaba además que se podrían trabajar genéticamente a los embriones de los futuros atletas en los vientres de las madres.

El año pasado en un documental sobre el desarrollo de la informática y la electrónica, uno de los entrevistados, un ingeniero en cibernética, explicaba su posición ante estas nuevas tecnologías y con evidente satisfacción aseguraba que sus hijos, unos niños, en pocos años, tendrían implantados en sus cabezas chips de memoria que les permitirían acumular toda la cultura del mundo sin haber realizado ningún esfuerzo personal.

En laboratorios secretos de los Estados Unidos y de otros países se han realizado o se realizan experimentos sobre enfermedades epidemiológicas, cuyas bacterias y virus son modificadas a través de la ingeniería genética para provocar una mayor virulencia y poder utilizarlas como un arma de guerra. Son conocidas las informaciones sobre una investigación malograda que se inició hace unos años para descubrir un virus que causaría la muerte de aquellos seres humanos que no tuvieran los genes de tipo caucásicos.

En los campos cada vez más despoblados por el éxodo de los campesinos hacia las ciudades, los productos transgénicos invaden nuestro mundo agrícola, muchas veces comercializados sin tener en cuenta los efectos futuros en la salud de la población que los consuma. El uso de las semillas transgénicas que no permiten al campesino utilizar los frutos de sus cosechas para realizar nuevas siembras, encadena de por vida a los productores a las empresas transnacionales vendedoras de las simientes. Un grave efecto colateral será la destrucción de miles de variedades que han estado en manos del campesinado desde los albores de la humanidad y son indispensables para revitalizar la genética de los cultivos.

El uso de la más moderna tecnología por las agencias de Inteligencia de los países ricos con el fin de establecer el espionaje electrónico por medio de las llamadas «arañas cibernéticas» (computadoras especiales que responden a determinadas palabras claves y códigos) sobre las millones de conversaciones telefónicas que se realizan y así obtener información sobre la política, la economía, las ciencias y la tecnología de otros países, es una práctica ejercida de manera particular por los Estados Unidos.

En los propios países desarrollados el control por la vía electrónica de la vida de sus poblaciones se convierte en peligroso y creciente hábito. En aras de que se les garantice una supuesta seguridad contra el terrorismo, la población permite «agradecida» que poco a poco le arrebaten sus libertades democráticas y hasta se introduzcan en sus vidas privadas. La proliferación desmesurada de las cámaras de video situadas por doquier, y las recién aprobadas escuchas telefónicas por el Congreso de los Estados Unidos son prueba de ello.

No es ciencia ficción la posibilidad de que los más ricos emulando con el Fausto de Goethe, organicen con tiempo suficiente la clonación para ellos o sus descendientes. Con el uso de sus propias células se crearían personas casi idénticas, cuyos cuerpos serían utilizados para recibir por transplante el cerebro de quién quiere eternizar su existencia. Si lograran este espanto, no creo que el Dios cristiano al final de sus vidas perdone a sus almas. Lo que impide actualmente esto son consideraciones de orden moral y de carácter técnico.

Desde hace algún tiempo leo con preocupación informaciones similares a la que sostiene (agencia EFE) según la cuál en menos de cinco años habrá famosísimos actores virtuales creados con procesos digitales, mientras los tradicionales descansarán en sus casas.

Un ejemplo de cómo en este mundo de globalización neoliberal y el dominio de las transnacionales se niega el papel de la ciencia y la tecnología en su función de beneficiar a los trabajadores, es la Directiva recién aprobada por el Consejo de Ministros de Trabajo de la Unión Europea, que establece la jornada laboral de hasta 65 horas semanales (iniciativa que nos lleva de nuevo al siglo XIX), con el eufemismo de que los contratos de trabajo deberán ser acordados previamente entre los empleadores y los empleados (no hacen mención de la presión que ejercerán los conocidos ejércitos de desempleados). Para las élites gobernantes es menos «costoso» aumentar las horas de trabajo por el mismo salario, que desarrollar la ciencia, comprar tecnologías más modernas y aumentar la productividad laboral, aunque esto signifique un seguro declive en su eficiencia y capacidad competitiva.

Por otra parte se crean cada vez artificios más impresionantes en la rama robótica para sustituir el trabajo de los obreros. Esto tiene un positivo significado en la medida en que se logre aliviar al trabajador de actividades laborales ingratas, o peligrosas o rutinarias. Pero ese mundo siempre soñado por los empresarios capitalistas de suplantar al hombre en los procesos productivos, y que sus funciones sean realizadas por robots (los que no se organizan, ni piden mayor salario, ni luchan por sus derechos), no pasa de ser un absoluto absurdo.

Olvidan que el hombre nunca podrá ser sustituido. Los capitalistas para existir necesitan de los trabajadores (no importa cuáles sean las nuevas formas, modalidades o expresiones de las labores que estos realicen), como ocurre en toda unidad dialéctica.

Es el trabajo humano quien necesariamente crea el valor, aunque sea por medio o con el auxilio de las máquinas. Y por otra parte, ¿quién va a utilizar los bienes producidos?, ¿qué pasará cuando poblaciones enteras sobren? Al existir menos trabajadores empleados, se reduciría dramáticamente la comercialización de los bienes producidos y la economía se estancaría, los robots no reciben salarios, pero tampoco consumen.

