Una mirada privilegiada sobre algunos de los momentos más críticos del siglo XX
John Dos Passos (1896-1970) es conocido sobre todo por novelas como Manhattan Transfer (1925) y las que integran la trilogía USA: El paralelo 42 (1930), 1919 (1932) y El gran dinero (1936), escritos políticamente comprometidos que dibujan un retrato caleidoscópico de una sociedad mecanizada y profundamente dividida entre un pequeño grupo de privilegiados y la masa alejada del poder. Sus novelas posteriores, peor recibidas por la crítica, evidencian un viraje hacia posturas cada vez más conservadoras, así como la pérdida del espíritu mordaz que caracterizaba a las primeras. Merecen destacarse también entre sus obras las que recogen sus experiencias de viajero infatigable. Entre estas se encuentra Journeys between wars (1938), donde presentó una selección de textos ya publicados, ligeramente revisados para la ocasión, junto con otros nuevos. Este es el libro cuya versión española acaba de editar Península con el título de Viajes de entreguerras. Se trata de un volumen misceláneo, brillante y, además, de un extraordinario interés histórico, pues describe lugares y momentos críticos de aquel mundo convulso. Un interés añadido es que proporciona algunas claves del giro ideológico de Dos Passos, producido justamente en esos años.
Tras una breve introducción, abren el volumen seis fragmentos, seleccionados por el autor, de los que componían su primer libro de viajes, Rocinante vuelve al camino (1922). En ellos, a través de descripciones de lugares y gentes de Castilla, muestra su admiración por una vida apegada al pasado y carente de artificio, que veía como contrapunto de la Norteamérica que conocía. Jorge Manrique y Don Quijote son referencias obligadas en unas páginas que muestran también la inquietud por un futuro vislumbrado en que aquel mundo iba a colisionar, inevitablemente, con la vorágine capitalista que se desarrollaba en su entorno.
Los textos que aparecen a continuación corresponden al libro Orient Express, publicado en 1927 y basado en un viaje de 1921 en el que fueron visitados los Balcanes, Turquía, el Cáucaso y Oriente Medio. Encontramos aquí algunos momentos de un interés histórico extraordinario y de gran brillantez, como la descripción fotográfica de un Estambul controlado por los aliados en plena guerra de liberación del territorio turco, cuando el futuro de la ciudad era un enigma. Son memorables también las instantáneas del Cáucaso unos años después de la revolución rusa. En Irán el relato adquiere un tono desenfadado y humorístico, y el interés decae después en el interminable trayecto entre Bagdad y Damasco. Sus experiencias en la primera de estas ciudades le llevan a un lúcido análisis del triste destino colonial al que se enfrentaban aquellas tierras recién liberadas del dominio turco. Es este un tema, como puede verse, de extrema actualidad.
Los capítulos que siguen, agrupados bajo el epígrafe Visado Ruso, están entresacados del libro En todos los países (1934), y narran experiencias en una visita a Rusia en 1928, que suponía un intento de tomar el pulso a la Rusia revolucionaria. Hay aquí descripciones de Leningrado, el Cáucaso de nuevo y Moscú, e interés sobre todo en un contacto directo con la gente. Las conversaciones hacen aflorar la esperanza de personas noblemente empeñadas en la construcción de un mundo distinto, oscurecida sin embargo por presentimientos del terror estalinista.
La siguiente sección del libro, Introducción a la Guerra Civil, recoge algunos fragmentos viejos sobre España y América, y otros inéditos en libro sobre la Guerra Civil española. Las visitas a México y Guatemala en los años 20 dejan entrever episodios de la eterna lucha del campesino por conquistar la tierra que trabaja a terratenientes e internacionales fruteras. Se presenta también una biografía apasionada del gran Emiliano Zapata.
La parte dedicada a la Guerra Civil comienza con un recorrido agudo y rápido por la historia de España, que culmina con una emocionada bienvenida a la II República, «la República de los Hombres Honestos». Hay presentimientos aciagos, sin embargo, en el relato de los sucesos de Casas Viejas y en la crónica de un mitin socialista en Santander ante la hostilidad de la burguesía local: «Eran muchos socialistas; les tomó un buen rato pasar con sus banderas y sus niños y sus lazos rojos y sus cestas de comida. El odio silencioso de la gente sentada en los cafés fue algo embarazoso. Los socialistas pasaban en fila, inocentes como un rebaño de ovejas en el país de los lobos.»
