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Reseña de “Idealistas bajo las balas. Corresponsales extranjeros en la guerra de España”, de Paul Preston

Reporterismo y militancia

Fuentes: Rebelión

Hubo un tiempo en que los periodistas tenían ideología. Que de sus textos y fotografías emergían ideas y se dejaba entrever un compromiso con la realidad histórica que les tocó vivir. Hubo un tiempo en que los reporteros no se obsesionaban con la estadística, los porcentajes y las declaraciones institucionales. Componían informaciones vigorosas, sanguíneas y […]

Hubo un tiempo en que los periodistas tenían ideología. Que de sus textos y fotografías emergían ideas y se dejaba entrever un compromiso con la realidad histórica que les tocó vivir. Hubo un tiempo en que los reporteros no se obsesionaban con la estadística, los porcentajes y las declaraciones institucionales. Componían informaciones vigorosas, sanguíneas y con alma, sin que la inflación de números, como hoy ocurre, arrebatara el pulso a la vida. Tampoco el lenguaje había perdido su naturalidad en favor de lo «políticamente correcto» y la tecnocracia. Eran, en muchos casos, periodistas militantes, de la ideología que fuera, que extendían el compromiso más allá de su profesión. Las informaciones destilaban, no podía ser de otro modo, autenticidad y una vibración personal.

La primera edición es de 2007, pero el libro del Historiador Paul Preston «Idealistas bajo las balas. Corresponsales extranjeros en la guerra de España» (Debate) es un manual de más de 500 páginas para aprender todos los días. Preston realiza un trabajo de erudición -similar al que desarrolla en «Franco, Caudillo de España» (1994)- para componer y documentar el libro, pero al lector no se le presenta un «ladrillo», sino un texto redactado con lenguaje claro, directo y con emoción. Lleno de situaciones, experiencias, aventura, donde el periodismo se mezcla con la vida en un escenario trágico: la guerra civil española. «Idealistas bajo las balas» está escrito, además, como un gran reportaje periodístico, como muchas de las crónicas que Preston transcribe en el libro.

«Muchos periodistas se vieron empujados por la indignación a escribir en favor de la causa republicana, algunos a ejercer presión en sus respectivos países y, en unos pocos casos, a tomar las armas para defender la República. Un reducido grupo de hombres llegaron como periodistas y acabaron en las Brigadas Internacionales», explica el historiador en el prólogo. Jim Lardner llegó como reportero para el New York Herald Tribune y murió en combate en la batalla del Ebro. Con el fin de informar en el Daily Worker (un periódico comunista británico) llegaron al estado español Claud Cockburn, Hugh Slater y Tom Wintringham, pero dejaron la labor periodística para enrolarse en las Brigadas Internacionales y participar en los combates. Según Preston, «sin llegar a tanto, muchos de los corresponsales que vivieron los horrores del asedio de Madrid y el ejemplar espíritu de resistencia popular acabaron convencidos de la justicia de la causa republicana».

Ernest Hemingway, Jay Allen, Martha Gellhorn, Louis Fisher, George Steer… «se convirtieron en partidarios decididos de la República hasta llegar al extremo del activismo, pero no en detrimento de la fidelidad y la sinceridad de su quehacer informativo», afirma el historiador británico. Tal vez en esa mezcla de pasión y rigor reside la gran dificultad del reportaje, y la maestría cuando se realiza con acierto. La combinación adecuada de corazón y cerebro. De hecho, continúa Preston, «algunos de los corresponsales más comprometidos redactaron varios de los reportajes de guerra más precisos e imperecederos». Y ello, en medio de francotiradores, obuses, bombardeos y la mordaza de la censura.

El libro aborda ejemplos de periodistas extranjeros que militaban en el bando republicano. Es en quienes Paul Preston pone la lupa. Pero no se obvia la presencia de corresponsales entusiastas de Franco y del fascismo, y no sólo entre el contingente nazi y fascista italiano. También los había entre los periodistas británicos (Francis McCullagh, Harold Cardozo y Cecil Gerahty) o entre los estadounidenses (Theo Rogers, William P. Carney, Edward Knoblaugh y Hurbert Knickerbocker).

