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Recuerdos Imperiales

Fuentes: Al Ahram Weekly

Para someter a los iraquíes, el ejército estadounidense necesita feminizarlos. Joseph Massad analiza la dinámica cultural que aúna el poder imperial con la conquista sexual

Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

Cuando se les sorprende en el momento de cometerla, la palabra «tortura» resulta un vocablo difícil de pronunciar para los estadounidenses. El lenguaje político, no obstante, ha sido siempre un objeto maleable en Estados Unidos tal como se evidencia en la obra de Orwell, 1984. La tortura de los prisioneros de guerra y de los prisioneros civiles, se nos dice, es un «abuso de los prisioneros»; el asesinato de civiles por los bombarderos estadounidenses se convierte en «daños colaterales»; el ametrallamiento de aldeas se denomina «pacificación», la ocupación extranjera, «libertad duradera»; el saqueo de los recursos naturales, «libre comercio», etc. etc.

Mientras los medios de información estadounidenses y el sistema educativo del país se apuntan a difundir este tipo de lenguaje blando, para el resto del mundo, las horrendas torturas a las que se ha sometido a los iraquíes seguirán siendo simplemente tortura pura y dura. El único «abuso» que se está cometiendo aquí es el del lenguaje del Gobierno estadounidense y sus serviles medios de información.

Durante la invasión de Vietnam llevada a cabo por Estados Unidos, las atrocidades cometidas contra los vietnamitas no se limitaron al asesinato de millones de civiles y a las mutilaciones de millones más; a la destrucción de la tierra dedicada a la agricultura y a la recolección; a las espeluznantes matanzas y a la destrucción por napalm de aldeas enteras; ni al embargo subsiguiente impuesto al arrasado país tras la guerra. Además, hubo graves dispositivos de tortura que el ejército estadounidense reservó no sólo para los hombres de la resistencia sino también para las mujeres que combatían con el Vietcong. Sus torturas incluían la violación , también conocida como la «búsqueda» de armas mediante la introducción de los penes de los soldados estadounidenses en los órganos genitales donde pudieran estar escondidas ( Véase, el libro de Arlene Eisen-Bergman Women of Vietman, publicado en 1975.

La combinación de sexo y violencia en la actuación imperial de Estados Unidos (o de Europa), caracterizada por el racismo y el poder absoluto, está más extendida de lo que los medios de información puedan creer. Hace poco más de una década, durante la Guerra del Golfo de 1990-1991, los pilotos de bombarderos estadounidenses pasaban horas viendo películas pornográficas para ponerse en forma con vistas a los bombardeos masivos que llevaron a cabo (véase The Washington Post, 26 de enero de 1991). Por supuesto, esto es sólo un ejemplo de los muchos en los que el sexo ocupa un lugar destacado en las aventuras imperiales. La cuestión, entonces, es preguntarnos : ¿cuál es el mecanismo que empareja en el ámbito cultural el poder imperial estadounidense (y británico) con la conquista sexual?

Mientras los orientalistas occidentales no cesan de hablar del sexismo y de la opresión de la mujer en el Mundo Árabe- que incluye el horror occidental hacia los «crímenes de honor»-, puede haber llegado el momento de abordar la galopante misoginia occidental que desprecia todo lo femenino y convierte a la mujer en territorio de conquista para el hombre. No debería olvidarse que en Estados Unidos- no en el Mundo Islámico- entre el 40 y el 60 % de la mujeres asesinadas lo han sido a manos de sus maridos o novios, pero a esos crímenes, desde luego, ni tan siquiera se les denomina crímenes «pasionales» y mucho menos «crímenes de honor». Es ese trato misógino de la cultura imperial estadounidense y su violento racismo el que propaga la tortura a la que se han visto sometidos los prisioneros iraquíes ( de guerra y civiles), y puede que todavía continúen sufriéndola.