Describe después el París de 1937, y los recuerdos de una visita anterior durante la Gran Guerra se mezclan con presentimientos de la que se avecinaba. Hay una reunión con buenos burgueses partidarios de Franco, y una conversación con León Blum: «Es un conversador claro y astuto, siempre logra adelantarse y cambiar de tema cuando uno empieza a formar la palabra España en los labios.» También una visita al parlamento donde oye a un diputado de la derecha gritar desde la tribuna: «Berlín nunca permitirá la entrada del comunismo en Francia.»
El del viaje posterior hacia España es un relato fascinante, con peripecias innumerables, tensión en la frontera y descripciones de una Cataluña que vivía la guerra sin perder el ánimo aún. Valencia es la vieja ciudad que conocía, pero hay más hombres jóvenes por las calles, y uniformes variados, y «en vez de corridas de toros, los carteles anunciaban guerra civil.» Madrid es una ciudad sitiada y bombardeada, y se nos muestran instantáneas de lugares emblemáticos sometidos a una lúgubre metamorfosis de destrucción. También está el retrato de un censor de prensa, que no es otro que Arturo Barea: «Un español cadavérico. (…) Parece que le falta sueño y también comida.» Son documentos de enorme valor para entender aquel momento, la angustia de un mundo roto en el que, sin embargo, todavía alentaba la esperanza. En una fiesta en el frente de la sierra madrileña, hay brindis y discursos, y unas palabras de Pastora Imperio entrecortadas entre lágrimas: «- No sé hacer discursos, pero cuando os veo a vosotros los jóvenes y veo cómo lucháis por nuestra libertad y cuando pienso en mi España… se me rompe el corazón.»
Termina el libro con escenas rurales en Castilla y Cataluña. La vieja vida trata de sobreponerse al horror de la guerra, y los hombres alimentan una esperanza que parece demasiado frágil en estas palabras proféticas: «Cómo puede el nuevo mundo, lleno de confusión y desencuentros e ilusiones y deslumbrado por el espejismo de las frases idealistas, derrotar a la férrea combinación de hombres acostumbrados a mandar, a quienes une sólo una idea: aferrarse a lo que tienen.»
Durante este viaje se produce una honda decepción que marcará toda la vida y la literatura posterior de John Dos Passos. Se trata primero de la inexplicable detención y asesinato por los servicios secretos soviéticos de su amigo José Robles, traductor de Manhattan Transfer al español, que trabajaba para el gobierno republicano. El reflejo de estos hechos en el libro es un breve texto, fechado en Valencia, que expresa amargos presentimientos sobre la represión en este bando. La ejecución de Andrés Nin, retratado en el libro en una conversación en el cuartel general del POUM en Barcelona, contribuirá también a un viraje ideológico hacia posturas abiertamente anticomunistas. Fruto de estas tensiones es el enfrentamiento con su viejo amigo Ernest Hemingway.
La prosa de John Dos Passos alcanza en este libro momentos de una calidad extraordinaria en descripciones fotográficas rebosantes de detalles minuciosos. Un lenguaje barroco, abigarrado, denso, de alta tensión poética nos hace mirar la gente que pasa desde la ventana en un café de Estambul, mientras ruge la guerra en Anatolia; y viajar en tren por el Cáucaso cuando en el campo se organizan las primeras colectivizaciones; y pasear con miedo por un Madrid en cuyas calles las bombas fascistas dejan cada día regueros de sangre. Son lugares y momentos esenciales de la historia reciente, y un gran poeta estuvo allí para que todos nosotros estemos también. La contrapartida negativa de este estilo tal vez sea una carencia de información objetiva, que hace que a veces sea difícil entender la causa y el contexto de las situaciones que el libro nos muestra.
La traducción de Juan Gabriel Vázquez pone en buen castellano la complicada prosa de John Dos Passos, pero la edición parece ciertamente algo desnuda. Se echan de menos notas o un prólogo que aclaren muchas situaciones, personajes y lugares que el tono lírico del autor solo permite entrever. El lector no tiene por qué saber los detalles de la historia de Turquía necesarios para entender las descripciones de Estambul, ni que es Arturo Barea el misterioso censor retratado en otro capítulo, ni que los «Pensamientos en la oscuridad» son motivados por la inquietud por el destino de José Robles, ni arrastrar la carga de erudición necesaria para entender otros muchos pasajes enigmáticos. Por otra parte, un mapa habría resultado muy útil para seguir el itinerario de Orient Express.
No empaña esto que debamos dar la bienvenida a una obra maestra de la literatura de viajes incomprensiblemente inédita en castellano. Un novelista difícil y cuya proliferación de hilos narrativos inconexos a veces nos abruma, ceñido aquí a la narración de su propia vida nos regala algunas de sus páginas mejores. Son testimonios de peregrinaje y reflexión ideológica en una época demasiado agitada, una colección de instantes privilegiados rescatados de la bruma de un mundo entre guerras.