Quizás esperen por los avances de las investigaciones que se efectúan sobre la manipulación de las funciones del cerebro para entonces domeñar a los seres humanos y poderlos expoliar sin contenciones.

Fidel Castro ha señalado en numerosas ocasiones que en una sociedad con justicia social, los hombres no pueden sobrar nunca. Un mundo posible y justo es aquel en que las máquinas realizarán las tareas más arduas y tediosas y los hombres que sean sustituidos de estas labores se dedicarán a actualizar sus conocimientos, a otras actividades productivas, a la ciencia, los servicios, al desarrollo de las artes y la cultura, a los deportes.

A este mundo sumido en el mayor de los caos, en el que las transnacionales utilizan los conocimientos científicos en explotar a los hombres y obtener dividendos y para la carrera armamentista y la guerra, se le opone la acción y el llamado de verdaderos científicos quienes han denunciado en diversos foros el peligro de que la naturaleza colapse producto de la actuación incontrolada del hombre.

El calentamiento de la Tierra por efecto de los gases, el crecimiento de los desiertos, la destrucción de los corales y la contaminación del mar, el deshielo del Ártico, del Antártico y de los glaciares de las altas montañas, la desaparición de numerosas especies de la fauna y de la flora, son claras manifestaciones de los horrores que se nos avecinan.

La primera causa de esto es el propio sistema capitalista y en un lugar privilegiado se encuentra el desenfrenado consumismo que se realiza en los países ricos. Si toda la humanidad consumiera con los percápitas de la población de ese pequeño grupo de países, se calcula que se necesitarían los recursos materiales de otros 5 planetas parecidos a la Tierra. El consumismo escandaloso que se realiza en los países ricos basado en los inescrupulosos créditos bancarios y las tarjetas de crédito tiene sus días contados o desaparecerá la especie.

Los políticos obnubilados por la desvinculación con la realidad, no prestan atención a este llamado de los científicos a la cordura, ya que el sistema esta hecho para que los países ricos y sus transnacionales en busca de ganancias vivan a costa de la explotación de los países pobres, y de sus propios pueblos y porque esto significaría enfrentarse a sus poblaciones, inducidas primero y ahora acostumbradas al derroche irracional. Parafraseando a Fidel Castro, los actuales dirigentes de los países capitalistas desarrollados parecen haber perdido el sentido común.

Uno de los objetivos de las élites dominantes es estimular los estudios superiores en aquellas ciencias aplicadas que contribuyan al desarrollo material, convertir a las universidades sólo en instrumentos de reproducir el conocimiento que necesitan para mantener el sistema, eliminando aquellas carreras y asignaturas que humanicen al hombre e inciten su preocupación por el destino de la humanidad, como son las de las Ciencias Sociales. Esta sociedad del consumo requiere de ingenieros altamente especializados en determinados conocimientos, pero absolutamente ignorantes de la historia, las artes, el pensamiento profundo.

Ejemplo de esto, son las nuevas modalidades de capacitación técnica que ofrecen las transnacionales europeas (en ellas se niega el estudio de otras asignaturas de carácter cultural), con la característica de que los gastos de equipamiento y el tiempo a invertir en la superación corren ahora por el propio trabajador. Los diplomas que acreditan los estudios cursados, entregados por las transnacionales, sirven de manera práctica cada vez más, en las solicitudes de trabajo en otras empresas, obviando así el papel del Estado en el control de la educación y de los programas y certificados oficiales.

Estados Unidos, con una economía parasitaría, gravada por la mayor deuda privada y pública del mundo en proporción a su PIB, necesita de las inversiones del resto del mundo para mantener el alto consumo de su población, en otro sentido sufre un proceso de perdida de su inmensa capacidad industrial al trasladar las transnacionales norteamericanas sus capitales a China y a otros países subdesarrollados en busca de mayores ganancias, a cambio de ser invadida por una avalancha de manufacturas chinas más baratas, producidas por el capital estadounidense.

El Imperio envuelto en una profunda e indetenible crisis sistémica con expresiones en las esferas financiera, energética y alimentaria, ha decidido basar su poderío hegemónico en su gigantesca fuerza militar y de manera concreta en el control de la ciencia y las nuevas tecnologías en función de la guerra. La élite de poder de los Estados Unidos con sus elevadas inversiones ha apostado por mantener la supremacía científica tecnológica y su poderío bélico para continuar avasallando al mundo.

Este desarrollo de la ciencia en el planeta a todas luces injusto y desigual ocurre mientras en la pequeña y bloqueada Cuba, debido a una política que trata de poner al hombre y a la justicia social en primer término, la ciencia se desarrolla en función de elevar la calidad de vida de la población, no sólo de la Isla sino de toda la humanidad, ejemplo de ello es la colaboración que ofrece a decenas de países subdesarrollados con decenas de miles de médicos y personal paramédico.

Antes de la Revolución de 1959, en Cuba al no existir la actividad científica organizada, sólo se apreciaban algunos esfuerzos realizados por la iniciativa de determinadas personalidades en medio de la total indiferencia de las autoridades.

