Ed Hacer, Barcelona, 2005 285 páginas En abril de este año murió el sociólogo Charles Tilly. Evidentemente la noticia pasó desapercibida no sólo para la ciudadanía en general sino también para muchos intelectuales de izquierda. Porque Tilly no era ni mucho menos un escritor mediático, simplemente era un científico social riguroso tan brillante como humilde, […]
Ed Hacer, Barcelona, 2005
285 páginas
En abril de este año murió el sociólogo Charles Tilly. Evidentemente la noticia pasó desapercibida no sólo para la ciudadanía en general sino también para muchos intelectuales de izquierda. Porque Tilly no era ni mucho menos un escritor mediático, simplemente era un científico social riguroso tan brillante como humilde, preocupado y comprometido con su realidad social. Su trabajo se desarrolló durante medio siglo y durante este tiempo publicó 50 libros y más de 600 artículos. Ahora es un buen momento para rendirle un pequeño homenaje con la lectura de uno de sus últimos libros, en los que pretende sintetizar muchos de sus trabajos anteriores.
Este libro es una buena expresión de lo que representa Tilly en sociología, que es un intento de pensarla desde la historia, y más específicamente desde las luchas de los diferentes grupos por sociales por acceder al poder político. Y no está nada mal que en plena polémica sobre lo que es la democracia, alguien como Tilly formule sus hipótesis no solo desde la reflexión teórica sino también desde lo que nos enseña la historia si tenemos la paciencia de estudiarla con paciencia y sin prejuicios. Por supuesto que Tilly nos acepta la falsa identidad entre democracia y liberalismo pero también la idea de que la democracia moderna surge necesariamente como fruto del movimiento popular y es una ampliación de la democracia comunal que se desarrolla en la sociedad medieval. No es que Charles Tilly no se lo crea sino que la ética de la verdad nos obliga a ser fieles a los hechos ( o mejor a su aproximación ) y esto le lleva a reconocer que la democratización es efecto, en algunos casos, de la influencia externa de un país colonizador o con el que se está en guerra. Porque lo que desmonta el autor en este estudio es la consideración que la democracia es la puesta en práctica de un determinado proyecto político, como se atribuye a la ilustración. Más bien lo que señala Tilly es la contingencia de la historia, su falta absoluta de sentido y finalidad, por lo cual que la democracia es simplemente un efecto de las luchas sociales, una consecuencia ni buscada ni rechazada. Quizás sea esta una buena lección de materialismo en una época en que vuelven a resurgir idealismos de todo tipo en los que parece que cada sociedad es producto de las ideas dominantes.
El título del libro es quizás excesivo porque lo que hace Tilly es analizar en profundidad Francia, las Islas Británicas y Suiza, y algo más marginalmente la Península Ibérica y los Países Bajos. Prácticamente no entra en procesos que se dan en lugares tan importantes como lo que hoy son Alemania o Italia.. Y quizás hay también un planteamiento euocentrista al considerar que la democracia sólo se extiende por la influencia europea.
Una idea muy interesante de Tilly es su planteamiento de las redes de confianza no sectarias, con la sí vincula directamente la democracia a la sociedad civil, quizás para compensar la importancia que da por otro lado al Estado, al considerar fundamental un poder que garantice la protección de los ciudadanos.
En todo caso es un libro muy recomendable y hay que agradecer a la editorial Hacer y a los responsables de su Biblioteca de Filosofía y Ciencias sociales, Salvador Aguilar y María T. Bretones, el esfuerzo por publicar obras de esta calidad que, ya lo sabemos, tienen una difusión difícil. Lo que si me gustaría es cuestionar un aspecto concreto de la traducción que es el de utilizar términos que aunque correctos tienen poca fuerza por su poco uso. Por ejemplo, me parece que sería mejor hablar de conflicto en lugar de contienda, y más cuando se caracteriza a Charles Tilly como un representante de la sociología del conflicto. O hablar de identidades arraigadas en lugar de identidades incrustadas.
El trabajo de Charles Tilly es documentado y consistente, de una densidad que hace que no sea una lectura fácil, aunque sí me parece necesaria para quien quiera profundizar en lo que hemos de entender por democracia. La definición que nos da del término es clara y precisa: una consulta amplia, igualitaria, protegida y vinculante para el gobierno. La idea principal es por tanto la de participación más que la de autogestión y aquí ya se plantea un primer debate. También lo es, por supuesto, su consideración que la democracia se garantiza con un Estado fuerte ( Suiza sería la excepción). Este planteamiento, como el anterior son incompatibles con hipótesis como por ejemplo la de Castoriadis para el que democracia es un sistema autogestionario no estatista incompatible con el capitalismo. Para Tilly la democracia moderna se desarrolla en el capitalismo aunque no sea, por supuesto, consecuencia de ella, y aunque su clase dominante, la burguesía, quiera alejar del poder a las clases populares. Y lo sobre de lo que no duda Tilly en ningún momento es que la democracia es un instrumento de los más desprotegidos contra los privilegiados. No hay que olvidar, como muy bien nos recuerda este libro, que la democracia en el sentido que la entendemos no empieza a existir en Europa hasta el S.XIX. y de manera muy parcial y desigual que nosotros consideraríamos inaceptable. Hasta entonces habían muchos sectores excluidos de su práctica, y no sólo en función del sexo o la propiedad, como ya conocemos, sino también de la etnia o religión.
Lo que tenemos es, en definitiva, un valioso material para un debate que vale la pena mantener en su complejidad.