Con esta misoginia como telón de fondo, el ejército estadounidense ha comprendido muy bien que esa americana potencia sexual de sus hombres, reservada habitualmente para las mujeres estadounidenses, podría utilizarse como arma militar en las conquistas imperiales. Semejante estrategia lleva a considerar a los iraquíes como mujeres y hombres afeminados a quienes los super-machos pilotos de bombarderos deben penetrar con los misiles y bombas lanzados desde los aviones estadounidenses. Al feminizar al enemigo para convertirlo en objeto de penetración (real o imaginario), la cultura militar imperialista estadounidense super-masculiniza no sólo a sus propios soldados varones sino que lo hace con sus mujeres soldados que pueden participar en la feminización de los hombres iraquíes.

En este marco, los soldados blancos- machos y hembras-, estadounidenses (y británicos) pueden participar en la sodomización de los soldados, golpearlos, orinar sobre ellos, obligarles a realizar actos homosexuales (mientras los insultan con epítetos raciales y sexuales), azuzarles perros, y matarlos. Es este contexto también el que ha permitido la tortura y la violación real de mujeres iraquíes prisioneras.

Cuando se enfrentan a los ciudadanos pobres del continente americano el comportamiento de los uniformados blancos estadounidenses no difiere mucho. En agosto de 1997, el inmigrante haitiano Abner Luoima fue arrestado al salir de un club nocturno en Nueva York y después torturado por policías blancos quienes le introdujeron un palo de escoba por el recto hasta la boca, mientras le golpeaban en el cuarto de baño de la comisaría de policía y le insultaban racialmente (Louima tuvo que someterse a varias intervenciones quirúrgicas como consecuencia de las heridas recibidas). Semejantes prácticas demuestran con claridad que la sexualidad de los blancos machos estadounidenses presenta ciertas características sádicas cuando se enfrenta a hombres y mujeres de color sobre los que los americanos blancos ( y los británicos) ostentan el poder gubernamental y racial.

Muchos de los comentarios en la prensa de Estados Unidos y del Reino Unido, de la misma manera que las declaraciones oficiales de sus gobiernos, afirman que las torturas bárbaras a las que se ha sometido a los prisioneros iraquíes fueron perpetradas excepcionalmente por soldados delincuentes que no representan el comportamiento de los ejércitos estadounidense o británico y mucho menos se corresponden con los valores y cultura de Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero el hecho es que semejantes torturas son representativas de la cultura imperialista de ambos, no sólo de la actual sino de la que han aplicado a lo largo de la historia. Veamos uno de esos episodios:

«Los tipos de tortura son variados. Entre ellas están las palizas a puñetazos y puntapiés…así como apaleamientos hasta la muerte. Incluyen también las penetraciones anales con palos, que se remueven de derecha a izquierda y de arriba abajo; el aplastamiento de los testículos hasta que la víctima pierde el conocimiento por el dolor o hasta que los testículos quedan tan inflamados que el torturado no pueda caminar salvo moviendo una sóla pierna en cada paso…; se usan perros hambrientos y se los azuza para que le muerdan en los muslos; se orina en las caras de las víctimas…(Otra forma de tortura es que los soldados los sodomicen, lo que parece que se ha hecho con algunas personas».

Este informe, que describe casi en términos exactos lo que han sufrido los prisioneros iraquíes, fue escrito en realidad en agosto de 1938 para describir cómo los soldados británicos y los judíos sionistas trataban a los insurrectos palestinos durante la revuelta anti-colonial que tuvo lugar en Palestina. El autor del informe, Subhi Al-Khadra, era un preso político palestino detenido en la prisión de Acra. Él tuvo noticia de las torturas a los presos en Jerusalén cuando fueron trasladados a la cárcel de Acra y le contaron sus experiencias y le mostraron las huellas en sus cuerpos. De esta forma describía las motivaciones de los torturadores británicos:

«No fue una investigación en la que se utilizara la fuerza, no. Se trató de una venganza y una explosión de los instintos más bárbaros y salvajes, y del reconcentrado odio que aquellos campesinos blancos sentían hacia los musulmanes y árabes. Torturaban por torturar y para satisfacer su afán de venganza, no por la necesidad de obtener información o para aclarar delitos».

