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Reseña de «La huelga de alquileres y el Comité de Defensa Económica» de Manel Aisa Pàmpols

Fuentes: Rebelión

Apasionado recopilador de información sobre la historia del movimiento libertario, cuyos ideales comparte desde muy joven, Manel Aisa (Barcelona, 1953) ha participado ya en varios proyectos editoriales sobre las primeras décadas del siglo XX y la transición española en Cataluña. El libro que nos ocupa, publicado por El Lokal en 2014, analiza la gestación y […]

Apasionado recopilador de información sobre la historia del movimiento libertario, cuyos ideales comparte desde muy joven, Manel Aisa (Barcelona, 1953) ha participado ya en varios proyectos editoriales sobre las primeras décadas del siglo XX y la transición española en Cataluña. El libro que nos ocupa, publicado por El Lokal en 2014, analiza la gestación y el desarrollo de la huelga de alquileres ocurrida en el verano de 1931, que culminó en una huelga general de dos días. Se trata de hechos que hasta ahora apenas habían recibido atención por parte de los historiadores, probablemente por considerarlos de menor entidad en la vorágine de aquel año, pero que ponen de manifiesto la combatividad y la capacidad de autoorganización de la clase obrera en aquel momento decisivo.

Aisa rememora su infancia en el Rabal barcelonés y nos acerca a la historia del barrio, que fue arrabal extramuros en sus comienzos y luego zona fabril hasta que el alejamiento de las industrias en las primeras décadas del siglo XX lo convirtió en lugar de residencia para los que acudían a la ciudad en busca de trabajo y demandaban habitaciones o pensiones baratas. La densidad de población se disparó con la necesidad de mano de obra durante la Gran Guerra y después con la Exposición Internacional de 1929, y la ausencia de una política eficaz de construcción de viviendas provocó situaciones de hacinamiento, con barraquismo e higiene deficiente. Los alquileres abusivos se llevaban en esta época una buena parte de los salarios y la crisis económica que siguió no hizo más que empeorar las cosas, enviando a miles de personas al «paro forzoso»:

La caída de Primo de Rivera supuso una inyección de optimismo para los obreros barceloneses, que en seguida reorganizaron sus sindicatos, y el 12 de abril de 1931 en una asamblea del Sindicato Único de la Construcción de la CNT se propuso la constitución de una «Comisión de Defensa Económica del Ramo de la Construcción» con el fin de estudiar el problema de los alquileres. Este y el del paro fueron los caballos de batalla en la jornada del 1 de mayo, que terminó con violentos enfrentamientos y varios muertos. Constituida la Comisión ese mismo mes, pronto empieza a organizar la «huelga de alquileres», idea que surge en la estela del movimiento ocurrido en Argentina en 1907.

Mítines en los barrios obreros logran numerosas adhesiones al proyecto y el 5 de julio una asamblea multitudinaria en el Palacio de Bellas Artes acuerda comenzar la huelga en demanda de una rebaja del 40% en los alquileres. Las cifras manejadas por la Comisión, tal vez algo abultadas, hablan de 45000 huelguistas en julio y 100000 en agosto. La represión no se hizo esperar y dio lugar en ocasiones a intercambios de disparos, al tiempo que los intentos de desahucio, que incluían el lanzamiento de los muebles a la calle, eran frecuentemente atajados. En agosto, Oriol Anguera de Sojo sustituye a Carlos Esplà como gobernador y la lucha se hace más encarnizada. Santiago Bilbao, presidente del sindicato de la construcción de la CNT y cabeza visible de la huelga, es detenido el día 17.

El 2 de septiembre, los más de cincuenta presos gubernativos de la cárcel Modelo, en su mayor parte relacionados con los desahucios, declaran una huelga de hambre, mientras el conflicto del sector del metal que conmocionaba la ciudad se transforma en huelga general. Siguen cuarenta y ocho horas de extrema tensión con seis muertos, veinte heridos graves y centenares de detenciones, que ponen en evidencia cómo la recién inaugurada república mimetizaba sin complejos los modos represivos del régimen anterior cuando se trataba de lidiar con las reclamaciones de las clases desposeídas. Tras la vuelta al trabajo, la prensa obrera llama a la calma y pide que se guarde el coraje para las gestas que están por venir, al tiempo que denuncia las condiciones de los presos hacinados en la cárcel Modelo y en el vapor Antonio López, surto en el puerto de Barcelona.

A partir de septiembre, la represión se ceba en los que se resisten a los desahucios y la protesta muere lentamente, aunque se recoge el testimonio de Abel Paz, que vivió de niño la huelga de alquileres que se produjo en su barrio del Clot en 1932. Como aspecto positivo, hay que señalar que el clima de tensión permitió conseguir en muchos casos rebajas en los arrendamientos y alivió así algo la penuria de la clase obrera. El conflicto fue un enfrentamiento directo de ésta con los propietarios explotadores, sin ningún apoyo de los partidos políticos, cuyo carácter reaccionario quedó de manifiesto.

La obra concluye con un repaso a las secuelas de estas reivindicaciones, retomadas por asociaciones como la Unió de Llogaters de Catalunya, editora del boletín El Llogater. En los años que siguen, de todas formas, el problema acabará subsumido en las luchas sociales cada vez más enconadas que no tardan en estallar. La huelga de alquileres y el Comité de Defensa Económica de Manel Aisa Pàmpols, enriquecido con fotografías y documentos periodísticos de la época, nos acerca a la efervescencia de un momento en el que las masas obreras, concienciadas y conscientes de su fuerza, se preparaban para entablar un combate épico que sobrecogió al mundo.

 

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/

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