La Revolución cubana desde su inicio trazó una audaz estrategia educativa-científica basada en lograr la alfabetización de la cuarta parte de la población que no sabía leer ni escribir, en organizar un amplio sistema de becas de estudio que permitió la incorporación a las aulas de cientos de miles de jóvenes, especialmente los hijos de obreros y campesinos; el envío de estudiantes a superarse a centros de estudios extranjeros; la creación de decenas de universidades las que establecieron un estrecho vínculo con el sector científico, el fortalecimiento de la Academia de Ciencias; la inauguración de numerosas instituciones científicas; y la elaboración de un programa científico relacionado estrechamente con el desarrollo de Cuba.

Progresivamente, ya en los 80, pese a los escasos recursos financieros y materiales, y gracias al extraordinario desarrollo de la educación, el país hizo un gran esfuerzo y realizó importantes inversiones en la creación de nuevas instituciones científicas dotadas de las más avanzadas tecnologías, con la concepción de unir integral y orgánicamente la investigación, los estudios clínicos, la producción y la comercialización. La política científica en esta etapa se ha basado en organizar los llamados Polos Científicos y en elaborar programas dirigidos a ejecutar puntuales investigaciones para enfrentar importantes enfermedades.

Estos centros establecieron desde el principio una necesaria cooperación y complementación entre ellos. Integrados por jóvenes científicos altamente capaces, consagrados por entero al trabajo, con pequeños presupuestos, y una fuerte vinculación al extenso y eficiente sistema de salud pública cubano han obtenido logros sorprendentes en la investigación y producción de numerosos productos de avanzada, obtenidos muchos de ellos por ingeniería genética. El último de estos descubrimientos ha sido la primera vacuna terapéutica del mundo contra el cáncer de pulmón.

Todos los proyectos de investigación de Cuba están encaminados a salvar vidas, a eliminar el dolor del hombre. Jamás en un laboratorio cubano se ha trabajado en crear engendros científicos para hacer daño a otros. Esto obedece simplemente a la ética de la Revolución.

¿Cuántos nuevos horrores se gestan en los laboratorios dedicados a la guerra? ¿Qué sentido tiene el dedicar a la ciencia a inventar nuevas armas, cuando sabemos que ellas pueden destruir al mundo? ¿Para qué necesitamos hacer super atletas capaces de derrotar a otros, romper marcas y records olímpicos que no hayan sido producto del esfuerzo y la voluntad de los propios deportistas?. ¿Qué objetivo tiene crear supuestos genios que atesoren de manera artificial por medio de chips, todos los conocimientos acumulados a través de miles de años?

¿Por este camino a dónde llegaríamos? ¿En que se convertiría la humanidad? ¿Dejaremos en manos de las máquinas inteligentes el hacer las novelas, o las películas con dobles virtuales u otras manifestaciones del arte? ¿Quién hará la poesía?

Las invenciones dirigidas a hacer guerras más mortíferas, a fortalecer regímenes represivo policíacos en base a la tecnología, y a embrutecer y envilecer al ser humano, son divulgadas ampliamente de manera acrítica y edulcorada por los medios de difusión del sistema. Terrible contradicción esta, en la que los que sufrirán en carne propia en un futuro no muy lejano, las graves consecuencias de estas locuras, ahora aplaudan co admiración y comenten alborozados, el desarrollo de estás nuevas aberraciones científicas y tecnológicas.

¿A qué se debe que las fuerzas de la ciencia y la tecnología no estén dedicadas completamente a enfrentar la acelerada destrucción del medio ambiente? ¿Por qué no consagrar las infinitas y maravillosas posibilidades de la ciencia a lo único verdaderamente importante: el bienestar de toda la humanidad, y así erradicar el subdesarrollo, la miseria, las epidemias?.

¿Cuál es la razón por la que la ciencia las tecnologías no puedan ser utilizadas en su totalidad para el bien de la humanidad y en cambio están en función de su desaparición? La respuesta está en el sistema capitalista, en su etapa de globalización neoliberal. Se hace indispensable y urgente el control de la sociedad organizada sobre la ciencia y la tecnología. Estas fuerzas no pueden ser dejadas en manos del capital y el mercado. Los límites del desarrollo científico en cada esfera deberán tener siempre un sentido humano, ético, moral y espiritual lejanos de cualquier interés egoísta.

La ciencia y las tecnologías se han convertido en las más poderosas fuerzas materiales que ha poseído el hombre. Nunca antes en la historia de la humanidad habían significado tanto para la humanidad. Pero la ciencia no es infinita, solo existirá el tiempo del hombre.

La ciencia responde al sistema social en el que se desarrolla y depende de quienes la controlan y la utilizan. La globalización neoliberal capitalista, por esencia represiva y militarista, basada en la especulación financiera irracional y en la privatización del Estado, ha colocado a la humanidad como nunca antes en un gran peligro. El socialismo en nuestra época dejó de ser una quimera o un proyecto teórico para convertirse en una necesidad inevitable. Solo así, el hombre podrá seguir haciendo poesía.