El libro de Francisco Pineda Ejército Libertador, 1915, es el tercer producto de una investigación histórica de largo aliento, después de La irrupción zapatista, 1911 y La revolución del sur, 1912-1914, publicados por Editorial ERA. La calidad de la narración y el enorme trabajo investigativo de la trilogía sitúan a Pineda como el historiador más […]
El libro de Francisco Pineda Ejército Libertador, 1915, es el tercer producto de una investigación histórica de largo aliento, después de La irrupción zapatista, 1911 y La revolución del sur, 1912-1914, publicados por Editorial ERA. La calidad de la narración y el enorme trabajo investigativo de la trilogía sitúan a Pineda como el historiador más especializado y riguroso de la insurgencia zapatista; un demoledor de clichés, mitos y prejuicios construidos por la historiografía dominante: desde las versiones carrancistas que nutrieron los imaginarios posrevolucionarios, con su racismo abierto o soterrado sobre la gente del campo y los pueblos indígenas; pasando por los investigadores estadunidenses que describen el zapatismo como un levantamiento de campesinos localistas-tradicionalistas-
El lector va siguiendo los debates entre los representantes de las fuerzas de la Convención, sus propuestas legislativas, sus razonamientos político-ideológicos, las contradicciones e, incluso, abiertas traiciones en el mismo gobierno provisional convencionista, y, particularmente, de la facción maderista, que en la Convención buscó asumir la representación política de las clases dominantes. Se exponen también las reacciones de los distintos sectores sociales ante la presencia de los revolucionarios sureños en la ciudad de México, su impulso a las luchas de los trabajadores y los pobres de la ciudad, a la emancipación y derechos políticos de las mujeres. Se describen las campañas contra el carrancismo del Ejército Libertador, pero también de la División del Norte; se destaca la permanente política injerencista de Estados Unidos en el conflicto y el peso decisivo del apoyo político, diplomático, logístico, en armamento y pertrechos militares del gobierno de este país que finalmente inclinó la balanza de manera irreversible en favor de Carranza y permitió, en ese año crucial, la ocupación de la capital por el Ejército Constitucionalista, la disolución del ejército villista después de su inicial derrota en Celaya ante Obregón en abril de 1915, el cerco al Ejército Libertador en Morelos y, por último, la guerra de exterminio contra los zapatistas que culmina con el asesinato de Zapata en 1919.
Lo más destacable del libro es comprobar una de las principales hipótesis del autor que cobra validez universal, para consternación de quienes aún sostienen posiciones proletarizantes: «Los trabajadores del campo, hombres y mujeres, mayoritariamente indígenas, despuntaron como fuerza motriz de la Revolución Mexicana. Este rol no depende de posiciones en estructuras abstractas y no es un título que se pueda adquirir previamente, sino que es el resultado histórico de la lucha misma. El carácter revolucionario de una fuerza social se encuentra sometido a la prueba de la práctica revolucionaria y esto se puede constatar por medio del análisis concreto de cada situación concreta. En México los hechos indican no sólo que la gran masa de los productores del campo sí estaba directamente envuelta en la lucha entre capital y trabajo, sino que además la fuerza revolucionaria del campo fue capaz de abrirle brecha a la emancipación social. Esa realidad, por lo demás, ha sido ratificada en las luchas de liberación de nuestra América, África y Asia».
La obra demuestra el carácter nacional del movimiento zapatista, su proyección mesoamericana y las dimensiones del proyecto emancipador de los pueblos contra la colonialidad del poder, todo lo cual refuta a la historiografía dominante en torno al «localismo» y la ausencia en los pueblos indígenas de identidad y proyectos de nación; estos argumentos han permeado los imaginarios de un sector importante de la intelectualidad hasta nuestros días. Recordemos los juicios de Arturo Warman sobre la exterioridad de la insurrección del EZLN, que según este funcionario salinista constituía «un proyecto político implantado entre los indios, pero sin representarlos».
Pineda señala que «la propuesta zapatista de organizar el país sin privilegios y sin presidencialismo no sólo era un planteamiento para toda la República, también era el más avanzado de la Convención; empujaba el proceso histórico hacia adelante, no hacia atrás. La estrategia del Ejército Libertador se enlazaba con las luchas de los oprimidos y explotados de la nación, mayoritariamente indígenas; por ello, la historiografía dominante ha negado con terquedad racista su existencia. Se dice, sin fundamento alguno, que el Ejército Libertador no tuvo una estrategia nacional. Pero ese es un discurso que sólo busca conjurar los desafíos de la política revolucionaria».
He destacado los aspectos que consideré más importantes; sin embargo, me doy cuenta de las aportaciones igualmente valiosas que quedaron fuera. Ocurre así en libros más allá del común, en obras destinadas a perdurar y convertirse en clásicas, y de lectura imprescindible. Ejército Libertador, 1915, es, sin duda, una de ellas.