La conclusión de Khadra no es diferente de la del periodista estadounidense Seymour Hersh o de la del británico Robert Fisk sobre los objetivos de los métodos de tortura utilizados por americanos y británicos. Su Informe se publicó en la prensa árabe y se envió a miembros del Parlamento británico.

Los comentarios racistas de los medios de información en Estados Unidos se han centrado en que muchos de esas formas de tortura son especialmente notorias porque ¡ofenden la sensibilidad de árabes y musulmanes y de su concepto de «vergüenza»! De hecho, el conocido periodista de la CNN, Wolf Blitzer- quien en anteriores encarnaciones trabajó para el lobby judío en Estados Unidos (AIPAC) y como reportero del Jerusalem Post– en el que escribía con el nombre de Ze’ev Blitzer- preguntaba a los invitados de su programa que explicaran cómo y por qué la cultura árabe consideraba semejantes métodos de tortura ofensivos, especialmente- añadía- dado que los árabes eran objeto de torturas similares por parte de sus propios regímenes.

Blitz parece desconocer que, seguramente, hubiera sido inaceptable para la moral estadounidense que inocentes prisioneros de guerra estadounidenses blancos, e inocentes civiles, hubieran sido torturados por un ejército extranjero ocupante; que hubieran sido obligados a desfilar desnudos y encapuchados; que se les hubiera obligado a personificar actos homosexuales con otros prisioneros a la vista de sus carceleros; que se les arrastrara con una cuerda; que les atacaran y mordieran perros; que se les golpeara hasta morir. Y por si fuera poco, algunos expertos estadounidenses (así como nativos árabes que informan voluntariamente) ofrecen información sobre la cultura árabe y ¡su tabú- según se dice chocante-, contra la desnudez! En relación con la idea de que el tabú de la desnudez es algo exclusivo de la cultura árabe, no se entiende por qué los estadounidenses se dejaron llevar por el pánico moral pocas semanas antes cuando la cantante Janet Jackson mostró deliberadamente sólo uno de sus pechos a los espectadores de televisión.

El veterano periodista estadounidense Seymour Hersh ha revelado esta semana- en el tercero de sus valiosos artículos sobre las torturas en la revista The New Yorker– que la idea de que los «árabes son particularmente vulnerables a la humillación sexual se convirtió en tema de conversación entre los conservadores de Washington que estaban a favor de la guerra antes de la invasión de Irak en marzo de 2003». Según Hersh, los neo-conservadores estadounidenses se enteraron de dicha «vulnerabilidad» a través del infame y racista libro The Arab Mind (La mentalidad árabe), escrito por el orientalista israelí Raphael Patai en 1973. Hersh cita que su fuente, el libro de Patai, era «la biblia de los neo-conservadores sobre el comportamiento de los árabes». La fuente que cita Hersh asegura que en las discusiones de los neo-conservadores, sobresalían dos temas: «Uno, que los árabes sólo entienden la fuerza, y el segundo, que la mayor vulnerabilidad de los árabes es la deshonra y la humillación». Y continúa con sus revelaciones:

«Los asesores del Gobierno afirmaron que, al principio, podría haber existido un propósito que iba más allá de la humillación sexual y las fotografías. Se pensó que algunos presos harían algo- incluyendo el espiar a sus seres más cercanos- para evitar la difusión de las deshonrosas fotos entre la familia y amigos. Un asesor gubernamental afirmó que «se me dijo que las fotografías se hacían para conseguir un grupo de colaboradores, que constituyera una quinta columna infiltrada entre la población». La idea era que se sintieran movidos por el miedo a la exposición pública, y proporcionaran información sobre las acciones de la insurgencia en curso. Si fue así no dio resultado; la insurrección siguió creciendo».

