Ya hoy nadie puede poner en duda que las fuerzas extremistas que actúan para derrocar el gobierno de Bashar al Assad en Siria, están integradas por combatientes de decenas de países, reclutados por una red jihadista que abarca desde Europa hasta Asia. Los recursos económicos fundamentales para formar este fanático ejército, de dónde saldrían si […]
Ya hoy nadie puede poner en duda que las fuerzas extremistas que actúan para derrocar el gobierno de Bashar al Assad en Siria, están integradas por combatientes de decenas de países, reclutados por una red jihadista que abarca desde Europa hasta Asia. Los recursos económicos fundamentales para formar este fanático ejército, de dónde saldrían si no de las desbordadas arcas de las petromonarquías del Golfo; y la técnica militar, incluido entrenamiento, asesoramiento, etc., la han aportado los Estados Unidos y algunos de sus aliados de la OTAN.
Dentro del amplio abanico de organizaciones y grupos que iniciaron la sublevación contra el gobierno baasista, caracterizados por discrepancias y ambiciones que los han llevado en no pocas ocasiones a enfrentarse militarmente entre ellos mismos, por supuesto que también hay sirios, con razones o no para adoptar tal actitud. Sin embargo, el camino escogido por estos los llevó a someterse y depender de los intereses de los poderes norteamericanos y de sus aliados reaccionarios. La vanguardia de los combatientes antisirios, pasó rápidamente a manos de las organizaciones jihadistas más recalcitrantes, que fueron, al parecer, las privilegiadas por los cuantiosos recursos y los petrodólares de las monarquías del Golfo.
Cada cual con sus intereses, fueron coincidiendo en la guerra con el objetivo de instalar en Damasco, un gobierno islámico favorable a sus objetivos. EEUU, la entidad sionista, la OTAN y otros, persiguen eliminar un gobierno que se les ha estado oponiendo desde hace muchos años y ha sido centro de resistencia a sus planes, practicando a su vez una política internacional independiente, como consta en decenas de votaciones en la ONU y otros Organismos Internacionales y como se ha manifestado en sus relaciones con los países del llamado Tercer Mundo y el MNOAL. También buscaban el debilitamiento de la alianza con Teherán y las Fuerzas Patrióticas Libanesas, objetivos ulteriores a liquidar como parte de una política hegemónica.
Importantísimas ambiciones económicas se encuentran de igual forma detrás de esta guerra, pues el territorio sirio es un corredor ideal y el trayecto más corto, para los gasoductos y oleoductos, que transportarían los energéticos desde los grandes yacimientos de Iraq, Irán, Qatar y otras zonas adyacentes, hasta puertos del Mediterráneo, lo cual aliviaría a Occidente de la dependencia del suministro ruso, para de paso lograr debilitar a Moscú y su objetivo de recuperar una posición como potencia mundial.
La organización conocida como Estado Islámico de Iraq y el Levante, ISIS o EIIL, según sus siglas, o DAESH, su acrónico árabe, fue un desprendimiento de Al Qaeda que entró en Siria partiendo de la provincia de Ambar en Iraq, donde grupos sunitas fueron trabajados y reclutados por los servicios especiales de Arabia Saudita y Qatar, y junto a jihadistas de otros países, y probablemente apoyados desde Turquía, combatieron con éxito para ocupar una región del noreste sirio adyacente al Kurdistán iraquí, ya casi convertido en estado independiente y a la frontera turca.
Sin embargo, la ofensiva lanzada contra ellos, los últimos éxitos militares y políticos del gobierno sirio, la resistencia y el hecho de no contar con apoyo kurdo, que predomina en esta misma región, los hizo retornar a territorio iraquí en una ofensiva que tomó por sorpresa al desorganizado y desunido ejército de ese país, que ha abandonado posiciones importantes como la ciudad de Mosul (la segunda más grande de Iraq); Tikrit, más al sur en camino a Bagdad; Beiji, importante centro petrolero, etc. Incluso intentaron sin éxito tomar Kirkuk, ciudad disputada por kurdos, turcomanos y árabes, y también significativo enclave petrolero.
Esta ofensiva del ISIS, seguramente reforzada por grupos sunitas que se sienten desplazados del poder, y elementos remanentes de la época de Saddan Hussein, ha encontrado poca y desorganizada oposición y avanza en dirección a Bagdad, alentada y apoyada por las reaccionarias monarquías del Golfo, que persiguen liquidar al débil poder predominantemente chiita instalado allí y cercano a Irán. El gobierno central, cuya práctica sectaria no ha logrado estabilizar o unificar el país, al parecer presa de pánico, ahora llama a una movilización general para enfrentarlos. Desde hace mucho tiempo viene sufriendo la sistemática desestabilización que provocan las criminales bombas que explotan regularmente en mercados y mezquitas chiitas de Bagdad, las cuales han provocado miles de muertos.
Desde Teherán, el gobierno persa ha convocado a una reunión de los países vecinos de Iraq para coordinar posiciones ante esta situación, pensando tal vez que los turcos estén interesados y algunos gobiernos más pequeños del Golfo. Los EEUU, a quien el Primer Ministro Maliki ha solicitado ayuda, ha dicho por boca del presidente Obama que no comprometerá fuerzas en este nuevo conflicto, aunque estudia alternativas. Los políticos de Washington son los padres de estos Frankensteins fanáticos y terroristas, que hoy florecen en toda la región del Cercano Oriente y Norte de África, y aún más allá. La promoción de guerras sectarias ha sido parte de su plan para debilitar y destruir una región, donde quiere mantener su hegemonía. Pero esta es una política muy peligrosa, el monstruo parece hacer metástasis y esta no reconoce fronteras.
Tal vez lo que estemos presenciando sea un nuevo episodio de lo que ellos han calificado como «caos constructivo», o la práctica de promover la destrucción mediante conflictos internos, para después ocupar y dominar más fácilmente. Podrían mostrar entonces «el carácter humanitario» de sus intervenciones.
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