¿Califato yihadista en Iraq? ¿Nueva intervención militar estadounidense? ¿Acuerdo público entre el líder del eje del mal y su Satán occidental? ¿Cómo ha llegado un país laico donde, en 2003, el 70% de los matrimonios era mixto a ser el campo de batalla de los anhelos de grandeza de las potencias sectarias? El principio del […]
¿Califato yihadista en Iraq? ¿Nueva intervención militar estadounidense? ¿Acuerdo público entre el líder del eje del mal y su Satán occidental? ¿Cómo ha llegado un país laico donde, en 2003, el 70% de los matrimonios era mixto a ser el campo de batalla de los anhelos de grandeza de las potencias sectarias?
El principio del actual caos se sitúa sin ningún tipo de dudas en 2003, en la ocupación estadounidense, mal planificada y peor ejecutada. En la soberbia de unos gobernantes ideologizados que supeditaron la visión mesiánica de sus consejeros neoconservadores a los informes técnicos de sus profesionales de la información y la planificación militar. Al desoír las alertas sobre la importancia de la resistencia iraquí y la capacidad de injerencia iraní, Paul Bremer, el procónsul estadounidense para Iraq, un hombre sin experiencia en batalla ni en el mundo árabe, sólo avalado por su compromiso con el credo neocon, sembró las semillas del caos que ha gobernado Iraq durante la última década.
La implacable tenacidad de la resistencia iraquí obligó a Washington a buscar un aliado para intentar dominar un país que nunca llegó a controlar. No tenía otro aliado posible que los partidos políticos proiraníes que desembarcaron en Iraq en 2003 reclamando el gobierno para la llamada mayoría chií. El sectarismo en el que se basa este planteamiento necesitaba una contraparte en el lado sunní. No la hallaron en la resistencia armada, que desde sus inicios ha defendido un Iraq unido, verdaderamente democrático y plural, lejos de las cuotas confesionales impuestas desde la ocupación.
El papel de Al-Qaeda
Para el papel de demonio sunní extremista, cuyo objetivo es exterminar a todo infiel (incluidos chiíes y sunníes poco observadores), se ofreció Al-Qaeda. Sus seguidores encontraron en el caos en el que se sumió Iraq tras el desmantelamiento por parte de Paul Bremer, del Ejército, el partido Baaz y los servicios de seguridad, la tabla de salvación y recuperación para una organización que entonces vagaba por las montañas que separan Afganistán y Paquistán tras la ocupación del primero por tropas occidentales. Las barbaridades cometidas por el grupo liderado por Zarqawi contra la población civil chií (condenadas siempre por la resistencia iraquí) sirvieron de excusa para ahondar en la política sectaria de los gobiernos de la ocupación y la permisibilidad para que las milicias proiraníes como el Ejército del Mehdi o las Brigadas Báder llevasen a cabo limpiezas étnicas de barrios enteros de Bagdad, que antes eran mixtos, con el objetivo de cambiar la composición plural y entrelazada de la capital iraquí en una ciudad de mayoría chií con barrios segregados sectariamente.
Al tiempo, la presencia de Al-Qaeda dio por fin la oportunidad a los neoconservadores de encuadrar la invasión de Iraq en el marco de la guerra contra el terrorismo, aunque ese terrorismo hubiese llegado fruto de su desastrosa actuación en el país. Pan para hoy y hambre para mañana. La estrategia cortoplacista de los políticos estadounidenses hizo que lenta pero inexorablemente el control de los asuntos iraquíes (que no del terreno que nunca controlaron) se les fuese escurriendo entre las manos para ir cayendo en las de Irán, mucho más hábil y paciente en su forma de maniobrar. En diciembre de 2011, la mayoría de las tropas estadounidenses abandonan oficialmente Iraq, fruto de la presión de su opinión pública y la creciente vulnerabilidad de sus hombres, acantonados en las bases desde el verano de 2010 pero objetivo de un doble fuego: la resistencia, que seguía su acoso con morteros, a los que desde el comienzo de la revolución siria se sumaron los bombardeos más sofisticados de las milicias proiraníes que presionaban así a Washington para que no apoyase la caída del régimen de Asad.
Salida del ocupante
La salida del ocupante estadounidense aceleró la política autoritaria sectaria de Nuri al-Maliki, que desde la formación del Gobierno de su segundo mandato en 2011 ostentaría una de las carteras de seguridad, además de dejar las otras dos durante toda la legislatura en manos de ministros interinos bajo su control. La corrupción y la falta de atención a los servicios más básicos de su población provocaron en 2009 y 2011 manifestaciones a lo largo de todo el país, desde Basora, en el sur, hasta Suleimaniya, en el Kurdistán.
En diciembre de 2012 se reaviva la protesta de forma especialmente numerosa en las seis provincias al norte y oeste de Bagdad, donde se ocuparon pacíficamente plazas públicas en ciudades como Ramadi, Samarra o Faluya, siguiendo la estela de la plaza Tahrir de El Cairo. La represión a sangre y fuego de las fuerzas de Maliki de estas ocupaciones pacíficas se convirtió en un enfrentamiento armado cuando las tribus tomaron las armas en diciembre de 2013 para defender a sus gentes ante las incursiones de las tropas de Maliki, como la matanza de Hawiya, en abril de 2013, en la que murieron más de 80 acampados desarmados cuando el Ejército desmanteló el campamento. En enero de 2014, la ciudad de Faluya es controlada por los rebeldes, así como buena parte de Ramadi. Rápidamente la retórica del Gobierno en Bagdad se pone en marcha y se acusa al Estado Islámico de Iraq y el Shams de ser quien controla la ciudad. En su siguiente viaje a Washington, Maliki presenta su lucha como parte de la batalla internacional contra el terrorismo.
Consejos Militares
Nada más lejos de la realidad: quienes controlaron Faluya, al igual que quien controla desde el 10 de junio Mosul y la mayor parte del territorio al norte y oeste de Bagdad, son los Consejos Militares de los Rebeldes, compuestos por antiguas facciones de la resistencia, jóvenes de la revolución y miembros de las tribus locales que, hartos de la represión, corrupción y marginación de los sucesivos gobiernos de Maliki, se han levantado para exigir la caída del régimen y la fundación de un verdadero Estado democrático, alejado del sectarismo y de los radicales de todo signo.
La presencia minoritaria de los yihadistas radicales del Estado Islámico (antiguo Estado Islámico de Iraq y el Shams) sólo sirve a los intereses de Maliki, que puede presentarse ante la comunidad internacional como un adalid de la lucha contra el terrorismo enmascarando la verdadera naturaleza de su gestión, que sólo ha traído sangre, pobreza y división a Iraq. Sólo el programa unitario y realmente democrático del levantamiento popular que marcha hacia Bagdad puede acabar tanto con la herencia de la ocupación como con el extremismo del Estado Islámico que se ha colado en el país aprovechando el caos. A Occidente sólo le queda retirar sus tentáculos de Iraq y reconocer el derecho a que sean los propios iraquíes los que decidan su futuro. Seguir apoyando al régimen de Maliki sólo alargará el baño de sangre.
*Pedro Rojo es arabista, miembro de la CEOSI y presidente de la Fundación Al Fanar
Fuente original: http://www.iraqsolidaridad.org/2014/07/iraq-recuperar-la-soberania-lejos-de-yihadismo-e-injerencia/
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