Las revelaciones de Hersh prueban que la tortura que se llevó a cabo en Abu Ghraib ( y muy probablemente en otras cárceles y centros de detención iraquíes bajo custodia estadounidense) no fueron obra de unos soldados rasos sádicos sino de crueles planificadores y políticos que tenían acceso a los altos mandos del Pentágono. El bien conocido asesoramiento que el orientalista y académico sionista Bernard Lewis ha prestado al Gobierno de Estados Unidos en su política hacia Irak, está claro que no ha sido la única fuente de «conocimiento» de la cultura árabe para la administración estadounidense, el racista libro de Raphael Patai, que desde su publicación en 1973 nunca ha estado agotado, y que se reeditó tras el 11 de septiembre, aparece como otra de sus fuentes más valiosas.

Hay quien afirma que los estadounidenses debieron contratar expertos israelíes en tortura como si se pudiera pensar que en Estados Unidos no existieran especialistas en la materia. Si bien es muy plausible que los israelíes pudieran ayudar, y no sólo en el ámbito «académico» ( sus métodos de tortura- entre los que se incluye la violación de religiosos musulmanes secuestrados- con los palestinos y libaneses son del mismo tenor en cuanto a barbarie y perversión sexual, y resulta muy probable que los estadounidenses se beneficiaran también de los servicios de inteligencia y de tortura de sus regímenes vasallos árabes, y quizás, incluso, de los antiguos especialistas en tortura de Saddam. Lo fundamental es que fue la CIA quien enseñó efectivos métodos de tortura a todos esos regímenes clientelares, incluso a los israelíes (quienes, no como los regímenes árabes, consiguieron incorporar imaginativas y nuevas formas propias).

A pesar de los miles de civiles iraquíes ya asesinados, las decenas de miles de heridos y las decenas de miles más encarcelados (según Donald Rumsfeld, 44.000 iraquíes han sido detenidos desde que comenzó la ocupación), las fotografías de las torturas y del sadismo sexual son, con mucho, lo peor que los estadounidenses han infringido al pueblo iraquí durante los últimos catorce años con el pretexto de liberarlos de Saddam. En efecto, incluso en el asunto de las torturas en sí mismo, la cárcel de Abu Ghraib, según la portavoz de la Cruz Roja en Bagdad, Nada Dumani, es «sólo la punta del iceberg».

Durante el tiránico régimen de Saddam, las organizaciones de derechos humanos continuaron vigilando la situación en Iraq, pero desde el 9 de abril de 2003, los estadounidenses se han negado a permitir que lo hicieran, tal como ha confirmado el ministro iraquí de Derechos Humanos, impuesto por Estados Unidos, Dr. Abdul-Baset Turki, quien dimitió en protesta por ello a principios de abril, tras presentar, en vano, su informe sobre violaciones de derechos humanos al nuevo dictador de Irak, Paul Bremer.

Se ha sugerido que las fotografías de las torturas no se hicieron sólo para grabar la humillación de los prisioneros y para chantajearlos, sino como recuerdos de los estadounidenses y británicos para llevar a casa y enseñar a sus familias y amigos. En tal caso, está claro que los soldados creían que sus familias y amigos disfrutarían con ellas tanto como ellos al hacerlas, lo que dice mucho sobre el racismo de los estadounidenses y de los británicos.

Cualquiera que fuera la finalidad verdadera de las fotografías para los torturadores estadounidenses, para los iraquíes y para el resto del mundo esas fotos servirán como recuerdo del implacable sadismo de Estados Unidos contra aquellos que han tenido la desgracia de vivir bajo su ocupación. Esas fotos son una prueba de que el significado de la palabra «libertad», que los políticos estadounidenses y sus propagandistas quieren imponer al resto del mundo, no es nada más ni nada menos que la dominación por la violencia, el racismo, la tortura, la humillación sexual y todo lo demás.

El autor es profesor ayudante de Política Árabe Moderna y de Historia de las Ideas en la Universidad de Columbia. Su libro Desiring Arabs se publicará en la Harvard University Press.