Entre la semblanzas que dibuja el historiador destaca la de Mijaíl Koltsov, que publicaba las crónicas de la guerra de España en el soviético «Pravda», entre agoto de 1936 y noviembre de 1937. Al año siguiente se publicó por entregas el diario de su estancia en España. Se afilió al Partido Comunista en 1918, fue aviador y sus textos destilaban siempre un cierto aire aventurero. «Nunca logró liberarse de su pasado trotskista», comenta Paul Preston, y fue fusilado en la época de Stalin. Cuando llegó a España se convirtió de inmediato en consejero político de las autoridades republicanas, algo más que lo que marcaba la acreditación: redactor y corresponsal especial de Pravda (aunque con cierta regularidad también escribió en periódicos españoles). Otro corresponsal extranjero, Louis Fischer, lo definió como «los ojos y oídos de Stalin en el país». Según Hemingway, Koltsov era «uno de los tres hombres más importantes de España». Según Preston, «sus artículos eran largos y apasionados».

Al periodista estadounidense Louis Fischer, que hablaba alemán y ruso, lo define Paul Preston como «un hombre de influencias». Tenía como fuentes a líderes españoles, rusos y estadounidenses, por lo que sus artículos gozaban de notable predicamento. Empezaba por escribir sobre la contienda española en The Nation (un semanario de izquierdas de Nueva York) y en el New Statesman Nation de Londres, aunque los artículos se distribuían después por otros medios. Se ha dicho de Fischer que fue «el caso más claro de compromiso total y de pérdida de objetividad casi completa». Añade Preston que sus artículos, «vívidos y bien informados, eran claramente favorables a la República, pero no pueden describirse como propaganda en el sentido negativo de la palabra».

Fischer se codeaba con la élite política, que confiaba en el periodista hasta el punto de compartir información. «Creo que el instinto más fuerte que tengo es la curiosidad. Cuando estoy motivado, sufro si no sé lo que quiero saber», escribió. Trabajó mucho a favor de Negrín. Con su estilo apasionado (que nunca esconde la subjetividad) redactó este comentario: «La única forma de garantizar la paz es parar a los agresores fascistas que sólo buscan la guerra. Todavía es posible hacerlo en España. Si allí se frena a Hitler y a Mussolini, quedarán debilitados e inmóviles».

El periodista George Steer publicó cinco libros relevantes (uno de ellos, «El árbol de Gernika», un «clásico» de la guerra civil española; Paul Preston lo define como «una emotiva defensa del nacionalismo vasco y un relato desgarrador de las razones de su derrota a manos de Franco». Fue escrito, además, «como aviso a las democracias de lo que les aguardaba»). Steer tenía en todo momento en la cabeza las reivindicaciones del nacionalismo vasco. Hizo también carrera militar. Pero desde 1935, cuando empezó como corresponsal de guerra, Steer se dedicó siempre a alertar al mundo de las ambiciones imperialistas y denunciar las agresiones del fascismo. Según Paul Preston, «durante la invasión italiana de Abisinia -que cubrió como corresponsal- y en España, su compromiso con una causa en apariencia perdida le llevó a adquirir un grado de implicación que excedía con mucho las obligaciones de un corresponsal de guerra». Aún así (o por esa misma razón), «El árbol de Gernika» se halla todavía entre los diez mejores libros sobre la contienda española.

En marzo de 1941, las autoridades germanas de la Francia de Vichy pusieron entre rejas a Jay Allen, quien además de trabajar como periodista, colaboraba en el intento de fuga de varios refugiados republicanos españoles y voluntarios antifascitas. Otro ejemplo de su compromiso, más bien de periodismo militante/activista: tras la represión a la huelga general revolucionaria de octubre de 1934, Jay Allen permitió que se refugiaran en su piso de Madrid los dirigentes socialistas Negrín, Araquistáin, Álvarez del Vayo y Llopis, junto con el dirigente minero asturiano Amador Fernández. Allen fue detenido.

Se convirtió en el primer corresponsal extranjero en entrevistar a Franco (el futuro caudillo afirmó: «salvaré a España del marxismo a cualquier precio»). Además, la crónica que escribió sobre la matanza de Badajoz fue una de las más importantes y citadas de la guerra. La derecha nunca se lo perdonó. Así comienza la crónica, que Preston reproduce de manera íntegra: «Esta es la historia más dolorosa que me ha tocado abordar jamás: la escribo a las cuatro de la mañana, enfermo de cuerpo y alma (…)». Al finalizar la guerra civil, Jay Allen colaboró sin descanso en la obtención de ayuda para los refugiados españoles que traspasaron los Pirineos. El libro de Preston continúa con el periodista Henry Buckley y el trabajo historiográfico de Herbert Southworth. Ejemplos de rigor pero, sobre todo, de pasión y militancia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.